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Authors: Natsume Sōseki

Tags: #Clásico

No sabía si Camisarroja era tan presuntuoso como para creer que podía engañarme, o si le había faltado el valor para dejar que le reconociera. Lo que estaba claro es que yo no era el único al que le resultaba problemático vivir en un lugar tan pequeño.

8

D
esde el día en que Camisarroja me había invitado a pescar, yo desconfiaba del Puercoespín. Que me echara de la casa de los Ikagin con un pretexto tan absurdo hizo que empezara a sospechar de él. Pero luego me pilló por sorpresa el hecho de que soltara aquel discurso en el que pidió mano dura para los estudiantes, así que al final no sabía qué pensar. Y después, cuando la señora Hagino me dijo que había defendido al Calabaza en su lío con Camisarroja, no pude por menos que aplaudirle. Así que justo cuando había empezado a pensar que a lo mejor el Puercoespín no era tan malo como parecía, y que quizá había sido Camisarroja quien había sembrado en mí la semilla de una sospecha infundada pero creíble mediante insinuaciones, voy y me encuentro al mismísimo Camisarroja paseando de noche a solas con la Madona por el río Nozeri. Mi decisión estaba tomada: ¡Camisarroja era el malo! La verdad es que no estaba totalmente convencido de que fuera alguien malvado, pero de lo que sí estaba seguro era de que en todo caso no era una buena persona. Desde luego, hipócrita sí que era. ¡Un hombre que no es tan recto como una vara de bambú no es digno de confianza! Discutir con un hombre franco siempre deja buen sabor de boca. Pero un hombre como Camisarroja —aparentemente dócil, amable y elegante, pavoneándose a cada momento con su pipa de ámbar— no es persona de fiar. Y si por cualquier razón discutes y llegas a pelearte con alguien así, no saldrás bien parado. Todo lo contrario de lo que ocurre con los buenos combates de sumo en el templo de Ekoin, allá en Tokio. Desde ese punto de vista, Puercoespín, con quien había discutido por un céntimo y medio, discusión con la que habíamos acaparado la atención de toda la sala de profesores, valía mucho más como hombre. Cuando me aguantó la mirada con esos ojos suyos tan profundos y duros en la reunión de profesores, lo odié, pero después me di cuenta de que tratar con él era mucho mejor que hacerlo con alguien falso y melifluo como Camisarroja. Acabada la reunión, había intentado hablar con el Puercoespín en un par de ocasiones, pero no me había hecho ni caso. Se había limitado a taladrarme con esos ojos suyos, tan redondos, lo que me sentó muy mal y me hizo abandonar mis intentos de reconciliación.

Desde entonces el Puercoespín ni siquiera me había dirigido la palabra. El dinero que había dejado en su mesa seguía allí, acumulando polvo. Yo no pensaba tocarlo, y él tampoco parecía tener intenciones de hacerlo. Ese céntimo y medio se alzaba entre nosotros como un muro infranqueable. Me impedía decirle lo que quería —independientemente de mis ganas de hacerlo—, y hacía que él mantuviera su mutismo con la misma cabezonería. Se había convertido en una maldición. Empezó a resultarme desagradable llegar a la escuela cada mañana y ver las monedas criando polvo encima de la mesa.

El Puercoespín y yo no nos tratábamos, pero la relación con Camisarroja seguía igual que antes. Al día siguiente a nuestro encuentro en el río Nozeri, nada más llegar a la escuela se acercó a mi mesa y me hizo toda clase de preguntas sobre mi nuevo alojamiento. También me preguntó si me apetecía volver a acompañarle a pescar autores rusos. No me gustó su actitud, y decidí mencionarle nuestro doble encuentro de la noche anterior.

—Sí —me dijo—, en el andén, ya recuerdo. ¿Siempre sales a esa hora? ¿No es un poco tarde?

Fue entonces cuando le espeté que también lo había visto en el camino que bordea el río Nozeri.

—¡No, no! No era yo. No suelo pasear por allí —me respondió—. Anoche volví a casa directamente desde el balneario.

¿Por qué me mentía tan descaradamente? Era obvio que estaba acostumbrado a decir mentiras. Si alguien como él reunía los requisitos necesarios para ser jefe de estudios, entonces yo debía valer para rector de universidad. Desde ese mismo momento dejé de confiar en Camisarroja. Lo extraño es que, a pesar de haber perdido la confianza en él, nos seguíamos tratando cada día como si nada hubiera pasado. En cambio, a Puercoespín lo admiraba pero no nos dirigíamos la palabra. ¡Qué raro es el mundo!

Pocos días después, Camisarroja me dijo que quería decirme algo y me pidió que por favor lo visitara en su casa esa misma tarde. Aceptar su invitación implicaba no poder ir los baños termales, así que no me hacía demasiada gracia. Pero a pesar de todo, a las cuatro estaba en la puerta de su casa. Camisarroja, aunque estaba soltero, hacía tiempo que había dejado de vivir en una habitación alquilada y se había mudado a una casa con una imponente entrada, acorde con su condición de jefe de estudios. Había oído que el alquiler que pagaba era de nueve yenes y medio al mes. Al verla pensé que si en provincias se podía alquilar una casa así por nueve yenes y medio, también yo debía alquilar una, llamar a Kiyo y decirle que se viniera de Tokio a vivir conmigo. Seguro que se ponía muy contenta. Cuando llamé a la puerta, salió a abrirme el hermano pequeño de Camisarroja. Estaba en mi clase de aritmética y álgebra, y era muy mal estudiante. Además, como era de una familia errante al estilo de aves migratorias, tenía un carácter mucho más malvado y sofisticado que los paletos sedentarios nacidos en este lugar.

Le pregunté a Camisarroja por la razón de su invitación. Sacó su pipa de ámbar, y mientras daba unas caladas a un tabaco apestoso, me dijo:

—Desde que viniste a nuestra escuela, los estudiantes están mucho más contentos que antes, cuando era tu predecesor quien les daba clase. El director está muy satisfecho con que hayas resultado ser un profesor tan bueno. Es más, todos estamos muy contentos contigo, y esperamos que siga siendo así.

—¡Vaya! —le respondí—. La verdad es que hago todo lo que puedo. No sé qué más se podría hacer…

—Está bien así. Sólo espero que no olvides lo que te dije el otro día…

—¿El qué? ¿Que quien me ayudó a encontrar una pensión es un tipo de mucho cuidado?

—Bueno, dicho así, demasiado a las claras, lo que te dije toma otro sentido… En cualquier caso… Creo que entiendes lo que quise decirte… De todos modos, si sigues trabajando con el mismo ahínco y contribuyendo a que las cosas de la escuela continúen como hasta ahora, tu trabajo será muy bien considerado, y muy pronto, en cuanto contemos con los recursos, creo que podremos darte una ayuda económica…

—¡Ah! ¿Una subida de sueldo? La verdad es que no me quita el sueño, pero seguro que me vendrá bien. ¡Cuánto más alto el sueldo, mejor!

—Es que, ya sabes, uno de nuestros profesores va a ser destinado muy pronto a otro lugar… Todavía tengo que hablar con el director, y por supuesto no puedo asegurarte nada, pero seguramente podremos destinar parte de lo que nos ahorremos a otros menesteres. En todo caso, todavía tengo que hablar con el director para hacerle algunas recomendaciones…

—Muchas gracias. ¿Y puede decirme quién nos deja?

—Como se va a hacer oficial dentro de poco, creo que te lo puedo decir ya… Se trata del profesor Koga.

—¿Cómo? —exclamé yo, dándome cuenta de que se refería nada menos que al Calabaza—. ¿El señor Koga? ¡Pero si es de aquí!

—Naturalmente que es de aquí, pero en parte por las circunstancias, en parte por su propia elección…

—¿Y se puede saber adónde se va?

—A Nobeoka, en el país de Hyuga.
[34]
Como es un lugar tan apartado recibirá un aumento de sueldo…

—¿Y se contratará a alguien para ocupar su puesto?

—Casi está decidido. Dependiendo de cómo vaya el asunto de su sucesor, creo que podremos hacer algo por ti.

—Bueno… Pero la verdad es que no me muero por un ascenso.

—De todas formas hablaré con el director. Creo que estará de acuerdo conmigo. Aunque quizá te pidamos a cambio un mayor esfuerzo por tu parte. Espero que no te parezca mal.

—¿Que dé más clases?

—No, de hecho tendrías que dar menos clases que ahora. Es…

—O sea, que tendré que trabajar más, pero con menos clases… ¡Qué raro!

—Sí, tienes razón, puede parecer extraño… Ahora no tengo tiempo para explicarte los detalles, pero en pocas palabras, lo que quiero decir es que es posible que tengas una mayor responsabilidad a partir de ahora.

No entendía una palabra. «Una mayor responsabilidad a partir de ahora» podría significar varias cosas, entre ellas que pasaría a ser el profesor encargado del área de ciencias; pero el Puercoespín ya ocupaba ese puesto y no parecía probable que quisiera dejarlo. Además, como era muy popular entre los estudiantes, no sería inteligente destinarlo a otro lugar u obligarle a dejar su puesto. Camisarroja evitaba en todo momento hablar abiertamente, pero al menos ya me había dicho todo lo que tenía que decirme. Mientras hablábamos de otros asuntos sin importancia sacó el tema de la fiesta de despedida del Calabaza. Me preguntó si yo bebía alcohol e hizo un comentario sobre la excelente persona que era el profesor Koga. Después cambió de tema y me preguntó si yo escribía
haikus
. Su pregunta me dejó perplejo. Le dije que no, y dicho esto me despedí y salí a toda prisa. Los
haikus
no son para gente como yo, son para maestros como
Bashō
,
[35]
o para peluqueros cursis. No sería muy propio de un profesor de matemáticas ocupar su tiempo escribiendo versos sobre un cubo y unas campanillas.
[36]

Al llegar a casa medité sobre lo que me acababa de decir Camisarroja. Este mundo está lleno de gente extraña. Podía comprender que el Calabaza se hubiera cansado de la gente absurda que le rodeaba en aquella ciudad, pero aun así me extrañaba que dejara su casa, su familia y su trabajo en la escuela para tener que labrarse un futuro en un lugar extraño y lejano. Si lo hubiera hecho para ir a una gran urbe, bien comunicada por ferrocarril, su decisión no me habría extrañado tanto. Pero ir a Nobeoka, en el país de Hyuga… A mí me había bastado un mes en aquel pueblucho para hartarme, y eso que al menos estaba bien comunicado por mar con Tokio. Nobeoka, sin embargo, estaba enclavado en una zona montañosa remota, rodeada a su vez de montañas por los cuatro costados, a cuyo alrededor había más montañas aún. Según me había dicho Camisarroja, para llegar hasta allí primero había que coger un barco, luego hacer un viaje de un día a caballo hasta Miyazaki, tras lo cual quedaba todavía un día más de viaje en
rickshaw
hasta llegar a Nobeoka. Con sólo oír la lista de pueblos por los que había que pasar, uno se daba cuenta de que en realidad se trataba de un lugar tan lejano como falto de recursos. Nobeoka sonaba como esos lugares habitados por seres mitad hombres, mitad monos. Y por muy santo varón que fuera el Calabaza, no creía que quisiera vivir en compañía de monos por su propia voluntad. Aunque si fuera verdad lo que decía Camisarroja, ¡qué inclinación más rara la del Calabaza!

La casera me trajo la cena como siempre.

—¿Otra vez batatas? —le pregunté.

—No, hoy tenemos tofu —me dijo. Tampoco es que hubiera mucha diferencia.

—He oído que el señor Koga se marcha a Hyuga.

—Sí, pobrecillo.

—¿Pobrecillo? Si es su decisión…

—¿Su decisión? ¿Quién querría marcharse a esa ciudad remota?

—¿Que quién querría marcharse allí? ¡Él mismo! Va por su cuenta y riesgo, ¿no?

—¿Qué dice usted? Está equivocado de medio a medio. Me parece que le han tomado el pelo.

—¿Que me han tomado el pelo? Me lo acaba de contar Camisarroja. El muy granuja…

—¿Qué otra cosa va a decir el jefe de estudios? ¡Por supuesto que el señor Koga no quiere irse!

—Pues de las dos versiones, por muy verosímiles que parezcan ambas, sólo una puede ser cierta… ¿Qué demonios está pasando aquí?

—Esta mañana la madre del señor Koga vino a casa —me explicó la señora Hagino—, y acabó contándome toda la historia.

—¿Y qué es lo que le contó?

—Desde que murió el padre del señor Koga, la familia no había estado tan bien de dinero como aparentaban. Así que, cuando las cosas se han puesto realmente mal, la buena señora tomó la decisión de ir a ver al señor director para pedirle una subida de sueldo para su hijo, puesto que llevaba ya bastantes años enseñando en la escuela.

—Ya veo…

—El señor director le respondió entonces que consideraría su petición, y la señora Koga volvió a su casa pensando que todo estaba resuelto, y se sentó a esperar a que le dijeran de cuánto sería el aumento. Sin embargo, lo que ocurrió fue que el señor director llamó al señor Koga y le dijo que lo sentía, pero que la escuela no tenía dinero y no le podían subir el sueldo. Pero se había enterado precisamente de que acababa de quedar libre una plaza en Nobeoka, con cinco yenes más de sueldo al mes que lo que cobraba aquí. Pensaba que era justo lo que el señor Koga estaba buscando, y por eso se había adelantado y había rellenado la solicitud por él, de modo que el señor Koga no tenía más que hacer sus preparativos y salir para el nuevo puesto.

—Más que una propuesta parece una imposición…

—Claro. El señor Koga pensó que preferiría quedarse en su ciudad antes que irse a otro sitio aunque el sueldo fuera más alto. Le dijo entonces al director que no le interesaba el puesto, que su casa y su madre estaban aquí, en esta ciudad, pero el director le respondió que el asunto estaba ya decidido, y que incluso ya habían contratado a un sustituto para él. Ya no había nada que hacer.

—¡Qué canallas! Esa forma de engañar a la gente es de todo menos graciosa. Así que el señor Koga no quería irse… Ya me parecía a mí que no tenía ningún sentido la cosa. ¿Irse a vivir a un lugar perdido en los montes y rodeado por las fieras por cinco míseros yenes más al mes? ¡No iría allí nadie aunque fuera un tonto de capirote!

—¿Qué es «capirote», señor profesor?

—Nada, olvídelo, no tiene importancia… En cualquier caso, seguro que Camisarroja está detrás de todo esto. No se puede hacer a nadie algo así. Es de lo más rastrero. Ahora entiendo lo que me ha dicho ese miserable de que quería subirme el sueldo. ¡Pues está listo si se piensa que lo voy a aceptar!

—¿Le van a subir el sueldo?

—¡Me lo quieren subir, pero yo lo voy a rechazar!

—¿Y se puede saber por qué lo va a rechazar?

—Pues porque sí. Porque Camisarroja es un estúpido y un cobarde.

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