Amanecer (9 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

¿O... un animal casi extinto, parte de un programa de reproducción en cautividad? Los biólogos humanos habían hecho aquello, antes de la guerra: habían usado a unos pocos miembros cautivos de una especie animal en peligro de extinción, para criar más que añadir a la población salvaje. ¿Era eso hacia lo que ella se encaminaba? ¿Inseminación artificial forzada? ¿Maternidad interpuesta? ¿Drogas de fertilidad y «donación» forzada de óvulos? ¿Implantación de óvulos fertilizados no relacionados con ella? ¿Niños que les son quitados a sus madres al nacer...? Los humanos habían hecho estas cosas a paridoras cautivas..., todo en nombre de una causa superior, naturalmente.

Era de esto de lo que necesitaba hablar con otro ser humano. Sólo un humano podría tranquilizarla..., o, al menos, comprender sus temores. Pero sólo tenía a Nikanj. Pasaba todo el tiempo enseñándole y aprendiendo de él todo lo que podía. Él la mantenía tan ocupada como ella se dejaba: necesitaba menos sueño que ella y, cuando Lilith no estaba durmiendo, esperaba que ella estuviese enseñándole o aprendiendo. No sólo quería lenguaje, sino también cultura, biología, historia, la historia de su propia vida... Esperaba aprender todo lo que ella sabía.

Aquello era un poco como tener de nuevo al pequeño Sharad con ella. Pero Nikanj era mucho más exigente..., mucho más parecido a los adultos en su persistencia. Sin duda, ella y Sharad habían pasado aquel tiempo juntos para que los oankali pudiesen ver cómo se comportaba con un niño extraño de su propia especie..., un niño con el que tuviera que compartir habitación y enseñarle.

Como Sharad, Nikanj tenía una memoria fotográfica. Quizá todos los oankali la tuviesen. Todo lo que Nikanj veía u oía, una sola vez, lo recordaba, lo comprendiese o no.

Y era listo y sorprendentemente rápido para entender las cosas. Tanto, que ella llegó a avergonzarse de su tanteante lentitud y su desigual memoria.

Siempre había visto que le resultaba más fácil aprender cuando podía escribir las cosas. Pero, en todo su tiempo con los oankali, jamás había visto a ninguno de ellos leer o escribir.

—¿Guardáis algún archivo, fuera de vuestras propias memorias? —preguntó a Nikanj, cuando hubo trabajado con ello el tiempo suficiente como para sentirse frustrada e irritada—. ¿Nunca leéis o escribís?

—Nunca me has enseñado esas palabras —dijo el niño.

—Comunicación por marcas simbólicas... —Miró a su alrededor, buscando algo que pudiera marcar, pero estaban en su dormitorio y no había nada que pudiese retener sus marcas el suficiente tiempo como para que pudiera escribir palabras..., incluso aunque tuviera algo con lo que escribirlas—. Vamos fuera —dijo—. Te lo mostraré.

Él abrió una pared y tomó el camino hacia fuera. Allí, bajo las ramas del pseudoárbol que contenía su vivienda, ella se arrodilló y comenzó a escribir con el dedo en lo que parecía ser un suelo de arena suelta. Escribió su nombre, luego el de Nikanj.

—Así es como se vería tu nombre una vez lo hubieses escrito —explicó—. Yo podría escribir las palabras que tú me dijeras, y estudiarlas hasta haberlas aprendido. De este modo no tendría que preguntarte las cosas una y otra vez. Pero necesito algo en lo que escribir... y algo con lo que escribir. Lo mejor serían unas hojas de papel.

No estaba segura de que él supiese lo que era el papel, pero no se lo preguntó.

—Si no tenéis papel, podría emplear unas hojas finas de plástico, o incluso trozos de ropa, si podéis fabricarme algo con lo que pueda hacer marcas encima. Alguna tinta o tinte..., algo que deje una señal clara. ¿Me comprendes?

—Podrías hacer lo que estás haciendo ahora con los dedos —dijo él.

—No basta. Necesito poder conservar lo que escriba,.., para estudiarlo. Necesito...

—No.

Ella se detuvo a media frase y parpadeó.

—¡Pero si no es nada peligroso! —explicó—. Tu gente debe de haber visto nuestros libros, discos, cintas, películas... Nuestros archivos de historia, medicina, lenguas, ciencias, todo tipo de cosas. ¡Yo sólo quiero hacerme mi propio archivo de vuestro idioma!

—Conozco lo de los... archivos que guardaba tu pueblo. No sabía cómo se llamaba eso en inglés, pero los he visto. Hemos rescatado muchos de ellos, y hemos aprendido a usarlos para conocer mejor a los humanos. Yo no los comprendo, pero otros sí.

—¿Puedo verlos?

—No. No se permite verlos a ninguno de tu pueblo.

—¿Por qué?

No le contestó.

—¿Nikanj?

Silencio.

—Entonces..., al menos dejadme crear mis propios archivos para ayudarme a aprender vuestro idioma. Nosotros los humanos necesitamos hacer estas cosas, para que nos ayuden a recordar.

—No.

Ella frunció el ceño.

—Pero, ¿qué quieres decir con ese no? ¡Las hacemos!

—No puedo darte esas cosas. Ni para leer, ni para escribir.

—¿Por qué?

—Porque no está permitido. El pueblo ha decidido que no debe ser permitido.

—Eso no es una respuesta. ¿En qué se han basado?

Silencio de nuevo. El niño dejó caer de nuevo sus tentáculos. Esto le hacía parecer más pequeño, como un animal peludo que se ha mojado.

—¿No será que no tenéis..., o no podéis hacer, materiales de escritura?

—Podemos hacer cualquier cosa que tu pueblo pudiese hacer —afirmó él—. Aunque no desearíamos hacer muchas de vuestras cosas.

—Es algo tan simple... —Agitó la cabeza—. ¿Te han dicho que no tenías que explicarme el motivo?

Rehusó contestarla. ¿Significaba aquello que el no contárselo era su propia idea, su propio deseo infantil de ejercer el poder que tenía? ¿Por qué iban a tener los oankali que hacer aquel tipo de cosas con tanta facilidad como lo hacían los humanos?

Al cabo de un tiempo, él le dijo:

—Volvamos dentro. Te enseñaré un poco más de nuestra historia. —Sabía que a ella le gustaban los relatos acerca de la larga historia multiespecies de los oankali, y que esas historias la ayudaban con su vocabulario oankali. Pero ella no estaba ahora de humor para mostrarse cooperativa. Se sentó en el suelo y se recostó contra el pseudoárbol.

Al cabo de un momento, Nikanj se sentó frente a ella y empezó a hablar:

—Hace seis divisiones, en el mundo acuático de un sol blanco, vivíamos en grandes océanos poco profundos. Éramos multicorpóreos y hablábamos con colores corporales y gamas de colores entre nosotros mismos y con los otros nosotros...

Le dejó que siguiese, sin hacerle preguntas cuando no le entendía, no deseando que le importase aquella historia. La idea de los oankali fundiéndose con una especie de seres parecidos a peces, inteligentes y que vivían en bancos, le resultaba fascinante, pero estaba demasiado irritada como para prestarle toda su atención. Materiales de escritura..., unas cosas tan insignificantes, y le eran negadas. ¡Unas cosas tan insignificantes!

Cuando Nikanj entró en el apartamento a buscar comida para ambos, ella se alzó y se marchó. Vagó, más libre de lo que nunca antes había caminado, por la zona, parecida a un parque, que había en el exterior de sus viviendas: los pseudoárboles. Los oankali la veían, pero no parecían prestarle más que una atención momentánea. Se había quedado absorta contemplando lo que había a su alrededor cuando, de repente, Nikanj estuvo de nuevo junto a ella.

—Tienes que quedarte conmigo —le dijo, en un tono que le recordó el de una madre humana hablándole a su niñito de cinco años. Y ésa, pensó, era justamente su situación dentro de la familia.

Tras aquel incidente, se escapó siempre que pudo. Una de dos: o la detenían, castigaban y/o la confinaban..., o no.

No lo hicieron, Nikanj pareció acostumbrarse a sus escapadas. De repente, dejó de aparecer a su lado minutos después de que ella se hubiese escapado. Parecía dispuesto a dejarla estar, ocasionalmente, una o dos horas lejos de su vista. Ella empezó a llevarse comida en sus escapadas, guardando artículos fácilmente transportables de las comidas: un arroz, muy especiado, que envolvían en hojas comestibles de un alto contenido en proteínas, nueces, fruta o quatasayasha, una comida oankali, con un fuerte sabor a queso, que Kahguyaht le había asegurado que era comestible para ella. Nikanj había demostrado su aceptación de las escapadas, aconsejándole que enterrase cualquier alimento que no desease comer:

—Dáselo a comer a la nave —fue el modo en que hizo esa sugestión.

Convirtió su chaqueta extra en una bolsa, y metía en ella su comida, tras lo cual vagaba sola, comiendo y pensando. No le reconfortaba, realmente, el estar sola con sus pensamientos, con sus recuerdos; pero, a veces, la ilusión de libertad disminuía su desesperación.

A veces, otros oankali trataban de hablar con ella, pero aún no podía comprender lo bastante de su idioma como para mantener una conversación. A veces, incluso cuando le hablaban lentamente, no reconocía palabras que debería saber, y que identificaba luego, momentos después de que el encuentro con sus interpeladores ocasionales hubiese terminado. La mayoría de las veces acababa recurriendo a los gestos, que no le servían de mucho, y sintiéndose inconmensurablemente estúpida. La única comunicación segura que lograba era para pedir ayuda a los desconocidos, cuando se veía perdida.

Nikanj le había explicado que, si no hallaba el camino de vuelta a casa, tenía que acercarse al adulto más próximo y decirle su nombre con los añadidos oankali: Dhokaaltediinjdahyalilith eka Kahguyaht aj Dinso. El Dho, utilizado como prefijo, indicaba a un no-oankali adoptado. Kaal era un nombre de afinidad con un grupo. Tras eso seguían los nombres de Tediin y Jdahya, con el de éste situado en último lugar, puesto que era él quien la había llevado a la familia. Eka significaba niño, un niño tan pequeño que, literalmente, no tenía sexo..., como era habitual entre los oankali muy pequeños.

Lilith había aceptado esperanzada esta denominación. Seguro que los niños tan pequeñitos que aún no tenían sexo no eran empleados en experimentos de procreación.

Luego estaba el nombre de Kahguyaht: al fin y al cabo, era su tercer «progenitor». Para acabar, estaba el nombre del status comercial. El grupo Dinso iba a quedarse en la Tierra, transformándose al adoptar parte de la herencia genética de la raza humana... Dinso; aquello no era un nombre, aquello era una terrible promesa, una amenaza.

El caso es que si decía este largo nombre, entero, la gente comprendía de inmediato no sólo quién era, sino dónde debería estar, y le indicaban el camino a «casa». No es que por eso les quedase especialmente agradecida...

En una de esas caminatas solitarias, oyó a dos oankali usar una de las palabras con que designaban a los humanos: kaizidi, y moderó el paso para escucharles. Supuso que aquellos dos estarían hablando de ella. A menudo imaginaba que la gente por entre la que caminaba estaba hablando de ella, como si de un animal raro se tratase. Esos dos confirmaron sus temores cuando guardaron silencio a medida que ella se acercaba, tras lo que continuaron su conversación en silencio, a base de ir uniendo sus tentáculos craneales. Ya casi había olvidado ese incidente cuando, varias semanas después, oyó a otro grupo de gente de esa misma zona hablar de nuevo de un kaizidi..., un macho al que llamaban Fukumoto.

De nuevo, todo el mundo guardó silencio al acercarse ella. Había tratado de quedarse muy quieta y escucharles, ocultándose tras el tronco de un pseudoárbol; pero, en el mismo momento en que se apostó allí, la conversación entre los oankali se cortó. Cuando se decidían a escuchar, su oído era especialmente agudo: ¡a principios de su estancia allí, Nikanj se había quejado de lo ruidoso que era el latir de su corazón!

Siguió su camino, avergonzada a su pesar de que la hubieran cazado curioseando.

Aquella sensación no tenía sentido: Ella era una cautiva..., ¿qué cortesía debía a sus captores, aparte de la que resultase necesaria para su autopreservación?

Y, ¿dónde estaba Fukumoto?

Volvió a estudiar, mentalmente, los fragmentos que había oído. Fukumoto tenía algo que ver con el grupo familiar Tiej, que también era gente Dinso. Sabía, de un modo vago, cuál era su zona, a pesar de que nunca había estado allí.

¿Por qué había estado hablando la gente de Kaal de un humano que estaba con los Tiej? Y, ¿cómo podía ponerse en contacto con él?

Iría hasta Tiej. Emplearía sus paseos para ir hasta allí..., si es que no aparecía Nikanj para detenerla. Aún lo seguía haciendo, ocasionalmente, dándole a entender que podía seguirla a cualquier parte, acercarse a ella estuviera donde estuviese, y siempre pareciendo surgir de la nada. Quizá le encantaba verla sobresaltarse.

Comenzó a caminar hacia Tiej. Quizá lograse ver al hombre hoy mismo, si él estaba al aire libre..., si era un adicto de los paseos sin rumbo como ella. Y, si lo encontraba, quizá hablase inglés. Si lo hablaba, quizá sus carceleros oankali no le impidiesen hablar con ella. Si ambos lograban charlar, quizá resultase ser tan ignorante como ella. Y, si no lo era, si se encontraban y hablaban, si todo iba bien, quizá aun así los oankali decidiesen castigarla. ¿Encierro en solitario de nuevo? ¿Animación suspendida? ¿O quizás un confinamiento más estricto con Nikanj y su familia? Si hacían una de las dos primeras cosas, ella se vería, simplemente, liberada de una responsabilidad que no quería y que, posiblemente, no podía asumir con éxito. Y, si hacían lo tercero, ¿qué diferencia representaría? ¿Y qué importancia tenía todo aquello, si se lo comparaba con la posibilidad de ver y hablar de nuevo con uno de su propia especie al fin?

Ninguna.

Jamás se le ocurrió ir a Nikanj y pedirle que él, o su familia, le dejasen conocer a Fukumoto. Le habían dejado muy claro que no debía de tener contacto con otros seres humanos o con artefactos de la Humanidad.

El paseo hasta Tiej era más largo de lo que había supuesto. Aún no había aprendido a calcular las distancias a bordo de la nave. El horizonte, cuando no estaba tapado por pseudoárboles y entradas a otros niveles, construidas como si fuesen colinas, parecía sorprendentemente cercano. Pero lo cierto es que no habría sabido decir cuan cercano.

Al menos, nadie la detuvo. Los oankali con los que se cruzaba parecían suponer que se encontraba donde se debía encontrar. A menos que apareciese Nikanj, era libre para vagar por Tiej en libertad durante tanto tiempo como le apeteciese.

Llegó a Tiej e inició su búsqueda. Los pseudoárboles de Tiej eran de tono amarillo-marrón, en lugar del gris-marrón de Kaal, y su corteza parecía más burda..., más como lo que ella esperaba que fuese la corteza de un árbol. Y, sin embargo, la gente los abría del mismo modo para entrar o salir. Cuando le era posible, atisbaba por las aberturas que hacían. Lilith pensaba que el viaje ya habría valido la pena con sólo que lograse darle una simple mirada a Fukumoto..., o a cualquier otro humano Despierto y consciente. A cualquiera.

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