Botchan (22 page)

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Authors: Natsume Sōseki

Tags: #Clásico

—¿Qué hace todo un jefe de estudios pasando la noche en Kado-ya? —le espetó el Puercoespín sin esperar un segundo a que Camisarroja se repusiese del susto.

—¿Acaso hay alguna ley que diga que un jefe de estudios no puede pasar la noche fuera de su casa? —Camisarroja hablaba con el mismo tono pretendidamente jovial de siempre. Su cara, sin embargo, estaba algo pálida.

—Pasar la noche en una posada acompañado de una geisha… Resulta impropio de alguien tan obsesionado por la disciplina como para criticar a otros simplemente por ir a restaurantes a comer tallarines o bolas de arroz.

El Bufón todavía hacía intentos de salir corriendo, así que me puse delante de él y mirándole a la cara le grité:

—¡Con que un chiquillo, eh!

—No era de ti de quien hablaba, ¡te lo juro!

Había cometido la decisión equivocada al negarlo. En ese momento, me di cuenta de que, durante todo el tiempo que habíamos estado persiguiendo a Camisarroja y el Bufón, yo había caminado con las manos metidas en las mangas, con el único fin de proteger los huevos que todavía llevaba guardados en las mangas del kimono. Sin pensarlo, metí la mano, saqué dos huevos y se los estampé al Bufón en la cara mientras profería un grito de alegría. Al romperse, las yemas y las claras de los huevos se desparramaron por la cara del Bufón y gotearon desde la nariz. El Bufón se quedó atónito, y gimió mientras se caía de culo al suelo. Entonces empezó a pedir ayuda a gritos. Yo había comprado los huevos para comérmelos. No los había llevado guardados cuidadosamente en las mangas todo ese rato para luego malgastarlos tirándoselos a alguien. Pero cegado por la rabia los había usado como un arma sin pensármelo dos veces. Y ahora que veía al Bufón sentado en el suelo con ese aspecto tan lamentable, me di cuenta de que aquello no estaba tan mal en realidad, así que, sacando los otros seis huevos de mi kimono, se los estampé en la cabeza a la vez que le dedicaba toda clase de insultos. La cabeza del Bufón quedó totalmente cubierta por una pegajosa masa amarillenta.

Mientras le aplastaba los huevos sobre la cara, el Puercoespín y Camisarroja discutían a gritos:

—¿Qué prueba tienes de que he pasado la noche con una geisha?

—Vi con mis propios ojos cómo un rato antes de que llegaras tú entraba en la posada tu geisha favorita. ¿Crees que me vas a embaucar con tu palabrería?

—No tengo necesidad de embaucar a nadie. Yoshikawa y yo pasamos la noche solos, charlando. No sé nada de ninguna geisha.

—¡Calla! —gritó el Puercoespín, y entonces le propinó un puñetazo. Camisarroja se tambaleó y luego empezó a tartamudear:

—¡Me ha golpeado! ¡Me ha agredido! ¡Me ha pegado sin ninguna razón! ¡Esto es un ultraje!

—Y no es el único —le dijo el Puercoespín mientras le propinaba otro puñetazo—. Pero entiéndelo: esta es la única forma de que una sabandija como tú aprenda —decía mientras le atizaba otro mamporro. Yo, por mi parte, estaba entretenido dándole otra buena tunda al Bufón. Al final los dos cayeron de rodillas, y allí se quedaron, en el camino de los cedros, inmóviles. Tenían ambos la mirada perdida, y ya ni siquiera intentaban huir.

—¿No habéis tenido suficiente? Pues no os preocupéis, que hay más —dijo Puercoespín, y siguió aporreando a Camisarroja.

—¡Vale, vale! —exclamó éste, al borde del desmayo.

—Y tú, ¿has tenido suficiente? —le dije al Bufón.

—¡Sí, sí! —respondió, con la mirada perdida.

—Éste es el castigo divino que os merecéis, por sabandijas corruptas. Espero que hayáis aprendido la lección y que a partir de ahora cambiéis. Por mucho que os intentéis justificar mediante palabras y engaños, al final la justicia no perdona —dijo el Puercoespín. Ninguno de los dos respondió nada. Es posible que no tuvieran fuerza ni para abrir la boca—. No pienso huir ni esconderme. Hasta las cinco de la tarde estaré en la posada Minato. Podéis llamar a quien queráis, incluso a la policía, que allí estaré esperándolos —continuó Puercoespín.

—¡Por si os lo estáis preguntando, yo tampoco pienso esconderme! Sabed que estaré con Hotta esperándoos en su habitación de la pensión. Así que venid con la policía si queréis. Allí estaremos. —Y una vez dicho esto, los dos nos alejamos del lugar.

* * *

Llegué a casa poco antes de las siete. Nada más entrar en mi cuarto, comencé a hacer el equipaje. Poco después entró la casera y me preguntó, muy alarmada, qué estaba haciendo.

—Me vuelvo a Tokio, a reunirme con mi mujer.

Después de pagarle lo que le debía, cogí el tren hasta el puerto, y me dirigí a la posada Minato. Me dijeron que el Puercoespín estaba en una habitación del primer piso, durmiendo. Me puse a escribir una carta de dimisión, pero no sabía por donde empezar, así que me limité a decir:

«Por razones personales, presento mi dimisión. Regreso a Tokio. Espero que lo comprenda».

Metí la carta en un sobre, escribí el nombre y la dirección del director y bajé a echarla a un buzón.

Nuestro barco partía aquella misma tarde, a las seis. El Puercoespín y yo dormimos profundamente hasta las dos. Preguntamos a una de las criadas si había venido la policía preguntando por nosotros, y nos respondieron que no.

—Parece que Camisarroja y el Bufón no han encontrado motivo de queja, después de todo —dijimos, mientras nos reíamos abiertamente.

Aquella tarde, el Puercoespín y yo dejamos atrás la ciudad. Cuando el barco empezó a alejarse del puerto, empecé a sentirme mejor. En Kobe tomamos un tren expreso hasta Tokio. Al llegar a la estación de Shimbashi tuve la sensación de que volvía al mundo, después de haber estado una temporada en el purgatorio. Puercoespín y yo nos separamos. Desde aquel día no he vuelto a verlo.

Olvidaba decir qué pasó con Kiyo. En cuanto llegué a Tokio, corrí a casa de su sobrino sin parar en ninguna pensión, cargado con la maleta, para decirle que por fin había vuelto. Al verme prorrumpió en lágrimas:

—¡Botchan ha vuelto! ¡Por fin ha vuelto Botchan! —Yo estaba muy contento de volver a verla, y le dije que ya nunca jamás me iría de Tokio y que a partir de entonces viviríamos juntos.

Poco después, y gracias a la ayuda de un conocido, conseguí un puesto como asistente técnico de una de las líneas de tranvía metropolitanas. Me pagaban veinticinco yenes al mes, lo que era bastante, porque el alquiler de la casa me costaba sólo seis. A Kiyo le gustaba mucho la casa, aunque la entrada no era nada espectacular. La pobrecilla agarró una neumonía ese mismo febrero y se murió. La víspera de su muerte me hizo ir junto a su lecho y me dijo:

—Mi pequeño Botchan, pronto moriré, pero antes quiero pedirte un favor: me gustaría que me enterraran junto a tu familia. Estaré allí esperando como siempre, a que me alegres con tus visitas.

Y es por eso que los restos de Kiyo están junto a los de mis padres, en el templo de Yogen-ji, en Kobinata.

NATSUME SŌSEKI
, (1867-1916) es el seudónimo literario de
Natsume Kinnosuke
(en japonés, Natsume Kin'nosuke), novelista japonés, profesor de literatura inglesa y escritor de
haikus
y poesía china. Sus obras más conocidas son
Kokoro
,
Yo, el gato
,
Botchan
y
Sanshiro
.

Sōseki
nació en el seno de una familia de funcionarios públicos, de modo que disfrutaba de una posición bastante buena. Recibió una educación completa en literatura y clásicos chinos, lo cual influirá luego en su literatura.

A los 23 años,
Sōseki
ingresó en la Universidad Imperial (hoy la Universidad de Tokio o Tödai) en el departamento de Filología Inglesa.

Tras licenciarse, fue profesor de inglés en esa capital, y a los 30 años aceptó un empleo en Matsuyama en la Isla de Shikoku, en aquel tiempo considerada como una zona fuera de los confines de la civilización. Sus amigos intelectuales le dieron el pésame, porque aquel trabajo parecía más bien un destierro que un trabajo.

Pese a ello,
Sōseki
enseñó durante un par de años a aquellos rudos escolares, que describe con mucho sarcasmo en
Botchan
(1906), y se casó con Kyoko Nakane hija de un político local, pero luego recibió una beca de la Universidad de Tokio para estudiar inglés en Londres. Los tres años que pasó en Londres fueron de soledad, miserables pagas del gobierno japonés, aunque leyó cuanto pudo en las bibliotecas de Londres. Por eso también debe mucho a los escritores ingleses.

A su vuelta a Tokio,
Sōseki
enseñó 4 años en la cátedra de Filología Inglesa en la Universidad Imperial, como estaba pactado, sustituyendo a Lafcadio Hearn. Pero esa ocupación le resultaba odiosa, así que empezó a ocupar casi todo su tiempo libre en escribir.

La carrera literaria de
Sōseki
comienza con unos relatos cómico-satíricos por entregas que aparecen en una revista literaria del momento; en 1905 esta narración humorística aparece como
Yo, el gato
(
Wagahai wa neko de aru
), donde el animal protagonista analiza la civilización.

En 1906 escribe
Botchan
, que algunos entienden como su primera novela y que obtuvo un gran éxito de crítica, en la que narra de forma semi-biográfica las experiencias de un profesor de Tokio destinado a provincias. A partir de ese momento comienza a escribir casi una obra por año, y la temática es siempre la mezcla de comportamientos japoneses y occidentales que está viviendo Japón y las contradicciones que produce en las gentes. Abundan los triángulos amorosos, las traiciones entre "amigos", el sarcasmo y la sátira. Su
Sanshiro
, de 1908, es asimismo una novela con una capacidad introspectiva fuera de serie.

A los 40 años comienza a escribir artículos y críticas literarias en el diario Asahi Shimbun, el segundo mayor de Japón en aquel momento y líder actual del mercado japonés. En 1914 escribió
Kokoro
, su obra cumbre y de obligada lectura en cualquier escuela de hoy, considerada como nuestro
Don Quijote
, o como
Romeo y Julieta
para los anglosajones. Su literatura es sarcástica, pero muchas veces cómica y agridulce.

Muere en Tokio en 1916 a los 49 años de edad a causa de una úlcera de estómago, dejando una obra sin terminar:
Luz y oscuridad
.

Natsume
Sōseki
, uno de los escritores más importantes de Japón, es de obligado estudio en la escuela secundaria, tanto en humanidades como en ciencias. Por su importancia el gobierno japonés incluyó en 1984 su efigie en los billetes de 1000 yenes.

N
OTAS

[1]
El
kabuki
es una forma de teatro tradicional en el que, como en el teatro
Noh
, los papeles femeninos son representados por hombres.
(N. de la T.)
<<

[2]
El
shogui
(
shogi
) es un juego japonés similar al ajedrez, pero con la particularidad de que las fichas comidas al adversario pueden ser usadas por el jugador que las come.
(N. de la T.)
<<

[3]
El carácter
(kanji)
con el que se escribe Kiyo en japonés significa puro, limpio, inocente.
(N. de la T.)
<<

[4]
Se refiere a la caída del
shogunato,
el gobierno de los
shogunes
o generalísimos, con la llegada al poder en 1867 del emperador Meiji, quien abolió los antiguos privilegios feudales.
(N. de la T.)
<<

[5]
La
soba
es una pasta japonesa de harina de trigo de alforfón, consumida habitualmente en forma de tallarines.
(N. de la T.)
<<

[6]
Kyushu es la tercera isla en tamaño del archipiélago nipón tras Honshu y Sapporo, y antes que Shikoku. Está situada al sudoeste de Honshu, a unos novecientos kilómetros de Tokio.
(N. de la T.)
<<

[7]
Shikoku es la cuarta isla del archipiélago nipón. Está situada al sur de Honshu, a unos quinientos kilómetros de Tokio.
(N. de la T.)
<<

[8]
Kamakura es una antigua ciudad situada a unos cincuenta kilómetros al sudoeste de Tokio. Fue capital
de facto
de Japón durante el
shogunato
.
(N. de la T.)
<<

[9]
Botchan
es una forma afectuosa y respetuosa de dirigirse a cualquier niño varón o de referirse a él ante otros miembros de su familia. Está formado por
Bo
(niño, aunque también monje budista) y
chan
(sufijo que denota cariño y respeto). Tiene un segundo sentido de niño mimado o inmaduro. Recoge, entre otros, los sentidos de
chiquillo, señorito, niño
y
querido,
pero todos son interpretaciones parciales.
(N. de la T.)
<<

[10]
Echigo está al nordeste de Tokio, a unos doscientos kilómetros, en la costa del mar de Japón, en una dirección casi opuesta a la de Shikoku, el destino de Botchan.
(N. de la T.)
<<

[11]
Hakone es una región montañosa que sí está al oeste de Tokio, pero tan sólo a unos cien kilómetros, mientras que Skikoku está a unos setecientos. Hakone constituía una especie de límite simbólico para los habitantes de Tokio.
(N. de la T.)
<<

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