Necesitó diez minutos para reparar los estragos del rímel. Diez minutos para volver a poner a punto a Marilyn, la rubia bonita y alegre, el alma de la fiesta.
—¡Justo a tiempo!
Una elegía para I. E. Shinn:
En las cavernas del cielo
yacen los espíritus que han alzado vuelo.
Pero esto no es más que una invención
porque no queremos aceptar su desaparición.
Era el primer poema que Norma Jeane escribía en mucho tiempo. Y era horrible.
A veces, en la cama, en brazos del hombre al que teme desesperadamente perder, su mente salta como una pulga sobre una plancha caliente. Suspira, gime, lloriquea mientras desliza los dedos entre el cabello rizado de él, todavía espeso. Acurrucada, feliz entre los musculosos brazos salpicados de pecas. (Lleva tatuada una banderita de Estados Unidos en el bíceps izquierdo. ¡Dan ganas de besarla!) Él sube encima de ella, besándola con pasión, penetrándola lo mejor que puede, y si consigue mantener la erección (ella contiene el aliento, esperando que así sea), le hace el amor con movimientos entrecortados, firmes, violentos; a medida que se aproxima al final, acelera el ritmo y el movimiento se vuelve extraño, espasmódico y temblón, porque cada hombre tiene un estilo particular de copular, a diferencia de las mamadas, que son todas iguales, ya sea la polla esquelética o gorda, corta o larga, suave o áspera como una soga, del color de la manteca o del de la morcilla, limpia y con olor a jabón o pringada de mucosidad, tibia o ardiente, lisa o arrugada, joven o decrépita: siempre es la misma, e invariablemente repulsiva. Cuando Norma Jeane ama a un hombre, como ama a V, hace una interpretación digna de un Oscar. Lo cierto es que siempre le ha costado experimentar alguna sensación física genuina con V. Tiene las mismas dificultades que con Bucky, que gruñía y resoplaba
¡arre, caballito!
y se corría sobre el vientre de ella como si le escupiera tras un asqueroso estornudo, y eso cuando se acordaba de sacarla a tiempo. ¡Ah, cuánto desea complacer a V! Como si supiera de antemano que, tal como aseguran
Screen Romance, PhotoLife
y
Modern Screen
en sus artículos sobre las estrellas de cine, lo único que importa es el amor, el verdadero amor, y no la «carrera». Bueno, Norma Jeane ya lo sabe. Es una cuestión de sentido común. Cuando está con V, imagina lo que debe de ser el placer sexual, un ascenso primero lento y luego rápido hacia el orgasmo; evocando los largos y serenos encuentros con Cass Chaplin, cuando se sumían en un trance e ignoraban si era de noche o de día, la mañana o la tarde, porque Cass nunca llevaba reloj y rara vez, ropa; porque permanecía dentro de casa, con los ojos húmedos, imprevisible como un animal salvaje, y cuando hacían el amor cada parte de sus sudorosos cuerpos se pegaba a la parte correspondiente del otro, ¡hasta las pestañas!, ¡los dedos y las uñas de los pies! Ah, pero Norma Jeane ama a V más de lo que amaba a Cass. Está convencida de ello. V es un hombre de verdad, un ciudadano adulto. V ha estado casado. De modo que cuando se encuentra con V, que es tan orgulloso como todos los hombres a los que ella ha conocido, Norma Jeane procura que se sienta el rey del mundo. Quiere que él sepa que ella siente algo especial. Las pocas películas pornográficas que ha visto la han hecho avergonzarse de la actitud de las mujeres, que, en su opinión, deberían esforzarse más por fingir interés.
A veces llega al clímax. O al menos siente algo en lo más profundo del vientre. Una sensación espasmódica que asciende hasta una crisis de sorpresa e incredulidad y cesa rápidamente, como si alguien apagara la luz. ¿Es un orgasmo? Quizá algo parecido. Lo ha olvidado. Pero murmura:
—Ay, cariño, te quiero, te quiero, te quiero.
¡Y es verdad! Se queda embelesada pensando que hace mucho tiempo, cuando era una joven esposa, apretó con fuerza la mano de su marido en la platea de un cine de Mission Hills mientras contemplaba a este hombre, a su amante, el valiente piloto de
Héroes del aire
, lanzándose en paracaídas, descendiendo lentamente entre el humo, las llamas y la tensión casi insoportable de la banda sonora. ¡Cuánto se habría sorprendido Norma Jeane si hubiera imaginado que algún día haría el amor con ese mismo hombre!
—Aunque no es el mismo hombre, desde luego. Nunca lo es.
Detrás de las deslumbrantes luces de los reflectores, oculto entre las estratégicas sombras, está el Francotirador. Ágil como un lagarto, acuclillado sobre un muro del jardín, vestido con un traje elástico de surfista, un mono con cremallera y del color de la noche. Es objeto de polémica incluso entre los entendidos: ¿hay un solo francotirador en California o son varios? Sería lógico suponer que existe cierto número de francotiradores asignado a cada distrito de Estados Unidos, con mayor concentración en las regiones saturadas de judíos, como la ciudad de Nueva York, Chicago y Los Ángeles. Por el visor de infrarrojos de su rifle de gran calibre, el Francotirador observa con serenidad a los invitados del multimillonario magnate del petróleo. Es una etapa de vigilancia temprana, inocente; las carcajadas le impiden descifrar las palabras, incluso aquellas pronunciadas a gritos. ¿Vacila al ver las caras casi familiares de las estrellas entre las demás? Ver la cara de una «estrella» siempre causa un pequeño impacto, una punzada de desencanto, como si te concedieran un deseo con demasiada facilidad. ¡Pero cuántos rostros hermosos! Y cuántas caras masculinas impresionantes, con frentes curtidas y prominentes, desproporcionados cráneos redondeados como bolos y brillantes ojos de insecto. Corbatas negras, esmóquines, almidonadas camisas con volantes. Es gente elegante. Sin embargo, el Francotirador, un profesional con experiencia, no se deja amilanar ni por la belleza ni por el poder. El Francotirador trabaja a las órdenes de Estados Unidos, y por encima de Estados Unidos, a las órdenes de la justicia, la decencia y la moral. Podría decirse que trabaja a las órdenes de Dios.
Sopla una agradable brisa y es la víspera del Domingo de Ramos, el domingo anterior al de Resurrección. En la mansión de estilo normando del multimillonario magnate del petróleo, una residencia situada en las colinas del prestigioso barrio de Bel Air, Norma Jeane está pensando:
¿Qué hago aquí, entre desconocidos?
y simultáneamente:
¡Algún día tendré una mansión como ésta, lo juro!
Sabe que la observan y se siente incómoda. Marilyn Monroe atrae las miradas como la luz a las polillas. Lleva un escotado vestido de color rojo carmín que deja al descubierto gran parte de sus pechos y se ciñe a sus caderas y su cintura de avispa. Parece una muñeca esculpida, pero se mueve. Es un ser animado, sonríe y es obvio que está ¡muy pero muy contenta de encontrarse en tan agradable compañía! Y ese pelo platino como algodón de azúcar. Esos translúcidos ojos azules. El Francotirador piensa que la ha visto antes, ¿no es la apetitosa rubia que firmó una petición a favor de los comunistas y sus simpatizantes, defendiendo a esos traidores de Charlie Chaplin y Paul Robeson (que además de traidor es negro y encima un negro con ínfulas)? El nombre de esa chica está fichado; por muchos seudónimos y alias que tenga, el Estado le seguirá los pasos. El Estado la conoce. El Francotirador se demora mirando a Marilyn por el visor, apuntándola con el rifle.
El demonio puede adoptar cualquier forma; absolutamente cualquiera. Incluso la forma de un niño. En el siglo
XX
, las fuerzas del mal han de identificarse y erradicarse como se haría con la fuente de una plaga
.
Y junto a la actriz en ciernes Marilyn Monroe está V, el actor veterano, el patriótico protagonista de
Héroes del aire
y
Victory over Tokyo
, dos películas que conmovieron al Francotirador en su juventud. ¿Acaso están liados?
Si yo fuera una puta como Rose, desearía a todos estos hombres, ¿no?
En parte, la fiesta es un homenaje a los Héroes de Hollywood.
Norma Jeane no lo sabía. No sabía que Z, D, S y otros estarían presentes y le sonreirían con sus furiosos dientes de hiena.
Los Héroes de Hollywood: los patriotas que habían salvado los estudios de la cólera de Estados Unidos y de la ruina económica.
Eran los testigos «voluntarios» que habían declarado en Washington ante el Comité de Actividades Antiamericanas, denunciando a los comunistas, a los simpatizantes del comunismo y a los «alborotadores» de los sindicatos. Hollywood se estaba sindicalizando y la culpa era de los rojos. Allí estaban el apuesto actor Robert Taylor, el canijo y atildado Adolphe Menjou, el meloso y siempre risueño Ronald Reagan y el bellamente feo Humphrey Bogart, que aunque al principio se había opuesto a la investigación, más tarde se había retractado.
¿Por qué? Porque Bogie sabe lo que le conviene, igual que el resto de nosotros. El verdadero patriotismo se demuestra delatando a los amigos. Porque delatar a los enemigos es muy fácil
.
Norma Jeane se estremeció.
—¿No crees que deberíamos irnos? —murmuró a V—. Algunas de estas personas me dan miedo.
—¿Miedo? ¿Por qué? ¿Te preocupa que descubran tu pasado?
Norma Jeane rió, apoyándose en V. ¡Los hombres eran unos bromistas!
—Ya te lo he di-dicho, cariño: yo no tengo pasado. Marilyn nació ayer.
¡Cómo chillaban! Como niños heridos con bayonetas.
Había espectaculares pavos reales de color verde y azul iridiscentes, paseándose y sacudiendo la cabeza con movimientos entrecortados, como el golpeteo del código morse. Los invitados cloqueaban y chasqueaban la lengua. Daban palmadas para asustarlos. A Norma Jeane le sorprendió que las colas desplegadas de los pavos reales no estuvieran erectas, sino que las aves las arrastraran deshonrosamente por el suelo.
—Parece que las consideraran una carga, ¿no? Tener que llevar esas hermosas y pesadas colas consigo a todas partes.
A falta de un guión, Norma Jeane se había pasado la velada diciendo frases tontas y banales. Cuando a su mente acudían palabras sueltas como «alocución», «éxtasis», «altar», era incapaz de pronunciarlas, porque ¿qué significaban en el contexto de la fiesta del multimillonario petrolero de Texas? No lo sabía. Y V no habría podido oírla con tanto alboroto.
Caminaban por un sinuoso sendero que discurría junto a un arroyo artificial. Al otro lado del arroyo había más pavos reales y otras aves elegantes con plumas de color rosa fosforescente.
—¿Son flamencos? —Norma Jeane nunca había visto un flamenco de cerca—. ¡Qué pájaros tan bonitos! Están vivos, ¿no?
El multimillonario magnate del petróleo era célebre por su colección de aves y otros animales exóticos. En la entrada de su mansión había un par de elefantes disecados con grandes colmillos de marfil. Sus ojos eran reflectores. ¡Parecían vivos! Sobre el tejado de la casa de estilo normando había buitres africanos disecados dispuestos en fila, como ominosos paraguas negros plegados. Aquí, junto al arroyo, había un puma sudamericano en una jaula, y en el interior de una amplia zona alambrada, monos aulladores, monos araña, loros y cacatúas de brillante plumaje. Los invitados admiraban una gigantesca boa que estaba dentro de una caja de cristal y parecía un plátano largo y grueso.
—¡Ay! —exclamó Norma Jeane—. No me gustaría que ese bicho me abrazara. No, gracias.
Era una insinuación para que V le rodeara el talle con los brazos. Pero V, abstraído en la contemplación de la enorme serpiente, no captó la indirecta.
—Oh, ¿qué es eso? ¡Vaya cerdo grande y raro!
V leyó la placa atornillada al tronco de una palmera.
—Es un tapir.
—¿Un qué?
—Un tapir. Un ungulado nocturno procedente de los trópicos.
—¿Un
qué
nocturno?
—Ungulado.
—¡Caray! ¿Qué hace aquí un ungulado de los trópicos?
La rubia Norma Jeane hablaba con exclamaciones para disimular su creciente ansiedad. ¿La observaban unos ojos ocultos? ¿Había alguien detrás de los movedizos reflectores, vigilando a la multitud? Por momentos, la apuesta cara de V parecía descolorida, como una arrugada careta de pergamino. Sus ojos eran cuencas oscuras. ¿Por qué estaban allí? Una gota de sudor, solidificada por efecto de los polvos de talco, se deslizó entre los grandes y hermosos pechos enfundados en el vestido rojo.
Siempre hay un guión. Aunque a veces no lo conozcas
.
Por fin se acercaron a ella.
Lo sabía; los esperaba.
La rodearon como hienas. Sonriendo.
¡George Raft! Una voz grave y sugerente.
—
Hola
, Marilyn.
El señor Z, con su cara de murciélago, jefe de producciones.
—Hola, Marilyn.
El señor S, el señor D, el señor T y otros a los que Norma Jeane no reconoció. Y el multimillonario magnate del petróleo, que era el principal inversor en
Niágara
. Las monstruosas caras estaban salpicadas de sombras, como en una película muda del expresionismo alemán. Observados de cerca por V, los hombres empezaron a tocar a Norma Jeane, a acariciar con dedos gordos como salchichas sus hombros desnudos, brazos, pechos, caderas y vientre; cerraron el círculo y rieron en voz baja, haciendo un guiño a V.
A ésta ya la hemos catado. Todos la catamos
. Cuando Norma Jeane consiguió librarse de ellos y se volvió hacia V, éste se alejaba.
Corrió tras él. Estaban a punto de marcharse de la fiesta, aunque todavía no era medianoche.
—¡Espera! Ay, por favor…
Presa del pánico, había olvidado el nombre de su amante. Lo alcanzó y lo cogió del brazo, pero él se soltó, maldiciéndola.
—¡Buenas noches! —dijo, o quizá—: ¡Adiós!
—No me he acostado con ninguno de ellos —protestó Norma Jeane—. ¡De veras!
Le falló la voz. Era una mala actriz. Una vez más, las lágrimas hicieron que se le corriera el rímel. ¡Qué difícil era ser hermosa y mujer! De súbito Norma Jeane sintió que alguien le cogía la mano, se volvió y se quedó estupefacta al ver a… ¿Cass Chaplin? Alguien le cogió la otra mano, unos dedos fuertes se enlazaron con los suyos y al volverse vio a… ¿Eddy G., el amante de Cass? Los atractivos jóvenes vestidos de negro la habían seguido con la presteza y el sigilo de un par de pumas hasta el borde de la terraza, donde Norma Jeane se tambaleaba sobre sus tacones, aturdida por el dolor y la humillación.
—No debes estar con gente que no te quiere, Norma —murmuró Cass con su dulce voz infantil—. Ven con nosotros.