Bóvedas de acero (23 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

–Bastante aproximado.

–Bien. –El comisionado pareció entusiasmarse con su empeño–. Naturalmente, él sabía que tu esposa era miembro de su organización, con lo que consideraba que no te enfrentarías con una investigación minuciosa de tu vida privada. Se imaginó que renunciarías antes que luchar en contra de testimonios circunstanciales. Y, a propósito, Lije, ¿qué opinas de renunciar si las cosas se ponen mal? De ese modo lo haríamos todo ala chita callando...

–Ni en un millón de años, comisionado.

–Bueno –se encogió de hombros Enderby–, ¿en dónde estaba yo? Ah, sí, entonces consiguió un atomizador alfa, presumiblemente por medio de un cómplice en la planta, y ordenó a otro cómplice que arreglara la destrucción de R. Sammy. –Tamborileó con los dedos sobre el escritorio–. No, eso no cuaja, Lije.

–¿Por qué?

–Muy rebuscado. Demasiados cómplices. Y cuenta con una coartada inatacable para la noche y la mañana del asesinato de Espaciópolis, entre paréntesis. Eso lo comprobamos inmediatamente, aunque yo era el único que sabía la razón para comprobar esa hora especial.

–Nunca he dicho que fuera Clousarr –interpuso Baley–. Usted fue quien lo dijo, comisionado. Pudo haber sido cualquiera de la organización medievalista. Clousarr no es más que el dueño de un rostro que Daneel reconoció. Ni siquiera me imagino que sea muy importante en la organización. Aunque hay una cosa muy extraña en él.

–¿Qué? –preguntó Enderby con suspicacia.

–Sabía que Jessie era miembro de la organización. ¿Sabe usted si conoce a todos? ¿O lo supone usted?

–No lo sé. Sabía que Jessie lo era, de todos modos. Quizá fuese importante porque era la esposa de un detective. Acaso la recordara por esa razón.

–Usted asegura que confesó que Jezabel Baley era miembro, ¿no es así?

–Le repito que eso fue lo que yo oí –afirmó Enderby.

–Pues en eso está lo más curioso, comisionado. Jessie ho ha usado su nombre completo desde antes de que naciera Bentley. Se unió a los medievalistas después de abandonar su nombre de pila completo. ¿Cómo sería posible que Clousarr llegase entonces a conocerla como Jezabel?

El comisionado enrojeció y exclamó con rapidez:

–Ah, bueno, si nos paramos en detalles, probablemente dijo Jessie. Yo me limité de manera automática a completarlo y dije el nombre de pila. En verdad, ahora estoy seguro de ello. Dijo Jessie.

–Hasta ahora estaba usted también seguro de que dijo Jezabel. Se lo pregunté varias veces.

Entonces el comisionado levantó la voz, imperioso:

–No te pondrás a insultarme diciendo que mentí, ¿verdad?

–Me estoy preguntando si tal vez Clousarr no dijo nada en absoluto. Me estoy preguntando si usted forjó toda esa historia. Usted ha conocido a Jessie durante veinte años y, por lo tanto, sabía que su nombre era Jezabel.

–¡Estás desvariando, hombre!

–Quizás. ¿Adónde fue usted hoy, después del almuerzo? Estuvo fuera de su oficina durante dos horas, por lo menos.

–¿Me está usted interrogando?

–Contestaré también por usted. Anduvo por la planta de energía de Williamsburg.

El comisionado se levantó de su asiento. La frente le brillaba, y aparecían burbujas blancas y secas en las comisuras de los labios.

–¿Qué trata usted de insinuar?

–¿No anduvo por ahí?

–Baley, queda usted destituido. Entrégueme sus credenciales.

–No, todavía no. Me tendrá que escuchar primero.

–Pues no lo haré. Es usted culpable, ¡por todos los diablos!,

y lo que me enfurece es su pretensión absurda de hacerme aparecer como si conspirase en contra de usted. –Perdió la voz de momento, con un gruñido de indignación. Logró recuperar el resuello, para proseguir–. Además, queda usted arrestado.

–¡No! –vociferó Baley, con voz ronca–, ¡todavía no! Comisionado, le estoy apuntando con un desintegrador. Se lo tengo derecho al corazón y está amartillado. No se ponga a jugar conmigo, porque me hallo al borde de la desesperación, y diré lo que considere conveniente. Después..., después hará lo que le plazca.

Con ojos desorbitados, Julius Enderby contemplaba el maligno orificio en las manos de Baley. Farfulló:

–Veinte años por esto, Baley, en el calabozo más profundo de la ciudad.

R. Daneel se movió con rapidez. Su mano se apoderó como garra del brazo de Baley. Con toda calma expresó:

–No puedo permitir esto, socio Elijah. No puedes causarle ningún daño al comisionado.

Por primera vez desde que R. Daneel llegó a la ciudad, el comisionado le habló directamente:

–¡Detenlo!

A lo que Baley replicó de inmediato:

–No tengo la menor intención de dañarlo, Daneel, si tú le impides que me arreste. Me aseguraste que me ayudarías a esclarecer todo esto. Todavía faltan cuarenta y cinco minutos.

R. Daneel, sin soltarle el puño a Baley, indicó:

–Comisionado, considero que se le debe permitir a Elijah que hable. Estoy en comunicación con el doctor Fastolfe en este preciso momento...

–¿Cómo? ¿Cómo? –preguntó el comisionado con rabia.

–Yo poseo dentro de mí mismo una unidad subetérica sellada –aseguró R. Daneel.

El comisionado se le quedó viendo boquiabierto.

–Estoy en comunicación con el doctor Fastolfe –prosiguió el robot inexorablemente–, y causaría una pésima impresión, comisionado, si se negara usted a escuchar a Elijah. Deducciones muy comprometedoras se pudieran sacar de ello.

El comisionado se echó para atrás en la silla. Enmudeció.

–Afirmo que estuvo usted en la planta de energía de Williamsburg hoy, comisionado –reanudó Baley–, y se apoderó del atomizador alfa para dárselo a R. Sammy. Escogió deliberadamente la planta de Williamsburg con objeto de incriminarme a mí. Hasta echó mano del doctor Gerrigel para invitarle a que viniera al departamento y se tropezara con los restos de R. Sammy. Confiaba en que él pudiera suministrar un diagnóstico definitivo y exacto.

Baley sé guardó el desintegrador.

–Si desea arrestarme ahora, no titubee, hágalo; pero Espaciópolis no considerará eso como una respuesta apropiada.

–¿Por qué motivo? –masculló Enderby sin lograr casi respirar. Las lentes aparecían empañadas, y se las quitó. Sin ellas aparecía en una actitud vaga e inofensiva–. ¿Qué motivo pude tener para esto?

–Usted me causó trastornos, ¿verdad? Con ello puso estorbos a la investigación de Sarton, ¿o no? Y, aparte de todo eso, R. Sammy sabía demasiado.

–¿Acerca de qué?

–Acerca de la manera como asesinaron a un espaciano hace cinco días y medio. Porque usted fue quien asesinó al doctor Sarton en Espaciópolis.

Fue R. Daneel quien tomó ahora la palabra. Enderby lo único que podía hacer era tirarse de los cabellos con furia y menear la cabeza. El robot explicó:

–Socio Elijah, mucho me temo que esta teoría sea insostenible. Como sabes muy bien, resulta imposible que el comisionado Enderby haya asesinado al doctor Sarton.

–Escucha. Enderby me suplicó que me encargara del asunto; no se dirigió a ninguno de los hombres que tienen mayor rango que yo. Lo hizo por diversas razones. La primera, porque somos camaradas de estudios, y se figuró que podía confiar en que nunca se me ocurriría que un antiguo compañero y jefe respetado pudiera ser un criminal. ¡Fíjate! contaba con mi gran lealtad muy bien conocida. En segundo lugar, sabía que Jessie era miembro de una organización ilegal, y esperaba poder manejarme de modo que se me eliminara de la investigación o amenazarme para que guardara silencio en caso de que me aproximara demasiado a la verdad. Y, por otra parte, eso no le preocupaba mucho. Desde el principio obró de manera que pudiese despertar en mí desconfianza hacia ti, Daneel, asegurándose de que los dos trabajásemos en sentidos contrarios. No ignoraba lo de la desclasificación de mi padre. No le resultó difícil adivinar cómo reaccionaría yo. ¡Fíjate!, es una ventaja para el asesino estar encargado de la investigación de un asesinato que él cometió.

El comisionado logró por fin dar rienda suelta a sus palabras. Comenzó con voz débil.

–¿Cómo podía yo saber nada acerca de Jessie? –Volvióse en dirección del robot–. ¡Escucha! Si estás transmitiendo todo esto a Espaciópolis, ¡diles que es mentira! ¡Una mentira nauseabunda!

Baley le interrumpió, levantando la voz por unos instantes, y luego bajándola con una calma tensa.

–¡Seguro que sabía usted lo de Jessie! Usted es un medievalista, y forma parte de esa organización. ¡Sus gafas pasadas de moda! ¡Sus ventanas! Es evidente que su temperamento le ha conducido por esos caminos. Pero existen pruebas muy superiores a eso.

»¿Cómo supo Jessie que Daneel era un robot? En aquel momento me sumió en la peor de las incertidumbres. Por supuesto, ahora sabemos que lo descubrió mediante su organización de medievalistas, lo cual nos retrotrae a una cuestión anterior: ¿cómo lo supieron allí? Usted, comisionado, lo explicó con una teoría acerca de que a Daneel lo reconocieron como robot durante el incidente de la zapatería. Yo no me creí eso en ningún momento. No, no podía. Yo lo había considerado como un ser humano cuando lo vi por vez primera, y no padezco del menor defecto en la vista.

»Ayer le rogué al doctor Gerrigel que viniera de Washington. Más tarde decidí que lo necesitaba por varias razones; pero cuando lo llamé, mi único objeto era indagar si reconocería a Daneel por lo que es sin que le diera yo el menor indicio.

»Pues no, señor comisionado, ¡no lo reconoció! El doctor Gerrigel, el mejor perito en robots que existe en la Tierra. ¿Pretende usted sugerirnos que unos perturbadores medievalistas podían, en condiciones de confusión y tumulto, percatarse de similitudes de diferencias, y sentirse tan seguros acerca de ellas como para poner en actividad a toda su organización y embarcarla en esta aventura con un simple presentimiento de que Daneel era un robot?

»Resulta claro que desde el principio los medievalistas supieron que Daneel era un robot. El incidente de la zapatería se proyectó deliberadamente para convencer a Daneel y a Espaciópolis del alcance del sentimiento antirrobotista que prevalece en la ciudad. Tuvo por objetivo trastrocar los términos; apartar en lo posible las sospechas de los individuos y dirigirlas al conjunto de la población.

»Ahora bien, si sabían la verdad sobre Daneel desde el principio, ¿quién se la reveló? Yo no lo hice. Se me ocurrió pensar que pudiera haber sido Daneel mismo; pero también es un absurdo. El otro único terrícola que lo sabía era usted, comisionado.

Enderby objetó, con sorprendente energía:

–También pudo haber espías en el departamento. Los medievalistas pudieron habernos inundado con ellos. Tu esposa era una de ellas, y si usted no encuentra imposible el que yo sea uno, ¿por qué no otros más en el departamento?

–No traigamos a colación ningún espía misterioso hasta que veamos adónde nos conduce una solución sencilla y natural. Afirmo y sostengo que usted es el único informante.

»Ahora, cuando lo veo como algo retrospectivo, resulta muy interesante anotar cómo su carácter mejoraba o empeoraba según aparecía yo estar lejos de resolver el problema o muy cerca de terminarlo. Al principio se hallaba usted muy nervioso. Cuando ayer por la mañana manifesté mi deseo de visitar a Espaciópolis sin explicarle para nada la razón, llegó usted hasta el borde de un colapso nervioso. ¿Se figuró que lo había sorprendido, comisionado? ¿Que se trataba de una trampa para entregarlo en manos de ellos? Usted me dijo que los odiaba. Casi llegó a las lágrimas. Por unos instantes me imaginé que se las causaba el recuerdo de la humillación en Espaciópolis, cuando le consideraron sospechoso; pero luego Daneel me indicó que sus suspicacias se habían tenido en cuenta con mucho cuidado. Ni siquiera pudo suponerse que sospechaban de usted. Su pánico se originó en el temor, no en la humillación.

»Después, cuando salí con mi solución totalmente errónea, mientras usted observaba por el circuito tridimensional, da su confianza al ver cuán lejos me hallaba de la verdad. Hasta discutió usted conmigo, defendiendo a los espacianos. Más tarde, ya dueño de sí mismo, me asombró la facilidad con que me perdonó mis acusaciones falsas en contra de los espacianos, cuando antes me había sermoneado tanto respecto a su excesiva sensibilidad.

»Luego establecí contacto con el doctor Gerrigel, y usted se empeñaba en saber la razón, y yo no se la dije. Eso le preocupó porque temía que...

R. Daneel interrumpió de pronto, levantando la mano.

–¡Socio Elijah!

Baley consultó su reloj: ¡las veintitrés cuarenta y dos!

–¿Qué hay? –preguntó.

–Pudo haberse preocupado con el pensamiento de que descubriera sus relaciones medievalistas, si concedemos que existan –sugirió R. Daneel–. No hay nada que lo complique en el asesinato. Acaso no haya tenido nada que ver con ello.

–Estás en un error, Daneel –contradijo Baley– Enderby no sabía para qué necesitaba yo al doctor Gerrigel; pero puede presumirse con seguridad que se imaginó que se trataba de algo relativo a informes sobre robots. Esto asustó al comisionado, porque un robot estaba ligado muy íntimamente con su crimen mayor. ¿No es así, comisionado?

Enderby meneó la cabeza negando con insistencia.

–Cuando esto haya concluido... –principió; pero se ahogó con las palabras sin articular.

–¿Cómo se cometió el asesinato? –indagó Baley con frenesí apenas reprimido–. ¡C/Fe! Usaré tus propios términos, Daneel. Estás rebosante de los beneficios de una cultura C/Fe y, sin embargo, no ves el modo en que un terrícola pudo haberla usado para su propio beneficio.

»No hay dificultad ninguna para concebir la idea de que un robot cruce a campo traviesa. Aunque sea de noche y aunque vaya solo. El comisionado le puso un desintegrador en las manos a R. Sammy; le ordenó adónde ir, y le explicó cuándo. Él, por su parte, entró en Espaciópolis por el Personal y lo despojaron de su propio desintegrador. Entonces recibió el otro desintegrador de manos de R. Sammy; mató al doctor Sarton; devolvió el arma a R. Sammy, quien regresó con ella a la ciudad de Nueva York a través de los campos. Y hoy desactivó a R. Sammy, cuyo conocimiento se había convertido en muy peligroso.

»Esto explica la presencia del comisionado y la ausencia del arma. Y hace totalmente innecesaria la suposición de que cualquier ser humano, cualquier neoyorquino, haya caminado escurriéndose a campo traviesa, a cielo descubierto, de noche.

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