Le sirvió a Pia la segunda piña colada, esta vez sin alcohol.
—Suena muy frustrante, la verdad —opinó ella.
—La mayoría de las cosas no son lo bastante importantes como para frustrarme. —Lukas cruzó los brazos y la miró ladeando la cabeza—. Busco desafíos. Preferiblemente los que a primera vista me parecen insalvables.
A sus labios asomó una sonrisa que desarmaba. Pia no ahondó en el comentario y bebió un sorbo. Era hora de abordar el verdadero motivo de su visita.
—Tu amigo Jo en realidad se llama Jonas Bock, ¿no?
—Sí.
—Y su novia se llama Svenja.
—Ajá. —Lukas la miró fijamente—. ¿Por qué?
—Porque Svenja tiene un
scooter
amarillo —respondió ella.
Sorprendido, el muchacho arqueó las cejas, pero antes de que pudiera decir nada llegó Aydin y le pidió unas copas. En el patio se oían los gritos de los que veían el fútbol, probablemente habían metido un gol. Aydin miró con recelo a Pia, se apoyó en la barra a la espera y vio cómo Lukas preparaba las bebidas. Por su forma de comérselo con los ojos, Pia comprendió que también ella era una presa fácil para el chico.
—Así que Svenja es la chica a la que busca… —comentó Lukas cuando Aydin se fue con la bandeja llena—. Ni se me pasó por la cabeza.
—¿Qué podía querer Svenja el martes de Pauly? —quiso saber Pia.
—Ni idea. —Lukas fregó los vasos que Aydin le había llevado—. Puede que lo sepa Toni. Antonia Sander.
—Sé quién es Antonia. ¿Sabes dónde podrían estar ahora las chicas?
A Lukas se le resbaló un vaso, que cayó al suelo y se rompió.
—Mierda —maldijo entre dientes, y recogió los cristales. Puede que se pasen por aquí más tarde.
—¿Sabes si Jo y Svenja se han peleado por algo últimamente? —preguntó ella.
—Menudas preguntas hace… —Lukas sonrió, pero a Pia le dio la impresión de que de pronto el muchacho se ponía a la defensiva—. ¿Cómo voy a saber yo eso?
—He oído que Jonas y Svenja mantuvieron una fuerte discusión el sábado.
—Pues yo no sé nada —aseguró él—. Pero tampoco volví al castillo.
—Y el domingo, cuando os llevabais los ordenadores, ¿no te dijo nada Jonas? —insistió ella.
—No. Estaba de muy mal humor, pero pensé que era por lo de Esther.
Un grupo de gente joven entró en el restaurante y ocupó varias mesas, riendo y arrastrando las sillas. Lukas ya no tenía tiempo para charlar. Como no quiso cobrarle nada, Pia dejó diez euros en la barra, le dio las gracias y se levantó.
—Estoy seguro de que Svenja no tuvo nada que ver con el asesinato de Ulli —dijo Lukas—. Le caía bien, como a todos nosotros.
—Pero puede que viera al asesino —aventuró Pia—. Si él también la vio a ella, corre un gran peligro. Si por casualidad la ves esta noche, por favor, dile que me llame cuanto antes, ¿vale?
—Claro —asintió él, y se acercó más a la barra—. Y señora Kirchhoff…
—¿Sí?
—El mensaje que le envié iba en serio.
Bodenstein se pasó media noche pensando en el verdadero motivo del arrebato y derrumbamiento de Cosima. En el fondo esperaba que se debiera únicamente al estrés de los últimos días, pero la preocupación de que su mujer pudiera tener alguna enfermedad grave le causaba una profunda desazón. Eran las seis cuando se levantó y fue a la planta baja para llamar a Pia Kirchhoff. Le remordía la conciencia dejarla en la estacada a ella y al equipo en ese punto de la investigación, pero no quería que Cosima estuviera sola ese día.
Cuando en la reunión matutina Pia anunció que Bodenstein no iría a trabajar por motivos personales y que ella asumía la dirección de la investigación, Frank Behnke protestó en el acto, señalando, innecesariamente, que al ser él el que más años llevaba en servicio tenía derecho a sustituir a Bodenstein.
—Si el jefe lo viera así, te habría llamado a ti y no a mí —aclaró Pia—. Tenemos mucho que hacer, así que este no es momento de pelearnos por las atribuciones.
Behnke se echó hacia atrás en su asiento y cruzó los brazos.
—¿Y cómo piensas distribuir el trabajo, querida compañera? —Su voz destilaba sarcasmo.
Pia no entró al trapo. Fue a por los expedientes, que estaban en el centro de la mesa, pero Behnke fue más rápido y tiró de ellos. Sonrió con malicia.
—Bueno, pues échales un vistazo tranquilamente. —Pia le dirigió una sonrisa fría—. Yo me los conozco, pero tú tendrás que leer algunas cosas, teniendo en cuenta que los últimos días te has ido a tu hora, ni un minuto más ni un minuto menos.
Fue un buen golpe. Behnke se puso rojo y empujó los expedientes con tal fuerza que se deslizaron por la mesa hacia Pia y cayeron en el suelo con estrépito.
—Venga, ya basta —terció Ostermann, que se levantó y recogió el archivador—. Os comportáis como niños. A ver si es posible que sobrevivamos un día sin el jefe.
Pia y Behnke se miraron con hostilidad.
—Propongo que Frank y Kathrin vayan a hablar con Mareike Graf, Conradi y Zacharias —empezó Ostermann. Que Pia se dedique a buscar a esa chica…
—Eso. Lo mejor será que empiece por su nuevo bar preferido, por el restaurante vegetariano ese —soltó Behnke—. Puede que esté el guapito de Lukas con el que tanto le gusta hablar…
Pia notó que el estómago se le revolvía y se ponía de mala leche. Logró controlarse a duras penas.
—La chica del
scooter
amarillo se llama Svenja Sievers —dijo—. Me enteré ayer.
—¿Ah, sí? ¿Y cuándo pensabas decírnoslo?
—Lo sabrías ya si no me hubieras interrumpido —replicó Pia con tono glacial—. ¿Alguien tiene algún problema con la propuesta de Kai? —Echó un vistazo alrededor. Kathrin Fachinger examinaba atentamente su bolígrafo, Kai Ostermann miraba a Frank Behnke, y este se limitó a alzarse de hombros—. Un equipo estupendo, desde luego. Bien —se levantó—. En ese caso, nos vemos más tarde.
Poco después Ostermann estaba en la puerta de su despacho, buscando las palabras adecuadas.
—Conozco a Frank desde hace quince años —dijo—; estuvimos juntos en la academia y también de patrulla. Y no es mal tío, de verdad.
—¿Ah, sí? —Pia se colgó su bolso—. Pues desde luego, a mí no me lo ha demostrado. Creo que no se puede ser más arrogante, y encima se considera especial.
Ostermann vaciló.
—Eso mismo opina él de ti —afirmó.
Ella lo miró como si hubiera intentado clavarle un cuchillo en la espalda.
—Ah, muy bien. Así que habláis de mí por detrás. De ti me sorprende, Kai.
—Le pregunté a Frank qué le pasa contigo —admitió él—. Me caes bien, Pia. Creo que eres una gran compañera. Es solo que siento que tú y Frank no encajéis.
—La culpa no es mía. —Pia pasó por delante de él y entró en el despacho que compartían. Ostermann la siguió.
—Aquí hay muchos que piensan que solo trabajas por diversión. —Ostermann se sentó a su mesa, que estaba frente a la de ella—. Me refiero a que te compraste esa finca, tienes caballos… Eso es complicado con un sueldo de funcionario, ¿no?
Pia lo observó entrecerrando los ojos.
—Ya veo por dónde van los tiros —replicó con frialdad, y solo por eso te voy a contar algo de lo que no suelo hablar. Mi cuñado, que es experto en Bolsa, me aconsejaba de vez en cuando para invertir. A diferencia de otros muchos, tuve ojo y, siguiendo su consejo profesional, vendí en el momento adecuado. Tengo la finca gracias a algunas empresas que salieron a Bolsa de las que hoy ya no habla nadie.
Ostermann puso cara de pasmo. En ese momento sonó el móvil de Pia. Era Sander, el director del zoo. El sonido de su voz la calmó en el acto. Se disculpó por no haber llamado antes, pero se había pasado la noche entera en el trabajo, porque una jirafa parió, y cuando regresó a casa por la mañana, su hija ya se había ido al instituto.
—¿Dónde podría estar Svenja ahora? —Pia echó mano de la libreta y el bolígrafo.
—Está haciendo prácticas de auxiliar de médico en Kelkheim —contestó Sander—, con un tal doctor Kohlmeyer. Pero en realidad la llamo por otro motivo.
—Usted dirá.
—He estado revisando mis correos electrónicos y he visto uno que me ha preocupado bastante. Lo manda Jonas Bock, e incluye un enlace a la web de Svenja.
—¿Y?
—Véalo usted misma. Se lo reenvío.
Pia le dio las gracias y encendió el ordenador. Poco después abría el correo de Sander y el enlace, que la remitió a la página www.svenja-sievers.de. Allí se abría una ventana que ponía: «La verdad al desnudo sobre Svenja la cachonda». Sin dar crédito a lo que salía en pantalla, Pia fue viendo fotos de aficionado protagonizadas por una chica en situaciones comprometidas: desnuda, medio desnuda, completamente borracha e incluso practicando sexo con un hombre al que no se le veía la cara. No entendía nada. El remitente del correo, que también envió copias ocultas, era Jonas Bock. Pero ¿por qué iba a enviar semejante enlace? Era su novio, por lo visto, incluso estaban prometidos. ¿Cómo habían llegado unas fotos tan bochornosas a la página personal de la chica? Pia le remitió el enlace a Kai y le pidió que averiguara quién era el verdadero remitente del correo.
—No me creo que lo haya enviado su novio —dijo después de resumirle a su compañero el motivo de su desconfianza.
—Entonces, ¿quién ha sido?
—Alguien que quiere perjudicarla. —Pia le echó una ojeada al resto de la web, por lo demás inofensiva—. Alguien que está celoso de ella y de Jonas. También me gustaría saber a quién han enviado este correo.
—Te informaré en cuanto sepa algo.
—Vale. —Se colgó el bolso al hombro y se levantó—. Y oye, Kai…
—¿Sí? —Su compañero levantó la cabeza, la mirada inquisitiva.
—Gracias por mediar. Es todo un detalle.
Media hora después Pia sabía por el doctor Kohlmeyer, el jefe de Svenja Sievers, que la chica llevaba más de una semana sin aparecer por el trabajo. El médico estaba enfadado, cosa comprensible, y el hecho de que por internet circularan fotos pornográficas de su becaria no mejoraba precisamente las cosas. Cuando se dirigía a la salida del nuevo centro de salud de Kelkheim, en la Frankenallee, donde se encontraba la consulta del doctor Kohlmeyer, la llamó Sander.
—Al jefe de Svenja también le ha llegado ese correo —le contó Pia—. Lleva sin ir al trabajo desde el miércoles, y debido a esas fotos, ahora él quiere rescindirle el contrato de prácticas. ¿Dónde cree usted que puedo encontrar a Jonas?
—¡Menudo cerdo! —soltó Sander, y Pia no supo a ciencia cierta si se refería a Jonas Bock o al doctor Kohlmeyer—. Supongo que estará en el instituto. Si mal no recuerdo, tiene los exámenes de selectividad.
Pero Jonas Bock no se encontraba en el instituto. No se presentó al examen oral de las diez menos cuarto ni tampoco fue después. La secretaria llamó a sus padres a casa, pero respondió un ama de llaves, que no sabía dónde estaba. En el despacho de su padre dijeron que el señor Bock no estaba. Pero, a fin de cuentas, la generosidad de la dirección del centro y el examinador estatal tenía sus límites, y a las doce, el examen oral de Jonas Bock se dio por no realizado, con lo cual suspendía la selectividad. Los demás chicos cuchicheaban en los pasillos y ante la puerta del instituto, especulando con las posibles causas de la ausencia de Jo Bock. Pia salió del edificio y se dirigió hacia un grupo de jóvenes que descorchaban champán ruidosamente para celebrar que habían aprobado.
—Probablemente ayer se desmadrara en la fiesta —aventuró uno de los estudiantes, que sostenía un vaso de papel con champán en la mano—. Puede que se haya quedado dormido.
—¿La fiesta? —preguntó sorprendida Pia—. ¿Qué fiesta?
—La de su cumpleaños —respondió el joven escuetamente—. Ayer fue el cumpleaños de Jo.
Ya en el coche, Pia llamó a Kathrin Fachinger, que se había pasado las dos horas anteriores con Behnke interrogando a Mareike Graf, y después a Franz-Josef Conradi. Por lo visto, de la noche a la mañana, ambos habían comprendido la gravedad de su situación, y contaron, cada uno por su lado, lo que habían hecho en el lapso de tiempo que mediaba desde que salieron del club de golf hasta que llegaron a la Starkeradweg.
—Del club de golf se fueron al bosque y se estuvieron divirtiendo en un apostadero —informó Kathrin—. Y después, lo hicieron otra vez en el capó de la furgoneta de Conradi.
Durante un instante Pia se planteó llamar a Bodenstein para preguntarle qué hacer, pero si quería estar al frente de la brigada en ausencia de su jefe, tenía que poder tomar esas decisiones por sí misma.
—Deja que se vayan —le dijo a su compañera. Tanto Mareike Graf como Franz-Josef Conradi tenían residencia fija, no había peligro de ocultación de pruebas ni de fuga—. ¿Ya habéis hablado con Zacharias?
—Sí, pero no dirá una sola palabra si no es en presencia de su abogado.
—Muy bien. —Pia arrancó—. Nos vemos luego.
La familia Sievers vivía en Bad Soden, en el cuarto piso de un edificio grande y feo de los años sesenta frente a la estación del tren. Pia aparcó sin problemas; a esa hora la calle prácticamente estaba desierta. No dejaba de pensar en Lukas. ¿Por qué no le había dicho lo de la fiesta de cumpleaños de Jonas? Seguro que estaban allí Svenja y la hija de Sander, pero ¿por qué Lukas no? Al fin y al cabo, era muy amigo de Jonas. Pia estuvo buscando un buen rato hasta dar con el timbre adecuado entre los cuarenta nombres, en su mayor parte extranjeros. Justo cuando iba a pulsarlo, llamó Ostermann. El correo con el enlace a la página de Svenja había sido enviado a ciento cuarenta y siete direcciones desde una cuenta de Hotmail a nombre de Jonas Bock.
—Eso es que alguien quería comprometer seriamente a la chica —reflexionó Pia—. ¿Podrías averiguar quién hay detrás de esa dirección de Hotmail?
—No lo creo. —Ostermann truncó sus esperanzas—. De todas formas, ¿te suena de algo
Double Life
?
—No —respondió ella, sorprendida—. ¿Qué es eso?
—Un juego de internet, un mundo virtual. Los jugadores pueden comprar un personaje y vivir, hacer la compra, construirse una casa y demás cosas en el mundo de
Double Life
.
—Como una copia de
Second Life
, ¿no? —dijo Pia.
—Más que eso. En
Double Life
se puede matar, engañar, robar, allanar moradas… Hasta es el objetivo del juego. Por cada delito se recibe dinero de unos padrinos a los que nadie conoce. Los personajes tampoco saben cuál de ellos es un asesino.