Amanecer (8 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Se tocó la mejilla y la halló húmeda, pegajosa, fría.

—¿Está seguro de que está bien?

—Está muy bien. —El ooloi tocó la planta allá donde se había abierto, y ésta comenzó a cerrarse de nuevo, lentamente, alrededor de Sharad. Ella se quedó mirándole a la cara hasta que estuvo totalmente cubierta. La planta se cerró, sin dejar rastro de la anterior abertura, alrededor de la cabeza del chico.

—Antes de que nosotros hallásemos estas plantas —explicó Kahguyaht—, acostumbraban a capturar pequeños animales y mantenerlos vivos durante mucho tiempo, utilizando su dióxido de carbono y suministrándoles oxígeno mientras iban digiriendo, lentamente, partes no esenciales de sus cuerpos: las patas, la piel, los órganos sensoriales. Las plantas incluso pasaban parte de su propia sustancia a su presa, para nutrirla y mantenerla viva tanto tiempo como fuera posible. Adicionalmente, las plantas se enriquecían con los productos residuales de los animales. Les daban una muerte larga, muy larga.

Lilith tragó saliva:

—¿Notaba la presa lo que le estaban haciendo?

—No, eso hubiera acelerado la muerte. La presa... dormía.

Lilith contempló al verde objeto oblongo que se agitaba lentamente, como una oruga obscenamente gorda.

—¿Cómo respira Sharad?

—La planta le suministra una mezcla ideal de gases.

—¿No se limita a darle oxígeno?

—No. Le prepara una combinación, según lo que necesite. Ella sigue aprovechándose del dióxido de carbono que el sujeto exhala y de los escasos productos residuales. Flota en un baño de agua y sustancias nutritivas. Esto y la luz le cubren el resto de sus necesidades.

Lilith tocó la planta, y la notó firme y fría. Cedió un poco al apretarla con los dedos. La superficie estaba ligeramente cubierta por una sustancia pegajosa. Miró con asombro como sus dedos se iban hundiendo más y más, mientras la cosa comenzaba a tragarse su mano. No se sintió asustada hasta que trató de retirarla y descubrió que no la soltaba..., y que el tirar hacia fuera le provocaba un agudo dolor.

—Espere —dijo Kahguyaht. Tocó la planta con un brazo sensorial, cerca de la mano de ella. De inmediato notó como la planta comenzaba a soltarla. Cuando fue capaz de alzar la mano, descubrió que la tenía adormecida pero que, por lo demás, no había sufrido ningún daño. Las sensaciones fueron volviendo lentamente. La marca de la mano aún era claramente visible en la superficie de la planta cuando Kahguyaht se frotó primero sus propias manos con los brazos sensoriales, y luego abrió la pared y empujó la planta al otro lado.

—Sharad es muy pequeño —dijo, cuando el vegetal hubo desaparecido—. La planta también podría haberla metido a usted dentro de ella.

Lilith se estremeció.

—Yo también estuve en una de éstas, ¿verdad?

Kahguyaht ignoró la pregunta. ¡Claro que había estado en una de aquellas plantas..., había pasado la mayor parte de los últimos dos siglos y medio dentro de lo que, básicamente, era una planta carnívora! Y aquella cosa se había cuidado perfectamente de ella, manteniéndola saludable y joven.

—¿Cómo lograron que dejasen de comerse a la gente? —preguntó.

—Las alteramos genéticamente..., cambiamos algunos de sus requisitos, permitiéndolas responder a ciertos estímulos químicos que les provocamos.

Miró al ooloi:

—Una cosa es hacérselo a una planta. Otra muy distinta hacérselo a seres inteligentes, con voluntad propia.

—Hacemos lo que hacemos, Lilith.

—Pueden matarnos. Pueden convertir a nuestros hijos en mulas..., en monstruos estériles.

—No —afirmó el ooloi—. Cuando nuestros antepasados dejaron nuestro mundo natal, aún no había vida en su planeta Tierra. Y, en todo ese tiempo, jamás hemos hecho una cosa así.

—Tampoco me lo diría si la hubiesen hecho —espetó ella amargamente.

La llevó de regreso, a través de los atestados pasillos, hasta lo que ella ya consideraba como el apartamento de Jdahya. Allí la puso en manos del niño ooloi, Nikanj.

—Responderá a sus preguntas y la llevará a través de las paredes cuando sea necesario —le explicó Kahguyaht—. Tiene vez y media la edad de usted y conoce muchas cosas, aunque, claro, no sobre los humanos. Usted le enseñará a él cosas acerca de su pueblo, y él se las enseñará a usted sobre los oankali.

Vez y media su edad, tres cuartas partes su tamaño, y aún estaba creciendo. Deseó que no fuera un niño ooloi. Deseó que no fuera un niño, punto. ¿Cómo podía Kahguyaht acusarla primero de querer envenenar niños, y luego dejarla al cuidado de su propio hijo?

Al menos, Nikanj aún no tenía aspecto de ooloi.

—Hablas inglés, ¿no? —le preguntó, cuando Kahguyaht hubo abierto una pared y salido de la habitación. Ésta era la sala en la que habían comido, y ahora estaba vacía, a excepción de Lilith y el niño. Los platos y los restos de comida habían sido retirados, y no había visto a Jdahya o a Tediin desde que había regresado.

—Sí —contestó el niño—. Pero... no mucho. Tú me enseñarás.

Lilith suspiró. Ni el niño ni Tediin le habían dicho una sola palabra, aparte del saludo de bienvenida, pese a que ambos habían hablado, ocasionalmente, en rápido y canturreante oankaliano con Jdahya o Kahguyaht. Se había preguntado el motivo. Ahora lo sabía.

—Te enseñaré lo que pueda —dijo.

—Tú enseñas, yo enseño.

—Sí.

—Bien. ¿Fuera?

—¿Quieres que vaya fuera contigo?

Pareció meditarlo un momento.

—Sí —dijo al fin.

—¿Por qué?

El chico abrió la boca, luego la cerró de nuevo, con los tentáculos de la cabeza retorciéndose. ¿Confusión? ¿Problemas de vocabulario?

—Está bien —dijo Lilith—. Si lo deseas, podemos ir fuera.

Sus tentáculos se aplanaron, suaves contra su cuerpo, por un momento; luego la tomó de la mano y habría abierto la pared, llevándola fuera, si no hubiese sido porque ella lo detuvo.

—¿Puedes enseñarme a abrirla? —preguntó.

El chico dudó, luego tomó una de las manos de ella y rozó con la misma la mata de sus tentáculos largos, dejando la palma ligeramente mojada. Luego tocó con ella la pared, y ésta empezó a abrirse.

Más reacciones programadas a estímulos químicos. Ninguna zona de apertura en especial que pudiera memorizar, ni siquiera un código determinado de presiones que hacer. Simplemente, algún producto químico que los oankali fabricaban en sus cuerpos.

Seguiría siendo una prisionera, obligada a quedarse donde ellos eligieran dejarla. Ni siquiera se podía permitir el hacerse la ilusión de que estaba libre.

El niño la detuvo cuando estuvieron fuera. Luchó con unas pocas palabras más.

—¿Otros? —dijo, y luego dudó— ¿Otros pueden verte? Otros no ven ser humano..., nunca.

Lilith frunció el ceño, segura de que le estaba haciendo una pregunta. La entonación del niño parecía indicarlo, si es que podía fiarse de estas cosas, viniendo de un oankali.

—¿Me estás preguntando si puedes enseñarme a tus amiguitos? —quiso saber.

El niño se volvió hacia ella.

—¿Enseñarte?

—En esta caso significa mostrarme..., llevarme a algún sitio para que me vean.

—¡Ah, si! ¿Puedo enseñarte?

—De acuerdo —contestó ella con una sonrisa.

—Yo hablaré... más humano, pronto. Dime si hablo no bien.

—Mal —le corrigió ella.

—¿Si hablo mal?

—Eso es.

Hubo un largo silencio.

—¿También si hablo bien, bien? —inquirió.

—No bien, bien. Simplemente bien.

—Bien —el niño pareció saborear la palabra, luego dijo—: Hablaré bien, pronto.

3

Los amigos de Nikanj toquetearon y acariciaron la piel que tenía al descubierto y trataron de convencerla, por mediación de Nikanj, de que se quitase la ropa. Ninguno de ellos hablaba inglés. Y ninguno de ellos parecía un niño, aunque Nikanj afirmase que todos lo eran. Tuvo la sensación de que alguno de ellos hubiese disfrutado diseccionándola. Hablaban muy poco en voz alta, aunque había mucho tocar de tentáculos a piel y de tentáculos a otros tentáculos. Cuando vieron que no se desnudaría, no le hicieron más preguntas. Al principio su actitud la divirtió, luego la molestó, y al fin acabó por irritarla. Para ellos no era más que un bicho raro, el nuevo animalito de Nikanj.

Bruscamente, les dio la espalda. Ya tenía suficiente de que la mostraran. Se apartó de un par de críos que intentaban investigar su cabello y llamó a Nikanj con aire seco.

Nikanj desenredó los largos tentáculos de su cabeza de los de otro niño y regresó con ella. Si no hubiera respondido a su nombre, no lo hubiese podido reconocer. Iba a tener que aprender a distinguir a la gente. Quizás a base de memorizar los distintos grupos de tentáculos de la cabeza.

—Quiero volver —dijo.

—¿Por qué? —preguntó él.

Ella suspiró, y decidió decirle tanto de la verdad como creía que podía entender. Lo mejor era averiguar, ahora mismo, hasta dónde la iba a llevar el decir la verdad.

—No me gusta esto —explicó—. No quiero ser enseñada más a gente con la que ni siquiera puedo hablar.

Él tocó dubitativo su brazo.

—¿Tú..., ira?

—Sí, estoy irritada, siento ira. Y necesito estar sola un rato.

El niño pensó en aquello.

—Regresaremos —dijo finalmente.

Al parecer, algunos de los niños no estaban muy contentos con que se marchasen. Se amontonaron en derredor de ella y hablaron en voz fuerte con Nikanj, pero éste les dijo unas palabras y la dejaron pasar.

Lilith descubrió que estaba temblando, e hizo algunas profundas inspiraciones para relajarse. ¿Cómo se suponía que debía sentirse un animalito de compañía? ¿Y cómo los animales del zoo?

Si el niño la llevase a algún sitio y la dejase tranquila por un tiempo..., si le diese un poquito más de aquello que había creído que ya nunca más podría soportar, la soledad...

Nikanj le tocó la frente con unos pocos tentáculos de la cabeza, como si quisiese tomar una muestra de su sudor. Ella se apartó violentamente, deseosa de que nunca nadie volviera a tomarle más muestras.

El niño abrió una pared para entrar en el apartamento familiar y la llevó hasta una habitación que era idéntica a la de aislamiento que creía haber dejado atrás.

—Descansa aquí —dijo—. Duerme.

Incluso había un lavabo y, sobre la familiar plataforma-mesa, ropa limpia. Y, en lugar de Jdahya, estaba Nikanj. No podía librarse de él: le habían dicho que se quedase con ella, y pensaba quedarse. Cuando le gritó, sus tentáculos formaron grupos irregulares y muy feos, pero no se movió.

Derrotada, se ocultó durante un rato en el baño. Lavó su ropa sucia, a pesar de que ninguna materia extraña se adhería a ella..., ni polvo, ni sudor, ni grasa o agua. No permanecía húmeda más que unos pocos minutos. Alguna fibra sintética oankali.

Luego deseó volver a dormir. Estaba acostumbrada a dormir cuando se hallaba cansada, y estaba desacostumbrada a caminar largas distancias o a conocer nueva gente. Era curioso lo rápidamente que los oankali se habían convertido para ella en gente.

Pero, ¿qué podía hacer, si allí no había nadie más?

Se arrastró hasta la cama y le dio la espalda a Nikanj, que había tomado el lugar de Jdahya en la plataforma-mesa. ¿Quién más habría para ella si los oankali lograban sus propósitos...? Y, sin duda, los lograrían, estaban acostumbrados a ello. ¡Modificar plantas carnívoras...! ¿Qué es lo que habrían modificado para conseguir su nave? ¿Y en qué útiles herramientas convertirían a los humanos, tras modificarlos? ¿Lo sabían ya, o estaban planeando más experimentos? ¿Les importaba? ¿Cómo efectuarían sus cambios? ¿O los habrían hecho ya..., trasteando un poquito más en su interior, mientras se ocupaban de su tumor? Y, realmente, ¿había tenido un tumor? Su historial familiar la impulsaba a creer que sí; probablemente no la habrían mentido en aquello. Quizá no la hubieran mentido en nada. ¿Para qué tenían que molestarse en mentir? Poseían la Tierra y lo que quedaba de la especie humana.

¿Cómo no había sido capaz, de aceptar la oferta de Jdahya?

Al fin, se quedó dormida. La luz nunca cambiaba, pero estaba acostumbrada a ello. Se despertó en una ocasión, y descubrió que Nikanj había venido a la cama y se había acostado junto a ella. Su primer impulso, movida por la repulsión, fue empujar al niño para echarlo..., o levantarse ella. El segundo impulso, que fue el que siguió, cansinamente indiferente, fue volverse a dormir.

4

El hacer dos cosas se convirtió en algo irracionalmente importante para ella. La primera era hablar con otro ser humano. Cualquiera le valía, pero le hubiese gustado que fuera uno que llevase más tiempo Despierto que ella, uno que supiese más que lo que ella había logrado descubrir.

La segunda era que deseaba atrapar a un oankali en una mentira. A cualquier oankali, en cualquier mentira.

Pero no vio ni señales de otros humanos. Y lo más cerca que anduvo de atrapar a un oankali en una mentira fue cuando los cazó en medias verdades..., aunque incluso en esto eran honestos. Admitían claramente que sólo le iban a contar parte de lo que ella quería saber. Fuera de esto, los oankali parecían decir siempre la verdad, tal como ellos la veían. Esto la dejaba con una sensación, casi intolerable, de desesperanza, y también muy inerme... ¡Como si el atraparlos en una mentira fuera a hacerlos vulnerables! ¡Como si aquello fuera a convertir en menos real, en más fácil de ignorar, aquello que pensaban realizar!

Únicamente Nikanj le ofrecía algo de alegría, algo de olvido. Parecía como si el niño ooloi le hubiera sido dado a ella, tanto como ella le había sido dada a él. Raras veces la abandonaba, parecía quererla..., aunque no sabía lo que podría significar para un oankali el «querer» a un humano. Ni siquiera había logrado imaginar cómo eran los nexos emocionales de unos oankali con otros.

Aunque Jdahya había tenido el suficiente afecto hacia ella como para ofrecerle algo que él creía absolutamente equivocado... ¿Qué sería lo que podía llegar a hacer Nikanj por ella?

En un sentido muy real, ella era un animal de laboratorio. No un animalito doméstico.

¿Qué sería lo que Nikanj podía hacer por un animal de laboratorio...? ¿Protestar llorosamente (?) cuando ella fuera sacrificada, al final del experimento?

Pero no, no se trataba de ese tipo de experimentos. Estaba destinada a vivir y reproducirse, no a morir. ¿Un animal experimental, madre de animalitos domésticos?

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