Sus ojos se abrieron inocentemente y vaciló un momento, pero luego, lentamente se levantó la blusa. Sus pechos no eran muy grandes, pero estaban bien formados y sus pezones se contrajeron sólo con mi mirada, sus aureolas eran oscuras y grandes, casi tan grandes como para que la boca de un hombre las pudiera circundar. Suspiré y le hice una señal para que se fuera. Tenía la esperanza de estar en un error, pero mucho temí que Cosquillosa no
siempre
estaría satisfecha con algo que no fuera la copulación normal, y que Cózcatl se estaba arriesgando a ser uno de tantos maridos infelices.
Fui arriba y encontré a Zyanya parada en la puerta del cuarto de los niños, sin duda contemplando todos los arreglos que se habían hecho en él. No le dije nada acerca de mis presentimientos, en cuanto a la prudencia del matrimonio de Cózcatl, o de la probabilidad de su fracaso. Sólo le hice notar:
«Cuando Cosquillosa se vaya, nosotros nos quedaremos sin una sirviente. Turquesa no puede encargarse de toda la casa y cuidarte al mismo tiempo. Cózcatl encogió un momento inoportuno para declararnos sus intenciones. Muy desafortunado para nosotros».
«¡Desafortunado! —exclamó Zyanya, con una gran sonrisa—. Una vez me dijiste, Zaa, que si necesitaba ayuda, podríamos persuadir a Beu para que viniera con nosotros. La partida de Cosquillosa es una pequeña desgracia, gracias a los dioses, pero que nos da una excusa. Nosotros
necesitaremos
otra mujer en la casa. Oh, Zaa, preguntémosle si quiere venir!».
«Una idea inspirada —dije. No estaba exactamente muy contento con la idea de tener cerca a la agria Beu, especialmente durante ese tiempo de tensión, pero cualquier cosa que Zyanya quisiera se lo daría—. Le mandaré una invitación tan implorante que no podrá rehusarse».
La envié con los mismos siete guerreros que una vez habían ido al sur conmigo, así Luna que Espera tendría una escolta protectora, si es que estaba de acuerdo en venir a Tenochtitlan. Y así lo hizo, sin ninguna protesta o resistencia. De todos modos le llevó algún tiempo hacer todo los arreglos necesarios para dejar la hostería en manos de los empleados. Mientras tanto, Zyanya y yo hicimos una gran ceremonia de bodas para Cózcatl y Cosquillosa y ellos se fueron a vivir a su casa.
Había empezado el invierno cuando los siete viejos guerreros llevaron a Beu Ribé a la puerta de nuestra casa. Para entonces yo me sentí tan honestamente ansioso y contento de verla, como lo estaba Zyanya. Mi esposa se había puesto muy gorda, alarmante en mi opinión, y había empezado a sufrir jaquecas, estaba irritable y padecía síntomas de angustia. A pesar de que ella, con impertinencia, seguía asegurando que esas cosas eran completamente naturales, me preocupaban y me desvivía por ella, tratando de ayudarle asiduamente, pero lo único que conseguía era aumentar su mal humor.
Ella gritó: «¡Oh, Beu, gracias por venir! ¡Le doy gracias a Uizhe Tao y a cada uno de los dioses porque llegaste! —Y cayó en los brazos de su hermana como si estuviera abrazando a su libertadora—. ¡Tú puedes salvar mi vida! ¡Me han estado mimando hasta morir!».
El equipaje de Beu fue puesto en la habitación para las visitas, preparada para ella, pero pasó la mayor parte de ese día con Zyanya en nuestro cuarto, del cual había sido excluido por la fuerza, para vagar abatido por el resto de la casa enfadado y sintiéndome descartado. Hacia el crepúsculo, Beu bajó sola y mientras tomábamos una taza de
chocólatl
juntos, me dijo como si conspirara:
«Zyanya estará pronto en la etapa de su embarazo en que debes de dejar a un lado tus… tus derechos de marido. ¿Qué harás durante ese tiempo?».
Estuve a punto de decirle que eso no era de su incumbencia, pero sólo contesté: «Me imagino que sobreviviré».
Ella persistió: «Sería indecoroso que recurrieras a una extranjera».
Encarándome a ella, me puse de pie y dije inflexiblemente: «Quizás no goce con la abstinencia, pero…».
«Pero, ¿quizás, no tengas la esperanza de encontrar otra sustituta como Zyanya?».
Ella hizo un gesto, como si en verdad esperara una respuesta. «¿No podrías encontrar en todo Tenochtitlan a una mujer tan bella como ella? ¿Así es que por eso me mandaste traer desde Tecuántépec, desde tan lejos? —Sonrió y se levantó acercándose mucho a mí, sus senos rozaban mi pecho—. Me parezco tanto a Zyanya, que pensaste que yo sería una sustituía satisfactoria, ¿no es así? —Jugó maliciosamente con el broche de mi manto, como si fuera a desabrocharlo—. Pero Zaa, aunque Zyanya y yo somos hermanas, y físicamente muy parecidas, no quiere decir que seamos iguales. En la cama podrías darte cuenta de que somos muy diferentes…».
Con firmeza la alejé de mí. «Te deseo una estancia feliz en esta casa, Beu Ribé. Espero que si no puedes esconder el desagrado que sientes por mí, por lo menos, ¿no podrías dejar de mostrar esa coquetería maliciosa y tan poco sincera? ¿No podríamos arreglarnos de tal manera, que simplemente nos ignoremos el uno al otro?».
Cuando me alejé a grandes zancadas, su rostro estaba tan colorado como si la hubiese sorprendido haciendo algún acto indecente, y se restregaba la mejilla como si le hubiese dado un cachete.
Señor Obispo Zumárraga, es un honor y es una lisonja para mí que usted se reúna nuevamente con nosotros. Su Ilustrísima ha llegado en el momento preciso en que iba a anunciar, tan orgullosamente como lo anuncié hace ya muchos años, el nacimiento de mi amada hija.
Todas mis aprensiones, y estoy muy contento de decirlo, fueron infundadas. La niña demostró una clara inteligencia aun antes de emerger a esta vida, porque esperó prudentemente en el vientre hasta que pasaron los
nemontemtin
, días sin vida, e hizo su aparición en el día Ce-Malinali, o Uno-Hierba, del primer mes del año Cinco-Casa. Para entonces yo tenía treinta y un años, un poco viejo para empezar una familia, pero me pavoneé y contoneé tan absurdamente como lo hacen los hombres muy jóvenes, como si yo sólo hubiera concebido, cargado y entregado al infante.
Mientras Beu se quedaba a un lado de la cama con Zyanya, el
tícitl y
la partera vinieron inmediatamente a decirme que el bebé era una niña y a contestar mis ansiosas preguntas. Debieron de haber pensado que estaba loco cuando, estrujándome las manos, les dije: «Decidme la verdad. Lo puedo soportar. ¿Son dos niñas en un solo cuerpo?».
No, me dijeron, no era ninguna clase de gemelas, sino sólo una hija. No, ella no era extraordinariamente larga. No, no era un monstruo ni nada que se le pareciera y no tenía marcas de ningún portento. Cuando insté al físico acerca de la agudeza de su vista, él me replicó con cierta exasperación que a los recién nacidos no se
les
notaba una visión de águila o por lo menos, ellos no se vanagloriaban de ello. Debía esperar hasta que ella pudiera hablar y me lo dijera por sí misma. Me dieron el cordón umbilical de la niña, y luego regresaron al cuarto de los niños para sumergir a Uno-Hierba dentro del agua fría. Para fajarla y someterla a la arenga instructiva y prudente de la comadrona. Yo fui escaleras abajo, y con dedos temblorosos enredé el cordón umbilical alrededor de un huso de cerámica y murmurando unas pocas oraciones silenciosas y dándoles las gracias a los dioses, lo enterré debajo de las piedras del centro de la cocina. Después corrí hacia arriba otra vez, para esperar con impaciencia a que me admitieran, para ver por primera vez a mi hija.
Besé a mi descolorida y sonriente esposa, y con mi topacio examiné la carita de enano que se escondía en el recoveco de su codo. Había visto otros recién nacidos, así es que no me sorprendí mucho, pero me desilusioné un poco al ver que mi hija no era en ningún modo superior. Estaba tan roja y arrugada como una vaina de
chopini chili
, tan calva y fea como un viejo purempe. Traté de sentir un amor arrollador por ella, pero no lo conseguí. Todos los presentes me aseguraron que en verdad era hija mía, pero también les habría creído si me hubieran dicho que ese nuevo pedazo de raza humana era un mono aullador recién nacido y sin pelo todavía. De todas formas, estaba aullando.
No necesito decir que la niña parecía más humana cada día, y que la llegué a ver con más afecto y solicitud. La llamé Cocoton, un apodo cariñoso y muy común entre las niñas, que quiere decir migaja que cae de un gran pedazo de pan. Poco tiempo después, Cocoton empezó a parecerse a su madre y naturalmente a su tía, lo que significa que rápidamente fue más bonita que cualquier otro bebé. Su cabello creció rizado. Aparecieron sus pestañas, con la misma abundancia, pero en miniatura, que las alas del colibrí, como las de Zyanya y Beu. Sus cejas salieron y tenían el mismo arco alado de las de Zyanya y Beu. Empezó a sonreír con más frecuencia que a chillar, y era la misma sonrisa de Zyanya, reflejándola a su alrededor. Aun Beu, que en los últimos años había estado tan amargada, con frecuencia volvía a sonreír gozosa al impacto de aquella sonrisa.
Pronto, Zyanya se levantó, aunque sus actividades se concentraron por un tiempo sólo en Cocoton, quien insistía que su leche animal estuviera disponible a tiempo. La presencia de Beu había hecho que yo no tuviera necesidad de ver por el bienestar de Zyanya y de nuestro bebé, y muy seguido me desairaban ambas mujeres y aun la pequeña, cuando alguna vez sugería algo o tenía atenciones con ellas que no me habían solicitado, pero en ocasiones insistía en que me obedecieran, simplemente por ser el hombre de la casa. Cuando Cocoton tenía cerca de dos meses y ya no necesitaba con tanta frecuencia a su proveedora de leche, Zyanya empezó a dar muestras de desasosiego.
Había estado encerrada en la casa por meses, sin ir más allá que el jardín de la azotea, para bañarse con los rayos de Tonatíu y a recibir la brisa de Ehécatl, el viento. Para entonces, ella deseaba salir a pasear, según me dijo, y me recordó que pronto sería la ceremonia de Xipe Totee en El Corazón del Único Mundo. Zyanya quería asistir, pero yo se lo prohibí terminantemente.
Yo le dije: «Cocoton nació sin marcas, sin ser un monstruo y a simple vista aparentemente intacta gracias a su
tonali
o a los nuestros o al buen deseo de los dioses. No la pongamos ahora en peligro. Todo el tiempo que ella esté mamando, debemos tener cuidado de que ninguna influencia maligna pueda llegar a tu leche, por medio de un susto y de una contrariedad ante la vista de algo desagradable. No puedo pensar en algo que te llegue a horrorizar más que la celebración de Xipe Totee. Iremos a cualquier parte que tú quieras, mi amor, pero no allí».
Oh, sí, Su Ilustrísima, ya antes había visto varias veces los honores a Xipe Totee, ya que era uno de los rituales religiosos más importantes observados por nosotros los mexica y por muchos otros pueblos. La ceremonia era impresionante, y hasta podría decir que inolvidable, pero aun en esos días, no puedo creer que ninguno de los participantes o de los espectadores
gozara
. Aunque ya han pasado muchos años desde que vi por última vez morir a Xipe Totee y volver a la vida otra vez, todavía no puedo tolerar el describir de qué manera lo hacía, y mi repulsión no tiene nada que ver con el haber llegado a ser Cristiano y civilizado. Sin embargo, si Su Ilustrísima está tan interesado e insiste tanto…
Xipe Totee era nuestro dios de las siembras y éstas se efectuaban durante nuestro mes de Tlacaxipe Ualiztli, que más fácilmente se puede traducir por El Desollador Benévolo. Era la estación en que los tocones y hierbas muertas de la cosecha del año anterior se quemaban, o se arrancaban o se escarbaban, así la tierra quedaba limpia y lista para recibir las nuevas siembras. La muerte abriendo paso a la vida, como pueden ver, incluso como lo hacen los Cristianos, cuando en cada época de siembra Jesús muere y resucita. Su Ilustrísima no tiene necesidad de protestar, la similitud impía no va más allá.
Me abstendré de describir todos los preliminares públicos y los acompañamientos: las flores, la música, la danza, el colorido, las costumbres y procesiones y el retumbar del tambor rompe corazones. Seré tan piadosamente breve como pueda.
Sepan entonces, que un joven o una joven eran seleccionados de antemano para actuar en el honroso papel de Xipe Totee, que quiere decir El Desollador Amado. El sexo del que desempeñaba ese papel no era importante, lo era más el hecho de que, ya sea él o ella, fueran vírgenes. Por lo general, era un extranjero noble, capturado en alguna guerra cuando todavía era un muchacho y al que se le guardaba especialmente para representar al dios, cuando creciera. Jamás era un esclavo comprado para ese propósito, ya que Xipe Totee merecía y demandaba una persona joven que siempre fuera de la más elevada clase social. Algunos días antes de la ceremonia, el joven era hospedado en el templo de Xipe Totee y tratado con mucha bondad y se le permitía cualquier goce, prodigándole todo placer, ya fuese en comida, en bebida y en diversión. Una vez que la virginidad
de
la joven era comprobada, podía perderla inmediatamente. A él a ella, se le estaba permitido toda licencia sexual, y no sólo se le animaba a ello, sino que aun se le forzaba cuando era necesario, pues eso era una parte vital en el papel que jugaba el dios dé la fertilidad de la primavera. Si el
xochimique
era un joven, podía nombrar a todas las mujeres o muchachas de la comunidad que él deseara, fueran solteras o no. Suponiendo que esas mujeres consintieran, como muchas aun siendo casadas hacían, se las llevaban a él. Si el
xochimique
era una muchacha, podía nombrar, citar y acostarse con todos los hombres que quisiera.
Sin embargo, algunas veces un joven seleccionado para ese honor, sentía aversión sobre ese aspecto. Si era una joven y si trataba de declinar la oportunidad de revolcarse, entonces era desflorada a la fuerza por uno de los altos sacerdotes de Xipe Totee. En el caso de un joven muy casto, era atado y sobre él se ponía a horcajadas una mujer de las que atendían el templo. Si una vez que era introducido al placer, la joven persona seguía siendo recalcitrante, tenía que sufrir repetidas violaciones, ya sea por parte de las mujeres o de los sacerdotes del templo, o cuando ellos ya estaban hartos, cualquier gente común podía hacerlo si lo deseaba, y siempre había muchos de ésos: el devoto quien como un esclavo copulaba con el dios o la diosa, el que era un simple sinvergüenza, el curioso, las mujeres estériles o los hombres impotentes quienes tenían las esperanzas de quedar, unas embarazadas y los otros rejuvenecidos, por la deidad. Sí, Su Ilustrísima, todo eso tenía lugar dentro del templo e incluía todo exceso sexual, que la fantasía de Su Ilustrísima pueda vislumbrar, a excepción hecha de la copulación de un dios con un hombre, o una diosa con una mujer, pues esos actos van en contra de la fertilidad, y hubieran sido repugnantes a Xipe Totee. El día de la ceremonia, después de que la multitud allí reunida se había divertido con las muchas representaciones de enanos, malabaristas,
tocotine
y demás, Xipe Totee hacía su aparición pública. Él o ella iba vestido como el dios, en un traje que combinaba las viejas mazorcas de maíz desgranándose y la cosecha verde, nueva y brillante, con un gran penacho de plumas de bellos colores, con un manto flotante y sandalias doradas. Al joven se le llevaba varias veces alrededor de El Corazón del Único Mundo, en una elegante silla de manos, con mucha pompa y música ensordecedora, mientras dejaría caer semillas o granos de maíz sobre la multitud alegre y cantadora. Luego la procesión llegaría a la pirámide baja de Xipe Totee, en una esquina de la plaza, y cesaría todo ruido producido por los tambores, por la música y los cantantes, y la multitud se apaciguaría, mientras quien personificaba al dios era puesto a los pies de la escalera del templo.