Blonde (47 page)

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Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

La robusta anciana miró a Norma Jeane con incredulidad. Después esbozó una sonrisa y finalmente soltó una carcajada.
Nos has sorprendido a todos, Norma Jeane. Estamos muy orgullosos de ti, cariño
.

Y Gladys aceptaría a su nieto, aunque se hubiera negado a aceptar a su nieta. Después de todo, era una suerte que les hubieran arrebatado a Irina.

Cuando te llega la hora, te llega. Puede ocurrir rápidamente o no
. A través de una estrecha ventana del bungalow de Montezuma Drive vio el ágil cuerpo desnudo andando sobre la alfombra. Era Cass Chaplin, ajeno a su presencia. El muchacho se inclinó sobre el piano y tocó varios acordes, una débil y fluida cascada de notas tan hermosas como las de Debussy o Ravel, sus compositores favoritos, y luego pareció apuntar algo o escribir la melodía en un cuaderno de música. Durante la última semana de rodaje de Norma Jeane en Culver City, Cass pasó varios días en una casa situada al otro lado de Olympic Boulevard, trabajando en una composición y una coreografía de ballet. (El bungalow colonial, rodeado de una selva de palmeras raquíticas y descuidadas enredaderas, era propiedad de un guionista que figuraba en la lista negra y se había exiliado a Tánger.) Cass le había dicho a Norma Jeane que la música había sido su primer amor y deseaba volver a dedicarse a ella.

—La interpretación no es lo mío. Yo no soy actor, porque no me interesa encarnar a otros. Quiero encarnar la música, que es pura.

Siempre que había un piano cerca, Cass interpretaba fragmentos de sus composiciones para Norma Jeane y a ella le parecían preciosas. También bailaba para la joven, aunque medio en broma y durante pocos minutos. Ahora, de pie en el sendero cubierto de hojas de esta casa casi desconocida, Norma Jeane miró a través de la ventana la figura espectral de su amante y sintió la sangre palpitando en su cabeza.
No debo interrumpirlo. No estaría bien
.

Me odiará si descubre que lo he estado espiando
, pensó.
No puedo arriesgarme
.

Se ocultó al otro lado del sendero y durante cuarenta minutos escuchó como en un trance los acordes, las notas que subían y bajaban de volumen. El tiempo se detuvo y ella deseó que siguiera así eternamente.

Cuando te llega la hora
.

Shinn en el papel de transmisor de la verdad. Bajando su ronca voz para decirle que, al contrario de lo que Chaplin Jr. pretendía hacerle creer a ella, Chaplin Sr. había entregado una pequeña fortuna a su ex mujer y a su hijo. Los abogados lo habían obligado.

—Naturalmente, no queda nada de ella —dijo Shinn con una sonrisa burlona—. La pequeña Lita se la pulió hace veinticinco años.

Norma Jeane miró sin parpadear a su agente. ¿Cass le había mentido? ¿O ella le había entendido mal?

—Entonces es lo mismo —balbuceó—. Su padre lo desheredó y lo abandonó. Está solo.

—Tan solo como cualquiera de nosotros —replicó Shinn con una risita desdeñosa.

—Su padre lo ha ma-maldecido y es una maldición doblemente cruel porque procede del gran Charlie Chaplin. ¿Es que le resulta imposible sentir compasión, señor Shinn?

—¡En absoluto! Estoy lleno de compasión. ¿Acaso hay alguien que dé más que yo a las instituciones benéficas? El fondo para los niños tullidos, la Cruz Roja, la defensa de los Diez de Hollywood… Pero no siento la más mínima piedad por Cass Chaplin —Shinn se esforzaba por mantener un tono humorístico, pero su dilatada nariz, con sus profundas y peludas ventanas, temblaba de ira—. Ya te he dicho, querida, que no quiero que estés con él en público.

—¿Y en privado?

—En privado, toma precauciones. Con dos como
él
ya tenemos más que suficiente.

Norma Jeane necesitó unos minutos de reflexión para entender el comentario.

—Eso ha sido una crueldad, señor Shinn. Una crueldad y una grosería.

—Así es I. E. Shinn, ¿no? Cruel y grosero.

Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas. Estaba a punto de abofetear a Shinn. Pero al mismo tiempo deseaba cogerle las manos y suplicar que la perdonara, porque ¿qué haría ella sin él? No; quería reírse en su cara. En esa arrugada cara de plastilina. Ante sus ojos ofendidos y furiosos.

Lo quiero a él, no a ti. Jamás podré amarte. Si me obligas a elegir entre los dos, te arrepentirás
.

Norma Jeane temblaba; estaba tan enfadada como I. E. Shinn y comenzaba a hablar con la misma contundencia. Shinn se acobardó.

—Mira, cariño, sólo pretendo ser útil. Práctico. Ya me conoces: sólo pienso en ti. En tu carrera y tu bienestar.

—Estás pensando en Marilyn. En su carrera.

—Bueno, sí. Marilyn es mía, mi creación. Me preocupo por su carrera y bienestar.

Norma Jeane murmuró algo que su agente no oyó. Le pidió que lo repitiera y ella dijo, sorbiéndose los mocos:

—Ma-marilyn no es más que una carrera. No tiene «bienestar».

Shinn soltó una carcajada cargada de asombro. Se había levantado de la silla giratoria del escritorio y se paseaba sobre la alfombra, flexionando sus dedos cortos y gruesos. A su espalda, la brumosa luz del sol y el bullicio del tráfico de Sunset Boulevard se colaban por una ventana de cristal esmerilado. Norma Jeane, que estaba sentada en una de las famosas sillas bajas de Shinn, también se puso en pie, aunque con dificultad. Acababa de salir de su clase de baile y le dolían las pantorrillas y los muslos como si se los hubieran machacado a martillazos.

—Él
sabe que no soy Marilyn. Me llama Norma. Es el único que me entiende.

—Yo
te entiendo —la joven miraba fijamente la alfombra, mordiéndose la uña del pulgar—. Te entiendo porque
yo
te he inventado. Nadie se preocupa por ti tanto como yo, créeme.

—Tú no me inventaste. Lo hice yo sola.

Shinn rió.

—No te pongas filosófica, ¿vale? Hablas como tu amigo Otto Öse, que dicho sea de paso está metido en un buen lío. Figura en la última lista del Consejo de Control de Actividades Subversivas. Así que no te acerques a él.

—No tengo ninguna relación con Otto Öse —respondió Norma Jeane—. Ya no. ¿Qué es el Consejo de Control de Actividades Subversivas?

Shinn apretó sus labios con el dedo índice. Era un ademán que él y otros personajes de Hollywood hacían a menudo, en privado y en público. Acompañado de un fruncimiento de cejas al estilo de Groucho, pretendía ser un gesto cómico, pero no lo era: cualquiera podía ver el temor en los ojos.

—No te preocupes, cariño. El tema que nos ocupa no es Otto Öse ni Chaplin Jr. Sólo debemos pensar en Marilyn. O sea, en ti.

Norma Jeane estaba inquieta.

—Pero ¿Otto Öse también está en la lista negra? ¿Por qué? —Shinn encogió sus hombros deformes como si dijera
¿Quién sabe? ¿Qué más da?
—. ¿Por qué hace esto la gente? ¿Por qué se denuncian unos a otros? Me han dicho que el propio Sterling Hayden ha pasado nombres al comité. Y yo que lo admiraba. ¡Todos esos desgraciados sin trabajo y los Diez de Hollywood en prisión! Es como si no estuviéramos en Estados Unidos, sino en la Alemania nazi. ¡Charlie Chaplin fue un verdadero valiente al negarse a cooperar y largarse del país! Lo admiro por ello. Y creo que Cass también lo admira, aunque no quiera admitirlo. ¡Y Otto Öse no es comunista! Yo podría testificar a su favor: estaría dispuesta a jurar sobre la Biblia que es inocente. Siempre ha dicho que los comunistas son unos incautos. No es marxista.
Yo
sí que podría serlo, si terminara de entender lo que dice Marx. Es como el cristianismo, ¿no? Aunque Karl Marx tenía razón cuando dijo que «la religión es el opio del pueblo». Igual que el alcohol y el cine. Además, los comunistas defienden a los ciudadanos de a pie, ¿no? ¿Qué hay de malo en eso?

Shinn escuchó esta monserga con estupor.

—¡Ya basta, Norma Jeane! ¡Suficiente! —exclamó.

—¡Es que todo es tan injusto, señor Shinn!

—¿Quieres que nos pongan a los dos en la lista negra? ¿Y si hubiera micrófonos en mi despacho? ¿Y si hubiera… —miró hacia la estancia contigua, donde estaba el escritorio de su secretaria y recepcionista— espías escuchando? Santo cielo, no puedes ser tan tonta, así que calla.

—Pero es injusto…

—¿Y qué? La vida es injusta. ¿No has leído a Chéjov y a O’Neill? ¿No te has enterado de lo que ocurrió en Dachau y en Auschwitz? ¿No sabes que el
Homo sapiens
devora a los de su propia especie? Madura de una vez.

—No sé cómo, señor Shinn. Me cuesta admirar, o incluso entender, a la gente madura que conozco —Norma Jeane hablaba con seriedad, como si aquél fuera el verdadero tema de la conversación. Parecía estar suplicando, deseando coger las manos del agente—. Estoy tan confundida que a veces no consigo pegar ojo. Y Cass…

—Marilyn no necesita pensar ni entender nada —interrumpió Shinn—. Basta con que
exista
. Es preciosa, tiene talento y nadie quiere oír esa retorcida basura metafísica de sus sensuales labios. Créeme, bonita.

Norma Jeane dejó escapar un pequeño grito y retrocedió. Como si Shinn la hubiera golpeado.

Puede que me pegara
, recordaría más tarde.

—Es po-posible que Marilyn muera otra vez —repuso—. Quizá no salga nada de su debut. Cabe la posibilidad de que los críticos me detesten o no se fijen en mí, que se repita lo ocurrido con
Scudda-Hoo! Scudda-Hay!
y que la Metro me despida, como hizo La Productora. Tal vez sería lo mejor para mí
y
para Cass.

Norma Jeane huyó. Shinn corrió tras ella, resoplando. Cruzaron la estancia contigua, donde la secretaria los miró con asombro, y salieron al pasillo. Frunciendo la nariz como un perro furioso, el agente gritó:

—Con que eso es lo que piensas, ¿eh? ¡Espera y verás!

¿Quién es la rubia?
Esa noche de enero de 1950, eludiendo sus desesperados ojos en el espejo, volvió a marcar el número del bungalow de Montezuma Drive y al otro lado de la línea los timbrazos retumbaron nuevamente con el sonido hueco y melancólico de un teléfono que suena en una casa vacía. Cass estaba enfadado con ella; no cabía duda. No sentía envidia (¿qué podía envidiarle a
ella
el hijo de la mayor estrella de cine de todos los tiempos?), sino furia. Indignación. Sabía que Shinn lo detestaba y no quería verlo en la fiesta que se celebraría en Enrico. Eran casi las nueve y el tocador de señoras comenzaba a llenarse. Voces estridentes, perfume. Las mujeres la miraban, la atravesaban con los ojos. Una de ellas sonrió, le tendió la mano y sus dedos helados se cerraron sobre los de Norma Jeane:

—Usted es Angela, ¿verdad, querida? Excelente debut.

Era la esposa de un ejecutivo de la Metro y había sido una actriz secundaria en la década de los treinta.

—¡Oh! Gracias —dijo Norma Jeane con un hilo de voz.

—¡Qué película tan extraña e inquietante! No es lo que una espera, ¿no? Me refiero al desenlace. No estoy segura de haberla entendido bien, ¿y usted? ¡Tantos muertos! Pero John Huston es un genio.

—Sí, desde luego.

—Debe de sentirse privilegiada por haber trabajado con él, ¿no?

Norma Jeane todavía estrechaba la mano de la mujer. Asintió con un gesto solemne y los ojos llenos de lágrimas de gratitud.

Las demás mujeres se mantuvieron a distancia, mirando el pelo, el busto y las caderas de Norma Jeane.

Pobrecilla. La vistieron como a una muñeca grande, provocativa y sensual, y ella fue a esconderse al tocador, donde temblaba y sudaba tanto que era posible olerla. ¡No me soltaba la mano, lo juro! Si se lo hubiera permitido, me habría seguido como un cachorrillo
.

Por fin terminó la proyección.
La jungla de asfalto
fue todo un éxito. Al menos eso decía y repetía la gente entre apretones de manos, abrazos, besos y copas de champán. ¿Dónde estaba I. E. Shinn con su esmoquin? ¿No debía estar al lado de su aturdida cliente para hablar en su nombre?

—Hola, Angela.

—Hola.

—Estupenda interpretación.

—Gracias.

—Lo digo en serio. Ha sido una interpretación fabulosa.

—Gracias.

—Un portento.

—Gracias.

—Eres una muchacha preciosa.

—Gracias.

—Me han dicho que éste es tu debut.

—Sí.

—Y te llamas…

—Ma-marilyn Monroe.

—Enhorabuena,
Marilyn Monroe
.

—Gracias.

—Te daré mi tarjeta,
Marilyn Monroe
.

—Gracias.

—Tengo el pálpito de que volveremos a vernos,
Marilyn Monroe
.

—Gracias.

Estaba radiante. No había sido tan feliz desde el día en que el Príncipe Encantado la había subido al escenario, bajo las cegadoras luces, la había alzado para que todos la admiraran y besándole la frente había dicho:
Te nombro mi Bella Princesa, mi novia
. Y le había murmurado al oído las palabras secretas:
Ahora puedes ser feliz. Te has ganado la felicidad. Al menos durante una temporada
. Las cámaras celebraron su inmensa dicha disparando los flashes en el abarrotado vestíbulo. Allí, sonriendo para los fotógrafos, estaban la rubia y espectacular Angela y el «tío Leon», que parecía turbado y fumaba como un carretero. Angela y el protagonista masculino, Sterling Hayden, con quien ella no había rodado ni una sola escena. Angela y el gran director, que le había regalado ese momento de felicidad.
Ay, jamás podré agradecérselo lo suficiente
. Norma Jeane soltó una risita frívola al ver entre la multitud la enfurruñada cara de halcón de Otto Öse detrás de una cámara: con sus holgadas prendas negras, parecía un espantajo indignado con el papel servil que le tocaba interpretar precisamente a él, que después de las atroces revelaciones de las cámaras de gas, la solución final y las bombas atómicas, estaba destinado a ser un artista, el artífice de una obra original y fascinante, un creador de arte judío, de arte radical y revolucionario. Norma Jeane habría querido gritarle:
¿Lo ves? ¡No te necesito! Ni a ti ni tus asquerosos desnudos. Ni tus calendarios. Soy una actriz. No necesito a nadie. Espero que te arresten y te encierren
. Pero cuando miró mejor, vio que no se trataba de Otto Öse.

¡Cómo sonreía Shinn! Parecía un cocodrilo sin patas, girando sobre su cola. Y aquel brillo de sudor que cubría su desproporcionada cara. Norma Jeane imaginó cómo sería hacer el amor con él y rió. Tendría que cerrar los ojos y la mente.
Oh, no, yo me casaría únicamente por amor
.

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