Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) (16 page)

Read Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Ensayo, Historia

El segundo hito resultó casi tan vulgar como el primero, aunque de cara a la justicia las repeticiones y reiteraciones de delitos siempre cuentan. Jim y su amigo Robert Gover (autor del libro
The misunderstanding
) tuvieron un altercado con el guarda de seguridad del
parking
del Pussy-Cat A go-go de Las Vegas. Iban desnudos de cintura para arriba y completamente borrachos.

Cuando la policía les detuvo Jim se negó a identificarse y en comisaría fueron multados y acusados de embriaguez, vagancia y resistencia a la autoridad. Eso sucedía a comienzos de 1968.

El hecho clave que marcó la carrera y la vida de Jim se produjo, sin embargo, el 1 de marzo de 1969 en Miami. Por aquellos días Morrison ya era conocido con su seudónimo de «The King Lizard» (El Rey Lagarto). En la actuación de esa noche, en el Dinner Key Auditorium, el cantante salió a escena visiblemente borracho y en un momento del
show
apareció con un becerro en los brazos. Como en otras ocasiones, en las que un monólogo conducía a una canción, o una canción terminaba en un monólogo, comenzó a arengar al público con un parlamento mitad rebeldía («¿Por qué no hacéis algo, imbéciles? Os están dando por el culo»), mitad desafío («¿Qué os pasa? Esto es lo que tenéis que hacer: sacárosla y menearla. ¿Queréis ver cómo lo hago yo?»). El resultado de mostrar a la audiencia su órgano sexual, fue una absoluta catarsis general en la que un público vociferante y alucinado, en plena conexión con su ídolo, se liberó de sus ropas y motivó un incidente nunca visto hasta entonces. Fueron las características del mismo lo que retardó el arranque de la ley. Finalmente Jim fue acusado de comportamiento indecente, exposición de sus partes íntimas, profanación, masturbación en público y borrachera. Sólo por el primero de los cargos podía ser sentenciado a tres años de cárcel.

Esta vez la ley actuó con mano dura. Como siempre, se necesitaba un ejemplo, un escarmiento fulminante, para detener la creciente influencia de la música en la juventud (los
hippies
luchaban eminentemente contra la guerra de Vietnam) y evitar desmanes parecidos. Tras un largo y confuso juicio, Jim Morrison fue declarado culpable de dos de los cargos, exposición indecente y profanación, y sentenciado a seis meses de trabajos forzados, más quinientos dólares de multa, por el primero de ellos, y a sesenta días de trabajos forzados por el segundo. Pero… esto fue en septiembre de 1970. Antes tuvo otros altercados con la ley.

El 11 de noviembre de 1969 (ocho meses después de los incidentes de Miami), el FBI detuvo a Jim y a su amigo Tom Baker en Phoenix, Arizona, a donde habían ido en vuelo de la Continental Airlines desde Los Ángeles para asistir a un concierto de los Rolling Stones. La denuncia había sido puesta desde el mismo avión en vuelo y el FBI les esperaba al desembarcar. ¿Motivos? Conducta desordenada y borrachera pública, interfiriendo por si fuese poco en la labor del personal de vuelo.

Tratándose de una línea comercial la ley penalizaba actos así con diez mil dólares de multa y/o… diez años de prisión. Esta vez (y mientras el juicio de Miami iba por la vía lenta), la sentencia fue rápida. Jim fue hallado inocente de «felonía» pero culpable de asalto, intimidación, comportamiento teatral y de injerencia ante el personal del aparato. El final de todo el lío llegó cuando los miembros de la tripulación y principales testigos, cambiaron sus testimonios y el cantante quedó absuelto.

El 10 de abril de 1970, en Boston, estuvo a punto de repetirse lo de Miami. Jim preguntó al público si tenían deseos de ver sus genitales, pero aunque pareció existir un interés máximo el tesoro personal permaneció en su lugar. El 4 de agosto, un día antes de iniciarse el proceso por los incidentes de Miami, una nueva borrachera motivaría su detención. La policía le cazó sin problemas mientras dormía en el porche de la casa de una anciana, en la parte oeste de Los Ángeles.

Luego comenzó el juicio, y el 20 de septiembre de 1970, la sentencia: seis meses de trabajos forzados.

Jim Morrison se encontró cara a cara con la gravedad de los hechos, con el resultado de una lenta pero inexorable acción legal. Él, que ante todo perseguía una especie de libertad situada más allá del entendimiento y la comprensión, se vio reducido a una nada angustiosa que pasaba… por una condena, y no de simple privación de esa libertad, sino complementada con lo más denigrante: los trabajos forzados.

Durante meses había repetido: «No pueden encerrarme. No lo soportaría». Mientras sus abogados apelaban no cesó de decir: «Si voy a la cárcel me moriré. No resistiré ni un sólo día».

Pero había mucho más que eso.

El Jim Morrison que en 1970 era aplastado por el peso de la ley, ya no tenía nada que ver, al menos en lo físico, con el Jim Morrison de 1967 y 1968. Aquel
sex-symbol
magnético y salvaje, se había convertido en un desaliñado artista, cubierto por una larga cabellera y una espesa barba, y adornado por un considerable exceso de peso. Y no se trataba de la degradación del personaje, sino de su propia forma de rebelarse contra el sistema. Es difícil saber si de verdad quiso ser un estrella del rock o sólo buscó ganar ese millón de dólares para pasarlo bien y poder hacer lo que desease. Es difícil imaginar a alguien odiando lo que es y lo que representa. Pero lo cierto es que Jim comenzó siendo un poeta y quiso volver a ser, simplemente, un poeta. El rock y su dinámica le pasaban como una losa. Su imagen de
sex-symbol
le importaba muy poco. De ahí que nunca se cuidara ni prestara atención a su imagen. Para sus mismos compañeros, Jim acabó siendo una carga. Nunca pasaron de ser instrumentos del monstruo que habían respaldado. El mismo día que los jueces sentenciaron al cantante, puede decirse que los Doors murieron… aunque quedaba un LP por editarse y durante años salieron nuevas obras, siempre adornando el mito y la leyenda.

A comienzos de 1971, y en previsión de que las apelaciones fracasasen, Jim y su compañera, Pamela, se marcharon de Estados Unidos para no volver. Como él mismo dijo, «no hubiera resistido en la cárcel ni un sólo día». No quiso volverse loco y buscó la paz. ¿Dónde podía hallarla un poeta, con sentimientos de poeta y ansiedades de poeta?: en París. Jim y Pamela se instalaron en el número 17 de la Rue de Beautreillis. Todo estaba dispuesto para comenzar de nuevo.

Lamentablemente, ni Jim podía partir de cero ni su cuerpo, vulnerado por todos los excesos con el alcohol, parecía decidido a ayudarle. Durante las semanas siguientes son frecuentes los vómitos, las visitas médicas, los problemas respiratorios, la tos… la bilis sanguinolenta… las noches en vela, ahogándose… El libro de poemas y el guión de lo que debe ser su primera película están sin tocar.

No puede.

El sábado 3 de julio, a las cuatro de la madrugada, Jim se despertó envuelto en un fortísimo espasmo. Vomitó al pie de la cama y entre la papilla volvió a aparecer sangre. Pamela no se asustó, porque últimamente esto era normal en mayor o menor grado. Mientras ella limpiaba la suciedad, él se metió en el cuarto de baño para lavarse, sumergirse en agua y relajarse. Pamela regresó a la cama y se durmió sin darse cuenta. No mucho después se despertó, y al ver que seguía sola en la cama se levantó. Fue al cuarto de baño y allí encontró a Jim muerto de un ataque al corazón. Tenía veintisiete años.

Aquí podría cerrarse este capítulo, como todos, pero Jim Morrison era especial y también lo fue su muerte… y lo que sucedió en los años siguientes a ella.

Una suma de casualidades, de interrogantes sin respuesta, de misterios y… un derroche de imaginación, han hecho de lo que pasó a partir de ese 3 de julio de 1971 un inmenso guiñol, aunque… hasta los más escépticos se han preguntado alguna vez ¿y por qué no? En realidad era lo que muchos hubieran deseado. Brian Jones, Jimi Hendrix y Janis Joplin habían muerto al límite.

Jim Morrison era el único desaparecido por algo tan vulgar como… un infarto. Hubo quien no se lo perdonó.

Pero vayamos a los hechos.

Pistas: El médico que certificó la muerte se limitó a cumplimentar con el papel oficial que se deriva de un caso así. La portera del edificio ni siquiera llegó a ver el cadáver. Pamela no presentó en la Embajada Americana de París el certificado de defunción de Jim hasta el día 7 de julio. Dado que en el certificado sólo constaba James M. Morrison, poeta, la noticia no llegó al mundo hasta que se hizo oficial el día 9. Nadie, salvo el
manager
de los Doors, que llegó a París el mismo día 7, vio el cadáver de Jim. En el entierro, el miércoles 7 de julio, en la sección seis del cementerio de Pere-Lechaise (donde reposan Balzac, Edith Piaff, Oscar Wilde, Moliere y otros), sólo estaban Pamela, el
manager
de los Doors, un amigo íntimo y… dos personas nunca identificadas.

La suma de «¿por qués?» es tan evidente que no hace falta enunciarla, comenzando por el ¿por qué no se enterró a Jim en Estados Unidos? y terminando por el ¿por qué tanto tiempo y tanto secreto? Los verdaderos interrogantes fueron otros: ¿Qué pasó entre el día 3 de la muerte y el 7 del entierro? Y… ¿pudo Jim «organizar» su propia muerte, falsa en este caso, para escapar definitivamente de su rol y comenzar verdaderamente de nuevo? De no ser porque se ha escrito mucho del tema y hasta se han hecho novelas, parecería un chiste, pero no lo es.

Estaba naciendo una leyenda, dentro de otra leyenda.

Para comenzar, la misma noche de la muerte de Jim, el presentador de un club parisino, La Bulla, anunció que Jim Morrison acababa de morir. Eso fue horas antes de que muriese realmente. Cuando se le interrogó, Cameron Watson dijo que había recibido el informe «de un drogadicto conocido». Y no hubo más. Eso dio pie a que la gente se preguntase por qué no se le había practicado la autopsia al cadáver, y si no podía tratarse de otro cuerpo, un muerto cualquiera comprado en los bajos fondos.

Para continuar, la sentencia de seis meses de cárcel que pesaba sobre él quedó en suspenso, y la atención se centró en el testamento dejado por el muerto: todo para Pamela. Rápidamente, la familia, con su padre, el contralmirante George S. Morrison al frente, impugnó el testamento basando su petición en dos hechos claros: Pamela y Jim no estaban casados, y el testamento pudo haber sido redactado no hallándose Jim en plena disposición de sus facultades mentales. George S.

Morrison sólo agregó (al margen de reclamar la fabulosa fortuna de su hijo) que Jim, para él, había muerto diez años antes, cuando se negó a seguir la tradición familiar de alistarme en la Marina.

El testamento fue anulado y Pamela se quedó sin nada. Moriría el 25 de abril de 1974, menos de tres años después de su amor, a causa de una sobredosis.

Y comienzan «las visiones».

El 13 de octubre de 1973 los empleados del Bank of America de San Francisco juran haber visto en su local a Jim Morrison, e incluso haber hablado con él. El 2 de diciembre de 1973 varias emisoras californianas reciben un disco de un misterioso cantante apodado
El Fantasma
. La voz es de un gran parecido con la del líder de los Doors. El 14 de abril de 1975 se edita el libro
The baria of America of Louisiana
escrito por un tal Jim Morrison que relata la historia de la vuelta a la Tierra del famoso mito. No se sabe nada del autor, pero los visionarios opinan que las revelaciones de la obra sólo pudo hacerlas él. El 22 de octubre de 1975 la emisora WRNO de Nueva Orleans, a través de su frecuencia modulada, anuncia haber logrado una entrevista en exclusiva con Jim Morrison, en la cual éste explica los detalles de su falsa muerte en París. Los ejecutivos de la emisora se niegan a dar detalles, pero insisten en que la grabación es auténtica. El 3 de noviembre de 1975, una vez pasada «la entrevista» por las antenas, ningún experto se atreve a decir si era o no era la voz de Jim.

Interferencias y dificultades en la grabación hacen imposible un veredicto, y sobre todo lo que miles de personas esperan y desean oír: que Jim vive. En 1976, por último, se publica la noticia de que la tumba de Morrison en el cementerio parisino de Pere-Lechaise ha sido forzada.

No hay pruebas, pero se ha asegurado que la tumba está vacía. Dejando al margen el encaje de tantas piezas, la respuesta de tantos interrogantes, y lo perfecta que sería la jugada del escamoteo de una vida ante la sentencia carcelaria dispuesta a robársela en parte, lo cierto es que Jim Morrison se erigió en la última de las grandes víctimas de la Era Mágica, aunque su fin se produjese en la puerta de los años 70. Hizo del sexo y la muerte una buena parte de su obra y de su vida, y por el sexo primero y el tumulto de no poder organizar su vida después, llegó a la muerte. El profeta del Apocalipsis había cantado:

Tiempo de vivir, tiempo de mentir

Tiempo de reír, tiempo de morir

Tómatelo con calma

No vayas demasiado rápido si quieres conservar tu amor

Has estado moviéndote demasiado rápido.

13
LAS 1000 DROGAS DEL REY

Si la tumba de Jim Morrison fue profanada, y a su alrededor hay un constante museo de
graffitis
siempre renovado (pintadas sugerentes por encima de las tumbas circundantes con frases como «Te amamos, Jim», «Vuelve, estamos esperándote», «Dejadle en paz, malditos», «¿Dónde estás, amigo?» y una variada gama mucho menos estilística), la del Rey Presley es, en cambio, la tumba más venerada de América (y quizás del mundo entero) con permiso de los ilustres enterrados en Arlington.

La muerte de Elvis Presley es la más inclasificable a nivel histórico. Murió en 1977 pero debería figurar al comienzo, junto a los grandes del
rock and roll
. Sin embargo, también es cierto que su autodestrucción comenzó con su vuelta al mundo del espectáculo, a partir de 1968, y se gestó plenamente a partir de los primeros años 70. Por una y otra razón está aquí, a mitad de la crónica negra, entre el pasado y el presente, a modo de recuerdo y testimonio de como las citas inexorables siempre acuden puntualmente al final del camino.

Aunque Elvis fue, genuinamente y con mayúsculas, El
Rock and Roll
, su gran contrasentido residió en el hecho de no saber componer (las muestras de su «talento» en este sentido son mínimas) y tocar la guitarra con tantas limitaciones que acabó siendo más un adorno en sus manos que no un instrumento de verdad (hasta que pasó de falsedades y prescindió de ella). Elvis era torpe, no resistía la menor comparación con los auténticos padres del
rock and roll
, pero… tenía «algo», un secreto imposible de detallar. Los negros lo llaman
feeling
. Quizás tuviese todo el
feeling
de un millón de blancos. Lo cierto es que cuando cantaba, cuando se movía, cuando «representaba» una canción, quienes no admitían comparaciones eran los demás. Casi todos los grandes lo fueron tanto por ser creadores como por su estilo. Elvis sería la gran excepción. Y es más: de no haber sido por él, el
rock and roll
hubiese tardado mucho más tiempo en germinar.

Other books

Forget Me Not by Shannon K. Butcher
Ponygirl Tales by Don Winslow
Mathilda by Mary Shelley
My Guru & His Disciple by Christopher Isherwood
Ravenheart by David Gemmell
Wolverton Station by Joe Hill
See Delphi And Die by Lindsey Davis