Mas al terminar Baley su reconstrucción, R. Daneel objetó:
–Lo siento mucho por ti, socio Elijah, aunque me congratulo con el comisionado, que tu explicación no esclarezca absolutamente nada. Ya te he dicho que las propiedades cerebroanalíticas del comisionado son de tal especie que resulta imposible para él cometer un asesinato premeditado. Ignoro cuál es la palabra que se aplica a ese hecho psicológico: cobardía, conciencia o compasión. Conozco el significado que el diccionario les da a todas ellas; pera no puedo juzgar. Sea como fuere, el comisionado no asesinó.
–Gracias –murmuró Enderby. Su voz ganó fuerza y confianza–. Desconozco sus motivos, Baley, o por qué trata de arruinarme de esta manera; pero llegaré hasta el fondo y...
–Aguarden –interpuso Baley–, no he concluido. Tengo esto.
Y golpeó con el cubo de aluminio en el escritorio de Enderby, tratando de sentir la confianza que esperaba le brotara de sí. Durante media hora pretendió ocultar un hecho pequeñísimo; que no sabía lo que la película mostraría. Disponíase a jugar con el destino; mas era todo lo que le quedaba por hacer.
Enderby se retiró de aquel objeto.
–No es una bomba –aseguró Baley con sarcasmo–. No es más que un microproyector ordinario.
–Y bien, ¿qué demostrará?
–Eso es lo que está por ver.
Introdujo la uña en una de las rendijas del cubo, y una esquina del despacho del comisionado se entenebreció, iluminándose después con una escena extraña en tres dimensiones.
Se extendía desde el piso hasta el techo, prolongándose para atrás de las paredes de la habitación.
La escena retratada era el domo del doctor Sarton. El cuerpo muerto del doctor Sarton ocupaba el centro.
Los ojos de Enderby se le saltaban de las órbitas. Baley dijo:
–Sé muy bien que el comisionado no es un matón. No necesito que tú me lo digas, Daneel. Si hubiese podido explicarme ese hecho antes, hubiera llegado a la solución desde mucho antes también. No alcancé a mirar claro el camino hasta hace una hora, cuando te manifesté al descuido que fuiste curioso en una ocasión respecto a las lentes de contacto de Bentley. Eso lo eslabonó todo, comisionado. Entonces se me ocurrió que su miopía y sus gafas eran la clave del asunto. Supongo que en los Mundos Exteriores no existe la miopía, pues de lo contrario habrían llegado a la verdadera solución del asesinato casi inmediatamente. Comisionado, ¿cuándo rompió usted sus gafas?
–¿Qué busca sugerirme? –indagó el comisionado, receloso.
–Cuando lo vi a usted por primera vez para este asunto –explicó Baley–, me dijo que sus gafas se le habían roto en Espaciópolis. Me figuré que las había roto con la perturbación al saber la noticia del asesinato; pero usted no me lo afirmó así, y yo carecía de razones para imaginármelo. Más aún: si usted iba a Espaciópolis con la obsesión de un crimen en la mente, se encontraría ya lo suficientemente perturbado para que se le cayeran las gafas y las rompiera antes del asesinato. ¿No es verdad? ¿Y no le pasó tal cosa en realidad? Dígame.
–No veo yo la consecuencia, socio Elijah –protestó R. Daneel.
Y Baley pensó: «Sigo siendo socio Elijah por diez minutos más: ¡Aprisa, habla aprisa, y piensa aprisa!»
Se encontraba manipulando la imagen del domo de Sarton a medida que hablaba. Con torpeza, la agrandaba, con las uñas indecisas por la enorme tensión que lo dominaba. Muy despacio, con sacudidas, el cadáver sé agrandaba, ensanchándose, alargándose, acercándoseles. Baley casi podía percibir la peste de la carne chamuscada. La cabeza, los hombros y uno de los brazos, en su parte superior, oscilaban con frenesí, unidos con las caderas y con las piernas mediante un trozo ennegrecido de la columna vertebral de la que sobresalían muñones y tiras de costillas carbonizadas.
Baley le dirigió de soslayo una mirada al comisionado. Enderby había entrecerrado los ojos. Se le veía enfermo, con náuseas. A Baley le sucedía lo mismo; pero debía mirar. Despacio, muy despacio, fue girando la imagen tridimensional mediante las manivelas del transmisor, para escudriñar el cadáver en cuadrantes sucesivos. Los dedos se le escurrieron y la imagen se le inclinó de pronto, de modo que el suelo y el cadáver, al mismo tiempo, se convirtieron en una masa confusa, más allá de las capacidades resolutivas del transmisor. Aminoró el foco de expansión y dejó que el cuerpo se deslizara hacia un lado.
Seguía hablando. Tenía que hacerlo. Imposible detenerse hasta que hallara lo que buscaba; y si no lo conseguía, toda su palabrería resultaría inútil. Peor que inútil. El corazón le palpitaba con fuerza, y la cabeza le latía en las sienes. Entonces volvió a hablar:
–El comisionado no puede cometer un asesinato deliberado. Sin embargo, cualquier hombre puede matar por accidente. El comisionado no penetró en Espaciópolis para matar al doctor Sarton. Entró para matarte a ti, Daneel, ¡a ti! ¿Existe algo en el análisis de su cerebro que diga que es incapaz de aniquilar a una máquina? Eso no es asesinato, sino únicamente sabotaje.
»Es un medievalista convencido. Trabajó con el doctor Sarton y conocía el objeto para el cual te hallabas destinado. Temía que esa meta se lograra; que a los terrícolas se les desterrara de la Tierra. Así que decidió destruirte a ti. Tú eras el único de su tipo que se hubiese construido todavía, y consideraba tener buenas razones para pensar que, al demostrar la extensión y la determinación del medievalismo en la Tierra, descorazonaría a los espacianos. Conocía lo fuerte que es la opinión popular en los Mundos Exteriores para terminar de una vez por todas con el proyecto de Espaciópolis. Con certeza que el doctor Sarton discutió ese punto con él. Y pensó que ello sería el último impulso en la dirección adecuada.
»No digo que hasta el pensamiento de aniquilarte a ti fuese agradable para nada. Hubiera hecho que R. Sammy lo llevase a cabo, me figuro, si no parecieras tan humano que un robot primitivo, de la calidad de Sammy, no pudiese discernir la diferencia o comprenderla siquiera. La primera ley lo hubiera detenido. O el comisionado le habría encargado a otro ser humano la comisión, si no fuera porque él, sólo él, representaba el único que tenía acceso fácil y pronto a Espaciópolis en cualquier momento.
»Permítanme reconstruir lo que pudo haber sido el proyecto del comisionado. Estoy adivinando, lo confieso; pero creo estar en lo justo. Concertó la cita con el doctor Sarton; pero llegó temprano con toda intención; al amanecer, para ser exactos. El doctor Sarton estaría dormido, me imagino; pero tú, Daneel, andarías despierto. Supongo, ya que en ello estamos, que vivías con el doctor Sarton.
El robot asintió con la cabeza, diciendo:
–Tienes razón, socio Elijah.
–Proseguiré entonces –retomó Baley–. Tú saldrías a la puerta del domo, Daneel; recibirías una carga del desintegrador en el pecho o en la cabeza, y todo habría terminado. El comisionado se escaparía a toda velocidad, a través de las calles desiertas del crepúsculo matutino de Espaciópolis, regresando al sitio en donde lo esperaba R. Sammy. Le entregaría el desintegrador y luego se encaminaría muy despacio en dirección al domo del doctor Sarton. De ser necesario, «descubriría» el cuerpo él mismo, aun cuando hubiese preferido que cualquier otro lo hiciera. Si le preguntaran respecto a su llegada tan temprano, podría decir que había venido a informarle al doctor Sarton de ciertos rumores de un ataque medievalista a Espaciópolis, y a urgirle para que se tomaran precauciones encaminadas a impedir todo tumulto externo y al descubierto entre los espacianos y los terrícolas. El robot muerto añadiría fuerza a sus palabras.
»Si le interrogaran respecto al gran intervalo entre su entrada en Espaciópolis y su llegada al domo del doctor Sarton, podría decir que vio a alguien que se escabullía por las calles en dirección al campo abierto. Que lo persiguió un trecho. También eso los conduciría con entusiasmo por una senda falsa. En cuanto a R. Sammy, nadie lo echaría de menos. Un robot más en medio de las granjas circundantes de la ciudad..., pues no sería más que otro robot como muchos. ¿Voy muy equivocado, comisionado?
–No, yo no... –Enderby se movía como un gusano.
–No –explicó Baley–, usted no mató a Daneel. Él está aquí, y en todo el tiempo que ha estado en la ciudad no ha sido usted capaz de mirarlo frente a frente o de dirigirle la palabra por su nombre. Mírelo ahora, comisionado.
Enderby no se atrevió a hacerlo. Cubrióse el rostro con las manos temblorosas.
Las titubeantes manos de Baley por poco dejan caer el microproyector. ¡Lo había hallado!
La imagen se percibía ahora centrada en la puerta principal del domo del doctor Sarton. La puerta se veía abierta; penetró en la pared hueca, a lo largo de las correderas de metal reluciente. Abajo, entre ellas... ¡Allí! ¡Sí, allí!
El fulgor era inequívoco.
–Les explicaré lo que sucedió –continuó Baley–. Se encontraba usted en el domo cuando se le cayeron las gafas. Debe de haber estado nervioso, y lo he visto a usted nervioso. Usted se las quita; las limpia con cuidado. Eso fue lo que hizo; pero las manos le temblaban, y las dejó caer; quizás hasta las haya pisado. De todos modos, estaban rotas, y precisamente en ese instante la puerta se abrió y una figura que parecía Daneel se le puso enfrente.
»Le disparó, recogió los restos de sus gafas y echó a correr. Entonces encontraron el cadáver, pero no a usted, y cuando por fin lo– hallaron, se percató de que era al madrugador doctor Sarton a quien había dado muerte. El doctor Sarton diseñó a Daneel a su imagen y semejanza, para gran desgracia suya y, sin sus gafas, en aquel momento de tensión nerviosa no pudo distinguirlos.
»Y si desea la prueba tangible, ¡hela ahí!
La imagen del domo de Sarton se estremeció, y Baley colocó el proyector con mucho cuidado sobre el escritorio, con la mano fuertemente apoyada sobre él.
El rostro del comisionado Enderby se halaba descompuesto por el terror. R. Daneel aparecía por completo indiferente.
Los dedos de Baley señalaban la imagen.
–Ese reflejo en las correderas de la puerta, ¿qué era eso, Daneel?
–Dos pequeñas partículas de cristal –repuso el robot con frialdad–. No significaban nada para nosotros.
–Pues ahora sí, porque son dos trocitos de lentes cóncavas. Midan sus propiedades ópticas y compárenlas con las de las gafas que Enderby está usando ahora. ¡No las rompa, comisionado!
Precipitóse hacia el comisionado y le arrancó las gafas de las manos. Se las alargó a R. Daneel:
–Aquí hay prueba suficiente de que estuvo en el domo más temprano de lo que pensó que estuviera.
–Estoy del todo convencido –asintió R. Daneel– Ahora me doy cuenta de que me aparté por completo de la pista por el análisis cerebral del comisionado. Te felicito, socio Elijah.
Baley consultó su reloj. Señalaba las veinticuatro horas. Un nuevo día comenzaba.
Las palabras del comisionado no eran más que gemidos ahogados:
–Un error, un espantoso error. Nunca intenté matarlo.
Sin ningún síntoma precursor, se deslizó de la silla y quedó como un bulto informe en el suelo. R. Daneel se le aproximó con rapidez y dijo:
–Lo has lastimado, Elijah. Eso está muy mal.
–No está muerto, ¿eh?
–No; pero sí inconsciente.
Ya volverá en sí. Supongo que fue demasiado para él. Tenía que hacerlo. ¡Yo tenía que hacerlo! Mira, Daneel, carecía de cualquier prueba que fuese válida ante un tribunal; sólo deducciones. Preciso era acorralarlo y soltárselo poco a poco, con la esperanza de que se desmoralizara. Así sucedió, Daneel. Tú lo oíste confesar, ¿verdad?
–Sí.
–Ahora bien, yo te prometí que esto sería beneficioso para el proyecto de Espaciópolis, de modo que... ¡Aguarda, está volviendo en sí!
El comisionado se quejó. Los ojos le temblaron y se entreabrieron. Quedóseles mirando sin pronunciar palabra.
–¡Comisionado! –llamó Baley–, ¿me escucha usted?
El comisionado afirmó con la cabeza, indiferente.
–Muy bien, entonces. En estos momentos los espacianos tienen otras cosas que les preocupan más que su culpabilidad. Si coopera usted con ellos en...
–¿Qué?
Un fugitivo rayo de esperanza apareció en los ojos del comisionado.
–De seguro que usted es alguien importante en la organización medievalista de Nueva York, tal vez hasta en el proyecto planetario. Encáucelos en la dirección de la colonización del espacio. Puede ver las líneas generales, ¿verdad? Tenemos que volver a la tierra, al surco..., sí, pero en otros planetas.
–No comprendo –murmuró el comisionado.
–Eso es lo que buscan los espacianos. Y también lo que busco yo, después de la conversación que tuve con el doctor Fastolfe. Eso es lo que desean más que nada. Arriesgan la muerte cada vez que vienen a la Tierra, y permanecen aquí con ese solo objeto. Si el asesinato del doctor Sarton lo capacita a usted para que obtenga que el medievalismo se dirija a reanudar la colonización galáctica, probablemente lo consideren como un sacrificio muy justificado. ¿Me comprende ahora?
–Elijah tiene razón –interpuso R. Daneel–. Ayúdenos, comisionado, y olvidaremos lo pasado. Estoy hablando en nombre del doctor Fastolfe y de nuestro pueblo. Por supuesto, si usted conviniera en ayudarnos y después nos traicionara, siempre tendríamos el hecho de su culpabilidad para mantenerlo a raya, lamento decirlo.
–¿No se presentará acusación contra mí? –preguntó el comisionado.
–No, si nos ayuda usted.
–Pues sí lo haré –murmuró mientras los ojos se le llenaban de lágrimas–. Fue un accidente. Expliqué eso. Un accidente desdichado. Yo hice lo que creía más conveniente.
–Si nos ayuda –añadió Baley–, entonces sí estará haciendo lo más conveniente. La colonización del espacio es la única salvación posible para la Tierra. Se percatará de ello si olvida los prejuicios. Y ahora, la mejor manera de ayudarnos es echarle tierra a ese asunto de R. Sammy. Clasifíquelo como un accidente o algo por el estilo. ¡Póngale fin! –Púsose en pie–. Y recuerde, comisionado, que no soy la única persona que conoce la verdad. Desembarazarse de mí no conduce a nada, sino a su propia ruina. Toda Espaciópolis está enterada de esto. Lo entiende bien, ¿verdad?
–Resulta innecesario añadir una palabra más, Elijah –amonestó R. Daneel–. El comisionado nos ayudará. Para mí está muy claro, de acuerdo con el análisis de su cerebro.
–Perfectamente bien; entonces, me voy a casa. Deseo ver a Jessie y a Bentley y recomenzar mi existencia natural. Además, necesito dormir. Oye, Daneel, ¿permanecerás en la Tierra después de que se vayan los espacianos?