Amanecer (7 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

—¿Lilith? —la llamó él.

Ella alzó la cabeza y le miró.

—Ahora, tóqueme aquí —dijo él, haciendo un gesto hacia los tentáculos de su cabeza—, y la aguijonearé. Morirá..., muy rápidamente, y sin dolor.

Ella tragó saliva.

—Si lo desea —añadió él.

Lo que le estaba ofreciendo era un regalo. No era una amenaza.

—¿Por qué? —susurró ella.

Él no quiso responderle.

Miró los tentáculos de su cabeza. Alzó la mano, dejó que se tendiese hacia él, casi como si tuviera voluntad propia, sus propios deseos. No más Despertares. No más preguntas. No más respuestas imposibles. Nada.

Nada.

Jdahya no se movió. Incluso sus tentáculos estaban absolutamente inmóviles. La mano de ella flotó en el aire, deseando caer entre los órganos flexibles, duros, mortíferos. Flotó, casi rozando accidentalmente uno.

Apartó la mano de un tirón y la pegó a su cuerpo.

—¡Oh, Dios! —susurró—. ¿Por qué no lo he hecho? ¿Por qué no puedo hacerlo?

Él se puso en pie y aguardó durante varios minutos, sin protestar, hasta que ella también se alzó, torpemente.

—Ahora conocerá a mis compañeros y a uno de mis hijos, Lilith —le dijo—. Luego, comida y descanso.

Ella le miró, deseando que tuviera una expresión humana.

—¿Lo habría hecho? —quiso saber.

—Sí —contestó él.

—¿Por qué?

—Por usted.

Parte II - FAMILIA
1 - Sueño

Apenas si recordaba el haber sido presentada a tres de los parientes de Jdahya, luego guiada a alguna parte, donde le habían proporcionado una cama. Sueño. Luego, un pequeño y confuso despertar.

Ahora, comida y olvido.

Comida, y un placer tan agudo y dulce que había borrado toda otra cosa de su mente.

Había racimos de plátanos, platos de piña cortada a rodajas, higos enteros, frutos secos de varios tipos, ya sin cáscara, pan y miel, un potaje vegetal repleto de maíz, pimientos, tomates, patatas, cebollas, setas, hierbas y especias.

¿Dónde había estado todo esto?, se preguntó Lilith. ¿Acaso no podían haberle dado un poco de aquello antes, en lugar de tenerla tanto tiempo a una dieta que hacía que el comer fuera un fastidio? ¿Había sido todo por motivos de salud? O, ¿había habido algún otro motivo..., algo que tuviera que ver con su maldito intercambio de genes?

Cuando hubo comido un poco de todo, degustado amorosamente cada nuevo sabor, comenzó a prestar atención a los cuatro oankali que estaban con ella en la pequeña y desnuda habitación. Eran Jdahya y su esposa Tediin..., Kaaljdahyatediin lel Kahguyaht aj Dinso. Y también estaba el compañero ooloi de Jdahya, Kahguyaht..., Ahtrekahguyahtkaal lel Jdahyatediin aj Dinso. Finalmente estaba el niño ooloi de la familia, Nikanj..., Kaalmikanj oo Jdahyatediinkahguyaht aj Dinso.

Los cuatro estaban sentados sobre las familiares plataformas lisas, comiendo comidas terrestres de sus diversos platitos, como si hubieran nacido comiendo aquella dieta.

Había una plataforma central, con más de lo mismo encima, y los oankali se turnaban para llenar los platos de los demás. Parecía que ninguno de ellos podía levantarse y, simplemente, llenar sólo un plato. De inmediato le adelantaban los otros platos, incluso cuando la que se había levantado era Lilith. Llenó el plato de Jdahya con potaje caliente y se lo devolvió, preguntándose cuándo sería la última vez que él habría comido..., aparte la naranja que habían compartido.

—¿Comió usted mientras estábamos en aquella habitación de aislamiento? —le preguntó.

—Había comido antes de entrar —respondió él—. Y usé muy poca energía mientras estaba allá dentro, así que no necesitaba más comida.

—¿Cuánto tiempo estuvo allá dentro?

—Seis días de su tiempo.

Se irguió, aún sentada en la plataforma, y le miró.

—¿Tanto tiempo?

—Seis días —repitió él.

—Su cuerpo se ha ido apartando del día de veinticuatro horas de su mundo —le explicó el ooloi Kahguyaht—. Es lo que pasa a toda su gente: se alarga ligeramente el día, y pierden la noción de cuánto tiempo ha pasado.

—Pero...

—¿Cuánto le pareció que había pasado?

—Unos pocos días..., menos de seis.

—¿Lo ve? —insistió suavemente el ooloi.

Lilith frunció el ceño en su dirección. Estaba tan desnudo como los otros, exceptuando Jdahya. Esto no la molestaba tanto como había supuesto que la molestaría, ni siquiera cuando los tenía cerca. Pero no le caía bien el ooloi. Era un tanto creído, y tendía a tratarla con condescendencia. También era uno de los seres destinados a provocar la destrucción de lo que quedaba de la Humanidad. Y, a pesar de la afirmación de Jdahya de que los oankali no eran jerárquicos, el ooloi parecía ser el jefe de la casa. Todo el mundo le hacía caso.

Era casi exactamente del mismo tamaño que Lilith..., algo mayor que Jdahya, y considerablemente más pequeño que la hembra, Tediin. Y tenía cuatro brazos. O dos brazos y dos tentáculos tamaño brazo. Los grandes tentáculos, grises y burdos, le recordaban la trompa de un elefante... excepto que no recordaba haber sentido nunca asco ante la trompa de un elefante. Al menos el niño aún no los tenía..., aunque Jdahya le había asegurado que se trataba de un niño ooloi. Mirando a Kahguyaht, se complació en pensar que los mismos oankali usaban el género neutro para referirse a los ooloi. Algunos seres merecían ser llamados «ello».

Volvió su atención a la comida.

—¿Cómo pueden comer todas estas cosas? —preguntó—. Yo no podría comer sus alimentos, ¿no?

—¿Y qué cree que ha comido cada vez que la hemos Despertado? —le preguntó el ooloi.

—No lo sé —contestó ella fríamente—. Nadie me dijo lo que era.

Kahguyaht no captó, o no quiso captar, la ira en su voz.

—Era uno de nuestros alimentos..., ligeramente alterado para atender a sus necesidades especiales —le dijo.

Lo de «sus necesidades especiales» hizo que ella se diera cuenta de que aquél podía ser el «pariente» que la había curado del cáncer. Hasta entonces no había pensado en aquello. Se alzó y llenó uno de los boles pequeños con frutos secos, asados pero no salados, y se preguntó cansinamente si tendría que estarle agradecida a Kahguyaht.

Automáticamente llenó con los mismos frutos el bol que Tediin adelantó hacia ella.

—¿Alguno de nuestros alimentos es venenoso para ustedes? —preguntó de sopetón.

—No —respondió Kahguyaht—. Nos hemos adaptado a las comidas de su mundo.

—¿Y alguno de los suyos es venenoso para mí?

—Sí. Buena parte de ellos. No debe usted comer nada que encuentre aquí que no le resulte conocido.

—Esto no tiene sentido. ¿Por qué, ustedes que llegan de tan lejos..., de otro mundo, de otro sistema estelar..., son capaces de comer nuestra comida?

—¿Acaso no hemos tenido tiempo de aprender a comer sus alimentos? —inquirió el ooloi.

—¿Cómo?

El otro no repitió la pregunta.

—Veamos —inquirió ella—, ¿cómo puede uno aprender a comer algo que le es venenoso?

—Estudiando a los maestros para quienes no lo es. Estudiando a su pueblo, Lilith. Sus cuerpos.

—No lo entiendo.

—Entonces, acepte la evidencia que le ofrecen sus ojos: podemos comer todo lo que usted puede comer. Bastará con que entienda esto.

Bastardo pedante, pensó ella. Pero sólo dijo:

—¿Significa eso que pueden ustedes aprender a comer cualquier cosa? ¿Que no pueden ser envenenados?

—No, no he querido decir eso.

Esperó, comiendo frutos secos, pensando. Y, cuando el ooloi no prosiguió, le miró.

Estaba enfocado en ella, con sus tentáculos apuntándola.

—Los muy ancianos pueden ser envenenados —dijo—. Sus reacciones se hacen más lentas. Pueden no ser capaces de reconocer una sustancia mortífera inesperada o no recordar a tiempo cómo neutralizarla. Los gravemente dañados pueden resultar envenenados. Sus cuerpos están distraídos, ocupados con la autorreparación. Y los niños pueden ser envenenados, si no han aprendido aún a protegerse a sí mismos.

—¿Quiere decir que casi cualquier cosa podría envenenarles si, de algún modo, no estuvieran preparados para ello..., dispuestos a protegerse contra ello?

—No casi cualquier cosa. En realidad, muy pocas cosas. Cosas a las que éramos especialmente vulnerables antes de que dejásemos nuestro mundo natal.

—¿Como qué?

—¿Por qué lo pregunta, Lilith? ¿Qué haría si se lo dijese? ¿Envenenar a un niño?

Ella masticó y tragó varios cacahuetes, sin dejar de mirar al ooloi, sin hacer esfuerzo alguno por ocultar su inquina por él.

—Usted me invitó a preguntar —dijo.

—No. No era eso lo que estaba haciendo.

—¿Realmente piensa que podría hacerle daño a un niño?

—No. Simplemente, es que aún no ha aprendido a no hacer preguntas peligrosas.

—¿Y por qué me ha contestado tanto?

El ooloi relajó sus tentáculos.

—Porque la conocemos, Lilith. Y, dentro de lo razonable, queremos que usted nos conozca a nosotros.

2

El ooloi la llevó a ver a Sharad. Ella hubiese preferido que hubiera sido Jdahya quien lo hiciera, pero cuando Kahguyaht se ofreció, Jdahya se inclinó hacia ella y le preguntó:

—¿Cree que debería ir?

Ni por un momento dudó que el gesto de Jdahya no estuviera destinado a demostrarle que él se estaba comportando como quien le sigue la corriente a un niño. Estuvo tentada de aceptar el papel de niña y pedirle que la acompañase. Pero él se merecía unas vacaciones de ella..., y ella de él. Quizá desease pasar un rato con la fornida y silenciosa Tediin. Y, pensando en eso, ¿cómo debían apañárselas aquella gente en sus vidas sexuales? ¿Cómo se integraban en ellas los ooloi? ¿Eran órganos sexuales los dos tentáculos del tamaño de brazos? Kahguyaht nunca los había empleado para comer..., los había mantenido o bien enrollados a su cuerpo, bajo los brazos, o bien doblados tras los hombros.

A pesar de lo feo que era, no tenía miedo de él. Hasta el momento, sólo le había inspirado asco, odio y animadversión. ¿Cómo era posible que Jdahya se hubiera relacionado con un ser así?

Kahguyaht la llevó a través de tres paredes, abriéndolas a base de tocarlas con uno de sus tentáculos más grandes. Al fin salieron a un amplio pasillo descendente, bien iluminado. Un gran número de oankali circulaban por él, caminando o viajando en unos lentos vehículos planos sin ruedas, que aparentemente flotaban a unos milímetros del suelo. No había colisiones ni frenazos bruscos y, a pesar de ello, Lilith no veía ni orden ni concierto en el tráfico. La gente caminaba o conducía por donde hallaba un hueco y, aparentemente, confiaba en que los otros no chocarían con ellos. Algunos de los vehículos llevaban cargamentos inidentificables: esferas transparentes, de color azul, llenas de algún líquido; animales parecidos a ciempiés, de un par de palmos de largo, metidos enjaulas rectangulares; grandes bandejas con verdes formas oblongas, de casi dos metros de largo y unos noventa centímetros de grueso: estas últimas se agitaban lenta y ciegamente.

—¿Qué es eso? —le preguntó al ooloi.

Éste la ignoró, excepto para tomar su brazo y guiarla allá por donde el tráfico era más espeso. De pronto, ella se dio cuenta de que la estaba llevando con la punta de uno de sus dos tentáculos grandes.

—¿Cómo se llama esto? —preguntó.

—Puede decir que son mis brazos sensoriales —respondió él.

—¿Y para qué sirven?

Silencio.

—Oiga, creía que se suponía que yo estaba aprendiendo. No puedo aprender sin hacer preguntas y obtener respuestas.

—Ya las irá recibiendo, a medida de que las vaya necesitando.

Movida por la rabia, se soltó del ooloi. Le resultó sorprendentemente fácil lograrlo: Kahguyaht no volvió a tocarla, no pareció darse cuenta de que en dos ocasiones casi la había perdido, ni hizo esfuerzo alguno por ayudarla cuando pasaron a través de una multitud y ella descubrió que no podía diferenciar a un ooloi adulto de otro.

—¡Kahguyaht! —exclamó secamente.

—Aquí. —Estaba junto a ella, sin duda contemplándola, probablemente riéndose de su confusión. Sintiéndose manipulada, se agarró a uno de sus brazos auténticos, y se quedó pegada a él hasta que llegaron a un pasillo que casi estaba vacío. Desde allí pasaron a otro que lo estaba totalmente. Kahguyaht deslizó un brazo sensorial a lo largo de unos cuantos palmos de la pared, luego apoyó la punta del grueso tentáculo contra la superficie de la misma.

Apareció una abertura allá donde había tocado, y Lilith supuso que la llevaría a otro pasillo o habitación; pero, en lugar de eso, la pared pareció formar un esfínter y dejó pasar algo del otro lado. Incluso, como para enmarcar aún más la imagen, brotó un olor agrio.

Uno de los grandes objetos, semitransparentes y oblongos, se deslizó fuera hasta quedar a la vista, húmedo y liso.

—Es una planta —explicó el ooloi—. Las almacenamos allá donde podemos darles la luz que mejor les va para vivir.

Ella se preguntó por qué no le podía haber dicho aquello antes.

El objeto oblongo se estremeció lentamente, como habían hecho los otros, mientras Kahguyaht lo tocaba con ambos brazos sensoriales. Tras un momento, el ooloi sólo prestó atención a uno de los extremos, que empezó a masajear con las dos manos.

Lilith vio que la planta empezaba a abrirse y, de repente, comprendió lo que estaba pasando.

—Sharad está dentro de esa cosa, ¿no?

—Venga aquí.

Fue hasta donde el otro estaba sentado en el suelo, junto al extremo, ahora abierto, de la planta. La cabeza de Sharad empezaba a hacerse visible. Su cabello, que ella recordaba como oscuro mate, brillaba ahora, húmedo y pegado a su cráneo. Sus ojos estaban cerrados y la expresión de su rostro era pacífica, como si el chico estuviera durmiendo normalmente. Kahguyaht había detenido la apertura de la planta en la base del cuello del niño, pero ya se veía lo bastante como para darse cuenta de que Sharad sólo era un poco mayor de lo que había sido cuando ambos habían compartido una habitación de aislamiento. Parecía sano y saludable.

—¿Lo sacará de ahí? —preguntó.

—No. —Kahguyaht tocó el moreno rostro con un brazo sensorial—. No vamos a Despertar a esta gente por el momento. El humano que los guiará y entrenará aún no ha empezado su propio entrenamiento.

Se lo hubiera suplicado, si no hubiera tenido la experiencia de dos años de trato con los oankali, que le habían mostrado lo poco que servía con ellos el suplicar. Allí estaba el único ser humano al que había visto en aquellos dos años, en aquellos doscientos cincuenta años. Y no podía hablar con él, no podía hacerle saber que estaba a su lado.

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