Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) (13 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Ensayo, Historia

Los Rolling le dedicaron su nuevo LP
Dirty works
y dieron un concierto en su memoria en febrero del 86 en el 100 Club de Londres.

El colofón final de este capítulo es evidente: mientras el grupo siga, o sigan sus miembros, la crónica negra Stone seguirá indefinidamente.

10
SALVADOS POR LA CAMPANA

Antes de que la crónica negra aumentara considerablemente, y de que la historia comenzara a amontonar nombres famosos en la columna del «debe», un accidente de moto sucedido en 1966 estuvo a punto de ser el arranque de otra leyenda. Un pequeño giro del destino, un milímetro de diferencia en el tremendo resultado del choque, pudieron variar la suerte de uno de los primeros mitos de la nueva generación: Bob Dylan.

Afortunadamente para él, consiguió ser una leyenda viva.

Y así, Dylan también fue el primero en ocupar una lista mucho más minoritaria y poco frecuente, la de los «salvados por la campana». La vida de Bob Dylan es un paradigma del héroe del rock por excelencia, aunque su fama se cimentase inicialmente en el
folk
, de cuyo género se convirtió en líder e impulsor. Nacido como Robert Zimmerman en Duluth, Minnesota, el 24 de mayo de 1941, sus padres, Abraham Zimmerman y Beatty Stone, eran judíos, comerciantes y de clase media alta. A los seis años la familia se trasladó a Hibbing, cerca de la frontera con Canadá, donde el pequeño Bob iniciaría sus experiencias poéticas y musicales. Hank Williams, muerto en 1953, fue su primer ídolo. En 1955 serían el
rhythm & blues
y el
blues
los que despertarían su instinto, hasta que Elvis Presley y el
rock and roll
, a partir de 1956, dominasen su horizonte.

Siendo Dylan la figura más controvertida y especial (a la par que esencial) de la música americana, no es de extrañar que su vida haya sido siempre un juego en el que, el misterio por un lado, y el palpito de la fama por otro, han chocado hasta desarrollar una perpetua incógnita en torno a su verdadera personalidad. El hecho de que él nunca haya querido conceder entrevistas (son pocas, aisladas y siempre muy discutidas y analizadas por los contrastes las que ha dado) ha provocado que su aureola haya crecido aún más por las múltiples interpretaciones de cuanto ha realizado. Para unos, Bob fue siempre un pulpo que absorbió lo mejor de cuantos le rodearon, actuando en forma egoísta y eminentemente cínica. Para otros, como genio de la música, su coartada era precisamente esa rara habilidad para coger lo mejor de cada cual y de su entorno y transformarlo en energía, caudal emotivo, sensaciones… canciones. Lo cierto es que en su ferviente deseo de preservar su intimidad, su verdadera vida, llegó a crearse un modelo heroico de sí mismo en los primeros años de su carrera, silenciando hechos fundamentales como que sus padres vivían y eran judíos (les hizo asistir de incógnito a su primer concierto en Nueva York), y configurando para sí mismo una personalidad que no era sino la que de verdad le hubiese gustado poseer. Dylan fue actor de su propia película, y a medida que el éxito le acompañaba, cada gesto, cada acto y cada decisión, estaban tomadas en función de su papel en la historia. Por todo ello, cuando alcanzó el grado de estrella, entró en la catarsis demencial de creer que su destino final era el de todo mito: la muerte. En plena juventud, por supuesto.

Hay que analizar mucho el período 1960-1966 para comprender la evolución de Bob Dylan en el camino que siguió hasta darse de bruces en su cita con el destino. En 1960 leyó
Bound for glory
, la autobiografía de Woody Guthrie, padre de la nueva generación de
folk-singers
americanos surgidos tras la Depresión, y comprendió que allí estaba todo, que aquello era la Santa Biblia del
folk
, de la vida, de la música. Bob se enamoró de la figura de Woody Guthrie, porque él sí había sido un auténtico protagonista de su tiempo, subido a los trenes de carga, vagando por un país desolado, cantando a obreros apaleados y diseminando canciones de rebeldía, lucha y amor por doquier.

¿Cómo comparar su aburrida existencia con la de Guthrie?

En 1961 Bob se marchó a Nueva York. Uno de los motivos era labrarse su propia leyenda. El otro visitar a Woody Guthrie que se estaba muriendo desde hacía años, pobre y sin recursos, víctima del mal de Huntington, en un hospital cerca de Morristown (Woody ingresó en 1952 y murió en 1967).

En Nueva York comenzó a cantar en
coffee-houses
, desarrollando toda su imaginería popular, y beneficiándose del resurgir del
folk
(que tenía su centro en el Greenwich Village neoyorquino) tanto como de la conflictiva situación política por la que atravesaban los Estados Unidos (conflictos raciales, guerra fría, crisis de Cuba y un largo etc.), su entorno le proveyó de abundante material para que él lo utilizase en sus canciones a modo de latigazos sociales de los que pronto se hizo eco su cada vez mayor número de fans. Tras un primer LP lleno de titubeos en 1961, en 1962 compuso
Blowin' in the wind
, que junto con
A hard rain's a-gonna fall
, se convirtió en la abanderada de la lucha por los derechos civiles, mientras que la segunda (escrita en plena crisis de los misiles con Cuba) fue el grito de los jóvenes contra la guerra. En
Blowin' in the wind
el más puro y poético Dylan brotaba con la fuerza de un huracán:

¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre antes de que le llaméis hombre?

¿Cuántos mares debe surcar la paloma blanca antes de dormirse sobre la arena?

¿Cuántas veces han de volar las balas de cañón antes de ser prohibidas para siempre?

La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento

La respuesta está en el viento

En 1963 Bob Dylan ya es la gran sensación de la música americana. Para probar que está por delante de su tiempo es el primero en comprender que el
folk
, como género de progreso, no tiene futuro. Su electrificación dará paso al
folk-rock
, no sin antes motivar polémicas, rechazos y algunos de los escándalos más resonantes de un período en el que los puristas defendían al
folk
como algo autóctono frente a la invasión
pop
protagonizada por los Beatles y los grupos ingleses. Nadie es capaz de seguir a Dylan, que ya no corre, sino que vuela. En 1964 ya ha entrado en el mundo de las drogas y los alucinógenos, y algunas de las canciones compuestas o influidas por ellos son toda una premonición, caso de
Mr. Tambourine man
. Pero el gran desafío llega en 1965 con el álbum
Bring it all back home
, su quinto LP y el primero netamente electrificado. El día 25 de junio de ese año Bob Dylan actúa en Newport, en el tradicional festival de
folk
. Vestido con ropas «rockeras» (conjunto negro y botas) es echado del escenario por el público que le grita «traidor» y «¿dónde están los Beatles?». En 1965 todavía su sexto LP,
Highway 61 revisited
, hace que la guerra se decante a su favor, modelando además todo un camino por el que ciento y miles de artistas se introducirán, cambiando la faz del rock americano, muerto hasta entonces como movimiento.

Al llegar 1966 el fenómeno Dylan es tan grande como la dimensión que, para sí mismo, ha alcanzado su propia historia. La muerte comienza a aparecérsele como meta, como aliada fatal, como fin irresistible. La mayoría de grandes artistas, en la cima de su fama, se han dejado arrastrar siempre por esa extraña conjunción, y Dylan no escapa a su conjuro. Ya está en la cima, corriendo hacia el futuro o hacia… ninguna parte. ¿Y qué? Cuando las preguntas se aliaron con los hechos, el miedo de Bob se volvió pánico.

El 27 de octubre de 1965 se había suicidado en circunstancias poco claras Pete La Farge, uno de los amigos íntimos (de los pocos que le quedaban) y con sólo treinta y cuatro años de edad. Pete, hijo del Premio Pulitzer Oliver La Farge, gran luchador por los derechos de los indios, extendió sobre la sombra de Bob el primer horror de un ¿por qué? En abril de 1966 es Paul Clayton el que sigue el camino de Pete suicidándose. Paul era miembro del clan Dylan, pero esta vez su muerte tiene un presagio aún peor. Bob había tenido una seria disputa con Clayton algún tiempo antes, al grabar
Don't think twice it's all right
, canción basada en una vieja melodía que Paul descubrió en los Apalaches. Lejos de citarle al menos como co-autor, aunque no lo fuese, Dylan prescindió de él firmando el tema como propio. A pesar de la disputa y la amargura del humillado, las aguas volvieron a su cauce, no en vano Bob siempre le ayudó, protegiéndole. Pero ni su ayuda… (¿o por su ayuda?) sirvió de nada.

Dylan recibió la noticia de la muerte de Clayton al otro lado del mundo, actuando en la que sería su última gira. A finales de abril llegó a Inglaterra y su estado anímico se demostró que no era ni mucho menos el mejor. Tras una serie de escándalos de muy variada índole, se marchó jurando «no volver nunca jamás». La gira todavía seguía por Estocolmo, Dublín, París… pero el 30 de abril una tercera conmoción le sumerge nuevamente en las riberas de lo que ya parece su destino fatal e inevitable: Richard Fariña muere en el accidente ya comentado en otro capítulo. El síndrome de James Dean se abate sobre él y sus últimos conciertos son un desastre. En París el público le grita que se vaya a América.

Y lo hace.

Así llegamos al 29 de julio de 1966, viernes.

Con tres amigos muertos, el síndrome de Dean, los fantasmas de su cerebro acosándole, el fracaso de su gira y la incertidumbre de su miedo, a pesar de haberse publicado tres meses antes su excelso y definitivo
Blonde on Blonde
, Bob Dylan vivía lo peor de su éxito. El mismo destino que le salvó la vida pudo prepararle la trampa final para que todos sus fantasmas desaparecieran.

Ese 29 de julio Bob corre a gran velocidad sobre su potente moto Triumph 500. En el momento de bloquearse la rueda trasera y patinar, apenas si tiene tiempo de comprender que, finalmente, tenía razón. El choque contra una valla es demoledor y cuando le trasladan al hospital de Middletown los médicos han de cogerle con pinzas. Ni siquiera saben por dónde comenzar: tiene el cuello roto, una herida traumática en la cabeza, varias costillas rotas y el cuerpo poblado de cortes y
shocks
encadenados. Vive, pero… ha sido cuestión de un milímetro.

Suerte o… destino.

El día 30 de julio las emisoras de radio de costa a costa divulgan la noticia de que Bob Dylan ha muerto como James Dean. La noticia tarda en ser desmentida, y cuando se asegura que es falsa y Dylan vive lo que en realidad está sucediendo es que acaba de nacer uno de los secretos más prolongados y curiosos de la historia del rock. ¿En qué estado? ¿Cómo se recupera Bob? ¿Por qué tanto silencio y misterio?

Lo cierto es que el cantante pasó largos meses en el hospital, débil, silencioso, abrumado, pensando en lo sucedido, en aquella fracción de segundo en la que le vio la cara a la muerte y en la realidad de… haber sobrevivido. No todas las horas fueron de consciencia. La mayor parte de los primeros meses los pasó en un estado casi larvante, con el cuerpo inmovilizado y prolongados períodos de amnesia. La popular expresión de «salvado por la campana», aplicada a los boxeadores a los que el «gong» evitaba el K.O. le hizo comprender que, después de todo, él iba a tener una segunda oportunidad.

La vida de Dylan a partir de aquí ha tenido otras muchas vicisitudes, pero ya son una secuela menor. Baste citar su divorcio (tempestuoso) dejando tras de sí media docena de hijos, su conversión al catolicismo que le hizo grabar los peores álbumes de su carrera, y el escándalo de su vuelta al mundo real de los vivos como cantante en 1974… curiosamente a las pocas semanas de estallar la cuarta guerra árabe-israelí y de decirse que Israel necesitaba la ayuda de sus fieles.

¿Fueron los millones que Dylan ganó en aquella gira de regreso destinados a comprar balas para matar árabes? ¿Sirvió a una guerra el gran defensor de la paz de los años 60? Los misterios del judío errante son, fueron y serán, inescrutables.

No ha sido Dylan el único astro del rock salvado por la campana, y aunque en este sentido haya muchos menos supervivientes que víctimas, bueno será trazar una rápida mirada por encima de algunos otros que pudieron contarlo.

En el mismo año 66 en que Dylan se la jugó a cara o cruz, la campana salvó a Jan Berry, miembro del dúo Jan & Dean, aunque no lo bastante como para que las cosas continuaran siendo como antes.

Jan & Dean se adelantaron incluso a los Beach Boys en el lanzamiento y éxito de la
surf music
, un ritmo netamente californiano, nacido en las playas donde bronceados Adonis subidos a una tabla surcaban las crestas de las olas ante la admiración de no menos bronceadas y sugestivas Afroditas.

Jan Berry, que nació el 3 de abril de 1941, y Dean Torrence, que nació el 10 de marzo de 1940, se conocieron en la Escuela Superior Emmerson Jr. donde comenzaron a cantar como aficionados en las fiestas estudiantiles. Acabaron formando un grupo, The Barons, y de él salieron ya con su nombre de guerra: Jan & Dean, en 1958. Grabaron en el garage de Jan la canción
Jennie Lee
y de no ser por el período de servicio militar de Dean, la cosa habría funcionado más rápida. Pero no tuvieron queja, especialmente si consideramos que estaban lejos de profesionalizarse del todo. Con la llegada de los Beach Boys y la implantación de la
surf music
su éxito fue total. Es más: ellos y los Beach Boys actuaban juntos, y uno de los grandes
hits
de Jan & Dean,
Surf city
(número 1 en USA en 1962) lo compusieron Brian Wilson de Beach Boys y Jan Berry.

Hasta 1965 el dúo cosechó triunfos incesantes, sin verse afectados por la beatlemanía mundial. En el ínterin, la vida fácil ya se había apoderado de ellos. Sus coches eran famosos, sus novias cuantiosas, su vitalidad un ejemplo. Su lema (impreso en la letra de
Surf city
) un revelador: «Hay dos chicas para cada chico». Y nadie protestaba. Desgraciadamente Jan Berry, que era el elemento principal del dúo y obviamente el cantante estrella, tenía una cita que no pudo eludir. En enero de 1966 su Corvette, un bólido llameante, acabó su carrera empotrándose contra un camión en las doradas y millonarias colinas de Beverly Hills. Hubo tres muertos, pero Jan Berry fue sacado milagrosamente vivo de entre la chatarra retorcida. Como en el caso de Bob Dylan medio año después, todo fue cuestión de suerte. «Un milímetro». Sólo que Jan no se recuperó como Bob. Pasó un año postrado en una cama y aunque se recuperó físicamente, sus facultades mentales jamás volvieron a ser las mismas. Dean no tuvo más remedio que lanzarse en solitario y fracasó estrepitosamente. Recuperado aunque nunca como antes del accidente, Jan también probó mantenerse a través de una nueva carrera individual, y el resultado fue el mismo que en el caso de Dean, que por cierto ya se había retirado para dedicarse a los negocios (aunque el gusanillo pudo más que él y acabó cantando con una banda formada para servirle de acompañamiento, sin éxito).

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