Antártida: Estación Polar (14 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Schofield vio el despliegue de botones en la consola situada tras él; vio algunas palabras debajo de una palanca: «Campana de inmersión - Cabrestante».

No, eso no le servía.

Pero entonces vio otro botón grande, rectangular, en el que estaba escrita una sola palabra: Puente.

Schofield observó el botón durante un instante, perplejo. Y entonces se acordó. El puente retráctil. Esa debía de ser la unidad de control del puente retráctil del que Hensleigh le había hablado antes, el puente que se extendía en el nivel C sobre el espacio abierto del centro de la estación.

Sin pensarlo dos veces, Schofield pulsó aquel botón rectangular e inmediatamente escuchó un ruido metálico procedente de algún punto bajo sus pies.

Un motor situado en el interior de la pared próxima a él cobró vida y Schofield observó como una estrecha y alargada plataforma comenzaba a desplegarse sobre el inmenso vacío del centro de la estación.

En la parte más alejada del eje, Schofield vio otra plataforma idéntica que se iba desplegando también bajo la pasarela. Supuso que las dos plataformas se encontrarían en el medio y formarían un puente que cubriera todo el ancho de la estación.

Schofield no perdió un instante. Se abalanzó hacia el puente mientras este se extendía sobre el centro de la estación. Se desplegaba con bastante rapidez, con movimientos casi telescópicos (pequeñas extensiones que nacían de otras más largas) y a la suficiente velocidad como para que Schofield siguiera corriendo mientras se abría. No era muy ancho, unos sesenta centímetros, y no tenía barandilla.

Schofield corrió por el puente mientras este se seguía desplegando ante él. Y justo cuando su plataforma estaba a punto de unirse con la contraria, tomó aire, incrementó la velocidad, y saltó en diagonal del puente.

Riley observó asombrado como Schofield saltaba por los aires, por encima de la inmensa campana de inmersión, hacia el tanque de agua helada.

Cayó con gran rapidez. Pero, mientras descendía, Schofield hizo algo extraño. Levantó su mano derecha y desenfundó algo de detrás de su hombro.

Cuando impactó en la superficie, sus pies fueron los primeros en entrar en contacto con el agua (con las piernas muy estiradas de forma que no se hundiera demasiado), mientras sostenía con ambas manos el objeto que había sacado de detrás de su espalda.

Kirsty se volvió instintivamente cuando el agua junto a ella estalló.

Al principio pensó que era una de las orcas, que había salido de debajo de la superficie para llevársela, pero cuando pudo ver de nuevo sólo percibió un hombre que flotaba en el agua junto a ella.

Era uno de los marines. El que había conocido antes, el simpático, el jefe. El que llevaba aquellas gafas plateadas reflectantes tan molonas. Intentó recordar su nombre. Seinfeld, pensó, o algo así.

—¿Estás bien? —dijo Schofield.

Kirsty asintió con torpeza.

Las gafas plateadas le colgaban torcidas de la nariz, pues se le habían movido al amarizar en el agua. Se las quitó rápidamente y, durante un breve segundo, Kirsty pudo ver sus ojos y dio un grito ahogado.

De repente, una de las orcas se deslizó a su lado y Kirsty dejó de prestar atención a los ojos de Schofield.

La enorme y negra aleta dorsal pasó delante de sus rostros y lenta, muy lentamente, se fue sumergiendo en el agua hasta que finalmente la punta de la enorme aleta se hundió bajo la superficie del agua y desapareció.

Kirsty comenzó a respirar muy rápidamente.

A su lado, Schofield miró el agua que tenían bajo ellos. Se encontraban en una de las partes del tanque que aún no habían sido contaminadas con sangre. El agua que tenían bajo sí era cristalina, transparente.

Kirsty siguió la mirada de Schofield y bajó la vista hacia el agua…

… ¡Cuando vio la enorme boca de la orca acercarse a gran velocidad hacia sus pies!

Kirsty gritó como alma en pena, pero, a su lado, Schofield mantuvo la calma. Sumergió rápidamente su Maghook bajo la superficie y, durante un terrible medio segundo, esperó hasta que la orca estuviera lo suficientemente cerca…

Y disparó.

El gancho, con su cabeza magnética, salió disparado de su lanzador hacia el agua e impactó en el morro de la orca, frenando el avance de la criatura.

El gancho fue lanzado con una presión de doscientos ochenta kilos por centímetro cuadrado. Si era suficiente o no para tumbar a una orca de siete toneladas, Schofield no lo tenía muy claro. Demonios, probablemente la orca tan solo estuviera impresionada por el hecho de que algo o alguien se hubiese atrevido a devolverle el ataque.

Schofield apretó dos veces el gatillo del lanzador y el cable que iba unido al gancho comenzó a enrollarse en el interior del arma.

Se volvió para mirar a Kirsty de nuevo.

—¿Sigues de una pieza? ¿Tienes todos los dedos de los pies?

Kirsty se limitó a mirarlo. Volvió a ver aquellos ojos y, completamente atontada, asintió.

—Entonces, vamos —dijo Schofield mientras tiraba de ella en el agua.

Sarah Hensleigh llegó al borde del tanque y se encaramó a la cubierta del nivel lo más rápidamente que pudo. Se volvió y vio a Conlon y Abby chapoteando en el agua tras ella.

—¡Deprisa! —gritó Sarah—. ¡Deprisa!

Abby llegó la primera. Sarah agarró su mano y tiró de ella hacia la cubierta.

Conlon estaba todavía a dos metros de distancia, nadando a toda velocidad.

—¡Vamos, Warren!

Conlon nadó con todas sus fuerzas.

Un metro.

Miró con desesperación a Sarah. Esta se arrodilló junto al borde de la cubierta.

Llegó. Se golpeó con el borde de metal del tanque como un nadador olímpico toca la pared de la piscina al final de la carrera. Alargó el brazo y cogió la mano de Sarah. Sarah comenzó a sacar a Conlon del tanque cuando de repente las aguas se abrieron a su espalda y una de las orcas surgió de la superficie. La enorme orca abrió su inmensa boca y atrapó el cuerpo de Conlon desde los pies hasta el pecho.

A Conlon se le salieron los ojos de las órbitas cuando la orca le aprisionó con fuerza el pecho. Sarah intentó sujetarle la mano, pero la orca era demasiado fuerte. Cuando cayó al agua sobre el cuerpo de Conlon lo hizo con tanta fuerza que Sarah sintió cómo las uñas del científico se le clavaban en la piel y le hacían sangre. De repente, la mano de Conlon se soltó, Sarah cayó a la cubierta y observó horrorizada como Warren Conlon desaparecía bajo el agua ante sus ojos. A unos metros de distancia, Madre y Quitapenas también se estaban acercando al borde del tanque.

Quitapenas nadaba con todas sus fuerzas cuando Madre se volvió y disparó su MP-5 bajo el agua. Una de las primeras cosas que enseñaban en Parris Island, el legendario campo de entrenamiento del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, era la resistencia que el agua ofrecía a los disparos. Es más, una bala media perdía prácticamente toda su velocidad en menos de dos metros de agua. Tras eso, se ralentizaba hasta detenerse y se hundía en el fondo.

Sin embargo, esas leyes físicas no parecían importarle en ese momento a Madre. Esperó a que las orcas se acercaran y entonces disparó. Las balas parecieron penetrar la piel exterior de la orca, pero sin causar demasiados daños aparentes. Madre disparaba una y otra vez y alcanzaba a su objetivo, logrando que las orcas se alejaran momentáneamente, pero siempre parecían regresar, ilesas, impertérritas.

Quitapenas llegó al borde de la cubierta. Estaba a punto de subir cuando se volvió y vio a Madre tras él.

Estaba mirando a su izquierda y el brazo que sostenía el arma se movía repetidamente mientras disparaba a algo bajo el agua. De repente, su brazo dejó de hacer aquel movimiento y Madre pareció confuso. Su arma había dejado de disparar.

Munición congelada.

Quitapenas vio como Madre agitaba el MP-5 indignada, como si aquello fuera a hacer que el arma funcionara de nuevo.

Fue entonces cuando Quitapenas se percató de la imponente sombra oscura que se deslizaba en dirección ascendente bajo la superficie, acercándose silenciosamente a Madre por la derecha.

—¡Madre! ¡A su derecha!

Madre lo oyó y se volvió al instante. Vio a la orca alzarse ante ella. Con su arma inutilizada, Madre giró sobre sí y levantó las piernas. La orca pasó a gran velocidad junto a ella. Sus pies se libraron por escasos centímetros.

Pero entonces, justo cuando Quitapenas pensaba que había pasado de largo, la orca cambió de rumbo, rompió la superficie del agua y atrapó entre sus fauces la mano de Madre que sostenía el arma.

Madre gritó de dolor y soltó el MP-5, liberando así la mano justo en el momento en que la orca engullía el arma.

Un corte de color rojo apareció al momento por encima de su muñeca. La sangre le resbalaba por todo su antebrazo.

Pero su mano seguía ahí.

A Madre no le importó. Ya sin arma, siguió nadando con todas sus fuerzas hacia el borde del tanque.

Quitapenas se incorporó, se dio la vuelta y corrió a ayudar a Madre.

—¡Muévase, Madre! ¡Suba!

Madre nadó.

Quitapenas se arrodilló en el borde de la cubierta del nivel E.

Negras sombras se vislumbraban alrededor de
Madre
.

Formas negras, por todas partes. Demasiadas.

Y, de repente, Quitapenas lo supo.

Madre no llegaría a tiempo.

Y entonces, en ese preciso instante, una enorme silueta negra apareció en el agua tras las piernas en frenético movimiento de Madre.

Se acercó lentamente a través de las aguas rizadas y translúcidas, y Quitapenas vio aparecer una hendidura rosa en su enorme quijada negra y blanca.

Estaba abriendo la boca.

Quitapenas vio sus dientes y sintió cómo se le helaba la sangre.

A través de las aguas cristalinas pudo ver cómo la sombra negra subía y subía lentamente tras Madre hasta rebasar sus piernas y dejar que se introdujeran en su enorme boca.

Y entonces, de modo terminante, las fauces de la orca se cerraron lentamente sobre las rodillas de Madre.

La sacudida que experimentó Madre fue de una ferocidad increíble.

Quitapenas observó horrorizado cómo la orca tiraba de ella bajo el agua. El agua a su alrededor comenzó a tornarse en espuma y burbujas, y la sangre empezó a extenderse, pero Madre luchó con fiereza, librando una lucha descarnada.

De repente, subió a la superficie y así hizo la orca. No sabía cómo, pero, durante su refriega bajo el agua, Madre debía de haber logrado liberar una de sus piernas de las fauces de la orca, porque ahora la estaba usando para golpear con dureza el morro de la orca.

—¡Hija de puta! —gritó—. ¡Voy a matarte!

Pero tenía su otra pierna apresada y no la soltaba.

De repente, Madre salió disparada, levantando una estela de olas blancas a su paso. La orca la estaba impulsando hacia delante, hacia Quitapenas y la plataforma del nivel.

Y entonces Madre se golpeó con dureza contra el borde de la plataforma y, sorprendentemente, logró aferrarse a la rejilla de metal.

—¡Voy a matarte, hija de puta! —gritó Madre entre dientes.

Quitapenas se tiró hacia delante y agarró la mano de Madre mientras esta se aferraba firmemente al borde del tanque y pugnaba con la orca por su propio cuerpo.

Entonces, Quitapenas vio a Madre sacar su pistola automática Colt de la funda y apuntar a la cabeza de la orca.

—Joder… —dijo Quitapenas.

—¿Quieres comer algo, nena? —dijo Madre a la orca—. Cómete esto.

Disparó.

Una pequeña explosión de luz amarilla salió de la boca de la pistola de Madre cuando el disparo prendió el aire gaseoso a su alrededor. Tanto Quitapenas como ella fueron arrojados cuatro metros y medio hacia atrás por la onda expansiva.

La orca no tuvo tanta suerte. Tan pronto como la bala penetró en su cerebro, la orca se convulsionó violentamente. A continuación cayó inerte al agua entre una mancha de su propia sangre. Su premio final, logrado un segundo antes de morir, una parte de la pierna izquierda de Madre. De la rodilla para abajo.

Schofield y Kirsty seguían en medio del tanque, a mitad de camino entre la campana de inmersión y la cubierta del nivel, a casi ocho metros de distancia.

Apoyados contra la espalda del otro, ambos miraban temerosos a su alrededor. El agua estaba inquietantemente tranquila. Silenciosa. Calma.

—Señor —dijo Kirsty con un hilo de voz que apenas si era un susurro. La mandíbula le temblaba, una mezcla de miedo y frío.

—¿Qué? —Schofield mantuvo la mirada fija en el agua.

—Tengo miedo.

—¿Miedo? —dijo Schofield sin lograr ocultar su propio temor—. Pensaba que los niños de hoy en día no le temían a nada. ¿No tienen esa clase de animales en Sea World…?

En ese momento, una de las orcas surgió de las profundidades justo delante de Schofield. Se elevó sobre el agua y formó un arco descendente. ¡Iba directa hacia Kirsty y él!

—¡Bajo el agua! —gritó Schofield cuando vio las dos filas de dientes blancos e irregulares ante sus ojos.

Schofield contuvo la respiración y se hundió bajo el agua tirando de Kirsty consigo.

A su alrededor se hizo el silencio. El inmenso vientre blanco de la orca pasó por encima de ellos a gran velocidad. Rozó la parte superior del casco de Schofield cuando volvió a golpearse contra el agua, justo por encima de sus cabezas.

Schofield y Kirsty subieron a la superficie. Aspiraron profundamente.

El teniente miró rápidamente a la izquierda: vio a Madre y a Quitapenas en la plataforma. Miró a su derecha: vio a Sarah y a Abby, también a salvo, alejándose a toda velocidad del borde.

Se giró: vio a otro francés engullido bajo las aguas. Los dos soldados franceses restantes estaban llegando al borde del tanque. Habían tenido que nadar más que el resto, pues habían amarizado casi en medio del tanque.

Les está bien empleado
, pensó Schofield.

Alzó la vista e inmediatamente vio el puente retráctil que abarcaba el ancho de la estación desde el otro lado del nivel C.

Justo entonces se produjo una explosión ensordecedora en el nicho de la pasarela del nivel C y una increíble lengua de fuego se propagó por el eje central de la estación.

Schofield supo inmediatamente qué había ocurrido. Los soldados franceses que se encontraban en el nivel A, al no poder emplear sus armas, estaban lanzando granadas por el eje central. Muy agudos. La detonación de una granada en esa atmósfera inflamable haría el doble de daño que en circunstancias normales. Su primer objetivo, tal como había observado Schofield, había sido el nicho donde Gant y Schofield se habían guarecido momentos antes.

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