Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) (33 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Ensayo, Historia

La epidemia no ha hecho sino empezar.

Los últimos eslabones perdidos que pueden acabar siendo una larga cadena.

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¿Y AQUÍ?

Una vez me dijo Jorge Cafrune en Barcelona: «La palabra, que es la voz del pensamiento y la pasión del sentimiento, es indestructible, porque no hay balas capaces de matarla». Yo le pregunté si se refería específicamente a los discos, como medio real y actual de divulgación de esa palabra, y me contestó: «La palabra es energía. Ya no hace falta que grabe lo que te estoy diciendo para que tú, si te interesa, algún día lo recuerdes».

Y tenía razón.

Después de tantas palabras lo único que le faltaría como colofón a este libro sería la música, o los testimonios de cuantos han pasado por estas páginas, dejándonos su vida, su obra y su recuerdo.

El rock no ha sido sólo un patrimonio nacido en Estados Unidos y popularizado a través de la cultura anglosajona, dominante en materia musical en estas décadas. Aquí he hablado de artistas que poco tienen que ver con el rock, de italianos como Luigi Tenco, por ejemplo. También se ha rescatado la memoria de grandes como el propio Cafrune o Víctor Jara. Pero tanto en España como en los países hermanos de América, del norte, del centro y del sur, ha habido otra historia. Jara fue asesinado por la barbarie política. Cafrune sufrió un accidente misteriosamente propicio. Cada país tiene su crónica negra. Cabría ver a los que desaparecieron trágicamente en Argentina, México, Cuba, Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay o Guatemala, sin olvidar al Caribe.

Muchos de estos países, como España, entraron tarde en la historia de la música rock, y por supuesto, tarde se incorporaron a la crónica negra. A fines de los 50 y comienzos de los 60, a Elvis Presley se le consideraba un peligroso instigador y un loco. Algunos incluso comentaban que una persona que cantase así y se moviese así, no podía ser decente. En una palabra: como mínimo era homosexual. Luego llegaron los Beatles, con sus «melenas», y los Rolling Stones, con su aspecto huidizo y absolutamente contra natura, y…

Y lo que pasó fue imparable.

Pero aun dejándonos arrastrar por la vorágine maravillosa de aquellas canciones, aquellos grupos, aquella libertad y aquella fantasía revolucionaria y rompedora que acabó por proclamar a los 60 como la Década Prodigiosa, lo cierto es que los países de habla hispana entraron tarde y se subieron al tren de la historia por el vagón de cola. Pasamos del tres al siete olvidando el cuatro, el cinco y el seis. Pasamos de folklorismos y festivales como Benidorm en España y otros en latinoamérica a grupos como Los Brincos, los Bravos, los Mustang, Lone Star y los Sirex. Todo ello sin olvidar que en España teníamos la más feroz de las represiones y que en sudamérica casi ningún país se libró de su propio proceso de cambio, su intranquilidad o su dictadura, más o menos temporal, más o menos formal, más o menos monstruosa. La censura fue al rock lo que Ulises al cíclope: le cegó el único ojo que tenía. Durante años he recibido cientos de cartas de aficionados al rock de Argentina muy especialmente, y en menor grado de Cuba, Chile, Venezuela… Y todas hablaban de la falta de discos, de la necesidad de estar al día, de lo necesarios que al menos eran los libros en torno al rock para no perder el compás.

En España el paso de la censura no privó a los aficionados de los discos, pero sí se llevó por delante todo aquello que no cuadraba con la normativa retrograda existe. Cientos de portadas amputadas, cambiadas o alteradas, y cientos de discos cortados, fueron el resultado de una feroz discriminación que nos dejó cojos hasta mediados de los 70. Por este motivo hay miles de discos españoles situados hoy en el punto de mira de los coleccionistas internacionales, por ser piezas «de museos» y culto fetichista. LP's como el
Stick fingers
de los Stones o el
Who's next
de los Who, por ejemplo. El primero tenía la famosa portada de la cremallera y «el paquete» y aquí se editó con una ilustración en la que se veía una lata de la que salían dos dedos pegajosos y sin el descarnado
Sister Morphine
(«Hermana morfina»). El segundo se editó sin la portada original, con los cuatro Who subiéndose la cremallera después de haber orinado, y con dos canciones menos… con un total de once minutos robados. Otro caso histórico fue el doble álbum con la opera rock
Quadrophenia
, también de los Who. En la edición española se amputó el tema
Dr. Jimmy
, pero hubo algo más: en una de las páginas del libro de fotografías que acompañaba el disco, en la que se veía una pared de fondo cubierta de fotografías de chicas desnudas, se les «dibujó» un bikini (¡pudo haber sido un traje de baño completo!) a todas, hasta las más minúsculas. La empleada de la firma discográfica que lo hizo me confesó en cierta ocasión que aún sueña con ello.

Hablar de discos, canciones, o la censura directa sobre cantantes comprometidos, sería sin embargo ampliar demasiado un tema del que algún día deberá escribirse un libro especial: ¿Crímenes discográficos y atentados artísticos en la España de la Dictadura Rock? Volviendo a la crónica negra y recuperando el hilo de lo iniciado, hay que comenzar por decir que en España todo era muy distinto. Los músicos bastante hacían con tener una guitarra, así que para llegar a fumarse un «porro»… La falta de circuitos artísticos y de una estructura en torno al rock (locales, empresarios, una valoración profesional, etc.) retardó siempre un crecimiento que, por otra parte, fue generoso y espectacular, sobre todo en los «años duros», los 60. Mientras libros o cine eran considerados «vehículo cultural», los discos pagaban todos los cánones e impuestos habidos y por haber. Mientras una máquina de escribir se consideraba un elemento de trabajo profesional, una guitarra era «un lujo», y los precios eran increíbles.

A pesar de todo ello, hubo y hay una crónica negra, concreta y limitada, pero tan sangrante como la que más, principalmente «de carretera». Durante años los artistas españoles se han visto abocados a nueve meses de paro y tres de infierno, los de verano. Sin una planificación adecuada, sin un planteamiento «empresarial», para hacer unas giras con garantías, se aceptaban los contratos de donde vinieran siempre y cuando hubiese fechas libres (y a veces se hacía «doblete» si se podía combinar las horas y la distancia entre puntos de actuación no era excesiva). Ello quería decir que tal vez hoy se actuase en Sevilla, mañana en La Coruña… y al siguiente, de nuevo hubiese que atravesar España para cantar en Córdoba. Nuestros cadáveres bien parecidos dejaron mayoritariamente la piel en la carretera, pero… también hubo otros casos, otros escándalos.

Los primeros «caídos» ni siquiera tuvieron una especial mención en una prensa que ignoraba el fenómeno
pop
y que por supuesto desconocía la identidad de los mismos. Casualmente fueron dos miembros de un mismo grupo: Los Estudiantes. Algo así como la prehistoria de nuestra música
pop
.

Los Estudiantes nacieron en 1956, en los mismos días en que Presley arrancaba con fuerza y
Heartbreak hotel
demolía los cimientos del
rock and roll
. José Barranco fue el cantante y guitarra, con José Alberto González al bajo, José Fábregas a la batería y Adolfo Abril a la guitarra. En 1958 entraron los hermanos Arbex, Fernando a la batería y Luis al bajo, y se grabaron las primeras canciones
La bamba, Readdy Teddy, Me enamoré de un ángel…)
en 1960. La formación clave de los Estudiantes fue finalmente la más conocida y formada por Barranco, los hermanos Arbex, Luis Sartorius a la guitarra rítmica y Rafael Aracil a la solista. De todos ellos, Luis Arbex habría de convertirse en el primer tributo del
pop
español a la crónica negra, aunque no muriese de una forma especialmente ilustre: hacía el servicio militar.

Después de todo, el servicio militar ha sido la principal causa de mortandad de los grupos españoles, siempre diezmados por la incorporación de sus miembros a filas y después raramente recuperados.

A Luis Arbex le sustituiría Manolo González, y Los Estudiantes pudieron continuar, pero sólo un breve tramo más de la historia. Luis Sartorius seguiría los pasos de Arbex, falleciendo en un accidente automovilístico. El grupo continuó en la brecha, con Barranco a la guitarra, y cuando llegó la hora de la separación no todo sería tristeza. Fernando Arbex y Manolo González hicieron historia reclutando a Juan Pardo y a Júnior Morales para lanzarse al ruedo como… Los Brincos.

Si las muertes de Luis Arbex y Luis Sartorius apenas tuvieron una trascendencia a nivel popular, la de Manolo Fernández Aparicio sí marcó un hito histórico, y para muchos es el auténtico primer mártir de la historia musical española. La gran diferencia entre los primeros y él, es que mientras ellos rompían moldes tratando de hacer algo poco usual, Manolo era el teclista del grupo más famoso e internacional de la España de los 60: Los Bravos.

Y además, se suicidó.

Los Bravos nacieron de la fusión de dos grupos notables, Los Sonor y Mike & The Runaways, los primeros de Madrid y los segundos de Mallorca. Debutaron en 1965, se hicieron rápidamente populares y grabaron su primer disco en directo a través del programa «El Gran Musical» de la Cadena SER, entonces presentado por Tomás Martín Blanco. La canción fue
No sé mi nombre
.

Auspiciados por el mismo programa y con el respaldo del más importante e internacional de los productores que trabajaba en España, Alain Milhaud, consiguieron en verano de 1966 la proeza de ser número 1 en medio mundo (número 2 en Inglaterra, frenados por
Bus stop
de los Hollies, y
Top-5
en Estados Unidos) con uno de los
hits
más importantes de los 60:
Black is black
. Mike Kogel era el cantante, nacido en Berlín; Antonio Martínez el guitarra, nacido en Madrid; Manuel Fernández el teclista, nacido en Sevilla el 29 de septiembre de 1943; Miguel Vicens el bajo, nacido en Palma de Mallorca; y Pablo Gómez el batería, natural de Barcelona. De 1966 a 1968 mantuvieron una historia de éxitos aunque ya no repitieron su proeza internacional (
Bring a little lovin' I don't care
y
Trapped
fueron sus otros
hits
en el mercado anglosajón, pero lejos de la brillantez de
Black is black
). Con dos películas en su haber y una aureola cimentada en lo que para España había supuesto aportar su grano de arena a la evolución
pop
de los 60, iniciaron 1968, su año trágico.

El 17 de marzo de 1968 Manolo Fernández contrajo matrimonio con Lotty Rey. Un mes y una semana después del hecho, el 29 de abril, el «Triumph» en el que viajaban ambos sufrió un espectacular accidente de tráfico del que Lotty resultó muerta, y él con heridas superficiales. Dado que era Manolo quien conducía el coche, el peso de su responsabilidad y una abrumadora depresión le hizo tocar fondo de una forma fulminante y sin apenas concesiones. Realizó un primer intento de suicidio, mantenido en secreto, del que fue salvado por su mejor amigo, José Luis. Pero nadie evitó que su segunda tentativa surtiese efecto. El mismo amigo le encontró el 19 de mayo, menos de un mes después del accidente y a los dos meses y dos días de la boda, muerto en su cama, tras haberse disparado un tiro en el pecho con una escopeta del calibre 16. Manolo estaba abrazado a una almohada, rodeado de fotografías de Lotty.

La muerte del teclista de Los Bravos fue el primer aldabonazo, aunque entonces se consideró sólo su lado romántico y apasionado: el músico que era capaz de morir… por amor. Los Bravos le sustituyeron por Jesús Gluck (su presentación fue escandalosa, porque debutó con una máscara de hierro y el concurso «¿quién es?» como telón de fondo, y eso le hizo un flaco favor a la memoria del muerto), y con la marcha de Mike entraron en el declive gradual de toda banda histórica.

En 1972 se produjo el primer escándalo de la historia del rock en España. Fue la detención de una de las cabezas visibles del impulso musical mantenido a lo largo de una década. Motivo: drogas. Artista: Miguel Ríos.

Aquél fue, para muchos, uno de los casos más flagrantes de persecución e injusticia jamás cometidos en nuestro país. El avance espectacular del consumo de drogas, el grito rebelde de los jóvenes, apoyado siempre en la música, y la exigencia de unas libertades democráticas en los estertores de la dictadura, obligaron a las autoridades a «dar ejemplo» y a buscar una más que presumible cabeza de turco, igual que en 1967 las autoridades inglesas quisieron ejempla rizar a todos acosando a los Rolling Stones. La tesis era sencilla: el rock, .la droga y el deseo de libertad (todo en un mismo saco) eran subversivos, porque una cosa iba relacionada con la otra. Los rockeros eran drogadictos, los seguidores de los rockeros unos peligrosos izquierdistas en un futuro más o menos inmediato, la música propagaba ideas prohibidas. ¿Y quién era entonces el cantante número 1? Por supuesto había varios, desde Joan Manuel Serrat hasta Raphael, pero… Serrat ya había tenido su escándalo en la antesala del Eurovisión '68, y era «peligroso» meterse contra una nacionalidad entera, que podía politizar el tema, y en cuanto a Raphael, que cantaba cada año en el festival benéfico presidido por Carmen Polo de Franco… impensable. El auténtico número 1 internacional, desde el éxito del
Himno a la alegría
en 1970-71, era Miguel Ríos. Además: fumaba hierba. Así que fue fácil cazarle.

La estancia de Miguel en Carabanchel fue decisiva para él tanto como para los muchos que nos movimos entonces para sacarle de allí, a través de artículos, presiones y mil historias paralelas. Se consiguió, y el hecho pasó a ser lo que siempre fue: una advertencia por parte de unos y un golpe bajo para otros. Miguel Ríos estuvo a punto de marcharse a Los Angeles, atravesó un bache importante en 1973 y 1974, y emergió lentamente después hasta erigirse en el viejo rockero inmortal de la historia. Pero su detención y encarcelamiento fue algo más que una anécdota.

En 1973 mientras los Módulos se escapaban de la muerte y Pepe Robles, su líder, salía de un accidente con la cara aplastada, Nino Bravo tenía menos suerte y se quedaba en el camino en el accidente que le costó la vida el lunes 16 de abril de ese año. Yo mismo le hice la última entrevista de su carrera el viernes 13 de abril.

Nino Bravo se llamaba en realidad Luis Manuel Ferri y había nacido el 3 de agosto de 1944 en Ayelo de Malferit. Militó en el grupo Los Hispánicos y comenzó a cantar en solitario, apoyado en una magnífica y recia voz «de tenor» a fines de los años 60. Su camino no fue fácil, y se ganó a pulso cada peldaño subido y cada pequeño éxito alcanzado. Actuó en festivales, nacionales e internacionales, y consiguió ser número 1 con una canción editada tantos meses antes que apenas si nadie se acordaba ya de ella cuando ascendió a los cielos de las listas de ventas: Te quiero te quiero.

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