W le contó con entusiasmo una anécdota sobre una serpiente de cascabel. En la temporada en la que aparecían estas serpientes, todo el mundo tenía alguna historia que contar al respecto. Los hombres competían entre sí, pero era indispensable contar con oyentes femeninas. Norma Jeane no pensaba ya en Debra Mae; ahora le atormentaba la visión de una serpiente de cascabel introduciendo su hermosa cabeza con forma de porra, su oscilante lengua y sus ponzoñosas mandíbulas en eso que se llama vagina, su vagina, que no era más que un corte vacío, una nada, igual que el útero es un globo vacío que debe llenarse para cumplir su destino. Hizo un esfuerzo para escuchar a W, que trabajaría con ella si la contrataban. Si la contrataban. Procuró imprimir a su preciosa cara de muñeca una expresión que convenciera a aquel idiota de que no había vuelto a distraerse y le prestaba atención.
Quiero interpretar a Nell. Soy Nell. No podrás separarme de ella. Te robaré la película ante tus propias narices
.
W le preguntaba si recordaba cómo se habían conocido en Schwab’s. Claro que lo recordaba, respondió Norma Jeane con dulzura. ¿Cómo olvidarlo?
—Pe-pero ¿esa mañana iba acompañada por mi amiga Debra Mae? ¿O alguna otra mañana?
Las palabras surgieron inesperadamente de su boca. Ya no podía retirarlas.
W se encogió de hombros.
—¿Quién? No —estaba tan cerca, que ella podía olerlo. Un inconfundible olor a sudor y a tabaco—. Así que crees que podemos trabajar juntos, ¿eh?
—Pues sí, cre-creo que podríamos. Claro.
—Te vi en
La jungla de asfalto
y en… ¿cómo se llamaba la otra? Ah, sí,
Eva
. Me quedé impresionado.
Norma Jeane sonreía con tanto esfuerzo que empezó a temblarle la mandíbula.
Se miraron largamente. No había música de película; sólo el rumor del tráfico y del correteo de las cucarachas. ¿O lo estaba imaginando?… Pero ella lo sabía. Una siempre lo sabe. Esa mirada decía con elocuencia
quiero follarte. No serás una calientabraguetas, ¿no?
W sería el único actor famoso en la película, así que tenía derecho a elegir a su coprotagonista. D, el productor, informaría a Norma Jeane de la decisión de W. Si éste daba su visto bueno, la siguiente entrevista sería con D. ¿O no? Naturalmente, también estaba el director, N, pero puesto que éste trabajaba a las órdenes de D, su opinión no sería decisiva. Asimismo, había que contar con B, un ejecutivo del estudio. Lo que se decía de B hacía que una no quisiera saber nada más de él.
No existe el mal, no existe el pecado, no existe la muerte. No existe la fealdad, a menos que permitamos que nuestros ignorantes ojos nos traicionen
.
¿Y si el señor Shinn estaba al tanto de esta cita con W? (¿Era posible que se hubiera enterado?) Norma Jeane se avergonzaba de sí misma porque había rechazado su proposición de matrimonio después de haber fingido aceptarla en un principio. ¡Estaba loca! A partir de aquel día horrible, Isaac Shinn adoptó una actitud brusca y expeditiva y se comunicaba con ella principalmente por teléfono o a través de su secretaria. Ya no la llevaba a cenar a Chasen’s ni al Brown Derby. No había vuelto a inventar malos y encantadores pretextos para «dejarse caer» por el apartamento de la chica. Dios, Shinn había llorado como ella jamás había visto llorar a un hombre adulto. Le había roto el corazón. No puedes romperle el corazón a un hombre más que una vez. Ella no se proponía engañarlo; sencillamente, se había trastornado al oírle decir que era judío. La angustia la había embargado al ver a I. E. Shinn deshecho en lágrimas.
Esto es lo que hace el amor. Incluso a un hombre. Incluso a un judío
.
A pesar de todo, el agente le había enviado el guión de
Niebla en el alma
. Todavía quería que Marilyn Monroe fuera su cliente. Le dijo que lo mejor de la película era el título. El guión era pretencioso y melodramático, con horrorosos toques «cómicos», pero si ella conseguía el papel de Nell, sería su primer trabajo como protagonista. Compartiría cartel con Richard Widmark. ¡Widmark! Era un papel serio y dramático, en lugar de la habitual bazofia de rubia tonta.
—Encarnarías a una niñera psicótica —explicó Shinn.
—¿Una qué? —preguntó Norma Jeane.
—Una niñera esquizofrénica que se propone arrojar a una niña por la ventana —respondió Shinn riendo—. La ata y la amordaza. Es un trabajo arriesgado. No tendrás grandes escenas de amor con Widmark, que hace de pelele, pero lo besarás una vez. Hay tensión sexual y Widmark lo hará bien. La tal Nell, la niñera, trata de seducirlo porque lo confunde con un antiguo novio suyo, un piloto que de hecho murió durante la guerra en el Pacífico. Vamos, un dramón lacrimógeno. Es asquerosamente cursi, pero nadie se dará cuenta. Al final, Nell amenaza con cortarse el cuello con una navaja de afeitar. Los polis la encierran en un manicomio. Widmark se queda con otra mujer. Pero tendrás más escenas que nadie en la película y una oportunidad para
actuar
de verdad, por fin.
Shinn trataba de imprimir entusiasmo a su voz, que sin embargo no sonaba sincera a través del teléfono. Era una voz sensata, sobria. La voz ronca y áspera de un hombre maduro. Una voz abotonada hasta el cuello en una chaqueta de punto. Una voz bifocal. ¿Qué había pasado con el feroz Rumpelstiltskin? ¿Acaso su magia había sido fruto de la imaginación de Norma Jeane? ¿Y qué le ocurriría a la Bella Princesa, su creación, si Rumpelstiltskin estaba perdiendo sus poderes?
Él me conocía: yo era la Pobre Doncella. Todos me conocían
.
Diciendo con tono afable: «Eres libre para marcharte en cualquier momento».
—Cariño. Hemos conseguido el papel.
Habían pasado tres días y un radiante I. E. Shinn hablaba con ella por teléfono.
Norma Jeane apretó con fuerza el auricular. No se encontraba bien. Había estado leyendo unos libros que le había dejado Cass:
El manual del actor y la vida del actor
, repleto de anotaciones, y
Diario
, de Nijinsky. Cuando quiso hablar con Shinn, le falló la voz.
—¿Estás despierta, nena? —preguntó Shinn, molesto—. Acabo de decirte que te han dado el papel de protagonista. El de la niñera. Widmark ha pedido que lo hagas tú. ¡Lo hemos conseguido!
Uno de los libros cayó al suelo. El lápiz, con la punta perfectamente afilada, rodó por la alfombra.
Norma Jeane trató de aclararse la garganta. De soltar lo que fuera que tuviera atascado en ella.
—Es una buena noticia —murmuró con voz ronca.
—¿Una buena noticia? ¡Es estupenda! —replicó Shinn con tono acusador—. ¿Hay alguien contigo? No pareces muy contenta, Norma Jeane.
No había nadie con ella en el apartamento. V llevaba varios días sin llamarla.
—Lo estoy. Estoy contenta —empezó a toser.
Shinn siguió hablando con entusiasmo mientras ella tosía. Parecía haber olvidado su desengaño amoroso. Su humillación. Nadie hubiera dicho que era un hombre de cincuenta y dos años y que moriría pronto. Norma Jeane consiguió aclararse la garganta y escupió un esputo verdoso en un pañuelo de papel. Una sustancia similar le nublaba la vista. Durante días, había bloqueado sus senos frontales, ascendido y penetrado en los resquicios de su cerebro y formado una pasta dura entre sus dientes.
—No pareces contenta, Norma Jeane —protestó el agente—. Me gustaría saber por qué coño no te alegras. Me he roto el culo para dejarte bien ante D en La Productora y lo único que me dices es «ajá, estoy contenta» —imitó una voz que Norma Jeane supuso sería la suya, una vocecilla nasal de niña quejica. Hizo una pausa, respirando ruidosamente.
Norma Jeane podía verlo al otro lado de la línea telefónica: los ojos brillantes como piedras preciosas, la prominente nariz con sus peludas ventanas abriéndose y cerrándose, la enfurruñada boca blanda como un puré. Esa boca que había sido incapaz de besar. Cuando él se había acercado con esa intención, ella había dado un respingo y retrocedido gritando:
Lo lamento. No puedo. No puedo amarlo. Perdóneme
.
—Mira, Nell será dinamita. Vale, el personaje no es muy sesudo y el final es horroroso, pero será tu primer trabajo como protagonista. Es una película seria. Por fin Marilyn empezará a brillar. ¿No me crees? ¿Acaso dudas de la palabra de tu único amigo?
—¡Oh, no! No —Norma Jeane volvió a escupir en el pañuelo y lo hizo un bollo rápidamente, sin mirarlo—. Yo jamás dudaría de usted, señor Shinn.
Transformación
: a esto aspira, consciente o inconscientemente, la naturaleza del actor.
M
ICHAEL
C
HEKHOV
,
To the Actor
1
Yo la conocía. No era su amante sino su padre quien la había abandonado. Le dijeron que había desaparecido en la guerra. Mintieron: sólo había desaparecido de la vida de ella
.
2
Frank Widdoes.
¡El detective de Homicidios de Culver City!
En el primer ensayo de
Niebla en el alma
, descubrió quién era en realidad «Jed Towers». No era el famoso actor (por quien no sentía nada, ni siquiera desprecio), sino su amante perdido, Frank Widdoes, a quien no veía desde hacía once años. En los ojos de Jed Towers, ella vio la mirada cruel, culpable y anhelante del detective. W era el hombre menos indicado para interpretar a un tipo duro pero con buen corazón. Era un papel digno de V, no de W, con su sonrisa torcida y sus provocadores ojos. De hecho, W era un matón, un asesino. Un depredador sexual. Sin embargo, Nell se derretía en cuanto él la tocaba. Se «derretía»: un término cursi, pero inevitable en este caso. La loca y refulgente seguridad en los ojos del actor. (En el papel de Nell, Norma Jeane insistió en usar un sostén que le ceñía y le subía el busto. Sus pechos parecían a punto de estallar bajo la tela de su vestido formal. Muy pronto Marilyn se distinguiría por su hábito de no llevar sostén, pero el papel de Nell lo exigía. «Los tirantes del sujetador se notarán a través de la ropa cuando me enfoquen de espaldas. Ella hace todo lo posible por mantenerse cuerda. Lo intenta desesperadamente.»)
Te quiero, haría cualquier cosa por ti. Yo no existo; sólo existes
TÚ
.
Besaría a Jed Towers. Con pasión, con avidez. Se movería entre los brazos del hombre con una vehemencia que sorprendería a Richard Widmark. Y lo asustaría un poco. ¿Estaba actuando? ¿Marilyn Monroe interpretaba a Nell o estaba loca de deseo por él? Aunque ¿qué es la «interpretación» a fin de cuentas? Norma Jeane nunca había besado a Frank Widdoes. Al menos no como él pretendía que lo besara. Ella lo sabía y se había negado a hacerlo. Le tenía miedo. Un hombre adulto tiene el poder de penetrar en tu alma. Sus otros novios eran unos críos. Los críos no tienen poder. Tal vez tengan la capacidad de herir, pero no la de colarse en tu alma.
—Eh, Norma Jeane, ven.
Ella no había tenido más remedio que subir a su coche, con su larga y rizada melena castaña cayéndole sobre la cara. ¿Qué podía saber Widmark de Widdoes? ¡Nada! No tenía ni idea. La había obligado a arrodillarse ante él, pero ella no lo amaba. No amaba su porte altivo, su arrogancia sexual, el pene del que tan orgulloso estaba; nada de eso era real para ella. Lo único real para ella era Frank Widdoes acariciándole el pelo. Murmurando su nombre. Un nombre que sonaba mágico en boca de él. «Norma Jeane» no era un nombre mágico por sí mismo, pero en la voz ronca y anhelante de Frank Widdoes se convertía en mágico y entonces ella sabía que era hermosa y deseable.
Ser deseable es ser hermosa
. Porque él la había escondido, pronunciado su nombre, ella había subido al coche de Frank. Un coche de la policía sin señas que lo identificaran. Era un agente de la ley. Del gobierno. Si el gobierno se lo ordenaba, podía matar. Le había visto pegar a un muchacho con el revólver, haciéndole caer de rodillas y luego de bruces sobre el suelo salpicado de sangre. Llevaba una pistola en la funda que colgaba de su hombro izquierdo, y una tarde lluviosa y con niebla, junto al terraplén del ferrocarril donde habían hallado un cadáver, él le cogió la mano, su pequeña y tersa mano, y cerró los dedos de ella alrededor de la culata de la pistola, que estaba caliente debido al contacto con su cuerpo. ¡Ah, cuánto lo amaba! ¿Por qué no lo había besado? ¿Por qué no había permitido que la desnudara, que la besara como él quería, que le hiciera el amor con la boca, las manos, el cuerpo? Él llevaba un «chubasquero», en un envoltorio de aluminio, en la cartera.
—No te haré daño, Norma Jeane. Te lo prometo.
En cambio, ella dejaba que le cepillara el pelo.
Porque él era su verdadero padre. Podía hacer daño a otros con el fin de protegerla, pero nunca a ella
.
Había perdido a Frank Widdoes. Él había desaparecido de su vida junto con los Pirig, el señor Haring, su larga melena rizada de color rubio oscuro y sus incisivos ligeramente inclinados. Sin embargo, allí estaba Jed Towers, un personaje de película, mirándola fijamente. El actor se llamaba Richard Widmark.
No veía a Widmark, que a la sazón no significaba más para mí que el retrato de un actor famoso, sino a Frank Widdoes, que había penetrado en mi alma
. ¡Qué pasión la de Nell! ¡Su piel ardiente, su cuerpo preparado para el amor! Se comporta de manera temeraria, haciendo señales a este desconocido con una persiana veneciana. Trabaja como niñera en un gran hotel. Ha entrado en un mundo de fantasía. Toma prestados ropa elegante, perfume, joyas y maquillaje, todo lo cual transforma a la insignificante Nell en una seductora belleza rubia dispuesta a conquistar a Jed Towers con su joven e insaciable cuerpo.
Todo acto requiere una justificación. Es preciso buscar un motivo para todo lo que se hace sobre un escenario
. Nell acaba de salir de un hospital psiquiátrico. Ha intentado suicidarse. Sus muñecas están surcadas por cicatrices. Está asustada, como se asustaba Gladys ante la perspectiva de abandonar Norwalk. Las manos de Gladys, fuertes como garras. Su delgado cuerpo se ponía rígido cuando Norma Jeane suplicaba
Deberías venir a mi casa un fin de semana, ¿sí? Quizá el día de Acción de Gracias. ¡Oh, madre!
El desconocido golpea a la puerta de Nell. Sus provocativos ojos la recorren; la mira con inconfundible deseo. Ha traído una botella de whisky y es obvio que él también está nervioso. Los párpados de Nell tiemblan como si él le hubiera acariciado el vientre; su voz infantil se hace más grave: «¿Te gusto?». Poco después se besan. Cuando lo hacen, Nell se mueve como una serpiente hambrienta y vigorosa. Jed Towers se queda estupefacto.