Canticos de la lejana Tierra (23 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Los primitivos «detectores de mentiras» habían tratado de hacer esto con cierto éxito... pero raras veces con la absoluta certeza. Había llevado menos de doscientos años perfeccionar la tecnología y revolucionar así la práctica del Derecho, tanto criminal como civil, hasta el punto de que pocos juicios duraban más de unas cuantas horas.

No era tanto un interrogatorio como una versión computerizada «a prueba de trampas» del antiguo juego de las veinte preguntas. En principio, cualquier información podía ser desvelada rápida con una serie de respuestas SÍ—NO, y era sorprendente las pocas veces en que se llegaba a necesitar veinte cuando un humano experto cooperaba con una máquina experta.

Cuando un Owen Fletcher bastante aturdido se levantaba tambaleante de la silla, exactamente una hora después, no tenía ni idea de lo que le habían preguntado ni cómo había respondido. Sin embargo, se sentía bastante seguro de no haber soltado nada.

Tuvo una leve sorpresa cuando el doctor Steiner le dijo alegremente:

—Ya está, Owen. No le volveremos a necesitar.

El profesor estaba orgulloso de no haber hecho nunca daño a nadie, pero un buen interrogatorio debía tener algo de sádico... aunque sólo fuera a nivel psicológico. Además, contribuía a su reputación de infalibilidad, y eso significaba tener ganada la mitad de la batalla.

Esperó hasta que Fletcher hubo recuperado su equilibrio y era conducido de vuelta a la celda de arresto.

—Ah, por cierto, Owen... Ese truco con el hielo nunca habría funcionado.

De hecho, sí podría haberlo hecho; pero eso ya no tenía importancia. La expresión del rostro del teniente Fletcher ofreció al doctor Steiner toda la recompensa que necesitaba por el ejercicio de sus considerables habilidades.

Ahora podía volver a dormir hasta que llegasen a Sagan Dos. Pero antes se relajaría y se lo pasaría bien, aprovechando al máximo aquel inesperado interludio.

Al día siguiente le echaría un vistazo a Thalassa, y quizás iría a nadar a una de aquellas preciosas playas. Pero por el momento, disfrutaría de la compañía de un viejo y querido amigo.

El libro que extrajo con reverencia de su equipaje sellado al vacío no era simplemente una primera edición; era ya la única edición. La abrió al azar; después de todos, se sabía prácticamente todas las páginas de memoria.

Empezó a leer y, a cincuenta años luz de las ruinas de la Tierra, la niebla volvió a caer sobre Baker Street.
[4]

—La comparación de respuestas ha confirmado que sólo estaban implicados los cuatro sabras —dijo el capitán Bey—. Podemos dar gracias de que no hubiera necesidad de interrogar a nadie más.

—Todavía no entiendo cómo esperaban conseguirlo —dijo con tristeza el segundo comandante Malina.

—No creo que pudieran, pero ha sido una suerte que no hayamos tenido que comprobarlo. De todos modos, aún estaban indecisos.

»El plan A pretendía estropear el escudo. Como ustedes saben, Fletcher estaba en el equipo de ensamblaje y estaba elaborando un esquema para reprogramar la última fase del procedimiento de izado. Si se dejaba que un bloque de hielo chocara con un segundo a sólo unos pocos metros de distancia... ¿ven lo que quiero decir?

»Podía hacerse que pareciera un accidente, pero existía el riesgo de que la subsiguiente investigación probara rápidamente que no se trataba de eso. Y aunque el escudo se estropeara se podía reparar. Fletcher esperaba que el retraso le daría tiempo para reclutar nuevos partidarios. Tal vez tuviese razón; otro año en Thalassa...

»El plan B pretendía el sabotaje del sistema de mantenimiento vital, de forma que la nave tuviera que ser evacuada. De nuevo, las mismas objeciones.

»El plan C era el más inquietante, porque habría terminado con la misión. Afortunadamente, ninguno de los sabras estaba en propulsión; les habría sido muy difícil llegar hasta el propulsor...

Todos parecían asombrados... aunque nadie lo estaba tanto como el comandante Rockynn.

—No habría sido tan difícil, señor, si estaban suficientemente decididos. La gran dificultad habría sido preparar algo que dejase inservible el propulsor, de forma permanente, sin dañar la nave. Tengo serias dudas de que poseyeran los conocimientos técnicos necesarios.

—Estaban trabajando en ello —dijo el capitán con tristeza—. Me temo que hemos de revisar nuestros sistemas de seguridad. Habrá una conferencia mañana sobre esta cuestión para todos los oficiales... aquí, a mediodía.

Entonces, la comandante médico Newton planteó la pregunta que todos vacilaban en hacer.

—¿Habrá consejo de guerra, capitán?

—No es necesario; los culpables han sido descubiertos. Según las ordenanzas de la nave, el único problema es la sentencia.

Todos aguardaron. Y siguieron aguardando.

—Gracias, señoras y señores —dijo el capitán, y sus oficiales se marcharon en silencio.

Solo en sus habitaciones, se sintió enojado y traicionado. Pero por fin, se había acabado; la
Magallanes
había sorteado la tormenta causada por el hombre.

Los otros tres sabras eran, tal vez, inofensivos; pero ¿qué hacer con Owen Fletcher?

Su mente vagó hasta el juguete mortífero que guardaba en su caja fuerte. Él era el capitán: sería muy sencillo aparentar un accidente...

Dejó a un lado sus fantasías; nunca podría hacerlo, desde luego. En cualquier caso, ya había tomado una decisión, y estaba seguro de que todos estarían de acuerdo.

Alguien había dicho en una ocasión que para cada problema hay una solución sencilla, atractiva... y errónea. Pero estaba convencido de que esta solución era sencilla, atractiva... y totalmente acertada.

Los sabras querían quedarse en Thalassa; podían hacerlo. No dudaba que se convertirían en valiosos ciudadanos... Tal vez exactamente del tipo agresivo y lleno de fuerza que esa sociedad necesitaba.

¡Qué extraño resultaba que la historia se repitiese! Como Magallanes, tendría que dejar abandonados a algunos hombres.

Pero si les estaba castigando o recompensando, no lo sabría hasta dentro de trescientos años.

VI
Los bosques del mar
44
Bola espía

El laboratorio de Isla Norte no había sido muy optimista.

—Nos hace falta todavía una semana para arreglar el
Calypso
—dijo el director—. Y además, hemos tenido suerte de encontrar el trineo, sólo hay uno en Thalassa y no queremos arriesgarnos otra vez...

«Conozco los síntomas», pensó el oficial científico. Incluso en los últimos días de la Tierra, había algunos directores de laboratorio que querían guardar sus preciosos aparatos intactos por falta de uso.

—A no ser que el Krakan pequeño, o el grande, se vuelvan a portar mal, no veo que exista ningún riesgo. Y ¿no han prometido los geólogos que se estarían quietos por lo menos durante cincuenta años?

—Me he apostado algo con ellos sobre este asunto. Pero, dígame la verdad, ¿por qué piensa que es tan importante?

«¡Qué visión mas obtusa! —pensó Varley—. Si este hombre es físico oceanógrafo, sería de esperar en él que tuviera algún interés por la vida marina. Pero a lo mejor le he juzgado mal, a lo mejor me está tanteando...»

—Tenemos un cierto interés emocional en este asunto desde que el doctor Lorenson murió, gracias a Dios no permanentemente. Pero aparte de esto, los escorpios nos parecen unos seres fascinantes. Cualquier cosa que descubramos ahora tendrá una importancia capital algún día, y para ustedes será mucho más importante, ya que los tienen en el umbral de la puerta.

—Se lo agradezco mucho. Tenemos suerte de ocupar unos medios ecológicos tan distintos...

«¿Durante cuánto tiempo? —pensó la científico—. Si Moses Kaldor tiene razón...»

—Explíqueme exactamente qué hace una bola espía. El nombre es realmente curioso.

—Se crearon hace unos dos mil años para seguridad y espionaje, pero tenían muchas otras aplicaciones. Algunas no llegaban a tener el tamaño de una cabeza de alfiler. Las que vamos a utilizar son como una pelota de fútbol.

Varley extendió los planos sobre la mesa del director.

—Ésta fue diseñada para estar debajo del agua. Me extraña que no la conozca, pues la fecha de referencia es el año 2045. Encontramos todos los detalles en la memoria del ordenador técnico y los instrumentos introducidos en la copiadora. La primera copia no funcionó, todavía no sabemos por qué. Pero, en cambio, la segunda funcionó perfectamente.

»Aquí están los generadores acústicos, diez megahertz, así que tenemos la resolución en milímetros. Por supuesto no tiene la calidad del vídeo, pero se ve bastante bien.

»El procesador de señales es muy inteligente. Cuando la bola espía se pone en marcha, envía una sola pulsación que forma un holograma acústico de todo lo que está a una distancia de veinte o treinta metros. Transmite esta información en una banda estrecha de doscientos kilohertz hasta llegar a la boya que flota en el exterior, que la radia de nuevo a su base. La primera imagen tarda diez segundos en aparecer, luego la bola espía emite otra pulsación.

»Si no hay ningún cambio en la imagen, transmite una señal nula. Pero si pasa algo, transmite la nueva información y así se puede generar una imagen actualizada.

»Su frecuencia es de una foto cada diez segundos, lo que nos va bien para la mayoría de las misiones. Por supuesto, si las cosas suceden rápidamente aparecerá una mala imagen, con manchas. Pero no se puede tener todo; este sistema funciona en cualquier parte, incluso en una oscuridad total, no es fácil de encontrar y es económico.

El director estaba claramente interesado y estaba haciendo grandes esfuerzos para disimular su entusiasmo.

—Es un juguete interesante. Puede servirnos. ¿Puede darnos unas lentes y algunos modelos más?

—Sí, le daré las lentes, por supuesto; y comprobaremos si se acoplan bien a su copiadora para que puedan hacer todas las copias que deseen.

—El primer modelo, y quizá los otros dos o tres, los queremos lanzar en Escorpia.

—Y luego no tendremos más que esperar y ver lo que pasa.

45
El anzuelo

La imagen era difusa y a veces difícil de interpretar, a pesar del color artificial utilizado que revelaba detalles que el ojo humano no hubiese podido detectar. En ella aparecía un paisaje aplanado del fondo marino que abarcaba 360 grados. A la izquierda se divisaban algas marinas, en el centro unas rocas y a la derecha otra vez algas. Aunque parecía una imagen fija, los números que iban cambiando en la parte inferior izquierda reflejaban el paso del tiempo; de vez en cuando la escena cambiaba bruscamente, cuando algún movimiento alteraba el tipo de información que se transmitía.

—Como podrán observar —dijo el comandante Varley al público invitado al Auditórium de Terra Nova—, no había ningún escorpio por aquí cuando llegamos, pero puede que notaran u oyeran la sacudida cuando aterrizó nuestro... bueno, nuestro paquete. Aquí llega nuestro primer investigador, ha tardado un minuto veinte segundos.

Ahora la imagen cambiaba de golpe cada 10 segundos, y en cada toma aparecían más escorpios.

—Me detendré en esta toma para que puedan estudiar los detalles —dijo el científico—. ¿Ven aquel escorpio de la derecha? Fíjense en su pinza izquierda, lleva cinco pulseras de metal y parece hallarse en una posición de autoridad, en las siguientes imágenes se puede ver claramente cómo los otros escorpios le dejan pasar; ahora está examinando el misterioso montón de trastos que acaba de caer de su cielo. Ésta es una buena toma, observen cómo utiliza las pinzas y la boca para palpar, usa una como instrumento defensivo y la otra como instrumento de precisión. Ahora está tirando del alambre, pero nuestro regalito es demasiado pesado para él, fíjense en su actitud, juraría que está impartiendo órdenes, aunque no hemos detectado ninguna señal; quizá sea subsónica; aquí viene otro compañero suyo.

La escena cambió bruscamente, cobrando una curiosa perspectiva.

—Allá vamos, nos están guiando. Tenía usted razón, doctor Kaldor, se dirigen hacia aquella cueva de la pirámide de piedra. El paquete es demasiado grande para que lo puedan introducir en ella. Por supuesto, todo ha salido como lo planeamos; ésta es la parte más interesante.

Se había pensado mucho el regalo para los escorpios. Aunque el paquete consistía en un montón de trastos, éstos habían sido cuidadosamente seleccionados. Había barras de metal, cobre, aluminio y plomo, tablas de madera, tubos y láminas; trozos de láminas de hierro, un espejo de metal y varios rollos de alambre de cobre de distintas medidas. Toda la masa pesaba alrededor de cien kilos y había sido muy bien sujeta de forma que sólo se pudiera mover como un todo. La bola espía estaba situada en una de las esquinas y se había atado con cuatro pequeños cables.

Los dos escorpios grandes empezaron a atacar con decisión a la masa compacta de trastos, al parecer con un plan preciso. Sus poderosas pinzas deshicieron rápidamente los cordeles que la sujetaban, y acto seguido apartaron los trozos de madera y plástico. Era evidente que sólo les interesaba el metal.

Al ver el espejo se detuvieron. Lo levantaron y se quedaron mirando su imagen reflejada en él, invisible, por supuesto, en la imagen acústica de la bola espía.

—Nos esperábamos que atacasen. Se puede organizar un buen combate poniendo un espejo en un estanque de peces. Quizá se identifica con su propia imagen. Esto parece indicar un buen nivel de inteligencia.

Los escorpios abandonaron el espejo y empezaron a arrastrar el resto de desechos al otro lado del fondo del mar. En las siguientes tomas, las imágenes eran muy confusas. Cuando se estabilizó de nuevo la imagen, ésta les mostró una escena completamente distinta.

—Tuvimos suerte. Todo salió tal y como lo planeamos. Se llevaron la pelota espía hasta aquella cueva vigilada. Pero no se trataba de los aposentos reales de la Reina Escorpio, si es que existe una Reina Escorpio, lo cual dudo... ¿Tienes alguna teoría que añadir?

Se hizo un largo silencio mientras los asistentes estudiaban el extraño espectáculo. Entonces alguien señaló:

—¡Es un cuarto trastero!

—Pero debe tener alguna finalidad.

—Miren esto. Es un motor fueraborda de 10 kilowatios. ¡Alguien tiene que haberlo abandonado!

—¡Ahora sabemos quién ha estado robando las cadenas de nuestras anclas!

—¡Pero esto no tiene ningún sentido!

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