–No se me ha informado –repuso R. Daneel–. ¿Por qué me lo preguntas?
Baley se mordió los labios, y luego murmuró:
–Nunca creí que se me ocurriría decirle esto a nadie como tú, Daneel; pero confío en ti. Hasta..., ¡hasta te admiro! Yo ya estoy muy viejo para abandonar la Tierra; pero cuando por fin se establezcan las escuelas para emigrantes, allí estará Bentley.
El robot se volvió a Julius Enderby, quien los observaba con el semblante fláccido, ahora comenzaba a recuperar su vitalidad. Le dijo:
–He tratado de comprender ciertas observaciones que me hizo Elijah: que la destrucción de lo que ustedes llaman el mal resulta menos justa y deseable que la conversión de este mal en lo que designan con el nombre de bien.
Hizo una pequeña pausa, como titubeando, y luego, casi sorprendido de sus propias palabras, aconsejó bíblicamente.
–Vete y no peques más.
Baley, sonriendo de repente, tomó a R. Daneel del brazo, y salieron por la puerta apoyados uno en el otro.