Ash, La historia secreta (6 page)

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Authors: Mary Gentle

Tags: #Fantasía

No oyó más disparos pero cuando miró atrás desde el fuerte de las carretas, con el pecho ardiendo y en carne viva, la torre del monasterio había desaparecido y solo quedaban escombros y el polvo que oscurecía el cielo.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, la reata de equipajes caía prisionera.

Ash salió huyendo, donde no pudieran verla, hasta el río.

Buscaba algo.

Había tantos cuerpos apilados en el suelo que el hedor nadaba en el aire. Se apretó la manga de lino contra la nariz y la boca. Intentaba no pisar los rostros de los hombres y los muchachos muertos.

Aparecieron los carroñeros para despojar los cuerpos. La niña se escondió en el maíz rojo y húmedo. Las voces de los campesinos eran una música rápida, llena de inflexiones.

Ash sintió que la piel de las mejillas y la nariz se le tostaba bajo el calor ardiente del verano. El sol le quemaba las pantorrillas bajo la camisa de lino, haciendo que la piel blanca adquiriera un tono rosado. Le ardían los dedos de los pies. El mundo entero olía a mierda y carne podrida. No dejaba de escupir pero ni así conseguía quitarse de la boca el sabor a vómito. El aire rielaba a causa del calor.

Uno de los moribundos sollozó:

—¡Bartolomeo! ¡Bartolomeo! —Y luego lanzó sus súplicas a la carreta del cirujano, de mango largo, arrastrada sobre dos ruedas por un hombre que gruñía y sacudía la cabeza.

Ni rastro de Richard. De nadie. Los cultivos estaban ennegrecidos a lo largo de más de un kilómetro. Los cuervos arrastraban trozos de los cadáveres de dos caballos, aún con la armadura puesta. Si acaso quedaba algo, rastros del asedio, cuerpos, alguna armadura que se pudiera recuperar, ya la habían limpiado o se lo habían llevado.

Ash echó a correr, sin aliento, y volvió a las hogueras del campamento. Vio a Richard sentado con las lavanderas. El niño levantó la vista, la vio y huyó.

La niña aminoró el paso.

De pronto, se volvió y le tiró a un artillero de la manga del jubón. Sin darse cuenta de lo sorda que estaba, gritó.

—¿Dónde está Guillaume? ¿Guillaume Arnisout?

—Enterrado en el hoyo de cieno.

—¿Qué?

El hombre desarmado se encogió de hombros y se volvió hacia ella. La niña siguió el movimiento de sus labios tanto como el susurro del sonido.

—Muerto y enterrado en los pozos de cieno.

—Umm. —El aire abandonó sus pulmones.

—No —exclamó otro hombre al lado del fuego—, lo hicieron prisionero. Lo tienen los malditos Novias del Mar.

—No. —Un tercer hombre había separado las manos—. Tenía un agujero en el estómago así de grande. Pero no fueron sus Serenísimas, fueron los nuestros, los hombres del Gran Duque, alguien al que le debía dinero.

Ash los dejó allí.

Poco importaba en qué suelo lo plantaran, el campamento siempre era igual. Se dirigió al centro del campamento, donde no solía ir con frecuencia. Ahora estaba lleno de forasteros armados. Al fin encontró un hombre rubio con las uñas arregladas y una expresión de pesar que asomaba sobre la armadura y una sobrevesta verde con los bordes dorados. Era uno de los ayudantes del señor capitán y la niña lo conocía de vista, no por el nombre; los artilleros se burlaban de él llamándolo levanta-tabardos. Ya sabía por qué.

—¿Guillaume Arnisout? —El hombre se pasó la mano por el pelo espeso y cortado a lo
garçon
—. ¿Es tu padre?

—Sí —mintió Ash sin dudarlo. Hizo lo que había aprendido a hacer y el nudo que tenía en la garganta desapareció, de tal modo que pudo hablar—. ¡Quiero verlo! ¡Dime dónde está!

El ayudante punzó una lista de pergamino.

—«Arnisout». Aquí está. Lo han hecho prisionero. Los capitanes están hablando. Supongo que se intercambiarán prisioneros dentro de unas horas.

Ash le dio las gracias con el tono más tranquilo posible y volvió al borde del campamento para esperar.

La tarde cayó por el valle. El hedor de los cuerpos endulzaba el aire de una forma insoportable. Guillaume no volvió al campamento. Empezó a correr el rumor de que había muerto a causa de sus heridas, que había muerto de una plaga contraída en el campamento de la Novia del Mar, que había firmado con la Serenísima como maestro armero por el doble de salario, que había huido con una dama de la ciudad del duque, que había vuelto a casa, a su granja de Navarra. (Ash mantuvo la esperanza durante unas cuantas semanas. A los seis meses, dejó de esperar.)

Hacia la caída del sol, los prisioneros se movían sin rumbo entre las tiendas del campamento, no estaban acostumbrados a andar por ahí sin espada, hacha, arco, alabarda. El sol vespertino doraba la sangre y las amapolas. El aire sabía a calor. La nariz de Ash se acostumbró a lo peor de la descomposición. Richard se acercó con paso airado al lugar donde Ash, sobre un montón de paja manchada de estiércol, le daba la espalda a una rueda de carreta, mientras una de las lavanderas del tren de equipajes humedecía con hamamelina las magulladuras amarillas que le cubrían las pantorrillas.

—¿Cuándo lo sabremos? —Richard se estremecía y la miraba furioso—. ¿Qué harán con nosotros?

—¿Nosotros? —A Ash aún le pitaban un poco los oídos.

La lavandera gruñó.

—Formamos parte de los despojos. Vendernos a los burdeles, quizá.

—¡Soy demasiado joven! —protestó Ash.

—No.

—¡Demonio! —chilló el niño—¡Los demonios te dijeron que perderíamos! ¡Oyes demonios! ¡Te quemarás!

—¡Richard!

El niño salió corriendo. Bajó corriendo la pista de tierra que los pies de los soldados habían allanado en los cultivos de los campesinos y se alejó de las carretas del equipaje.

—¡Carnaza! Es demasiado guapo —dijo la lavandera, cruel de repente, al tiempo que tiraba el trapo húmedo—. No me gustaría ser él. Ni tú. ¡Con esa cara! Te quemarán. ¡Si oyes voces! —La mujer hizo la señal de los cuernos.

Ash echó la cabeza atrás y contempló el azul infinito. El aire nadaba envuelto en oro. Le punzaba cada músculo, le dolía la rodilla torcida, le habían arrancado la uña del dedo meñique del pie y lo tenía ensangrentado. Nada de la euforia habitual una vez terminado un duro esfuerzo. Tenía las tripas revueltas.

—No son voces. Era solo una voz. —Empujó con el pie desnudo el tarro de arcilla que contenía la pomada de hamamelina—. Quizá fuera el dulce Cristo. O un santo.

—¿Tú, oír un santo? —Gruñó la mujer con incredulidad—. ¡Putita!

Ash se limpió la nariz con el dorso de la mano.

—Quizá fuera una visión. Una vez Guillaume tuvo una visión. Vio a los Muertos Benditos luchando con nosotros en Dinant.

La lavandera se volvió para alejarse.

—¡Espero que su Serenísima te mire esa horrenda cara y te haga follar con todas sus deshonras!

Con un solo movimiento Ash recogió y levantó el tarro de hamamelina y se preparó para lanzarlo.

—¡Bruja sifilítica!

Apareció una mano de la nada y le dio un golpe seco. La aturdió. La niña lanzó un airado chillido de humillación y dejó caer el tarro de arcilla.

El hombre, ya visible y luciendo la librea de la Novia del Mar, gruñó:

—Tú, mujer, sube al centro del campamento. Nos estamos repartiendo los despojos. ¡Vete! ¡Tú también, monstruito marcado!

La lavandera se alejó corriendo con una risa demasiado aguda. El soldado la siguió.

Otra mujer, que de repente estaba al lado de la carreta, preguntó.

—¿Oyes voces, niña?

Tenía un rostro redondo de luna, pálido como la Luna, ni un cabello se escapaba del apretado tocado. Sobre su gran cuerpo colgaba suelta una túnica gris, con una Cruz de Espinos sujeta por una cadena al cinturón.

Ash gimoteó y volvió a limpiarse la nariz, que había empezado a moquear. Una línea de mocos delgados y transparentes le colgaba desde la nariz hasta la manga de la camisa de lino.

—¡No lo sé! ¿Qué es «oír voces»?

La pálida cara de luna la mira ávida desde su altura.

—Hay rumores entre los hombres de su Serenísima. Creo que te están buscando.

—¿A mí? —Algo empezó a apretar las costillas de Ash—. ¿Me buscan a mí?

Una mano blanca, cálida y húmeda se estiró hacia ella y cogió la mandíbula de Ash, para luego obligarla a volver la cara hacia la luz del atardecer. La niña luchó contra la huella de aquellos dedos afilados, sin demasiado éxito. La mujer la estudió con atención.

—Si fue en verdad regalo del Cristo Verde, tienen la esperanza de que les hagas una profecía. Si es un demonio, te lo sacarán. Eso podría llevar hasta la mañana. La mayor parte ya está entregada a la bebida.

Ash hizo caso omiso de la mano que le tenía agarrada la cara, del aquel miedo que la ponía enferma y de las entrañas revueltas.

—¿Eres monja?

—Soy una de las Hermanas de Santa Herlaine, sí. Tenemos un convento cerca de aquí, en Milán
[5]
. —La mujer la soltó. La voz sonaba dura bajo el discurso líquido. Ash supuso que aquel no era su primer idioma. Al igual que todos los mercenarios, Ash sabía un poco de todos los idiomas que había oído. Así que entendió a aquella mujerona cuando dijo.

—Hace falta alimentarte, niña. ¿Cuántos años tienes?

—Nueve. Diez. Once. —Ash se pasó la manga por la barbilla—. No lo sé. Recuerdo la gran tormenta. Diez. Quizá nueve.

Los ojos de la mujer eran claros, todo luz.

—Eres una niña. Y además pequeña. Nadie te ha cuidado jamás, ¿verdad? Probablemente por eso entró el demonio en ti. Este campamento no es sitio para una niña.

Las lágrimas le apuñalaron los ojos.

—¡Es mi hogar! ¡Y no tengo ningún demonio!

La monja levantó las manos y llevó las palmas a las mejillas de Ash para estudiarla sin las cicatrices. Las tenía a la vez cálidas y frías sobre la piel húmeda de la niña.

—Soy la Hermana Ygraine. Dime la verdad. ¿Qué te habla?

La duda mordió con frialdad el vientre de Ash.

—¡Nada, nadie, hermana! ¡Allí no había nadie salvo Richard y yo!

Unos escalofríos le entumecieron el cuello y le rodearon los hombros. Las palabras rutinarias de una plegaria al Cristo Verde murieron en su boca seca. Empezó a escuchar. La respiración forzada de la monja. El crujido del fuego. El relincho de un caballo. Canciones y gritos de borrachos un poco más lejos.

No tuvo, en cambio, la sensación de una voz que le hablaba en voz baja, a ella, en medio de un silencio cómodo.

Una explosión de sonidos estalló en el centro del campamento. Ash se estremeció. Los soldados pasaban corriendo a su lado sin hacerles caso, rumbo a la multitud creciente que se apiñaba en el centro. En alguna carreta no muy lejana, un hombre herido llamaba a su
maman
. La luz dorada empezaba a desvanecerse con el anochecer. En las alturas, el cielo empezó a llenarse de las chispas procedentes de las hogueras, fuegos a los que se les permitía arder a gran altura, demasiado altos; podrían terminar quemando todas las tiendas de los mercenarios antes de que llegase la mañana, y no les importaría nada, solo sentirían por un momento el saqueo perdido.

La monja dijo:

—Están despojando tu campamento.

Sin dirigirse a la Hermana Ygraine, sin dirigirse a nadie y de forma deliberada, pronunció las palabras en voz alta.

—Somos prisioneros. ¿Qué me va a pasar ahora?

—Desenfreno, libertinaje, ebriedad...

Ash se tapó con fuerza los oídos con las manos. La voz continuó sin ruido.

—... la noche, cuando los comandantes ya no puedan controlar a sus hombres, que han venido viviendo del campo de batalla. La noche en la que se mata a la gente por deporte.

La Hermana Ygraine cambió su gran mano de posición, la depositó en el hombro de Ash y la apretó con fuerza a través de la mugrienta camisa de Ash. Esta bajó las manos. Un gruñido en el vientre le indicó que tenía hambre por primera vez en doce horas.

La monja continuaba mirándola, con los ojos bajos, como si no hubiera hablado ninguna voz.

—Yo... —dudó Ash.

En su mente ya no sentía el silencio, ni una voz, sino la posibilidad latente de que alguien hablara. Como un diente que aún no duele pero pronto lo hará.

Empezó a sentir algo a lo que antes no le había dedicado ni dos pensamientos seguidos: la soledad de su alma dentro de su cuerpo. El miedo la inundó entera, desde el cuero cabelludo hasta los pies, pasando por el cosquilleo de los dedos de las manos.

Y de repente tartamudeó.

—No oí ninguna voz, ¡no la oí, no la oí! Le mentí a Richard porque pensé que eso me haría famosa. ¡Solo quería que alguien se fijara en mí!

Y luego, cuando aquella mujer grande le dio la espalda sin demostrar más interés y empezó a alejarse a grandes pasos, a desaparecer entre el caos de hogueras y
condottieri
borrachos, Ash chilló con la fuerza suficiente para hacerse daño en la garganta.

—¡Llevadme a un sitio seguro, llevadme a un santuario, no permitáis que me hagan daño, por favor!

[ADENDA al ejemplar de la 3° Edición de la Biblioteca Británica: nota escrita a lápiz en papeles sueltos]

Dr. Pierce Ratcliff
, Doctor en Filosofía (Estudios Bélicos)

Fiat I, Rowan Court, 112 Olvera Street

London WI4, OAB, United Kingdom.

Fax:
                    

E- mail:
                    

Telf:
                    

Anna Longman

Editora

Oxford University Press

                          

                    

                        

Copias de parte (?) de la correspondencia original entre el doctor Ratcliff y su editora encontrada entre las páginas del texto, ¿quizá en el mismo orden en el que se editó el material original?

09 de Octubre del 2000

Estimada Anna:

Ha sido un placer conocerla en persona, por fin. Sí, creo que preparar la edición con usted, sección por sección, es con mucho la forma más inteligente de proceder en esto, sobre todo si tenemos en cuenta el volumen de material y la fecha de publicación propuesta, el 2001, y el hecho de que todavía estoy retocando las traducciones.

En cuanto instale como es debido mi conexión a la red, podré enviarle el trabajo sin intermediarios. Me alegro de que esté razonablemente contenta con lo que tiene hasta ahora. Puedo, desde luego, recortar las notas al pie de página.

Es muy amable por su parte admirar la «técnica de distanciamiento literario» que utilizo al referirme al catolicismo del siglo XV en términos tales como el «Cristo Verde» y la «Cruz de Espinos». De hecho, ¡no es una técnica que utilice para asegurarme de que los lectores no pueden imponerle al texto sus ideas preconcebidas sobre la vida medieval! Es una traducción directa del latinajo medieval, al igual que las referencias mitraicas anteriores. No debería preocuparnos demasiado, no es más que parte del material legendario, obviamente falso, (leones sobrenaturales y demás), que se atribuye a la infancia de Ash. Los héroes siempre reúnen varios mitos a su alrededor, y más aún cuando no son hombres extraordinarios sino mujeres extraordinarias.

Es posible que el
Códice Winchester
pretenda reflejar el limitado conocimiento que tenía Ash de las cosas cuando era niña: Ash, con ocho o diez años, solo conoce campos, bosques, tiendas de campaña, armaduras, lavanderas, perros, soldados, espadas, santos, leones... La compañía de mercenarios. Colinas, ríos, pueblos... los lugares no tienen nombre. ¿Cómo iba a saber ella qué año era? Las fechas aún no importan. Todo eso cambia, por supuesto, en la siguiente sección: la
Vida
de del Guiz.

Al igual que el editor de la edición de 1939 de los papeles «Ash», Vaughan Davies, estoy utilizando la versión original alemana de la
Vida
de del Guiz de Ash, publicada en 1516. (Dada la naturaleza incendiaria del texto, este se retiró de inmediato, y se volvió a publicar, en una versión expurgada, en 1518). Aparte de unos cuantos errores de imprenta sin importancia, este ejemplar concuerda con los otros cuatro ejemplares supervivientes de la
Vida
de 1516 (en la Biblioteca Británica, el Museo Metropolitano de Arte, el
Kunsthistorisches Museum
de Viena y el Museo de Glasgow).

En este caso disfruto de una considerable ventaja sobre Vaughan Davies, que lo editaba en 1939, y es la de que yo puedo ser explícito. Por tanto he traducido este texto al inglés coloquial moderno, sobre todo el diálogo, en el que utilizo la versión culta y el argot de nuestro idioma para representar algunas de las diferencias sociales de aquel periodo. Además, los soldados medievales eran notoriamente malhablados. Sin embargo, cuando Davies traduce con toda exactitud los tacos de Ash con un «¡Por los huesos de Cristo!», el lector moderno no siente el escándalo que eso representaba para sus contemporáneos. Así pues, yo he utilizado una vez más los equivalentes modernos. Me temo que la chica dice «Joder» con cierta frecuencia.

En cuanto a su pregunta sobre la utilización de diferentes fuentes documentales, mi intención no es seguir el método de Charles Mallory Maximillian. Si bien siento una gran admiración por la edición que publicó en 1890 de los documentos «Ash», en la que traduce los varios códices latinos, cada
Vida
, etc., en su momento, y deja que sus varios autores hablen por sí mismos; en mi opinión eso exige mucho más de lo que los lectores modernos están dispuestos a dar. Yo me propongo seguir el método biográfico de Vaughan Davies y entrelazar a los diferentes autores para conseguir una narrativa coherente de la vida de Ash. Allí donde los textos discrepen, por supuesto, se proporcionarán los correspondientes comentarios eruditos.

Me doy cuenta de que parte del nuevo material le parecerá sorprendente, pero recuerde que lo que narra es lo que estas personas creían de buena fe que les estaba pasando. Y si tiene presente la importantísima alteración del punto de vista que tenemos sobre la historia, que se producirá cuando se publique
Ash: la historia perdida de Borgoña
, quizá sería aconsejable que no descartáramos nada a la ligera.

Sinceramente,

Deseando tener noticias suyas,

Pierce.

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