Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) (29 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Ensayo, Historia

Eric Clapton regresó para siempre. En los dos años de hundimiento físico había tenido que venderse sus coches y sus tesoros, al acabarse los
royaltis
sustanciosos, para pagar su adición. En poco tiempo volvió a tenerlos. Su esposa, Patty (ex señora de George Harrison, pese a lo cual los dos seguían siendo muy amigos), le acabó de echar una mano. El 73 fue el año decisivo porque no podía desengancharse de la heroína en seco. Pero en 1974 formó su primer grupo sólido, se olvidó de ser Dios y se dedicó, simplemente, a hacer música. Su gran calidad hizo el resto ininterrumpidamente a lo largo de los 70 y los 80.

El tercer cadáver más famoso hurtado a la parca es el de Syd Barrett, líder y fundador de Pink Floyd.

Roger Keith Barrett, más conocido como Syd Barrett, nació el 6 de enero de 1946 en Cambridge.

A mediados de 1966 conoció a un grupo de estudiantes que habían formado un grupo al que le iban cambiando el nombre alternativamente. En homenaje a sus dos músicos favoritos, Pink Anderson y Floyd Council, él bautizó a la banda con el definitivo nombre de Pink Floyd. Con él de guitarra e inductor principal, entre verano del 66 y verano del 67 el cuarteto se convirtió en el centro de atención del
underground
británico en su época más efervescente. Nacía la psicodelia, los «love in», los conciertos con proyecciones de luz y sonido, la fantasía de un mundo en el que Syd se sumergió por completo. Para mantener el vivo tren impuesto por sí mismo y por su rápida popularidad, necesitó alucinógenos cada vez más fuertes. Su carisma (rápidamente, quizás demasiado, fue considerado uno de los nuevos genios del
pop
) se convirtió en una carga más que en una suerte. Y con él a cuestas y la dimensión del universo creativo forjado en torno a Pink Floyd, inició su progresiva destrucción. En verano de 1967, en pleno trabajo de grabación del primer LP, tuvo que ser recluido para una cura de sueño, agotado. A la salida del álbum sólo pudieron hacer dos presentaciones, y en ambas, Barrett no fue más que un autómata. Minado por el alcohol y las drogas cabo inmerso en una traumática crisis moral-nervioso-mental en Navidad de aquel año.

Roger Water, Rick Wright y Nick Mason, los otros tres, se plantearon entonces la situación: seguir con Syd era imposible, y prescindir de él… peligro. Pero entre una y otra alternativa escogieron la segunda. Se llamó a David Gilmour, un guitarra amigo de todos, y aunque no se echó a Barrett (se le invitó a seguir, pero con libertad, cuando pudiera y cuando quisiera), éste acabó arrojando la toalla en enero de 1968.

La corta historia de Syd Barrett apenas si tuvo una segunda etapa. Fue uno de los más patéticos casos de éxito y ruptura de la historia del rock, aunque también por ello pasó a ser parte del correspondiente culto a cargo de los mitificadores y acólitos veneradores de
shamanes
caídos. En 1968 se trató de devolverle a la vida, argumentando que ya estaba curado. Para entonces Pink Floyd funcionaba perfectamente, con Gilmour convertido en el guitarra perfecto y Waters erigido en líder creativo. No había sitio para Syd en la banda, pero no por ello le olvidaron. Cuando Syd intentó grabar un álbum en solitario, y tras quince meses apenas si había registrado media docena de canciones vacías, Roger Waters y David Gilmour le echaron una mano, produciéndole ese LP, y se encerraron con él en los estudios hasta dejarlo listo, evitando que su casa discográfica le echara. Lo cierto es que Barrett no podía seguir. Le era imposible concentrarse, necesitaba «viajar», y esos viajes le volvían a colocar donde era imposible salir. Psicológicamente su lucha personal fue la característica de los casos extremos de paranoia: incapacidad de hacer frente a los problemas de la colectividad y estado de indefensión y miedo ante la responsabilidad individual. Todo se volvió contra él.

Pero no murió.

En enero de 1970 se publicó su primer álbum solo. Syd juró montar su propio grupo, reorganizarse, pero… siempre pensaba que «mañana» estaría mejor y más lúcido que hoy.

Nuevamente un Pink Floyd, esta vez Rick Wright, le ayudó a grabar su segundo álbum, editado a fines de 1970, pero ya no habría un tercero. Syd consiguió formar un grupo… pero se separaron tras actuar una sola noche. Internado en una clínica mental y luego recluido en su casa, viviendo de los pocos
royalties
de sus discos y aureolado por los fans como mito viviente y leyenda caída, comenzó a envejecer en plena juventud. En 1974 la fama de Barrett era extraordinaria, y hasta se formó una sociedad llamada Internacional Appreciation Society, que venía a ser un «frente de liberación del ídolo caído». Pero todo fue inútil. Incapaz de volver a grabar, se reeditarían sus dos únicos LP's solo y eso le permitió seguir viviendo, encerrado en su casa, sin querer ver a nadie y… sorprendido de una fama que nunca comprendió. Poco a poco… el tiempo se ha ido comiendo su figura.

El cuarto y último candidato a cadáver regenerado fue, en los años 70, Lou Reed. Entre sus dos alternativas, morirse y convertirse en el nuevo príncipe de las tinieblas, o seguir vivo y perder su oportunidad a cambio de mantenerse como una leyenda menor, escogió esto último. Los devoradores de signos se sintieron defraudados, pero…

Nacido el 2 de marzo de 1944 en Long Island, Nueva York, Lou Reed pasó el habitual aprendizaje universitario por el cual un chico con talento acaba decantándose por la música. En la Universidad de Syracusa abandonó su iniciático deseo de ser periodista y pasó una etapa formativa haciendo y deshaciendo grupos hasta encontrarse embarcado en una aventura tan experimental como Velvet Underground en Nueva York. Los Velvet, antes de convertirse en la banda neoyorquina por excelencia, no dejaban de ser el grupo más vanguardista jamás imaginado en un tiempo como aquél: mitad de los años 60. Sin embargo llamaron la atención del padre del
underground
neoyorquino, Andy Warhol, que les apadrinó y les incluyó en un
show
delirante en 1966, el Exploding Plastic Inevitable. El grupo lo formaban Lou Reed (recién llegado de Londres, becado para estudiar música con Leonard Bernstein), un inglés multinstrumentista llamado John Cale, y dos talentos menores, Maureen Tucker y Sterling Morrison. Andy Warhol les dio la definitiva personalidad cuando les incluyó como cantante a Nico, una modelo alemana envuelta en un halo divino y cautivador con el que la banda se adueñó de los círculos más intelectuales y modernistas.

Publicaron su primer LP en 1967 y ya no pararon en cinco años, aunque con cambios constantes y un éxito reducido a iconoclastas, progres y malditos. Nico se marchó tras el primer álbum, John Cale la siguió en 1968, y finalmente Lou Reed plegó velas en 1970 para reaparecer en 1972 con un disco lleno de apuntes y escasas realidades. Fue David Bowie, por entonces rey del
glam
en Londres, quien se ocupó de canalizar las energías de Reed produciéndole su triunfal y puntero
Transformer
, del que fue éxito el tema que define todo un nuevo universo, como
Satisfaction
o
My generation
lo definieron en los 60. Esta canción fue
Walk on the wild side
(«Paseando por el lado salvaje»). En plena oleada de imprecisión sexual Lou se convirtió de la noche a la mañana en un príncipe de los marginados. Sus canciones solían narrar historias de prostitutas, drogadictos, seres a caballo del Más Allá. Por si esto fuera poco, su postura personal tenía todos los ingredientes para la provocación, una vaga definición masculina-femenina, y por supuesto la proclama de Santa Heroína como motor. Su nuevo LP,
Berlin
, fue definido como el
Sgt. Pepper's negro
, y pronto quedó entronizado como el climax de la decadencia y la muerte, una página del sado-masoquismo ritual.

Hasta 1975 la imagen de Reed permaneció intacta, enmarcada por el espectro de la droga y movida, o mejor dicho violentamente sacudida, por una aureola creciente que canciones como
Heroin
(«Heroína») ayudaron a sedimentar. Sus
show
teñido de rubio, con las uñas pintadas, e inyectándose una imaginaria sobredosis en las venas, marcaron su apocalipsis personal. A veces salía a escena acompañado, se quedaba quieto delante del micro, cantaba y mantenía el climax, sin moverse, y concluía inmóvil para ser llevado de nuevo a su refugio. Más tarde se supo que su leyenda fue menos de lo que aparentó, y que era más adicto al «speed», las drogas rápidas, así como alucinógenos y ácidos, que a la heroína o la cocaína. Pero como fuere tuvo que ser hospitalizado varias veces y sus desapariciones hacían presagiar un fin inevitable… que no llegó.

Sin embargo, él demostró ser indestructible. En 1976 y 77, con el «boom» del
punk rock
, mientras otros muchos caían víctimas del desprecio de la más combativa generación, Lou se mantuvo. De príncipe
glam
pasó a príncipe
punk
sin sufrir el menor socavón. Seguía siendo el favorito de los marginados, los homosexuales, los desheredados. Un travestí llamado Rachel era «su novio» oficial, y con él aparecía por todas partes, incluidas las giras o actuaciones como la que hizo en España. Luego, cuando el
punk
dejó de mover una de las ruedas del rock, continuó imitando a su amigo, el camaleónico Bowie, y en 1980 incluso se casó por segunda vez con una tal Sylvia Morales. Pocos sabían que el 9 de enero de 1973 se había casado con una camarera de Nueva York llamada Betty. Eso hubiera hecho pedazos su difusa imagen de andrógino heterosexual entre 1972 y 1975. Pero así fue. Y a mitad de los 80, adulto, maduro, regenerado y… más vivo que nunca, Lou hacía lo único posible en un mundo tan cambiante como es el del rock: seguir, adaptándose a tiempos y circunstancias. La heroína no había podido con su pretendiente y candidato más firme.

¿Otros drogadictos regenerados o salvados por la campana? Muchos. Frank Zappa, uno de los padres de la revolución cultural de la costa oeste americana en 1966. A comienzos de los 60 ya había estado diez días en la cárcel y luego puesto en libertad condicional por tres años a causa de un turbio asunto de índole… sexual. Pero luego los
hippis
le convirtieron en uno de sus gurús predilectos. También Jerry García, líder de Grateful Dead, fue un empedernido fumador con un récord increíble de detenciones, arrestos y altercados con la ley a causa de las drogas. Su más famosa detención se produjo el 2 de octubre de 1967 cuando la policía echó la puerta de sus casa abajo, en el 710 de Ahsbury Street, en San Francisco, y le arrestó a él, a Ron McKernan y a Bob Weir, de los Dead, y a otras nueve personas. También escaparon del pozo Johnny Winter, el guitarra albino, o el demencial Ted Nugent. Pocas estrellas han parecido quedar al margen de los efectos del tanteo con la Zona Oculta. Probar o escapar. El motivo es el de menos. Veteranos como Ray Charles tuvieron que someterse a la vergüenza de juicios públicos por serias y graves acusaciones vinculadas con las drogas. En 1964 a Charles le detuvieron en el aeropuerto de Boston por posesión de heroína. Y era la tercera vez, el límite soportable por la ley americana para apretar las tuercas a los transgresores. Si las cosas no fueron a peor fue porque antes del juicio Ray se hospitalizó y se presentó ante el juez como un buen chico (treinta y cuatro años entonces) curado y dispuesto a cambiar. Tiempo después venció a la dependencia y se desenganchó. De Marianne Faithfull ya se ha hablado en el capítulo dedicado a los Stones y su mundo, pero no de David Crosby, miembro de Crosby, Stills & Nash (más Young, a veces). David posiblemente haya sido el artista más colgado de los últimos años, actuando corrientemente igual que un zombie, inmóvil, sin apartar los ojos de algún lugar concreto para no tener que luchar contra la inestabilidad del mundo. El 5 de agosto de 1983, culminando un progresivo hundimiento, era condenado a cinco años de cárcel por posesión de cocaína y a tres por tenencia ilegal de armas.

Wayne Kramer, de los MC-5, fue igualmente condenado a cinco años de cárcel por posesión de cocaína en febrero de 1976. Wayne había sido guitarra de uno de los grupos más salvajes y politizados de la historia, MC-5 (Motor City Five), nacido en 1968 como respaldo del John Sinclair's White Panther Party, de cariz izquierdista. Esta vinculación les trajo siempre problemas, y aunque acabaron desmarcándose de ella, su extremada violencia escénica y su dureza, en un tiempo de menos permisividad, les acreditó como grupo maldito hasta su separación, dejando tras de sí tres únicos LP's excepcionales (sobre todo los dos primeros,
Kick out the jams
y
Back in the USA
).

Cuando se confiaba en una vuelta, auspiciada por los nostálgicos y los adoradores de ítems, se produjo la sentencia que apartó a Kramer de la vida pública y la esperanza se desvaneció. No fue sólo Kramer la víctima. El propio John Sinclair fue condenado en un juicio anterior a casi diez años de cárcel por posesión de… dos tomas de marihuana. Fue una trampa legal que conmocionó a la opinión pública americana y que obligó a John Lennon a componer una canción denunciando el hecho en su doble LP
Sometime in New York City
en 1975. Sinclair había sido
manager
de los MC-5 y fue uno de los personajes clave de la breve caza de brujas originada en torno al célebre caso de Angela Davis.

Para no hacer extensa la relación de estrellas que se evitaron dejar unos cadáveres bien parecidos, podemos dar un salto hasta los años 80 citando el caso más singular: la historia de Boy George, líder de los Culture Club.

Boy George (de verdadero nombre George O'Down), se dio a conocer al frente de los Culture Club en 1982 con el número 1 de
Do you really want to hurt me
. Su personalidad ambigua, con imagen femenina y unas connotaciones abiertamente retadoras jugando al equívoco, le convirtieron en un personaje tan famoso como singular. En lo mejor de su éxito los almacenes vendían muñequitas con su imagen y sus estrafalarias ropas. Desgraciadamente para Boy su gran amor, el batería del grupo, Jon Moss, acabó dejándole, y eso le destrozó. Como tantas otras estrellas. Boy solía «esnifar» un poco de cocaína de vez en cuando, para estar en la onda. Deprimido por su desamor se pasó a la heroína y en cantidades industriales. El «caballo» bien pronto le devoró por dentro. Curiosamente el inductor de Boy fue otro cantante travestido que actuaba con el nombre de Marylin. Vivieron un romance intenso y abrasador hasta que Boy comprendió que nada ni nadie podía sustituir a su gran amor, pero cuando rompió con Marylin ya se gastaba un millón de pesetas al mes en heroína.

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