Después de ello, atrajo a R. Daneel a un lado, contra una de las columnas de acero y cemento del edificio.
–Escúchame –dijo–, no trato de robarte tus méritos, ¿me comprendes bien?
–¿Robarme mis méritos? ¿Es uno de los modismos de la Tierra?
–No informé de la parte que tú tomaste.
–No conozco todas las costumbres de ustedes. En mi universo, un informe completo es lo usual; pero quizá no suceda lo mismo aquí. En todo caso, se impidió una rebelión civil. Y eso es lo único importante de todo, ¿verdad?
–¿Conque sí? Mira, escúchame –Baley trató de aparentar la máxima energía posible, aun viéndose en la necesidad de hablar en murmullos furiosos–. No lo vuelvas a hacer.
–¿No volver a insistir en el cumplimiento de la ley? Si no hago eso, ¿cuál es entonces mi cometido?
–No vuelvas a amenazar a un ser humano con un desintegrador.
–No hubiese disparado bajo ninguna circunstancia, Elijah, como sabes perfectamente. Soy incapaz de dañar a ningún ser humano. Pero, como has podido comprobar, no tuve necesidad de disparar. Ni siquiera pensé que tuviese que hacerlo.
–Pues fue una gran suerte el que no tuvieras que disparar.
No vuelvas a correr el riesgo en ninguna otra ocasión. Yo pude haber adoptado la actitud melodramática que tú...
–¿Actitud melodramática? ¿Qué quieres decir?
–No te preocupes. Trata de buscar el sentido de lo que te estoy diciendo. También yo pude haber sacado un desintegrador para amenazar a esa turba. Traigo mi desintegrador. Pero eso no justifica que lo deba usar en casos como esos; y tú tampoco, por supuesto. Era más seguro llamar a un coche patrulla que recurrir a esos heroísmos individuales.
R. Daneel se quedó meditabundo. Concluyó por menear la cabeza.
–Se me figura que estás equivocado, socio Elijah. Mis informes respecto a las características humanas de aquí, entre los habitantes de la Tierra, incluyen los datos precisos que, a diferencia de los hombres de los Mundos Exteriores, éstos están educados, desde su nacimiento, en la aceptación ciega de la autoridad. Aparentemente, tal es el resultado de su manera de vivir. Como te demostré, sólo se necesitó un firme representante de la autoridad. Tu propio deseo de que viniera un coche patrulla era la expresión de tu inclinación instintiva que busca una autoridad superior que lo desembarace de cualquier responsabilidad. En mi propio mundo, por otra parte, confieso que lo que llevé a cabo hubiese sido totalmente injustificado.
El semblante alargado de Baley estaba encendido de rabia.
–Si te hubiesen reconocido como a un robot...
–Yo tenía la seguridad de que no.
–En todo caso, recuerda que sólo eres un simple robot, como esos dependientes en la zapatería.
–Eso es obvio.
–Y no eres un ser humano.
Baley se sentía impelido hasta la crueldad, muy en contra de su voluntad.
Al parecer, R. Daneel reflexionaba en esas palabras.
–Quizá la división entre los seres humanos y los robots –explicó– no sea tan significativa como la que existe entre la inteligencia y la no inteligencia.
–Tal vez en tu mundo –arguyó Baley–; pero no en la Tierra.
Consultó su reloj, y apenas pudo percatarse de que se había retrasado una hora y cuarto. Notaba su garganta seca. Pensó que R. Daneel le había ganado la primera mano, mientras él permanecía impotente.
Pensó también en Vince Barrett, el joven a quien R. Sammy reemplazó. Y pensó en sí mismo, en Elijah Baley, a quien R. Daneel podía reemplazar. Josafat, su padre, por lo menos fue desclasificado a causa de un accidente que perjudicó, dañó y mató a varias personas. Posiblemente fue culpa suya: Baley no lo sabía.
–Vámonos –ordenó Baley con brusquedad–. Tengo que llevarte a casa conmigo.
–¿Lo ves? –observó R. Daneel–. No está bien hacer ninguna distinción que tenga un significado inferior a la inteli...
–Muy bien –elevó Baley la voz, interrumpiendo–. El asunto queda concluido. Jessie nos aguarda. –Caminó en dirección del intercomunicador más cercano–. Será mejor que la llame y le diga que vamos en camino.
–¿Quién es Jessie?
–Mi esposa.
Fue el nombre de Jessie lo que primero afloró a la conciencia de Elijah Baley. La conoció en la fiesta de Navidad de la sección, allá por 02, al amparo de una ponchera. Había acabado sus estudios y obtenido su primer empleo en la ciudad. Ocupaba una de las habitaciones para solteros del Departamento Comunal 122A. Era una magnífica habitación de soltero.
Ella se hallaba sirviendo ponches.
–Soy Jessie –le dijo–. Jessie Navodny. No le conozco a usted todavía.
–Baley –repuso–, Lije Baley. Me acabo de cambiar a la sección hace pocos días.
Tomó su copa de ponche y le sonrió mecánicamente. Le produjo la impresión de ser una persona alegre y amigable, por lo que se quedó junto a ella. Era nuevo allí, y se sentía solitario al estar en una fiesta donde lo único que haría era observar a los grupos sin formar parte de ellos. Más tarde, cuando hubiesen ingurgitado suficiente alcohol, quizá todo iría mejor.
Mientras tanto permaneció junto a la ponchera, bebiendo a pequeños sorbos y contemplando el ir y venir de la gente.
–Yo ayudé a hacer el ponche. –La voz de la muchacha le informó desde muy cerca–. Se lo puedo garantizar. ¿Desea más?
Baley se percató de que su pequeña copa se hallaba vacía.
–Sí –convino sonriente.
El rostro de la joven era ovalado, y no muy bonito, debido sobre todo a la nariz un poco larga. Vestía un traje muy serio y llevaba el cabello de color castaño claro, peinado en una serie de rizos y bucles sobre la frente.
También ella bebió a la segunda ronda, y él se sintió mejor.
–Jessie –murmuró, acariciando el nombre con la lengua–. Es un nombre muy agradable.
–¿Sabe de qué es diminutivo?
–¿De Jessica?
–Nunca lo acertará.
–Pues no se me ocurre ningún otro.
Saltó una risita y le informó con timidez:
–Mi nombre completo es Jezabel.
Entonces fue cuando se le avivó el interés. Dejó su copa de ponche sobre la mesa y, mirándola fijamente, le dijo:
–¿De verdad?
–Pues claro que sí. Jezabel es mi verdadero nombre en todos los registros. A mis padres les complacía la sonoridad de esta palabra.
Al parecer se enorgullecía de ello. Baley se preguntó muy serio:
–Mi nombre es Elijah, de Elías.
Pero ella no reaccionó. Insistió:
–Elías fue el mayor enemigo de Jezabel.
–¿Sí?
–Claro. En la Biblia.
–¡Ah, pues no lo sabía! Resulta curioso, ¿eh? Espero que aquí no tenga que ser mi enemigo.
Desde el principio se dio cuenta de que era muy alegre, de trato cordial e incluso bonita. Especialmente apreciaba su alborozo. Sus propios puntos de vista sardónicos sobre la vida necesitaban ese antídoto.
Pero Jessie no parecía preocuparse por su rostro serio.
–No importa que te me presentes con aspecto de limón agrio –le confiaba–. En realidad sé que no eres así, y me imagino que si estuvieras sonriendo siempre, como yo lo hago, haríamos explosión al juntarnos. Tú sigue así, Lije, e impídeme que me vaya volando.
Y fue ella quien impidió que Lije Baley se hundiera. Éste solicitó un apartamento para pareja, y obtuvo también un permiso provisional con perspectiva de matrimonio. Se lo mostró, diciéndole:
–¿Quieres encargarte de arreglar que me mude de «SOLTEROS», Jessie? No me agrada vivir allí.
Posiblemente no fue la declaración más romántica, pero a Jessie le agradó.
Baley sólo recordaba una ocasión en que la alegría habitual de Jessie la abandonó por completo. Sucedió en su primer año de matrimonio y el niño no había nacido aún. En verdad, fue durante el mismo mes en que Bentley fue concebido. (Su clasificación de inteligencia, su estatuto de valores genéticos y su posición en el departamento le daban derecho a dos hijos, de los que el primero se podía concebir durante el primer año.)
Jessie había estado refunfuñando a causa de las horas extras de trabajo de Baley. Le insinuó:
–Es muy molesto comer sola todas las noches.
–No tienes por qué –repuso Baley–. Podrías encontrarte con algún soltero joven por ahí.
Y, por supuesto, ella se encendió.
–¿Acaso te figuras que no podría?
Tal vez fuera únicamente porque estaba cansado, o quizá porque Julius Enderby, compañero de escuela suyo, ascendiera otro punto en la escala C de clasificaciones, en tanto que él no. Contestó con su filo de mordacidad:
–Supongo que sí lo puedes; pero no creo que lo intentes. ¡Ojalá te olvidaras del nombre que te pusieron y te esforzaras en ser lo que eres en realidad!
–Seré lo que me venga en gana.
–Pretender que eres Jezabel no te llevará a ninguna parte. Si deseas saber la verdad, el nombre no significa lo que te imaginas. La Jezabel de la Biblia fue una esposa fiel y buena de acuerdo con sus alcances y entendimiento. No tuvo amante alguno, que sepamos, no se mezcló en ninguna orgía y no se permitió en lo absoluto libertades morales.
A la noche siguiente, Jessie le murmuró en voz muy baja:
–He estado leyendo la Biblia, Lije. Lo de Jezabel.
–Oh, Jessie, lo lamento mucho. Me porté como un chiquillo.
–Era una mujer malvada, Lije.
–Sus enemigos escribieron sobre ella, pero nada sabemos por ella misma.
–Mató a todos los profetas del Señor en quienes pudo poner las manos.
–Eso dicen que hizo, pero a pesar de todo sigo sosteniendo que fue un verdadero modelo de esposa fiel...
Jessie se apartó de él roja de cólera e indignación.
–Pues a mí me parece que eres muy malo conmigo y vengativo.
Entonces él le dirigió una mirada de incomprensión total:
–¿Qué te he hecho, pues? ¿Qué te sucede? Dime.
Salió del apartamento sin responderle, y se pasó la tarde y la mitad de la noche en los diferentes niveles del vídeo subetérico, yendo de un espectáculo en otro.
Cuando regresó halló a su marido Lije Baley aún despierto.
No le dio explicación alguna.
A Baley se le ocurrió más tarde, mucho más tarde, que había destrozado una parte muy importante de la vida de Jessie. Su nombre le significó siempre algo confusamente malvado para ella. Resultaba un delicioso contrapeso para un pasado puritano. Le daba un ambiente de pecaminosidad, y ella adoraba eso.
Nunca más volvió a mencionar su nombre completo, ni a Lije ni a sus amigas, y, como suponía Baley, quizá tampoco a sí misma. Se limitó a ser Jessie, y de ese modo firmaba en lo sucesivo su nombre.
A medida que pasaron los días, sus relaciones regresaron a l
antiguo grado de intensidad.
Sólo una vez hubo una referencia indirecta al asunto. Aconteció en el octavo mes de su embarazo. Había dejado su puesto como ayudanta de alimentación en la cocina seccional A-23, y se divertía en pronósticos y preparaciones para el nacimiento del niño. Una noche le dijo:
–Si es varón, ¿qué te parece el nombre de Bentley?
Baley frunció las comisuras de los labios.
–¿Bentley Baley? ¿No te suenan los dos nombres muy iguales?
–Pues no sé. Tiene ritmo, me imagino. Además, el chico siempre podrá escoger otro nombre adicional que le agrade, cuando sea mayor.
–De acuerdo, entonces.
–¿Estás seguro? ¿No te gustaría mejor que le pusiéramos tu nombre, Elijah?
–¿Y que lo llamaran Júnior? No, no lo considero buena idea. Él podrá darle ese nombre a su hijo, si lo desea.
–Hay algo... –y se detuvo.
–¿Qué es? –interrogó él tras un intervalo, levantando hacia ella la vista.
Ella esquivó la mirada, recalcando, sin embargo, con gran fuerza:
–Bentley no es nombre bíblico, ¿eh?
–No –repuso Baley–. Estoy seguro de que no lo es.
–Muy bien, entonces. Ya no me agradan los nombres bíblicos.
Y esa fue la única insinuación que tuvo lugar, desde aquel día hasta el momento en que Elijah Baley llegaba a su casa con el Robot Daneel Olivaw, cuando había estado casado durante más de dieciocho años, y cuando su hijo Bentley Baley había ya cumplido los dieciséis.
Baley se detuvo frente a la enorme doble puerta donde brillaban las grandes letras de PERSONAL - HOMBRES. Con otras más pequeñas seguía: SUBSECCIONES IA-1E. Y, sobre la cerradura, otras más pequeñas que indicaban: «En caso de pérdida de llaves, llame al 27-101-51».
Un individuo insertó una hojita de aluminio en la cerradura. Entró y cerró tras sí la puerta, sin pretender mantenerla abierta para que entrase Baley. Si hubiese hecho esto, Baley se habría sentido seriamente ofendido. Debido a una costumbre muy arraigada, los hombres no se percataban de la presencia de nadie, ni adentro ni en las cercanías de estos lugares privados. Baley recordaba como una de las confidencias matrimoniales más interesantes, la relativa a que Jessie le informó que la situación era totalmente distinta en los privados para mujeres. A menudo le comentaba: «Me encontré con Josephine Greely y me dijo...»
Y ésta fue una de las privaciones inherentes al ascenso civil. Cuando a los Baley les concedieron permiso para el uso de un pequeño tocador en su alcoba, la vida social de Jessie se resintió.
Sin ocultar del todo su mortificación, Baley le dijo:
–Por favor, Daneel, espérame aquí.
–¿Te vas a lavar? –preguntó R. Daneel.
Baley se avergonzó, pensando: « ¡Maldito robot! Si le dieron instrucciones acerca de todo, ¿por qué no le enseñaron buenos modales? Me tendré que hacer responsable si le llega a decir esto a cualquier otra persona». Se apresuró a contestarle:
–Me voy a duchar. Más tarde se aglomeran muchos. Entonces perdería tiempo. Si lo hago ahora, dispondremos de toda la noche para nosotros.
El rostro de R. Daneel se mantuvo impasible.
–¿Es parte de las costumbres sociales el que yo aguarde afuera?
La mortificación de Baley aumentó.
–¿Para qué deseas entrar... sin objeto?
–Ah, vamos, comprendo. Sí, por supuesto. Sin embargo, Elijah, las manos se me ensucian también, y me gustaría lavármelas.
Le mostró las palmas de las manos. Eran sonrosadas y regordetas, con las rayas indispensables. Presentaban todas las apariencias de un trabajo excelente y meticuloso, y estaban tan limpias como cualquiera pudiese estarlo. Baley le indicó: