Aquel día que partí, a las nueve del día llegué a vista de un pueblo muy fuerte, que se llama Coadnabaced, y dentro dél había mucha gente de guerra; y era tan fuerte el pueblo y cercado de tantos cerros y barrancas, que algunas había de diez estados de hondura, y no podía entrar ninguna gente de caballo, salvo por dos partes, y éstas entonces no las sabíamos, y aun para entrar por aquéllas habíamos de rodear más de legua y media: también se podía entrar por puentes de madera; pero tenían las alzadas, y estaban tan fuertes y tan a su salvo, que aunque fuéramos diez veces más no nos tuvieron en nada; y llegándonos hacia ellos tirábannos a su placer muchas varas y flechas y piedras; y estando así muy revueltos con nosotros, un indio de Tascaltecal pasó de tal manera que no le vieron, por un paso muy peligroso. E como los enemigos le vieron así de súbito, creyeron que los españoles les entraban por allí, y así, ciegos y espantados, comienzan a ponerse en huida, el indio tras dellos, y tres o cuatro mancebos criados míos y otros dos de una capitanía, como vieron pasar al indio, siguiéronle y pasaron de la otra parte, y yo con los de caballo comencé a guiar hacia la sierra para buscar entrada al pueblo, y los indios nuestros enemigos no hacían sino tirarnos varas y flechas, porque entre ellos y nosotros no había más de una barranca como cava; y como estaban embebecidos en pelear con nosotros y éstos no habían visto los cinco españoles, llegan de improviso por las espaldas y comienzan a darles de cuchilladas; y como los tomaron de tan sobresalto y sin pensamiento que por las espaldas se les podía hacer ninguna ofensa, porque ellos no sabían que los suyos habían desamparado el paso por donde los españoles y el indio habían pasado, estaban espantados y no osaban pelar, y los españoles mataban en ellos; y desque cayeron en la burla comenzaron a huir. Y ya nuestra gente de pie estaba dentro en el pueblo y le comenzaban a quemar, y los enemigos todos a le desamparar; y así, huyendo se acogieron a la sierra, aunque murieron muchos dellos, y los de caballo siguieron y mataron muchos. E después que hallarnos por dónde entrar al pueblo, que sería mediodía, aposentámonos en las casas de una huerta, porque lo hallamos ya casi todo quemado. E ya bien tarde el señor y algunos otros principales, viendo que en cosa tan fuerte como pueblo no se habían podido defender, temiendo que allá en la sierra los habríamos de ir a matar, acordaron de se venir a ofrecer por vasallos de vuestra majestad, y yo los recibí por tales, y prometiéronme de ahí en adelante ser siempre nuestros amigos. Estos indios y los otros que venían a se dar por vasallos de vuestra majestad, después de los haber quemado y destruido sus casas y haciendas, nos dijeron que la causa porque venían tarde a nuestra amistad era porque pensaban que satisfacían sus culpas en consentir primero hacerles daño, creyendo que hecho no Cerníamos después de tanto enojo dellos.
Aquella noche dormimos en aquel pueblo, y por la mañana seguimos nuestro camino por una tierra de pinales, despoblada y sin ninguna agua, la cual y un puerto pasamos con grandísimo trabajo y sin beber; tanto, que muchos de los indios que iban con nosotros perecieron de sed; e a siete leguas de aquel pueblo, en unas estancias, paramos aquella noche. Y en amaneciendo tomamos nuestro camino y llegamos a vista de una gran ciudad que se dice Suchimilco, que está edificada en la laguna dulce, e como los naturales della estaban avisados de nuestra venida, tenían hechas muchas albarradas y acequias y alzadas las puentes de todas las entradas de la ciudad, la cual está de Temixtitán tres o cuatro leguas, y estaba dentro de mucha y muy lucida gente y muy determinados de se defender o morir. E llegados, y recogida toda la gente y puesta en mucha orden y concierto, yo me apeé de mi caballo y seguí con ciertos peones hacia una albarrada que tenían hecha, y detrás estaba infinita gente de guerra; e como comenzamos a combatir el albarrada y los ballesteros y escopeteros les hacían daño, desamparándola, y los españoles se echaron al agua y pasaron adelante por donde hallaron tierra firme. Y en media hora que peleamos con ellos les ganamos la principal parte de la ciudad; e retraídos los contrarios por las calles del agua y en sus canoas, pelearon hasta la noche. E unos movían paces y otros por eso no dejaban de pelear; y moviéronla tantas veces sin ponerlo por obra, que caíamos en la cuenta, porque ellos lo hacían para dos defectos: el uno, para alzar sus haciendas en tanto que nos detenían con la paz; el otro, por dilatar tiempo en tanto que les venía socorro de Méjico y Temixtitán. E este día nos mataron dos españoles porque se desmandaron de los otros a robar, y viéronse con tanta necesidad, que nunca pudieron ser socorridos. E en la tarde pensaron loa enemigos cómo nos podrían atajar de manera que no pudiésemos salir de su ciudad con las vidas. E juntos mucha copia dellos, determinaron venir por la parte que nosotros habíamos entrado; y como los vimos venir tan súpito, espantámonos de ver su ardid y presteza y seis de caballo y yo, que estábamos más a punto que los otros arremetimos por medio dellos. E ellos, de temor de los caballos pusiéronse en huida; y así valimos de la ciudad tras ellos, matando muchos, aunque nos vimos en harto aprieto, porque, como eran tan valientes hombres, muchos dellos osaban esperar a los de caballo con sus espadas y rodelas. E como andábamos revueltos con ellos y había muy gran priesa, el caballo en que yo iba se dejó caer de cansado; y como algunos de los contrarios me vieron a pie, revolvieron sobre mí, e yo con la lanza comencéme a defender ellos; y un indio de los de Tascaltecal, como me vio en necesidad, llegóse a me ayudar, y él y un mozo mío que luego llegó levantamos el caballo. E ya en esto llegaron los españoles, y los enemigos desampararon todo el campo; y yo con los otros de caballo, que entonces habían llegado, como estábamos muy cansados, nos volvimos a la ciudad. E aunque ya era casi noche y razón de reposar, mandé que todas las puentes alzadas por do iba el agua se cegasen con piedra y adobes que había allí, porque los de caballo pudiesen entrar y salir sin estorbo ninguno en la ciudad; y no me partí de allí fasta que todos aquellos pasos malos quedaron muy bien aderezados y con mucho aviso y recaudo de velas pasamos aquella noche.
Otro día, como todos los naturales de la provincia de Méjico y Temixtitán sabían que ya estábamos en Suchimilco, acordaron de venir con gran poder por el agua y por tierra a nos cercar, porque creían que no podíamos ya escapar de sus manos, y yo me subía una torre de sus ídolos para ver cómo venía la gente y por dónde nos podían acometer, para proveer en ello lo que nos conviniese. E ya que en todo había dado orden, llegamos por el agua a una muy grande flota de canoas, que creo que pasaban de dos mil, y en ellas venían más de doce mil hombres de guerra, e por la tierra llega tanta multitud de gente, que todos los campos cubrían. E los capitanes dellos que venían delante, traían sus espadas de las muestras en las manos, y apellidando sus provincias, decían: «Méjico, Méjico; Temixtitán, Temixtitán»; y decíannos muchas injurias, y amenazándonos que nos habían de matar con aquellas espadas, que nos habían tomado la otra vez en la ciudad de Temixtitán. E como yo había proveído adónde había de acudir cada capitán, y porque hacia la tierra firme había mucha copia de enemigos, salí a ella con veinte de caballo y con quinientos indios de Tascaltecal, y repartímonos en tres partes, y mandéles que desde que hobiesen rompido que se recogiesen al pie de un cerro que estaba media legua de allí, porque también había allí mucha gente de los enemigos. E como nos dividimos, cada escuadrón siguió a los enemigos por su cabo; y después de desbaratados y alanceados y muertos muchos, recogímonos al pie del cerro, e yo mandé a ciertos peones criados míos, que me habían servido y eran bien sueltos, que por lo más agro del cerro trabajasen de lo subir. E que yo con los de caballo rodearía por detrás, que era más llano, y los tomaríamos en medio; y así fue: que como los enemigos vieron que los españoles les subían por el cerro, volvieron las espaldas, creyendo que huían a su salvo, y topan con nosotros, que seríamos quince de caballo, y comenzamos a dar en ellos, y los de Tascaltecal asimismo. Por manera que en poco espacio murieron más de quinientos de los enemigos y todos los otros se salvaron y huyéronse a las sierras. Y los otros seis de caballo acertaron a ir por un camino muy ancho y llano alanceando a los enemigos, y a media legua de Suchimilco dan sobre un escuadrón de gente muy lucida, que venía en su socorro, y desbaratáron los y alancearon algunos; e ya que nos hobimos juntado todos los de caballo, que serían las diez del día, volvimos a Suchimilco, y a la entrada hallé muchos españoles que deseaban mucho nuestra venida y saber lo que nos había sucedido, y contáronme cómo se habían visto en mucho aprieto y habían trabajado todo lo posible por echar fuera los enemigos, de los cuales habían muerto mucha cantidad. E diéronme dos espadas de las nuestras, que les habían tomado, y dijéronme cómo los ballesteros no tenían saetas ni almacén alguno. Y estando en esto, antes que nos apeásemos asomaron por una calzada muy ancha un gran escuadrón de los enemigos con muy grandes alaridos. E de presto arremetimos a ellos, y como de la una parte y de la otra de la calzada era todo agua, lanzáronse en ella; y así los desbaratamos; y recogida la gente volvimos a la ciudad bien cansados, y mandéla quemar toda excepto aquello donde estábamos aposentados. Y así estuvimos en esta ciudad tres días, que en ninguno dellos dejamos de pelear; y al cabo, dejándola toda quemada y asolada, nos partimos, y cierto era mucho para ver, porque tenía muchas casas y torres de sus ídolos de cal y canto; y por no me alargar, dejo de particularizar otras cosas bien notables desta ciudad.
El día que me partí, me salí fuera a una plaza que está en la tierra firme junto a esta ciudad, que es donde los naturales hacen sus mercados; y estaba dando orden cómo diez de caballo fuesen en la delantera, y otros diez en medio de la gente de pie, y yo con otros diez en la rezaga. E los de Suchimilco, como vieron que nos comenzábamos a ir, creyendo que de temor suyo era llegan por nuestras espaldas con mucha grita, y los diez de caballo y yo volvimos a ellos, y seguírnoslos hasta meterlos en el agua; en tal manera, que no curaron más de nosotros; y así, nos volvimos nuestro camino. E a las diez del día llegamos a la ciudad de Cuyoacán, que está de Suchimilco dos leguas, y de las ciudades de Temixtitán, y Culuacán, y Uchilubuzco, y Iztapalapa, y Cuitaguaca y Mizqueque, que todas están en el agua, la más lejos désta está una legua y media, y hallámosla despoblada, y aposentamonos en la casa del señor, y aquí estuvimos el día que llegamos y otro. E porque en siendo acabados los bergantines había de poner cero a Temixtitán, quise primero ver la disposición desta ciudad y las entradas y salidas y por dónde los españoles podían ofender o per ofendidos. E otro día que Legué tomé cinco de caballo y docientos peones, y fuime hasta la laguna, que estaba muy yerra, por una calzada que entra a la ciudad de Temixtitán, y vimos tanto número de canoas por el agua, y en ellas gente de guerra, que era infinito; y llegamos a una albarrada que tenían hecha en la calzada, y los peones comenzáronla a combatir; y aunque fue muy recia y hubo hucha resistencia y hirieron diez españoles, al fin se la ganaron, y mataron muchos de los enemigos, aunque los ballesteros y escopeteros quedaron sin pólvora y sin saetas. E donde allí vimos cómo iba la calzada derecha por el agua fasta dar en Temixtitán bien legua y media, y ella y la otra que va a dar a Iztapalapa llenas de gente sin cuento; y como yo hube considerado bien lo que convenía verse, porque aquí en esta ciudad había de estar una guarnición de gente de pie y de caballo, hice recoger los nuestros; y así nos volvimos, quemando las casas y torres de sus ídolos. Y otro día nos partimos desta ciudad a la de Tacuba, que está dos leguas, y llegamos a las nueve del día, alanceando por unas partes y por otras, porque los enemigos salían de la laguna por dar en los indios que nos traían el fardaje, y hallábanse burlados; y así, nos dejaron ir en paz. Y porque, como he dicho, mi intención principal había sido procurar de dar vuelta a todas las lagunas, por calar y saber mejor la tierra, y también por socorrer aquellos nuestros amigos, no curé de pararme en Tacuba. Y como los de Temixtitán, que está allí muy cerca, que casi se extiende la ciudad tanto que llega de la tierra firme de Tacuba, como vieron que pasábamos adelante, cobraron mucho esfuerzo, y con gran denuedo acometieron a dar en medio de nuestro fardaje; y como los de caballo veníamos bien repartidos y todo por allí era llano, aprovechábamos bien de los contrarios, sin recibir los nuestros ningún peligro; y como corríamos a unas partes y a otras, y como unos mancebos, criados míos, que seguían algunas veces, aquella vez dos dellos no lo hicieron, y halláronse en parte donde los enemigos los llevaron donde creemos que les darían muy cruel muerte, como acostumbraban; de que sabe Dios el sentimiento que hube, así por ser cristianos, como porque eran valientes hombres y le habían servido muy bien en esta guerra a vuestra majestad. Y salidos desta ciudad, comenzamos a seguir nuestro camino por entre otras poblaciones cerca de allí, y alcanzamos a la gente; y allí supe entonces cómo los indios habían llevado aquellos mancebos, y por vengar su muerte y porque los enemigos nos seguían con el mayor orgullo del mundo, yo con veinte de caballo me puse detrás de unas casas en celada, y como los indios veían a los otros diez con toda la gente y fardaje ir adelante, no hacían sino seguirlos por un camino adelante, que era muy ancho y muy llano, no se temiendo de cosa ninguna. Y como vimos pasar ya algunos, yo apellidé en nombre del apóstol Santiago, y dimos en ellos muy reciamente. Y antes que se nos metiesen en las acequias que había cerca habíamos muerto dellos más de cien principales y muy lucidos, y no curaron de más nos seguir. Este día fuimos a dormir dos leguas adelante ala ciudad de Coatinchán, bien cansados y mojados, porque había llovido mucho aquella tarde, y hallámosla despoblada; y otro día comenzamos de caminar, alanceando de cuando en cuando a algunos indios que nos salían a gritar, y fuimos a dormir a una población que se dice Gilotepeque, y hallámosla despoblada. E otro día llegamos a las doce horas del día a una ciudad que se dice de Aculman, que es del señorío de la ciudad de Tesaico, adonde fuimos aquella noche a dormir, y fuimos de los españoles bien recibidos, y se holgaron con nuestra venida como el de la salvación; porque después que yo me había partido dellos no habían sabido de mi fasta aquel día que llegamos, y habían tenido muchos rebatos en la ciudad. E los naturales della les decían cada día que los de Méjico y Temixtitán habían de venir sobre ellos en tanto que yo por allá andaba; y así se concluyó, con la ayuda de Dios, esta jornada, y fue muy gran cosa, y en que vuestra majestad recibió mucho servicio por muchas causas, que adelante se dirán.