—Todos estos árboles son viviendas, ¿no? —preguntó.
—Estas estructuras no son árboles —contestó él—. Forman parte de la nave. Ayudan a mantener su forma, nos dan cosas que necesitamos: oxígeno, alimentos, cuidan la eliminación de los residuos, nos proporcionan conductos de transporte, espacio residencial para vivir y almacenes, áreas de trabajo y muchas cosas más.
Pasaron muy cerca de una pareja de oankali que estaban tan juntos que los tentáculos de sus cabezas ondulaban y se entrecruzaban unos con otros. Podía ver sus cuerpos con todo detalle. Como los otros que había visto, estaban desnudos. Probablemente Jdahya había usado ropa como una cortesía hacia ella. Se sintió agradecida por ello.
El creciente número de personas junto a los que pasaban comenzaba a alterarla, y se dio cuenta de que se acercaba a Jdahya, como buscando su protección. Sorprendida y avergonzada, se obligó a sí misma a apartarse. Al parecer, él se dio cuenta.
—¿Lilith? —dijo, con voz queda.
—¿Qué?
Silencio.
—Estoy bien —afirmó ella—. Es sólo... que hay tanta gente, y son tan extraños para mí.
—Normalmente, no usamos nada de ropa.
—Eso ya lo había deducido.
—Es usted libre de usarla o no, según prefiera.
—¡La usaré! —Dudó—. ¿Donde me está llevando...? ¿Hay otros humanos Despiertos?
—Ninguno.
Ella se abrazó fuertemente a sí misma, con los brazos cruzados sobre el pecho. Más aislamiento.
Ante su sorpresa, él extendió la mano. Y, ante su sorpresa aún mayor, ella la tomó, y lo hizo agradecida.
—¿Por qué no pueden regresar a su mundo? —preguntó—. Aún..., aún existe, ¿no?
Pareció pensar por un momento.
—Nos fuimos hace tanto... Dudo que aún exista.
—¿Por qué se fueron?
—Era una matriz. Para nosotros, había llegado la hora de que naciéramos.
Ella sonrió con amargura.
—Había humanos que pensaban así..., justo hasta el mismo momento en que fueron disparados los misiles. Gente que creía que el espacio era nuestro destino. Yo misma lo creía.
—Lo sé..., aunque, por lo que me han dicho los ooloi, su gente no podría haber cumplido con ese destino. Sus propios cuerpos eran un estorbo.
—¿Nuestros... cuerpos? ¿Qué quiere decir con eso? Hemos estado en el espacio, y no había nada en nuestros cuerpos que nos impidiese...
—Sus cuerpos tienen fallos fatales. Los ooloi lo percibieron de inmediato. Al principio, les costaba mucho tocarles. Ahora cuesta que les dejen a ustedes en paz.
—¿De qué me está hablando?
—Tienen ustedes un par de características genéticas desparejas. Cualquiera de ellas, por sí sola, podría haberles sido útil, habría ayudado a la supervivencia de su especie.
Pero las dos juntas resultan fatales. Era sólo cuestión de tiempo hasta que les matasen.
Ella agitó la cabeza.
—Si lo que me está diciendo es que estábamos genéticamente programados para hacer lo que hicimos, volarnos en pedazos...
—No. La situación de su pueblo era más parecida a lo que le sucedía a usted, con el cáncer que le curó mi pariente. La doctora humana dijo que, aunque hubiesen sido los médicos humanos los que lo hubieran descubierto y extirpado en ese momento, usted se hubiera recuperado y vivido bien. Quizá hubiera pasado el resto de su vida libre de esa enfermedad, aunque dijo que ella la hubiera hecho someterse a revisiones periódicas.
—Eso es algo que no hubiera ni tenido que decirme, visto mi historial familiar.
—Sí, pero, ¿y si no hubiera reconocido usted lo significativo que era su historial familiar? ¿Y si ni nosotros ni los humanos hubiésemos descubierto ese cáncer?
—Supongo que era maligno.
—Naturalmente.
—Entonces, supongo que al final me hubiera matado.
—Sí, lo hubiese hecho. Y su gente estaba en una situación similar. Si hubieran sido capaces de percibir y resolver su problema, hubieran sido capaces de evitar su destrucción. Naturalmente, hubieran debido de tener la precaución de reexaminarse periódicamente.
—Pero, ¿cuál era el problema? Dice usted que teníamos dos características incompatibles; ¿cuáles eran?
Jdahya emitió un sonido crujiente que hubiera podido ser un suspiro, pero que no parecía salir ni de su boca ni de su garganta.
—Son ustedes inteligentes —dijo—. Ésa es la más reciente de las dos características, y la que podrían haber utilizado para salvarse. Potencialmente, son ustedes una de las especies más inteligentes que hemos encontrado, aunque su enfoque es diferente al nuestro. No obstante, tuvieron una buena actuación en las ciencias de la vida, e incluso en la genética.
—¿Y cuál es la segunda característica?
—Son ustedes jerárquicos. Ésa es la característica más antigua y más atrincherada en ustedes. La vimos tanto en sus más cercanos parientes animales como en los más lejanos. Es una característica terrestre. Y, cuando la inteligencia humana se puso a su servicio, en lugar de guiarla, cuando la inteligencia humana ni siquiera la reconoció como un problema, sino que se enorgulleció de ella o no la tuvo ni en cuenta... —De nuevo el sonido crujiente—. Eso fue como ignorar al cáncer. Creo que su gente no se dio cuenta de lo peligroso que era lo que estaban haciendo.
—No creo que la mayoría de nosotros pensásemos en eso como en un problema genético. Yo no lo hice. Ni estoy segura de hacerlo ahora. —Sus pies habían comenzado a dolerle de caminar tanto rato por aquel terreno desigual. Deseaba dar por terminados tanto el paseo como la conversación. Esta última le hacía sentirse incómoda: Jdahya sonaba... muy creíble.
—Sí —dijo—. La inteligencia le permite a usted negar hechos que no le gustan. Pero su negativa no importa. Un cáncer que crece en el cuerpo de alguien seguirá creciendo, aunque ese alguien lo niegue. Y una compleja combinación de genes, que funcionan juntos para hacerles inteligentes al tiempo que jerárquicos, seguirá lastrándoles, los reconozcan o no.
—No creo que sea tan sencillo. Simplemente uno o dos genes malos...
—No es sencillo, y no son simplemente uno o dos genes. Son muchos, el resultado de una complicada combinación de factores, que sólo empieza con los genes... —Se detuvo y dejó que los tentáculos de su cabeza se moviesen para indicar un irregular círculo de grandes árboles—. Mi familia vive ahí.
Ella se quedó quieta, ahora realmente asustada.
—Nadie la tocará sin su consentimiento —dijo él—. Y yo me quedaré con usted el tiempo que quiera.
Se sintió reconfortada por sus palabras y avergonzada por necesitar ser reconfortada.
¿Cómo había llegado a ser tan dependiente de él? Agitó la cabeza: la respuesta era obvia..., él la quería dependiente. Aquélla era la razón del continuado aislamiento de su propia especie. Ella tenía que ser dependiente de un oankali..., dependiente y confiada de él. ¡Que se fuera al infierno!
—Dígame lo que quiere de mí —murmuró bruscamente—, y lo que quiere de mi pueblo.
Los tentáculos se volvieron para examinarla.
—Ya le he dicho mucho.
—Dígame el precio, Jdahya. ¿Qué es lo que quieren? ¿Qué nos quitará su gente, a cambio de habernos salvado?
Todos sus tentáculos parecieron colgar inertes ahora, dándole un aspecto casi cómico.
A Lilith no le pareció gracioso.
—Usted vivirá —dijo—. Su pueblo vivirá. Tendrán su mundo de nuevo. Ya tenemos mucho de lo que queremos de ustedes. Su cáncer en particular.
—¿Cómo?
—Los ooloi están muy interesados en él. Sugiere habilidades que nunca antes habíamos podido intercambiar con éxito.
—¿Habilidades? ¿En el cáncer?
—Sí, los ooloi ven grandes posibilidades en él. Así que el intercambio ya nos ha dado frutos.
—Pues pueden quedárselo. Pero antes, cuando le pregunté, me dijo que negociaban...
con ustedes mismos.
—Sí. Negociamos con la esencia de nosotros mismos. Nuestro material genético por el de ustedes.
Lilith frunció el entrecejo, luego agitó la cabeza.
—¿Cómo? Quiero decir..., no puede estar hablando usted de cruces entre las razas.
—Naturalmente que no. —Sus tentáculos se suavizaron—. Hacemos lo que ustedes llamarían ingeniería genética. Sabemos que también ustedes habían empezado a experimentar un poco, pero es algo que aún era poco corriente. En nosotros es una cosa natural: debemos hacerlo. Nos renueva, nos permite sobrevivir como una especie en evolución, en lugar de especializarnos hasta caer en el estancamiento o la extinción.
—Hasta cierto punto, todos lo hacemos de un modo natural —dijo ella con desconfianza—. La reproducción sexual...
—Los ooloi lo hacen por nosotros. Tienen órganos especiales para ello. Y también lo pueden hacer por ustedes..., asegurarse de que haya una buena mezcla de genes, viable.
Forma parte de nuestra reproducción, pero es mucho más deliberado de lo que hayan logrado hasta el momento cualquier pareja de humanos apareados.
Hizo una pausa, luego prosiguió:
—Nosotros no somos jerárquicos, ¿comprende? Nunca lo fuimos. Pero somos poderosamente adquisitivos. Adquirimos nueva vida... la buscamos, la investigamos, la manipulamos, la organizamos, la utilizamos. Tenemos el impulso a hacer esto, dentro de una minúscula célula dentro de otra célula..., una diminuta organela que hay dentro de cada célula de nuestros cuerpos. ¿Me entiende?
—Comprendo sus palabras. Sin embargo, su significado..., es tan raro para mí como lo pueda ser usted.
—Así es como nosotros percibíamos al principio sus impulsos jerárquicos. —Hizo una pausa—. Uno de los significados de oankali es comerciante de genes. Otro es el nombre de esa organela, la esencia de nosotros mismos, nuestro origen. Debido a esa organela, los ooloi pueden percibir el ADN y manipularlo con precisión.
—Y esto..., ¿lo hacen dentro de sus cuerpos?
—Sí
—Y, ahora, ¿están haciendo algo con el cáncer, dentro de sus cuerpos?
—Sí; experimentando.
—Eso suena... muy poco seguro.
—Ahora son como niños, hablan y no paran de las posibilidades.
—¿Qué posibilidades?
—Regeneración de miembros perdidos. Maleabilidad controlada. Los oankali del futuro podrán ser mucho menos temibles para sus potenciales clientes si son capaces de remodelarse antes del contacto, para parecerse más a la otra parte. Incluso una longevidad incrementada, aunque, comparado con lo que ustedes están acostumbrados a vivir, nosotros ya vivimos muchísimo.
—Y todo eso a partir del cáncer.
—Quizás. A los ooloi los escuchamos cuando dejan de hablar tanto. Es entonces cuando nos enteramos de cómo van a ser nuestras siguientes generaciones.
—¿Eso se lo dejan a ellos? ¿Son ellos quienes lo deciden?
—Ellos nos muestran las posibilidades comprobadas. Decidimos entre todos.
Trató de llevarla hacia el bosque de su familia, pero ella no avanzó.
—Hay algo que necesito entender ahora —dijo—. Usted lo llama intercambio. Han tomado de nosotros algo de valor, y nos van a dar de nuevo nuestro mundo. ¿Es eso?
¿Ya tienen todo lo que quieren de nosotros?
—Usted ya sabe que no —dijo él con voz queda—. Eso ya lo ha deducido.
Esperó, mirándolo.
—Su pueblo cambiará. Sus hijos serán más parecidos a nosotros y los nuestros más parecidos a ustedes. Sus tendencias jerárquicas serán modificadas y, si aprendemos a regenerar los miembros y a remodelar nuestros cuerpos, compartiremos con ustedes esas habilidades. Eso formará parte del intercambio. El saldo es aún a su favor.
—Entonces se trata de un cruce de razas, lo llame usted como lo llame.
—Es lo que yo he dicho que era: un intercambio. Los ooloi harán cambios en sus células reproductoras antes de la concepción, y luego controlarán ésta.
—¿Cómo?
—Cuando llegue el momento, los ooloi se lo explicarán.
Ella habló rápidamente, tratando de apartar sus pensamientos de una nueva cirugía y de algún tipo de acto sexual con los malditos ooloi:
—¿Qué es lo que harán con nosotros? ¿Qué es lo que serán nuestros hijos?
—Diferentes, como ya he dicho. No idénticos a ustedes. Un poquito como nosotros.
Ella pensó en su hijo, lo muy parecido a ella que había sido, lo muy parecido también a su padre. Luego pensó en unos grotescos niños-Medusa.
—¡No! —exclamó—. No. Poco me importa lo que hagan con lo que ya han aprendido..., ni cómo se lo aplican a ustedes mismos, pero a nosotros déjennos tranquilos.
Simplemente, déjennos ir; si tenemos los problemas que ustedes piensan que tenemos, déjennos tratar de solucionarlos como seres humanos.
—No podemos echarnos atrás en el trueque —indicó él, suavemente implacable.
—¡No! ¡Ustedes van a acabar lo que empezó la guerra! En unas pocas generaciones...
—En una generación.
—¡No!
Él rodeó el brazo de ella con los muchos dedos de una mano.
—¿Puede usted contener la respiración, Lilith? ¿Puede contenerla, por un acto de voluntad, hasta morir?
—¿Contener...?
—Estamos tan necesitados del comercio como su cuerpo lo está del oxígeno. Ya andábamos retrasados en nuestros trueques cuando los hallamos a ustedes. Ahora lo llevaremos a cabo..., para el renacimiento de su pueblo y del mío.
—¡No! —gritó ella—. ¡Para nosotros, sólo puede darse el renacimiento si nos dejan en paz! ¡Déjennos empezar otra vez, por nosotros mismos!
Silencio.
Ella tiró de su brazo y, al cabo de un momento, él la soltó. Tuvo la impresión de que la estaba vigilando muy atentamente.
—Creo que desearía que su gente me hubiese dejado en la Tierra —susurró—. Si es para esto para lo que me hallaron, preferiría que me hubiesen dejado.
Los hijos de Medusa: serpientes por cabellos. Nidos de orugas por ojos y orejas.
Él se sentó en el desnudo suelo y, tras un minuto de sorpresa, ella se sentó frente a él, sin saber por qué, siguiendo, simplemente, su movimiento.
—No puedo deshacer el hecho de que la hallasen —dijo él—. Está usted aquí. Pero hay una cosa que sí puedo hacer..., aunque... es muy incorrecto el que yo se lo ofrezca. Y
nunca más se lo volveré a ofrecer.
—¿Qué es? —preguntó ella, sin apenas importarle. Estaba cansada de la caminata, derrotada por lo que él le había contado. No tenía sentido. Buen Dios, no era extraño que él no pudiese volver a su casa..., aun en el caso de que todavía existiese. Fuera como fuese el pueblo de él cuando había partido, ahora debían de ser muy diferentes..., como serían diferentes los hijos de los últimos seres humanos sobrevivientes.