Amanecer (4 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Con los dientes muy apretados, consiguió tomar el bol. La mano le temblaba de tan mala manera que se le cayó la mitad del estofado. Se retiró hacia la cama. Al cabo de un rato fue capaz de comer lo que quedaba, y luego comerse también el bol. No era suficiente. Tenía más hambre, pero no se quejó. No tenía ánimos para tomar otro bol de mano de él: una mano como una margarita, la palma en el centro y muchos dedos alrededor. Al menos, los dedos tenían huesos dentro, no eran tentáculos. Y sólo tenía dos manos, y dos pies. Podría haber sido mucho más feo de lo que era, mucho menos...

humano. ¿Por qué no podía aceptarlo? Lo único que parecía estar pidiéndole era que no se dejase llevar por el pánico al verle, a él o a otros de su especie. ¿Por qué no podía hacer eso?

Trató de imaginarse a sí misma rodeada por seres como él, y casi la arrastró el pánico.

Era como si, repentinamente, hubiera desarrollado una fobia..., algo que nunca antes había experimentado. Pero lo que sentía se parecía a lo que había oído describir a otros: una auténtica xenofobia..., y, al parecer, no era la única en sufrirla.

Suspiró, y se dio cuenta de que, además de hambrienta, seguía sintiéndose cansada.

Se frotó la cara con una mano. Si una fobia era algo así, entonces había que deshacerse de ella con la mayor rapidez posible. Miró a Jdahya:

—¿Cómo se llama a sí mismo su pueblo?—preguntó—. Hábleme de ustedes.

—Somos oankali.

—Oankali. Suena como una palabra de algún idioma terrestre.

—Podría ser, pero con un significado distinto.

—¿Qué es lo que significa en su idioma?

—Varias cosas. Entre otras, comerciantes.

—¿Son ustedes comerciantes?

—Sí.

—Y, ¿con qué comercian?

—Con nosotros mismos.

—¿Quiere decir con... esclavos?

—No. Eso nunca lo hemos hecho.

—Entonces, ¿qué...?

—Con nosotros.

—No lo entiendo.

Él no dijo nada; pareció arroparse con el silencio y quedar envuelto en él. Ella sabía que no le iba a responder.

Suspiró.

—A veces parece usted demasiado humano. Si no le estuviese viendo, supondría que es un hombre.

—Ya lo ha imaginado. Mi familia me dio a la doctora humana, para que yo pudiese aprender a hacer su trabajo. Llegó a nosotros demasiado tarde para que pudiera tener hijos, pero podía enseñar.

—Creí que me había dicho que se estaba muriendo.

—Y al fin murió. Tenía ciento trece años, y permaneció despierta entre nosotros, a intervalos, durante cincuenta años. Fue como un cuarto progenitor para mí y mis compañeros de camada. Fue duro verla envejecer y morir. El pueblo de ustedes posee un potencial increíble, pero mueren sin haber usado apenas nada del mismo.

—He oído decir eso a algunos humanos. —Frunció el entrecejo—. ¿No podían sus ooloi haberla ayudado a vivir más? Es decir..., si ella hubiese querido vivir aún más de ciento trece años.

—La ayudaron. Le dieron cuarenta años que no hubiese tenido y, cuando ya no pudieron seguir ayudándola a sanar, le quitaron el dolor. Si hubiese sido más joven cuando la encontramos, podrían haberle dado mucho más tiempo.

Lilith siguió ese pensamiento hasta su obvia conclusión:

—Yo tengo veintiséis —dijo.

—Más—le indicó él—. Ha envejecido algo, cuando la hemos tenido despierta. En total tendrá un par de años más.

No tenía sensación de ser un par de años mayor; de tener de pronto veintiocho años, sólo porque él lo dijese. Dos años de confinamiento solitario. ¿Qué era lo que le iban a poder dar a cambio de aquello? Lo miró.

Sus tentáculos parecieron solidificarse para formar una segunda piel: zonas oscuras en su rostro y cuello, una masa, oscura, de aspecto suave, en el cráneo.

—Sin tener en cuenta posibles accidentes —dijo—, usted vivirá mucho más de ciento trece años. Y, durante la mayor parte de su vida, será bastante joven en lo biológico. Sus hijos aún vivirán más.

Ahora parecía asombrosamente humano. ¿Eran sólo sus tentáculos lo que le daba aquel aspecto de gusano de mar? Su coloración no había cambiado. El hecho de que no tuviese ojos, nariz u orejas aún la molestaba, pero no tanto.

—Jdahya, siga igual que ahora —le dijo—. Déjeme acercarme y mirarle..., si es que puedo.

Los tentáculos se movieron, como una piel que se estremeciese de un modo extraño, luego volvieron a solidificarse.

—Venga —dijo.

Ella pudo acercársele ahora, aún dubitativa. Incluso vistos a sólo un par de pasos de distancia, los tentáculos parecían una segunda piel.

—¿Le importa si...? —Se interrumpió y empezó de nuevo—: Quiero decir..., ¿puedo tocarle?

—Sí.

Fue más fácil de hacer de lo que había supuesto. Su piel era fría y casi demasiado suave como para ser auténtica piel..., tan lisa como las uñas de ella, y quizás igual de dura que ellas.

—¿Resulta muy difícil para usted permanecer así? —preguntó.

—No es difícil, es antinatural. Un embotamiento de los sentidos.

—Y, ¿por qué lo hizo? Me refiero a antes de que yo se lo pidiese.

—Es una expresión de placer o diversión.

—¿Se sintió complacido hace un momento?

—Sí, con usted. Quería recuperar su tiempo..., el tiempo que le hemos tomado. No quiere morir.

Le miró, estremecida porque hubiese leído de un modo tan claro sus pensamientos. Y

debía de haber conocido a humanos que deseaban morir, aun después de escuchar promesas de larga vida, salud y duradera juventud. ¿Por qué? Quizá porque también hubiesen oído la parte que a ella aún no le habían contado: la razón de todo aquello. El precio.

—Hasta ahora —dijo—, lo único que me ha llevado a querer morir ha sido el aburrimiento y el aislamiento.

—Eso ya pertenece al pasado. Pero ni aun entonces intentó usted matarse.

—No...

—Su deseo de vivir es más fuerte de lo que usted imagina.

Ella suspiró.

—Y usted va a comprobarlo, ¿no? Es por esto por lo que aún no me ha dicho lo que su pueblo quiere de nosotros.

—Sí —admitió él, y eso la alarmó.

—¡Dígamelo!

Silencio.

—Si conociese lo más mínimo acerca de la imaginación humana, sabría que está haciendo exactamente lo peor que puede hacer —explicó ella.

—Una vez que sea usted capaz de salir de esta habitación conmigo, contestaré a sus preguntas —dijo él.

Ella se le quedó mirando unos momentos.

—Entonces, trabajemos en ello —dijo hoscamente—. Relájese de esa postura antinatural, y veamos lo que sucede.

Él dudó, pero luego dejó flotar libres sus tentáculos. Reasumió su grotesco aspecto de gusano de mar y ella no pudo evitar apartarse de un salto, presa del pánico y la revulsión.

Logró contenerse antes de ir muy lejos.

—¡Dios! Estoy tan cansada de esto... —musitó—. ¿Por qué no puedo evitarlo?

—Cuando la Doctora vino por primera vez a nuestra vivienda —explicó él—, una parte de mi familia la encontró tan perturbadora, que se fueron de casa por una temporada.

Éste es un comportamiento inaudito entre nosotros.

—¿Se fue usted?

Se alisó de nuevo, por un momento.

—Todavía no había nacido. Para cuando hube nacido, todos mis parientes habían vuelto a casa. Y pienso que su miedo era más fuerte que el que usted siente ahora.

Nunca antes habían visto tanta vida y tanta muerte en un solo ser. A algunos de ellos les dolía con sólo tocarla.

—¿Quiere decir... porque ella estaba enferma?

—Incluso cuando estaba sana. Era su estructura genética lo que les alteraba. No puedo explicárselo: nunca sentirá como nosotros sentimos. —Se adelantó y tendió la mano, buscando la de Lilith. Ella se la entregó, casi por reflejo, y con sólo un instante de duda cuando todos sus tentáculos fluyeron hacia delante, hacia ella. Apartó la vista y se quedó rígida donde estaba, con la mano retenida suavemente entre los muchos dedos de él.

—Bien —dijo él—. Esta habitación pronto sólo será para usted un recuerdo.

4

Once comidas más tarde, la sacó fuera.

No tuvo ni idea de cuánto tiempo tardó en aguardar, y luego consumir, esas once comidas. Jdahya no se lo quiso decir, ni aceptó que le diera prisa. Cuando ella le urgía a que la sacara fuera, no mostraba ni impaciencia ni enfado. Simplemente, se quedaba en silencio. Casi parecía como si se apagase, cuando ella le pedía cosas o le hacía preguntas que él no tenía intención de responder. A ella su familia la había llamado terca durante su vida de antes de la guerra, pero él iba más allá de la terquedad.

Al fin, él empezó a moverse por la habitación: había permanecido quieto durante tanto tiempo que casi había parecido formar parte del mobiliario. Así que ella se asustó cuando él se levantó y fue al baño. Ella se quedó donde se encontraba, en la cama, preguntándose si él usaría el cuarto para las mismas necesidades fisiológicas que ella. No hizo ningún intento por averiguarlo. Algo más tarde, cuando regresó a la habitación, se sintió mucho menos perturbada por él. Y él le trajo algo que la sorprendió y alegró tanto que tomó su mano sin pensárselo ni dudarlo: un plátano, maduro, grande, amarillo, firme y muy dulce.

Lo comió muy lentamente, deseando tragárselo de un bocado pero sin atreverse a hacerlo. Literalmente, era lo más sabroso que había probado en doscientos cincuenta años. ¿Quién sabía cuándo le darían otro...? Si es que le daban otro. Comió incluso la piel interior, más blanca, de la cascara.

Él no le quiso decir de dónde había salido ni cómo lo había conseguido. Y no aceptó ir a buscarle otro. De hecho, hasta la sacó un tiempo de la cama: se tendió plano en ella y permaneció totalmente inmóvil, con aspecto de muerto. Ella hizo una tabla de ejercicios en el suelo, cansándose deliberadamente, tanto como pudo, luego tomó el lugar habitual de él en la plataforma-mesa, hasta que él se levantó y le cedió de nuevo la cama.

Cuando ella se despertó de nuevo, él se quitó la chaqueta y le dejó ver los mechones de tentáculos sensoriales dispersos por su cuerpo. Para su sorpresa, se acostumbró rápidamente a ellos. Eran, simplemente, feos. Y aún le hacían parecer más un ser marino fuera de lugar.

—¿Puede respirar bajo el agua? —le preguntó.

—Sí.

—Ya me pareció que esos orificios tenían aspecto de poder actuar también como branquias. ¿Está usted cómodo bajo el agua?

—Lo disfruto, pero no más de lo que disfruto del aire.

—¿El aire? ¿El oxígeno?

—Sí, necesito oxígeno, aunque no tanto como usted.

Su mente volvió a los tentáculos y a otra posible similitud con los gusanos marinos:

—¿Puede usted servirse de sus tentáculos para atacar?

—De todos ellos.

Ella se echó ligeramente hacia atrás, aunque no estaba junto a él.

—¿Por qué no me lo dijo antes?

—No la hubiera atacado.

A menos que ella le hubiera atacado primero.

—Así que eso es lo que les pasó a los humanos que trataron de matarle.

—No, Lilith, no estoy interesado en matar a su gente. Durante toda mi existencia he sido entrenado para mantenerlos con vida.

—Entonces, ¿qué fue lo que hizo con ellos?

—Los detuve. Probablemente soy más fuerte de lo que imagina.

—Pero..., ¿y si hubiera usado sus tentáculos?

—Hubieran muerto. Sólo los ooloi pueden usar sus tentáculos sin matar. Un grupo de mis antepasados sometía a sus presas aguijoneándolas con los tentáculos. Sus aguijonazos iniciaban el proceso digestivo, aun antes de que empezasen a comer. Y

también aguijoneaban a los enemigos que trataban de comérselos a ellos. No era una existencia cómoda.

—No suena tan mal.

—No vivían mucho, esos antepasados míos. Algunas cosas eran inmunes a su veneno.

—Quizá los humanos lo seamos.

Le respondió con voz suave:

—No, Lilith, no lo son.

Algo más tarde le trajo una naranja. Por curiosidad, ella partió la fruta y ofreció compartirla con él. Él aceptó un pedazo y se sentó junto a ella para comérselo. Cuando hubieron terminado volvió la cara hacia ella..., pura cortesía, comprendió ella, puesto que apenas tenía rostro, y pareció examinarla detenidamente. Algunos de sus tentáculos llegaron incluso a tocarla. Cuando sucedió esto, ella tuvo un sobresalto; luego se dio cuenta de que no la estaban haciendo daño, y permaneció quieta. No le gustaba su proximidad, pero ya no la aterraba. Después... de los días que hubieran sido, ya no sentía nada del viejo pánico; sólo descanso al haberlo dejado finalmente atrás.

—Ahora iremos fuera—dijo él—. Mi familia estará más tranquila cuando nos vea. Y

usted..., usted tiene mucho que aprender.

5

Le hizo esperar, mientras se lavaba el zumo de la naranja de las manos. Luego, él fue hasta una de las paredes y la tocó con algunos de los tentáculos más largos de su cabeza.

Un punto oscuro apareció en la pared, allá donde él había hecho contacto. Se convirtió en una fisura, que se fue haciendo más profunda y ancha, luego en un orificio por el que Lilith pudo ver luz y color..., verde, rojo, naranja, amarillo...

Desde su captura había habido poco color en su mundo. Su propia piel, su sangre..., dentro de las pálidas paredes de la prisión, eso había sido todo. Lo demás era una tonalidad uniforme de blanco o gris. Incluso su comida había sido incolora, hasta la aparición del plátano. Ahora, aquí había color y lo que parecía ser luz del sol. Y había espacio, un vasto espacio.

El hueco en la pared se amplió, como si fuese carne que se desgarra, pulsando lentamente. Se sintió a un tiempo fascinada y repelida.

—¿Está viva? —preguntó.

—Sí —contestó él.

Ella la había golpeado, dado patadas, arañado, tratado de morderla. Y la pared siempre había permanecido lisa, dura, impenetrable, aunque cediendo un poco a la presión, como la cama y la mesa. Había tenido un tacto como de plástico, fría bajo sus dedos.

—¿Qué es?

—Carne. Más parecida a la mía que a la de usted. No obstante, también es diferente a la mía. Es... la nave.

—¿Bromea? ¿Está viva la nave?

—Sí. Salga. —El agujero de la pared se había hecho lo bastante grande como para que ambos pudieran pasar por él. Jdahya inclinó la cabeza y dio el necesario paso. Ella empezó a seguirle, pero luego se detuvo. Allá fuera había demasiado espacio. Los colores que había visto eran delgadas hojas, parecidas a cabellos, y redondos frutos del tamaño de cocos, aparentemente en distintos estadios de desarrollo. Todo ello colgaba de grandes ramas que daban sombra a la nueva salida. Tras ellas se veía un amplio campo abierto, con árboles dispersos..., unos árboles imposiblemente grandes; colinas distantes y un brillante cielo marfileño, sin sol. Había algo lo suficientemente extraño en los árboles y en el cielo como para impedirle pensar que se hallaba en la Tierra. En la distancia se veía a gente moviéndose, y también unos animales negros, del tamaño de perros pastores alemanes, que estaban demasiado lejanos como para poder verlos con claridad..., aunque, aun en la distancia, los animales parecían tener demasiadas patas...,

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