Blonde (44 page)

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Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

En el otro extremo del mundo, lejano como la luna, los misteriosos soviéticos hacían detonar sus bombas nucleares. Eran demonios comunistas empeñados en la aniquilación de los cristianos. Era imposible hacer una tregua con ellos, igual que con cualquier demonio. Sólo era cuestión de tiempo —¿meses?, ¿semanas?, ¿días?—; tarde o temprano atacarían.

Son días de venganza
, entonaba el amante de Norma Jeane con su aterciopelada voz de tenor.
Sin embargo: mía es la venganza, dijo el Señor
.

Insistió en que Norma Jeane reflexionara con él sobre las fotografías. Eran almas gemelas, hermanos además de amantes. Eran mellizos nacidos en el mismo año, 1926, y bajo el mismo signo, Géminis. Otto Öse le había pasado unas copias borrosas de fotografías secretas de las fuerzas armadas tomadas en Hiroshima y Nagasaki después de los bombardeos atómicos del 6 y el 9 de agosto de 1945. Eran fotos prohibidas que no se entregarían a la prensa hasta 1952, y Cass ignoraba cómo habían llegado a manos de Otto Öse. Lo último en
pornografía
, había dicho Otto Öse de estos documentos.

La devastación de ciudades. Armazones de edificios y coches quemados. Un brumoso territorio de escombros en el que los seres humanos todavía conseguían andar erguidos pese a su paso tambaleante. Había primeros planos en colores curiosamente refulgentes e intensos de algunos de estos individuos de cara demacrada y ausente; de las manecillas de un reloj, paradas en las 8.16 de un día lejano, y de siluetas humanas grabadas a fuego en las paredes.

—En su momento no nos enteramos de nada —dijo Cass Chaplin en voz baja—. Fue el nacimiento de una nueva era. Esto y los campos de concentración.

Cass bebía, despatarrado desnudo en su cama, que de hecho era la cama de un extraño, pues en sus meses de amor él y Norma Jeane vivieron mayormente entre las posesiones de desconocidos, y rozaba con la punta de sus sensibles dedos las fotografías (que no eran más que copias) como un ciego que lee braille. Su voz temblaba con una mezcla de satisfacción y pena. Sus hermosos ojos castaño oscuro brillaban de emoción.

—A partir de ahora, Norma Jeane, las fantasías de las películas no serán convincentes. Ni las Iglesias. Dios.

Norma Jeane, abstraída en las horribles fotos, no lo contradijo. Rara vez contradecía en voz alta a su amante, que para ella era mágico, un alma gemela más profunda y valiosa de lo que ella llegaría a ser jamás. ¡El hijo de Charlie Chaplin! Y el espíritu de Chaplin asomando a sus brillantes ojos como mucho tiempo antes había asomado a los ojos del héroe de
Luces de la ciudad
. Sin embargo, pensaba
No. Ahora la gente necesitará más que nunca sitios donde refugiarse
.

Angela, 1950

¿Quién es la rubia?, ¿quién es la rubia?, ¿quién es la rubia?

Eran voces masculinas. El público que asistía a la proyección estaba compuesto en su mayor parte por hombres.

Esa rubia, la «sobrina» de Calhern, ¿quién es?

La rubia guapa, la que está vestida de blanco, ¿quién es?

Esa rubia atractiva, ¿quién demonios es?

No eran voces que murmuraban en una fantasía, sino voces de verdad. Porque el nombre Marilyn Monroe no figuraba en el material publicitario repartido por la Metro-Goldwyn-Mayer. Las dos breves apariciones de la joven en la larga película no parecían lo suficientemente importantes para imprimir su nombre entre los de los actores principales. Norma Jeane tampoco lo esperaba. Se sentía más que agradecida porque aparecía (como Marilyn Monroe) entre los títulos de crédito del final de la película.

No era el nombre verdadero de una persona verdadera. Pero era el papel que me tocaba interpretar y deseaba interpretarlo con dignidad
.

Pero después de la primera proyección de
La jungla de asfalto
, se oyó repetidamente la pregunta
¿Quién es la rubia?

I. E. Shinn estaba allí para informarlos:

—¿La rubia? Es mi cliente, Marilyn Monroe.

Norma Jeane temblaba de miedo. Escondida en el tocador de señoras. Encerrada con llave en un cubículo, donde, después de unos minutos angustiosos, consiguió mear con dificultad media taza de un líquido abrasador. Llevaba las piernas enfundadas en brillantes medias de nailon y el retorcido cinturón del liguero de raso blanco se le clavaba en el vientre. El elegante vestido de seda y gasa blanco, con finísimos tirantes, corpiño escotado y falda ceñida estaba fruncido ahora alrededor de las caderas y el dobladillo tocaba el suelo. La embargó el antiguo miedo infantil de ensuciarse la ropa: manchas de pis, de sangre, de sudor. Sudaba y temblaba. En la sala de proyección había tenido que esforzarse para liberar sus heladas manos de entre los férreos dedos de Shinn (que la apretaba con fuerza, sabiendo que estaba tan nerviosa como una potranca salvaje a punto de encabritarse) y había huido después de su segunda escena, en la cual, en el papel de Angela, había llorado, ocultado su bonita cara, traicionado a su amante —«el tío Leon»— y desencadenado unos acontecimientos que conducirían al suicidio del hombre maduro en una escena posterior.

Me sentía avergonzada y culpable. Como si de verdad fuera Angela y me vengara nada más y nada menos que del hombre que me amaba
.

¿Dónde estaba Cass? ¿Por qué no había asistido a la proyección? Norma Jeane estaba loca de amor por él, de necesidad de él. ¿No le había dicho que acudiría, se sentaría a su lado y la cogería de la mano? Él sabía que aquella velada la tenía aterrorizada, y sin embargo no se había presentado. No era la primera vez que Cass Chaplin prometía a Norma Jeane el regalo de su esquiva presencia en un sitio público (donde los ojos de los demás se posarían en él primero con entusiasmo
—¿Es él?—
, luego con decepción
—No, claro que no, debe de ser su hijo—
y finalmente con curiosidad morbosa
—¿Así que ése es el hijo de Chaplin? ¡Y de la pequeña Lita!—
) y no aparecía. Después no se disculpaba ni daba explicaciones y era Norma Jeane quien acababa pidiéndole perdón por su propia angustia y ansiedad. Él le había dicho que ser hijo de Charlie Chaplin era una maldición que los demás, en su necedad, se empeñaban en ver como bendición. «Como si fuera el hijo del rey en un cuento de hadas.» Le dijo que el adorado Charlot era un asqueroso egoísta que detestaba a los niños, en especial a los suyos propios; después del nacimiento de Cass, Charlie había tardado un año en permitir que su jovencísima esposa le pusiera un nombre al niño, todo debido a un temor supersticioso de compartir su apellido con cualquiera, incluso con un ser de su propia sangre. Le contó a Norma Jeane que después de dos años de matrimonio, Chaplin se divorció de la pequeña Lita y lo desheredó a él, Charlie Jr., porque lo único que deseaba era la adulación de desconocidos y despreciaba el amor de su familia.

—Yo perecí en el mismo instante de mi nacimiento. Porque si tu padre no quiere que existas, no tienes el legítimo derecho de existir.

Norma Jeane no podía discrepar en este punto. Era verdad; ella lo sabía.

Pero al mismo tiempo pensaba con lógica infantil:
Sin embargo, creo que yo le caería bien si me conociera
. Porque tanto la abuela Della como Gladys eran grandes admiradoras del Pequeño Vagabundo. Y ella había crecido con aquellos ojos mirándola desde cualquier pared agujereada de cualquiera de las olvidadas «residencias» de su madre loca.
Sus ojos. Mi alma gemela. Independientemente de la diferencia de edad
.

Norma Jeane se arregló la ropa y salió de su refugio a la zona común del tocador de señoras, donde gracias a Dios no había nadie. Como una niña con la conciencia sucia, contempló su cara encendida en el espejo no de frente, sino de refilón, temiendo descubrir el vulgar y ansioso semblante de Norma Jeane en el hermoso rostro cosmético de Marilyn Monroe. O la mirada fija y ávida de atención de Norma Jeane en los ojos perfectamente maquillados de Marilyn Monroe. No parecía recordar que Norma Jeane también había sido espectacularmente bella; aunque su pelo era del color del agua de lavar los platos, los muchachos y los hombres la miraban por la calle y había llegado a donde estaba ahora gracias a la foto en
Stars & Stripes
. La despampanante rubia Marilyn Monroe era el personaje que debía interpretar, al menos esa noche, al menos en público; se había preparado cuidadosamente para ello, I. E. Shinn la había preparado cuidadosamente para ello, y no pensaba defraudarlo.

—Se lo debo todo al señor Shinn. Es un hombre bueno, amable y generoso —le había dicho a su amante.

Cass había reído y respondido con tono reprobador:

—I. E. Shinn es un
agente
, Norma. Un
mercader de carne
. Si perdieras tu buen aspecto, tu juventud y atractivo sexual, Shinn
desaparecería
.

Dolida, Norma Jeane tuvo la tentación de preguntar:
¿Y tú, Cass? ¿Qué harías tú?

Había un misterioso antagonismo entre I. E. Shinn y Cass Chaplin. Era probable que en el pasado el segundo hubiera sido cliente del primero. (Además de ser cantante, bailarín y coreógrafo, Cass tenía experiencia como actor; había interpretado numerosos papeles secundarios en películas de Hollywood como
Can’t Stop Lovin’ You
y
Tres días de amor y fe
, aunque Norma Jeane no recordaba haberlo reconocido en esas películas, que había visto hacía una eternidad, cogida de la mano de Bucky Glazer.) Después de la proyección, darían una fiesta privada en un restaurante de Bel Air y Norma Jeane había invitado a Cass, pero a I. E. Shinn no le había parecido buena idea.

—¿Por qué no? —preguntó ella.

—Porque tu amigo tiene mala fama en la ciudad.

—¿Por qué? —preguntó Norma Jeane, aunque adivinaba la respuesta.

—Por «izquierdista», por «subversivo». Y aunque en estos momentos eso entraña un riesgo importante —añadió Shinn—, no es todo. Ya has visto lo que ha pasado con su padre, que ha tenido que largarse del país más que por sus creencias, por su
actitud
. Es un arrogante y un imbécil. Y Cass es un borracho. Un fracasado, un gafe. Es hijo de Chaplin, pero no tiene su talento.

—Lo que dice es injusto, señor Shinn —protestó ella—, y usted lo sabe. Charlie Chaplin era un auténtico genio, pero un actor no tiene que ser forzosamente un genio.

El hombrecillo con aspecto de gnomo no estaba acostumbrado a que sus jóvenes clientes lo contradijeran, y mucho menos Norma Jeane, que era tímida y sumisa. ¡Cass Chaplin debía de estar corrompiéndola! La ancha y prominente frente de Shinn se frunció en un gesto de preocupación y sus ojos desorbitados reflejaron furia.

—Debe dinero a todo el mundo. Firma un contrato para un papel y luego no se presenta. O aparece bebido. Pide coches prestados y los estrella; les chupa la sangre a las mujeres, que a estas alturas deberían ser menos incautas, y a los hombres. No quiero que te vean con él en público, Norma Jeane.

—Entonces yo tampoco iré a la fiesta —exclamó ella.

—Claro que irás. El estudio espera a Marilyn y Marilyn estará allí.

Shinn habló en voz alta. Cogió a Norma Jeane de la muñeca y ella se tranquilizó en el acto.

Naturalmente, I. E. Shinn tenía razón. El contrato que había firmado con la Metro no la obligaba únicamente a interpretar el papel de Angela; también debía participar en la promoción de la película. Marilyn asistiría a la fiesta.

Con un deslumbrante vestido de seda y gasa por el que el señor Shinn había pagado cincuenta y siete dólares en Bullock’s, Beverly Hills: una prenda elegante y sugerente con un amplio escote y una falda ceñida que realzaba su figura. ¡Cincuenta y siete dólares por un vestido! Norma Jeane sintió el súbito impulso infantil de telefonear a Elsie Pirig. Su atuendo era tan sofisticado como el vestuario de Angela en la película, al que quizá pretendiera evocar.

—¡Oh, señor Shinn! ¡Es el vestido más bonito que he usado en mi vida! —Norma Jeane dio varias vueltas delante del espejo de tres lunas del elegante salón de la tienda mientras su acompañante la contemplaba fumando un cigarro.

—Bueno, el blanco te favorece, querida —Shinn estaba encantado con el aspecto de Norma Jeane y con las miradas que ésta atraía en la tienda. Las ricas, guapas y lujosamente vestidas señoras de Beverly Hills, muchas de ellas esposas de los ejecutivos de los estudios, los miraban con disimulo, preguntándose tal vez quién sería la despampanante
starlet
que acompañaba al temible I. E. Shinn—. Sí. El blanco te sienta muy bien.

Norma Jeane tomaba clases de dicción, de interpretación y de baile en la Metro, y, por muy nerviosa que estuviera, se la veía más segura en público. Por debajo del runrún de la conversación casi podía oír una lejana música de piano, una melodiosa música de baile. Si hubieran estado en una película, un musical, I. E. Shinn —con su chaqueta cruzada, el clavel rojo en la solapa y los brillantes zapatos puntiagudos— habría sido Fred Astaire y ahora se incorporaría de un salto para coger a Norma Jeane en sus brazos y bailar, bailar y bailar con ella ante la mirada embelesada de un público de dependientas y clientes.

Tras decidirse por el vestido de fiesta blanco, Shinn insistió en comprar, también en Bullock’s, dos trajes de treinta dólares para Norma Jeane. Ambos eran elegantes, con faldas de tubo y chaquetas entalladas. Además, le compró varios pares de zapatos de piel y tacón alto. Norma Jeane protestó, pero Shinn la interrumpió diciendo:

—Mira, ésta es una inversión en Marilyn Monroe. Cuando se exhiba
La jungla de asfalto
se convertirá en un valor en alza. Yo tengo fe en Marilyn, aunque tú no la tengas.

¿Hablaba en serio o en broma? Arrugó su cara de Rumpelstiltskin y le guiñó un ojo.

—Yo también tengo fe —aseguró Norma Jeane en voz baja—. Lo que pasa es que…

—¿Qué?

—Otto Öse me explicó que soy fotogénica. Eso es como un truco, ¿no? Un truco del objetivo de la cámara o del nervio óptico. Quiero decir que en realidad no soy lo que aparento. O sea…

Shinn soltó un gruñido de disgusto.

—Otto Öse, ese nihilista, ese pornógrafo. Ojalá te olvidaras de él.

—Claro, claro —se apresuró a decir Norma Jeane—. Ya lo he hecho.

Era verdad: no había vuelto a verlo desde que él la humillara pagándole cincuenta dólares por una sesión de desnudos; cuando él la telefoneaba y dejaba mensajes para ella en la casa de huéspedes, ella rompía las notas en trocitos y no devolvía las llamadas. No había visto las copias de Miss Sueños Dorados y parecía haber olvidado que había posado para un calendario. (Naturalmente, no se lo había contado al señor Shinn. No se lo había dicho a nadie.) Tras superar la prueba para actuar en
La jungla de asfalto
, se concentró exclusivamente en su interpretación y perdió todo interés en el trabajo de modelo, a pesar de que el dinero le habría ido de perlas.

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