¿seis?, ¿diez? Parecían estar pastando.
—Salga, Lilith —dijo Jdahya.
Ella dio un paso hacia atrás, alejándose de toda aquella amplitud alienígena. De repente, la habitación de aislamiento, que tanto había odiado, le pareció segura y reconfortante.
—¿De vuelta a su jaula, Lilith? —preguntó suavemente Jdahya.
Ella le miró a través del agujero, y se dio cuenta de inmediato de que intentaba provocarla, hacer que superase su miedo. No habría funcionado si no estuviera cargado de razón: ella se estaba retirando de nuevo a su jaula..., era como un animal del zoo que ha estado tanto tiempo encerrado que la jaula se ha convertido en su hogar.
Se obligó a sí misma a ir hasta la abertura y, luego, con los dientes apretados, la cruzó.
Fuera, se colocó junto a él e inspiró, profunda y estremecidamente. Giró la cabeza y miró a la habitación, luego se volvió con rapidez, luchando contra un impulso de huir de vuelta al interior. Él la tomó de la mano y se la llevó de allí.
Cuando miró atrás por segunda vez, el agujero se estaba cerrando, y pudo ver que de donde había salido era, en realidad, un gran árbol. Su habitación no podía haber ocupado más que una pequeña fracción de su interior. El árbol crecía en lo que parecía un suelo normal, arenoso, color marrón claro. Sus ramas inferiores estaban cargadas de frutos, y el resto de él parecía muy normal, a excepción de su tamaño: el tronco tenía más diámetro que muchos edificios de oficinas que ella recordaba. Y parecía tocar el cielo marfileño.
¿Cuan alto era? ¿Cuánto de él servía como edificio?
—¿Estaba vivo todo lo que había dentro de la habitación? —preguntó.
—Todo, excepto algunas de las cañerías visibles del baño —explicó Jdahya—. Incluso los alimentos que usted comía son producidos a partir de uno de los frutos que crecen fuera. Fueron diseñados para cubrir sus necesidades de nutrición.
—¿Y para que supiesen como algodón y goma de pegar? —murmuró ella—. Espero no tener que comer más de esa cosa.
—Ya no. Pero la ha mantenido muy sana. En especial, su dieta animó a su cuerpo a no desarrollar cánceres, mientras eran corregidas sus inclinaciones genéticas a hacerlos crecer.
—¿Y ya han sido corregidas?
—Sí. Han sido insertados genes correctores en sus células, y éstas los han aceptado y los han copiado. Ahora no hay ninguna posibilidad de que desarrolle un cáncer por accidente.
Ésa, pensó, era una extraña explicación. Pero, por el momento, la dejaría pasar.
—¿Cuándo me enviarán de vuelta a la Tierra?
—Ahora no podría sobrevivir allí..., especialmente sola.
—¿Aún no han enviado de vuelta a ninguno de nosotros?
—Su grupo será el primero.
—Oh. —Aquello no se le había ocurrido: que ella y otros como ella fueran a modo de conejillos de Indias, tratando de sobrevivir en una Tierra que debía haber cambiado muchísimo—. ¿Cómo es ahora aquello?
—Salvaje: bosques, montañas, desiertos, llanuras, grandes océanos. Es un mundo rico, limpio de radiaciones peligrosas en la mayoría de los lugares. La mayor diversidad de vida animal se da en los océanos, pero hay un cierto número de pequeños animales que se multiplican en tierra firme: insectos, gusanos, anfibios, reptiles, pequeños mamíferos. No hay duda de que su gente podrá vivir allí.
—¿Cuándo?
—No apresuremos las cosas. Tiene una muy larga vida ante usted, Lilith. Y tiene un trabajo que hacer aquí.
—Eso ya lo ha dicho antes. ¿Qué clase de trabajo?
—Durante un tiempo vivirá con mi familia..., en tanto como le sea posible, vivirá como nosotros. Le enseñaremos su trabajo.
—Pero, ¿qué trabajo es?
—Despertará usted a un pequeño grupo de humanos, todos ellos angloparlantes, y les ayudará a aprender a tratar con nosotros. Les enseñará también las habilidades de supervivencia que nosotros le enseñaremos a usted. Toda esa gente procederá de lo que ustedes llamaban sociedades civilizadas, y ahora tendrán que aprender a vivir en la selva, a construirse sus propios refugios, a procurarse la comida, y todo eso sin la ayuda ni de máquinas, ni del exterior.
—¿Nos prohibirán las máquinas? —preguntó ella, incierta.
—Naturalmente que no. Pero tampoco se las daremos. Les daremos herramientas manuales, equipo simple y también alimentos, hasta que empiecen a construirse por ustedes las cosas que necesiten y a recoger sus propias cosechas. Y ya les hemos armado contra los microorganismos más mortíferos. Después de eso, tendrán que apañárselas por sí mismos, evitando las plantas venenosas y los animales peligrosos y creando aquello que necesiten.
—¿Cómo pueden enseñarnos ustedes a sobrevivir en nuestro propio mundo? ¿Cómo pueden ustedes saber lo bastante acerca de él, o de nosotros?
—¿Y cómo no vamos a saberlo? Hemos ayudado a su mundo a restaurarse. Hemos estudiado sus cuerpos, su forma de pensar, su literatura, sus archivos históricos, sus muchas culturas... Sabemos, más que ustedes mismos, de lo que son capaces.
O, al menos, creían saberlo. Aunque quizá tuvieran razón, si es que habían tenido doscientos cincuenta años para estudiarnos.
—¿Nos han inoculado contra las enfermedades? —preguntó, para estar segura de haberle entendido.
—No.
—Pero ha dicho que...
—Hemos reforzado su sistema inmunológico y, en general, incrementado su resistencia a la enfermedad.
—¿Cómo? ¿Otra cosa que les han hecho a nuestros genes?
Él no respondió, y ella dejó que el silencio se prolongase, hasta que estuvo segura de que no iba a hacerlo. Aquélla era una cosa más que le habían hecho a su cuerpo sin su consentimiento y, supuestamente, por su propio bien.
—Acostumbrábamos a tratar en este modo a los animales —murmuró con amargura.
—¿Cómo? —inquirió él.
—Les hacíamos cosas..., inoculaciones, cirugía, aislamiento..., y todo por su propio bien. Los queríamos sanos y salvos..., a veces para podérnoslos comer luego.
Los tentáculos no se aplastaron contra su cuerpo, pero tuvo la impresión de que se estaba riendo de ella.
—¿No le asusta decirme cosas como ésta? —preguntó.
—No —respondió ella—. Lo que me asusta es que me hagan cosas que no entiendo.
—Le ha sido dada la salud. Y los ooloi se han ocupado de que tenga usted una posibilidad de vivir en su Tierra..., y no, simplemente, de morir en ella.
No quiso decir más sobre ese tema. Ella miró en derredor y estudió los enormes árboles, algunos de los cuales tenían grandes troncos múltiples, repletos de ramas y con unas hojas que parecían largos cabellos verdes. Algunas de estas hojas parecían moverse, aunque no había viento alguno. Lanzó un suspiro. Entonces..., los árboles también eran tentaculados, como la gente. Tenían largos y delgados tentáculos verdes.
—¿Jdahya?
Los tentáculos de Jdahya se movieron hacia ella de un modo que aún encontraba desconcertante; aunque sólo era el modo que él tenía de prestarle atención, o de demostrarle a ella que se la tenía.
—Estoy dispuesta a aprender lo que tenga que enseñarme —dijo—, pero no creo que sea la maestra más adecuada para enseñar a otros. Antes había tantos humanos que sabían cómo vivir en la naturaleza..., incluso algunos que podrían enseñarles cosas a ustedes. Es con ellos con quienes debería estar hablando ahora.
—Ya lo hemos hecho. Y tendrán que ser especialmente cuidadosos, porque algunas de las cosas que «saben» ya no son ciertas. Hay nuevas plantas..., mutaciones de las viejas y adiciones que nosotros hemos hecho. Algunas cosas que acostumbraban a ser comestibles ahora son mortales, y algunas otras sólo son mortíferas si no se preparan del modo adecuado. Algo de la vida animal ya no es tan inofensiva como lo fue aparentemente antes. Su Tierra sigue siendo su Tierra, pero entre los esfuerzos de su gente por destruirla y los nuestros por restaurarla, ha cambiado.
Ella asintió, preguntándose por qué podía absorber sus palabras con tanta facilidad.
Quizá porque, ya antes de su captura, había sabido que el mundo que ella había conocido estaba muerto. Y ya había absorbido esta pérdida en el grado que le era posible.
—Debe de haber ruinas —dijo, con voz baja.
—Las había. Destruimos muchas de ellas.
Sin pensárselo, ella le agarró del brazo:
—¿Las destruyeron? ¿Quedaban cosas y ustedes las destruyeron?
—Empezarán de nuevo. Les pondremos en zonas que están limpias de radioactividad y de historia. Se convertirán ustedes en algo distinto de lo que fueron.
—¿Y creen ustedes que, destruyendo lo que quedaba de nuestras culturas, nos harán mejores?
—No. Sólo diferentes.
De pronto, ella se dio cuenta de que le estaba mirando directamente y le agarraba el brazo con una fuerza que debía de resultarle dolorosa. De hecho, a ella le dolía la mano de lo mucho que apretaba. Lo soltó, y el brazo cayó hacia su costado de aquella manera mortecina en que parecían moverse sus extremidades cuando no las estaba usando para algún propósito específico.
—Se equivocaron —afirmó ella. No podía mantener su ira. No podía mirar su rostro alienígena, tentaculado, y mantener su ira..., pero tenía que decir aquello—: Han destruido algo que no era suyo. Completaron un acto de locura.
—Usted sigue viva —señaló él.
Caminó junto a él, silenciosamente desagradecida. Del suelo crecían matojos de densas hojas carnosas o tentáculos. Él iba con cuidado de no pisarlos..., lo que hacía que ella sintiese deseos de darles una patada. Sólo la detenía el hecho de llevar los pies descalzos. Entonces se fijó, con gran disgusto, en que las hojas se contraían y retorcían para apartarse del camino, si es que pisaba cerca de alguna..., era como si las hojas fuesen en realidad gusanos de tamaño gigante. Pero parecían estar enraizadas en el suelo. ¿Eso las convertía en plantas?
—¿Qué son estas cosas? —preguntó, señalando una con un pie.
—Son parte de la nave. Pueden ser inducidas a producir un líquido que nos gusta a nosotros y a nuestros animales. Pero no sería bueno para usted.
—¿Son plantas o animales?
—No están diferenciadas de la nave.
—Bueno, entonces..., la nave, ¿es planta o animal?
—Ambas cosas, y más.
Significara aquello lo que significase.
—¿Es inteligente?
—Puede serlo. Pero esa parte de la nave está ahora en estado durmiente. Y, aun así, la nave puede ser inducida químicamente a realizar más funciones de las que tendría usted paciencia de escuchar. Y hace muchas cosas de motu propio, sin que haya que estar controlándola. Y, además... —Se quedó en silencio por un momento, con sus tentáculos suaves sobre su cuerpo, luego continuó—: La doctora humana acostumbraba a decir que la nave nos amaba. Existe una afinidad, pero es biológica..., una fuerte relación simbiótica. Nosotros atendemos a las necesidades de la nave, y ella atiende a las nuestras. Moriría sin nosotros, y nosotros nos veríamos náufragos en algún planeta sin ella. Y, para nosotros, eso significaría finalmente la muerte.
—¿De dónde la sacaron?
—La desarrollamos.
—¿Ustedes... o sus antepasados?
—Mis antepasados desarrollaron ésta, y yo estoy ayudando a desarrollar otra.
—¿Ahora? ¿Por qué?
—Nos dividiremos aquí. En eso somos como animales asexuados maduros, pero nos dividimos en tres: Dinso se quedará en la Tierra hasta que esté dispuesto para marcharse, dentro de muchas generaciones; Toaht se marchará con esta nave; y Akjai se irá con la nueva.
Lilith le miró.
—¿Algunos de ustedes irán a la Tierra con nosotros?
—Yo iré, y mi familia, y otros. Todos Dinso.
—¿Por qué?
—Así es como crecemos, como siempre hemos crecido. Nos quedaremos con nosotros el conocimiento de como desarrollar naves, para que nuestros descendientes sean capaces de partir cuando llegue el momento. No podríamos sobrevivir como pueblo, si siempre estuviéramos confinados a una nave o a un mundo.
—¿Se llevarán con ustedes... semillas o algo así?
—Tomaremos los materiales necesarios.
—Y a los que se vayan..., Toaht y Akjai..., ¿no volverán a verlos nunca?
—Yo no. En algún momento, en un futuro lejano, quizás un grupo de mis descendientes se encuentre con un grupo de sus descendientes. Espero que esto suceda. Ambos se habrán dividido muchas veces: tendrán mucho que darse los unos a los otros.
—Probablemente ni se conozcan los unos a los otros. Recordarán esta división como algo mitológico, si es que la recuerdan.
—No, se reconocerán los unos a los otros. La memoria de una división es pasada de unos a otros de un modo biológico. Yo recuerdo todas y cada una de las que han tenido lugar en mi familia, desde que abandonamos nuestro mundo natal.
—¿Y recuerda su mundo natal? Quiero decir..., ¿podrían volver a él si lo deseasen?
—¿Volver? —Sus tentáculos se alisaron de nuevo—. No, Lilith, ésa es la única dirección que nos está cerrada. Ahora, éste es nuestro mundo.
Hizo un gesto a su alrededor, abarcando desde lo que parecía ser un brillante cielo marfileño a lo que parecía ser suelo marrón.
Ahora había muchos más árboles, y ella pudo ver a gente entrando y saliendo de los troncos..., desnudos oankali de color gris, con todo su cuerpo tentaculado, algunos con dos brazos, otros, cosa alarmante, con cuatro, pero ninguno con nada que pudiera reconocer como órganos sexuales. Quizás algunos de los tentáculos o de los brazos extra tuvieran una función sexual.
Examinó cada grupo de oankali, buscando humanos, pero no vio ninguno. Ni un solo oankali se acercó a ella, ni tampoco ninguno pareció prestarle la menor atención. Algunos de ellos, descubrió con un estremecimiento, tenían tentáculos cubriéndoles cada centímetro cuadrado de su cabeza..., por todas partes. Otros tenían tentáculos formando masas extrañas, irregulares. Ninguno tenía nada parecido a la tan humana disposición de los de Jdahya: tentáculos colocados para parecer ojos, orejas, cabello. El trabajo de Jdahya con los humanos, ¿había sido aconsejado por la casual distribución de los tentáculos de su cabeza, o éstos habían sido alterados, de modo quirúrgico o de alguna otra manera, para hacerle parecer más humano?
—Éste es el aspecto que siempre he tenido —le dijo él cuando se lo preguntó, y no quiso seguir hablando del tema.
Unos minutos más tarde pasaron junto a otro árbol, y ella tendió la mano para tocar la suave corteza, que cedió algo ante la presión.