Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) (17 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Ensayo, Historia

Nació el 8 de enero de 1935, en Tupelo, Mississippi, y no llegó solo al mundo. Con él nació el que hubiera sido su hermano gemelo. Pero como si fuese imposible que existiesen dos rostros iguales en la historia, el «otro Presley» murió inmediatamente. Para el superviviente fueron los dos nombres que inicialmente estaban previstos para ambos: Elvis Aaron.

Nacer a mitad de la década que estuvo marcada por el fantasma de la Depresión, no sembró de rosas el camino del futuro rey. Vernon, su padre, era un granjero blanco en el muy negro Estado de Mississippi. Gladys, su madre, era una mujer bajita, de aspecto enfermizo y salud precaria, con tendencia a la obesidad. Sería ella el personaje esencial en la vida de Elvis hasta su muerte, cuando su hijo se encontraba haciendo el servicio militar.

Conservadores, temerosos de Dios, pobres y rigurosos, los Presley hacían la misma vida que miles de familias de los Estados sureños. Los domingos se reunían en la iglesia para cantar. Elvis formó parte del First Assembly of God, el grupo parroquial, pero también se interesó por el cruce de estilos y sonidos que existía en esa zona. Así tuvo acceso a todos ellos, desde el
blues
más profundo al
folk
más elemental pasando por el
gospel
o el
western
. A los diez años y animado «por mamá», se presentó a un concurso de aficionados y cantó
Old shep
en solitario, sin ningún acompañamiento.

Era el festival de Mississippi-Alabama Fair y quedó en segundo lugar.

Los Presley tenían muchos problemas económicos, pero Gladys no tenía otro hijo, así que cuando le apuntó a otro festival, logró comprarle un traje apropiado (de ¡
cowboy
…!) y apostó fuerte por su futuro. En Tristate las cosas no mejoraron, el pequeño repitió su actuación y el premio fue una guitarra de segunda mano que Gladys, con muchos apuros, le compró para que practicara. Con esa guitarra comenzó el calvario ya que difícilmente consiguió extraer dos notas seguidas en los años siguientes. Pero no importaba. Cada noche «mamá» aplaudía a su retoño y le aseguraba que lo hacía muy bien.

A los trece años, y después de un pésimo período, la situación se hizo insostenible y emigraron a Memphis, Tennessee, a no mucha distancia de Tupelo aunque se tratase de otro estado (cien millas).

Las cosas mejoraron aunque no hubiese medios de enviar a la universidad al chico. Tampoco importó a fin de cuentas: era un pésimo estudiante. Elvis trabajó en una gasolinera, se graduó con dieciséis años y su madre le obligó a matricularse en la Hume High School (una escuela vinculada con el Ejército, gracias a cuya experiencia más tarde saldría con los galones de cabo del servicio militar) para aprender un oficio. Salió de ella convertido en electricista y se empleó en la Crown Electric Company… de camionero. En el fondo nunca dejó de ser un paleto de pueblo integrado en una gran ciudad, que miraba a las chicas de lejos y se guarecía bajo el inmenso paraguas de su madre. Las chicas le daban miedo, y él, que trataba de vestir «a la moda» (cazadoras de cuero, cabello lleno de brillantina y poses duras a lo Marlon Brando) les daba miedo a ellas. El Elvis Presley cantante muy posiblemente no hubiese llegado a nada de no ser porque su destino le empujaba irremediablemente a ser la más grande sensación musical de América.

La historia es ya conocida. Un día quiso grabarle un disco a su madre, se metió en una cabina del «drugstore» más cercano y el resultado fue horrible, ruidos, distorsiones, un caos. Así que escogió uno de los muchos estudios de grabación de la ciudad y quiso hacer las cosas bien. En ese estudio, los Sun, pagó cuatro dólares para grabar
My happiness
. Una secretaria llamada Marion Keisker anotó su nombre y su dirección. El resto… bla-bla-bla.

El 6 de julio de 1954 se realizó la primera grabación profesional de Elvis, muchos meses después del inicio de esta historia y tras haber pasado el cantante por un par de pruebas que a Sam Phillips, dueño de los Sun, no entusiasmaron. Un año y pico más tarde, Sam vendía el contrato de su artista (ya una prometedora estrella local) a la poderosa RCA por treinta y cinco mil dólares. En enero de 1956 se editó
Heartbreak hotel
y…

Lo que pasó entre 1956 y 1958 es, simplemente, LA HISTORIA. Luego tuvo que convertirse en el soldado US-53.310.761 y cuando en 1958 se embarcó en el USS Randall rumbo a Europa, el
rock and roll
tardó en morir lo que el tiempo y la tragedia de Buddy Holly en febrero de 1959 determinaron como plazo irreversible.

En 1958, el ángel tutelar del rey, le señalaba sin saberlo su propio destino.

Gladys Presley había pasado de ser una insignificancia a convertirse en la «mamá de la estrella».

Había pasado de vivir en una humilde casita a vivir en un palacio que, en su honor, Elvis bautizó como
Graceland
. Y «amaba» salir en los periódicos, en la radio y la TV, especialmente para hablar y hablar de su hijo, de como ella estaba segura de que sería famoso, y de como le cantaba por las noches… porque Elvis era el mejor hijo del mundo. Naturalmente no podía salir fotografiada o asomarse a la televisión, obesa como una peonza. Su hijo merecía algo más, y necesitaba algo más.

De esta forma Gladys se encerró en clínicas, siguió rigurosas dietas y luchó desesperadamente contra lo único incontrolado y odioso de su vida: la obesidad. Le dijeron que era una enfermedad, pero no hizo el menor caso. Un buen régimen acabaría con las grasas.

Y acabó con ella.

La muerte de su madre dejó a Elvis muy afectado. En una sociedad matriarcal como la americana, ella era el auténtico corazón de la casa. Cumplió con su servicio militar y estando en Alemania conoció a Priscilla Beaulieu, que entonces tenía catorce años y era hija de militares de rango.

Tardaría en casarse con ella… ocho años. Pero es que las leyendas que circularon y han circulado siempre en torno a Elvis en materia sexual fueron demoledoras. De él se ha dicho que era un infantilista, que prefería mirar antes que actuar, que la influencia materna determinó su miedo, su inseguridad y… su impotencia frente al sexo femenino, y que el hecho de verse siempre rodeado de mujeres hermosas sólo fue una almohada en la que sentirse cómodo cara al público. Desde luego lo que sí es evidente es que la presión de Gladys Presley, tanto en vida como después de muerta, fue implacable, y que como tantos niños mimados y superprotegidos, el rey del rock no escapó a la trampa de una dependencia traumática y de interés psicológico.

Elvis regresó del servicio militar en 1960. Hizo algunas actuaciones, volvió al cine, y en 1962 se retiró, cansado, porque de todas formas el
rock and roll
ya no era lo de antes y el espíritu de 1956 y 1957 había desaparecido. Incluso quienes quemaron fotos y discos suyos, y le llamaron depravado, mensajero de los comunistas y negro de piel blanca, le aceptaban y le glorificaban, porque había demostrado ser «un buen americano». Su escándalo del Ed Sullivan Show del 9 de septiembre de 1956 (la TV sólo mostró la mitad superior de su cuerpo, por considerar ofensivos sus movimientos pélvicos) parecía cosa de niños y motivo de risa. Elvis no había sido atrapado por el status: él era status.

De 1962 a 1968 (curiosamente el período Beatle) no hizo otra cosa que rodar tres películas anuales y horripilantes canciones para las mismas. Se casó en 1967 y fue padre de su única hija, Lisa, en 1968. Fue entonces cuando la cadena NBC le ofreció un gran espectáculo, un
show
de Navidad. Sacudido por una repentina fiebre aceptó y ése fue el arranque de su segunda leyenda y etapa dorada. No sólo demostró estar en plena forma, sino que sus millones de fans despertaron, y a ellos se sumaron los de una nueva generación que acababan de descubrirle. Para redondear el acontecimiento tuvo dos números 1 seguidos en 1969 y… ya no supo, ni pudo, parar.

A partir de ese 69, Elvis aceptó realizar dos «stages» de un mes cada uno en el Hotel Internacional de Las Vegas. Ello además de una gira anual por el país, la grabación de nuevos álbumes y los proyectos que iban surgiéndole. En 1970 dejó de hacer cine. Su agenda estaba cubierta. No tenía tiempo para nada… aunque desaparecía frecuentemente y por espacio de varias semanas.

Priscilla, la dulce Priscilla (años después estrella en la televisión con trabajos en series como
Dallas
) fue la que tiró de la manta. En 1972 se escapó con su instructor de tenis. El hecho permaneció oculto hasta que en enero de 1973 ella misma presentó la demanda de divorcio. ¿Qué había sucedido en este tiempo?

Priscilla fue la novia temprana y adolescente, y luego la esposa joven y maravillosa (aunque nunca comparable con «mamá Presley»). Al comienzo, con Elvis trabajando igual que cualquier humano, manteniendo un horario cuando hacía una película, o quedándose en casa contemplando la fuente de Pepsi Cola del jardín, todo fue un jardín de rosas. Eran fe-li-ces. Pero luego al rey se le reavivaron los recuerdos y las energías, la nostalgia de los aplausos y la necesidad de volver a ser el número 1. Priscilla no se contentó con quedarse en casa mientras el jefe pasaba seis o siete meses de gira o actuando en Las Vegas. Probó a acompañarle, pero… tampoco le gustó vivir
a salto de mata
, durmiendo hoy aquí y mañana allá, aunque Presley viajase con un séquito de lujo (peluqueros, maquilladores,
atrezzo
, masajistas, etc.) y todo fuese dorado, confortable y
first class
.

Hija de militares, no había conocido nada más que disciplina, pero cuanto menos estaba habituada a algo mejor. Y aún, lo esencial ni siquiera era eso. Había algo más.

El tiempo que Elvis tenía libre de compromisos, lo pasaba… en hospitales. ¿Por qué? Sencillo: para someterse a constantes curas, a veces de sueño, a veces para rebajar sus muchos kilos. La física y la química de su organismo las tenía tan alteradas que bastaba un mes de descanso y de vida sedentaria, o un mes respirando el aire de la gloria en los conciertos, para hacerle engordar una buena cantidad de kilos. Ese peso, y sobre todo la monstruosidad de su aspecto, nada agradable para una estrella, debía de ser eliminado antes de la nueva gira o del próximo «stage» en Las Vegas.

Al igual que su madre, víctima de la misma enfermedad, Elvis ya no era más que un globo que se hinchaba y deshinchaba sin descanso.

Cuando Priscilla obtuvo el divorcio, el rey comenzó a tocar fondo. Su ex se convirtió en un tema «tabú». Nadie podía citarla, ni referirse a algo que a él le hiciese recordarla, so pena de que su cabeza rodara por el suelo. Los misterios de la vida sexual del hombre más violado en sueños a lo largo y ancho de la historia del rock, fueron convirtiéndose en las piedras angulares de su progresivo deterioro. Un ejemplo: todo lo que había pertenecido a su madre, lo conservaba tal cual, como un fetiche morboso y dramático de su amor por ella. Fue un «buen chico» antes de casarse, un «marido ejemplar» una vez casado, pero ahora… era un divorciado de primera. Cuando algunas candidatas consiguieron ir entrando en su vida, fueron saliendo por la puerta de atrás, y su testimonio dejó bastante mal parado a la leyenda. A pesar de todo… hubo mujeres. La última, la que le encontró al borde de la muerte, se llamaba Ginger Alden y tenía veintitrés años.

Se rumoreaba que iba a ser la nueva señora Presley. Pero eso también se había rumoreado de otras. No existiendo ninguna candidata que, como mínimo, se pareciese a «mamá», ¿para qué arriesgarse de nuevo?

El día de Año Nuevo de 1975 Elvis cantó en Pontiac, Michigan, ante sesenta mil personas, su mayor audiencia. Quizás por ello también se presentó con su mayor peso, para que pudieran verle bien: ciento diez kilos. Los médicos ya no conseguían milagros. Podían tardar un mes en rebajarle hasta veinte kilos de peso, siguiendo unas dietas, regímenes y curas de sueños dramáticas, pero él fácilmente los recuperaba en una semana, aunque no comiese. Entre 1975 y 1976 ofreció doscientos conciertos a lo largo y ancho de Estados Unidos, además de sus dos meses por año en Las Vegas.

No queriendo sentirse prisionero de la soledad de Graceland, prefería lo único que le quedaba: el público.

Probablemente y muy en el fondo de ese titánico esfuerzo, flotaba todo su miedo, pero el patetismo no existía cuando salía a darlo todo ante sus incondicionales. Todavía el «Rey».

Y llegó 1977. Elvis cumplió cuarenta y dos años.

El día 10 de abril, en plena actuación en Baltimore, Maryland, sufrió un colapso.

Afortunadamente para él, un equipo médico que siempre le acompañaba intervino a tiempo. Sin embargo llegó a estar clínicamente muerto durante media hora. Ya recuperado no quiso hacer caso a quienes le recomendaron cautela, descanso, no ir contra la naturaleza. En el fondo los médicos, y muy especialmente su médico de confianza, hacían lo que él quería, porque ¿quién le llevaba la contraria al rey? Siempre era mejor una receta aunque fuese absurda que no la búsqueda de otro chollo. Sólo había… un rey.

Lo de Baltimore salió bien porque tuvo el colapso delante de miles de personas. El 16 de agosto del mismo 77 lo tuvo a solas, en su habitación personal de Graceland.

Y la hidropesía fue irreversible.

Ginger Alden lo encontró tendido en el suelo, todavía vivo. Bastaron unos pocos minutos para que una ambulancia hiriese con su sirena al máximo el caluroso aire de Memphis.

En el trayecto, el corazón de Elvis latió por última vez.

A partir de aquí se desarrollaron dos historias paralelas. Una por parte de la propia leyenda y otra por parte de la justicia. En la primera… la histeria. En la segunda… la sorpresa.

Por un lado, miles de fans se abocaron en tropel sobre almacenes, librerías, tiendas de discos y tiendas de alquiler o venta de películas, y en unas horas no quedó una sola biografía, disco,
cassette
, película o recuerdo de Elvis a la venta. Mientras algunas centenas de hombres y mujeres cometían locuras diversas, algunos y algunas llegaban a la final, suicidándose «porque sin Elvis ya nada tenía sentido». RCA editó masivamente la discografía y se puso en marcha un aparato comercial, casi basado en la necrofilia, como jamás se había visto en Estados Unidos. El día del entierro Memphis se colapso, y la tumba del rey quedó marcada para siempre como lugar de peregrinaje constante, y cita anual, cada 16 de agosto, con la historia. Memphis es hoy una ciudad que tiene una visita turística y recorrido obligado por todos los lugares en que Elvis estuvo o hizo algo más o menos importante, incluida su casa y su tumba, por supuesto. Hoy es el Strafford-on-Avon de América.

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