A menudo le telefoneaba a última hora de la noche para jactarse de que había conseguido colar alguna noticia falsa en una columna de cotilleo, y los dos reían a carcajadas, como si hubieran ganado la lotería con un billete encontrado en la calle.
No mereces ganar con ese billete
.
Pero ¿quién lo merece?
La proposición de matrimonio de esta noche tenía una sorprendente novedad: Isaac Shinn redactaría un convenio prenupcial legando toda su fortuna a Norma Jeane Baker, alias Marilyn Monroe, desheredando a sus hijos y otros herederos. I. E. Shinn tenía millones ¡y serían todos para ella! Le presentó estos hechos con ademanes teatrales, igual que un mago habría anunciado una visión fantasmagórica a un público crédulo. Sin embargo, Norma Jeane sólo atinó a encogerse en su asiento y decir, profundamente turbada:
—Oh, gracias, señor Shinn…, mejor dicho, Isaac. Pero no puedo aceptar. No pu-puedo.
—¿Por qué no?
—Bueno, no me gustaría, no quisiera…, en fin, perjudicar a su familia. A su familia de verdad.
—¿Por qué no?
Ante semejante agresión, Norma Jeane rió. Pero enseguida se ruborizó.
—Yo lo qui-quiero —dijo por fin—. Pero no estoy enamorada de usted.
Ya estaba. Lo había dicho. En una película, lo habría expresado con tristeza pero también con elocuencia. En el despacho del señor Shinn, se lo había soltado apresuradamente y con vergüenza.
—Qué coño. Yo puedo poner suficiente amor por los dos, cariño. Ponme a prueba —su tono era jocoso, pero los dos sabían que hablaba muy en serio.
Con involuntaria crueldad, Norma Jeane replicó:
—Pero… eso no bastaría, señor Shinn.
—¡Ahora sí que me has dado! —haciéndose el payaso, Shinn se llevó las manos al corazón como si sufriera un infarto.
Norma Jeane se estremeció. ¡Aquello no tenía ninguna gracia! Pero así era la gente de Hollywood, siempre expresando sus verdaderas emociones como si se tratara de una actuación. ¿O es que sólo eran capaces de expresar sus verdaderas emociones cuando actuaban? Todo el mundo sabía que el señor Shinn sufría del corazón.
No puedo casarme con usted con el único fin de mantenerlo vivo, ¿no?
¿Debería hacerlo?
La Bella Princesa no era más que la Pobre Doncella. Bastaría una palmada de Rumpelstiltskin para hacerla desaparecer.
Durante esta conversación, ni la joven ni el agente mencionaron a V, el amante secreto de Norma Jeane, con quien ella deseaba casarse pronto. ¡Sí, muy pronto!
Norma Jeane no amaba a V con la vehemencia y la desesperación con que había amado a Cass Chaplin, pero quizá fuera mejor así. Sus sentimientos hacia V eran más sanos.
Se casarían en cuanto V obtuviera el divorcio. En cuanto su perversa ex mujer se resignara a no seguir chupándole la sangre.
Norma Jeane no estaba segura de cuánto sabía Shinn sobre su relación con V. Además de su agente, era su amigo y ella le hacía confidencias, pero sólo hasta cierto punto. (Por ejemplo, nunca le contaría que tras descubrir la traición de Cass, se había tomado un frasco casi entero de barbitúricos, aunque enseguida los había vomitado en forma de una viscosa pasta mezclada con bilis.) La joven tenía el inquietante pálpito de que Shinn disponía de más información sobre ella y V que ella misma, pues el agente acostumbraba a contratar espías para vigilar a sus clientes favoritos. Sin embargo, no hablaba de V con el tono desdeñoso y grosero con que solía referirse a Charlie Chaplin Jr., porque V le caía bien, lo admiraba y lo consideraba «un decente ciudadano de Hollywood, un tipo que ha obtenido el respeto que se merece». V había sido un actor de éxito en la década de los cuarenta y seguía siendo conocido en los cincuenta, al menos en ciertos círculos. No era Tyron Power, ni Robert Taylor, ni Clark Gable, ni John Garfield, pero era un actor responsable y con talento, una cara toscamente apuesta, juvenil y pecosa conocida por millones de espectadores estadounidenses.
Lo quiero. Estoy decidida a casarme con él
.
Dice que me adora
.
Shinn dejó caer su puño regordete sobre el escritorio.
—Estás en Babia, Norma Jeane. Sigo aquí.
—Lo la-lamento.
—Entiendo que no me quieras de esa manera, cariño. Pero hay otras formas —ahora Shinn hablaba con delicadeza, escogiendo las palabras—. Siempre que me respetes, y creo que ya lo haces…
—¡Oh, desde luego, señor Shinn!
—Y que confíes en mí…
—¡Por supuesto!
—Entonces tenemos una base fuerte, inquebrantable, para el matrimonio. Además del convenio prenupcial.
Norma Jeane titubeó. Parecía una oveja aturdida, conducida diestramente hacia el redil. Sólo empezó a resistirse al llegar a la entrada.
—Pero yo…, yo me casaré por amor; nunca por dinero.
—¡Norma Jeane! —exclamó el agente con brusquedad—. ¡Maldita sea! ¿No me has oído? ¿Acaso Huston no te enseñó a escuchar a tus compañeros de escena? ¿A
concentrarte
? La expresión de tu cara y tu postura indican que sólo estás «sugiriendo» una emoción, que no la
sientes
. En consecuencia, ¿cómo puedes saber cuáles son tus verdaderos sentimientos?
¡Qué pregunta! Shinn esgrimía esa clase de tácticas con sus clientes. Adoptaba el papel de un director que analiza las escenas y ofrece motivaciones. Era imposible discutir con él. Sus ojos eran brasas encendidas. Norma Jeane experimentó una sensación de vértigo, como si fuera a desmayarse.
Será mejor que ceda. Que diga que sí. Lo que él quiera. Él posee la sabiduría mágica. Es tu verdadero padre
.
La joven había estado haciendo pesquisas sobre la vida privada de I. E. Shinn, de modo que sabía que había estado casado dos veces; la primera, durante dieciséis años. Poco después de separarse, se había casado con una joven intérprete contratada por RKO, de la que se había divorciado en 1944. Tenía cincuenta y un años. Tenía dos hijos adultos de su primer matrimonio. Norma Jeane se había alegrado al descubrir que su agente era un buen padre y mantenía una relación amistosa con la madre de sus hijos.
Yo únicamente podría casarme con un amante de los niños. Un hombre que desee hijos
.
Shinn la miraba con un gesto extraño. ¿Habría hablado en voz alta? ¿O hecho alguna mueca?
—No eres religiosa, querida, ¿verdad? —preguntó Shinn—. Yo no, por supuesto. Soy judío, pero…
—¡Vaya! ¿Es judío?
—Desde luego —Shinn rió al ver la expresión de la chica. Era la encarnación de Angela—. ¿Creías que era irlandés? ¿Hindú? ¿Un patriarca mormón?
Norma Jeane rió, cohibida.
—Ay, bueno, sabía que era ju-judío, pero por alguna razón… —hizo una pausa y cabeceó. Era una maravillosa interpretación de la rubia tonta. Y tan adorable—. Hasta que usted no lo dijo… Judío.
Shinn también rió.
—Isaac es un nombre judío, cariño. Tomado de la Biblia hebrea.
Shinn la tenía cogida de las manos. Movida por un impulso, Norma Jeane se llevó esas manos a la boca y las cubrió de besos. En un trance de abnegación, murmuró:
—Yo también soy judía de corazón. ¡Mi madre admiraba tanto al pueblo semita! Decía que eran una raza superior. Y creo que también tengo sangre judía. ¿Nunca le he dicho que mi bisabuela era Mary Baker Eddy? ¿Ha oído hablar de ella? ¡Es famosa! Su madre era judía. No practicaban la religión porque tuvieron una visión de Jesús, el Sanador. Pero soy descendiente de judíos, señor Shinn.
Por nuestras venas corre la misma sangre
.
Estas palabras de la joven Princesa fueron tan sorprendentes que a Rumpelstiltskin no se le ocurrió ninguna respuesta.
No fui yo. Todas esas veces. Fue mi destino. Como un cometa que se aproxima a la Tierra, como la fuerza de gravedad. Es imposible resistirse. Por mucho que lo intentes, no lo consigues
.
Finalmente, W mandó llamar a Norma Jeane. Ahora que ella era Marilyn. Después de tantos años.
Ella conocía la razón: en La Productora contemplaban la posibilidad de contratarla para una película titulada
Niebla en el alma
. Se había presentado a la audición, y según decían, había estado «brillante». Ahora esperaba. I. E. Shinn también esperaba. La había citado W, el protagonista masculino.
¿Por qué había estado pensando obsesivamente en Debra Mae durante las últimas cuarenta y ocho horas? No tenía sentido. La muerte no existe, y sin embargo los muertos siguen muertos. Pensar en ellos era perjudicial.
Seguro que no desean nuestra compasión
, se dijo Norma Jeane.
Se preguntó si W habría citado alguna vez a Debra Mae. O N, D o B. Z, le constaba, había mandado llamar alguna vez a la chica muerta. Pero Z también la había llamado a ella,
que no estaba muerta
.
—Hola, Marilyn.
La miraba con expresión sincera. Con su sonrisa torcida. Siempre es sorprendente ver a las estrellas de cine en persona. Ahí estaba W, con su sonrisa de tenorio, una sonrisa perversamente sensual. Imaginabas sus punzantes dientes caninos. Adivinabas su aliento jadeante y ardiente, capaz de quemar. De hecho, era un hombre apuesto con una cara delgada como un hacha y unos ojos provocativamente entornados.
Detesta a las mujeres. Pero puedes conseguir que te ame a
TI
. Ella era tan bonita y tierna: un bombón. Un pastelillo de crema. Algo que merecía chuparse vigorosamente con la lengua en lugar de masticarlo y tragarlo. ¿Tendría piedad de ella? ¿Querría ella su piedad? Tal vez no. Sin perder un segundo, W rodeó con los dedos el tembloroso antebrazo desnudo de la joven. La piel de ella era del color de la nata, mucho más pálida que la de él. Los dedos de W eran fuertes y tenían manchas de nicotina. Norma Jeane se estremeció. Sintió una punzada en la boca del estómago. Una súbita humedad en cierta parte de su cuerpo. Los hombres eran los adversarios, pero una debía conseguir que el adversario la deseara. Y estaba ante un hombre que no era tierno como V, su amante secreto. Estaba ante un hombre que no era su alma gemela, como Cass Chaplin.
—Hace mucho que no nos vemos, ¿eh? Excepto en los periódicos.
En sus películas, W casi siempre era el asesino. Un asesino admirable, porque disfrutaba matando. Un muchacho demasiado alto y desgarbado con ojos pícaros y una sonrisa torcida y sensual. Con una risa bobalicona y estridente. En su debut cinematográfico, W había empujado por las escaleras a una anciana inválida. Ríe mientras la silla de ruedas cae por la escalera, se estrella y la mujer grita ante el objetivo de la cámara que enfoca la escena en una parodia de horror.
Joder, sabes que siempre quisiste empujar a una vieja tullida por las escaleras; ¿cuántas veces deseaste empujar a la puta de tu madre por las escaleras para que se rompiera el cuello?
Estaban en la planta baja de un edificio de apartamentos en La Brea, cerca de Slauson. No era una zona de Los Ángeles que Norma Jeane conociera bien. Más tarde, dolorida y avergonzada, no la recordaría con claridad. Como no recordaría muchos apartamentos, bungalows, suites de hotel, «cabañas» y casas de fin de semana en Malibú durante los primeros años de lo que suponía sería su carrera o, en cualquier caso, su vida. Los hombres dominaban Hollywood y era preciso aplacarlos. No era una verdad profunda. Era una verdad banal y en consecuencia, fiable. Igual que
no existe el mal, no existe el pecado, no existe la muerte. Ni el dolor
. El apartamento, con las ventanas oscurecidas por espigadas palmeras, estaba austeramente amueblado, como un sueño en el que los contornos están vacíos. Un piso prestado. Un piso compartido. No había alfombras sobre el arañado suelo de madera. Unas pocas sillas desperdigadas, un teléfono solitario sobre el alféizar de la ventana, cubierto de cadáveres de insectos. Una página arrancada de
Variety
con un titular que contenía las palabras «esqueleto tuerto», a menos que fuera «esqueleto muerto». En la sombría habitación del fondo, una cama. Un colchón de aspecto flamante que alguien había cubierto con una sola sábana, en apariencia con prisas, aunque quizá fuera distraídamente, en un estado de ensoñación. Qué alivio supone para el frenético discurrir de la mente encontrar significados y motivaciones. La joven empezaba a entender que el mundo es un gigantesco poema metafísico cuya invisible forma interior es idéntica a su forma visible y tiene exactamente el mismo tamaño. Con sus tacones de aguja y su vestido floreado, como una foto de portada de
Family Circle
, Norma Jeane pensaba que quizá la sábana estuviera limpia o acaso no (una mujer de veintiséis años, casada a los dieciséis, era forzosamente realista). En el pequeño y apestoso lavabo habría toallas, quizá limpias o acaso no. Sabía lo que vería en la papelera de mimbre, enrollado y endurecido como un fósil de caracol, así que ¿para qué mirar?
Ahora rió y se volvió con encantadora torpeza.
—Oh. ¿Qué…? —para que W pudiera sujetarla, reconfortarla con un protector ademán masculino.
—No es nada, pequeña. Sólo…, ya sabes, bichos.
Con el rabillo del ojo, Norma Jeane vio la vertiginosa fuga de unas cuantas cucarachas brillantes como trozos de plástico negro. No eran más que cucarachas (y ella tenía muchas en casa), pero su corazón se aceleró, alarmado.
W chasqueó los dedos en la cara de la joven.
—¿Estás soñando despierta, guapa?
Norma Jeane se sobresaltó y rió. Su primer reflejo era siempre sonreír o reír. Al menos lo hizo con su nueva voz, grave y seductora, en lugar de soltar los ridículos chillidos de antes.
—No, no, no… —farfulló, improvisando como en una clase de interpretación—. Sólo pensaba que aquí no hay serpientes de cascabel. Hay que dar gracias por ello, porque no hay ninguna serpiente de cascabel en esta habitación, ¿no? Ni esperando en la cama, ¿verdad?
Más que una afirmación, era una pregunta llena de ansiedad. En presencia de hombres como W, una sólo hacía afirmaciones en forma de preguntas. Era una demostración de buenos modales, de tacto femenino. W la recompensó con una sonora carcajada.
—Eres la monda, Marilyn o… Norma. ¿Qué nombre prefieres?
Entre ellos se respiraba una fuerte tensión sexual. Los provocativos ojos de W recorrieron la figura de la chica: los pechos, el vientre, las piernas, los delgados tobillos desnudos sobre las altas sandalias de tacón. Se clavaron en su boca. Era evidente que W sabía apreciar su sentido del humor. A menudo, el extraño sentido del humor de Norma Jeane sorprendía a los hombres, que no esperaban nada semejante de Marilyn, una rubia dulce y bobalicona con la inteligencia de una niña de once años precoz. Porque era un sentido del humor parecido al de ellos. Mordaz e imprevisible, como encontrar cristales al morder un pastelillo de nata.