Cartas de la conquista de México (27 page)

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Authors: Hernán Cortés

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Como hube despachado al alguacil mayor luego me metí en los bergantines, y nos hicimos a la vela y al remo; y al tiempo que el alguacil mayor combatía y quemaba la ciudad de Iztapalapa llegamos a vista de un cerro grande y fuerte que está cerca de la dicha ciudad, y todo en el agua, y estaba muy fuerte, y había mucha gente en él, así de los pueblos de alrededor de la laguna como de Temixtitán porque ya ellos sabían que el primer reencuentro había de ser con los de Iztapalapa, y estaban allí para defensa suya y para nos ofender, si pudiesen. E como vieron llegar a la flota, comenzaron a apellidar y hacer grandes ahumadas por que las ciudades de la laguna lo supiesen y estuviesen apercibidas. E aunque mi motivo era ir a combatir la parte de la ciudad de Iztapalapa que está en el agua, revolvimos sobre aquel cerro o peñol, y salté en él con ciento y cincuenta hombres, aunque era muy agro y alto; con mucha dificultad le comentamos a subir, y por fuerza los ganamos las albarradas que en lo alto tenían hechas para su defensa. E entrárnoslos de tal manera, que ninguno dellos se escapó, excepto las mujeres y niños y en este combate, me hirieron veinte y cinco españoles, pero fue muy hermosa la victoria.

Como los de Iztapalapa habían hecho ahumadas desde unas torres de ídolos que estaban en un cerro muy alto junto a su ciudad, los de Temixtitán y de las otras ciudades que están en el agua conocieron que yo entraba ya por la laguna con los bergantines, y de improviso juntóse tan grande flota de canoas para nos venir a acometer y a tentar qué cosa eran los bergantines, y a lo que podimos juzgar pasaban de quinientas canoas. E como yo vi que traían su derrota derecha a nosotros, yo y la gente que habíamos saltado en aquel cerro grande nos embarcamos a mucha priesa, y mandé a los capitanes de los bergantines que en ninguna manera se moviesen, porque los de las canoas se determinasen a nos acometer y creyesen que nosotros, de temor no osábamos salir a ellos; y así, comenzaron con mucho ímpetu de encaminar su flota hacia nosotros, pero a obra de dos tiros de ballesta reparáronse y estuvieron quedos; y como yo deseaba mucho que el primer reencuentro con ellos hubiésemos fuese de mucha victoria y se hiciese de manera que ellos cobrasen mucho temor de los bergantines, porque la llave de toda la guerra estaba en ellos, y donde ellos podían recibir más daño, y aun nosotros también era por el agua, plugo a Nuestro Señor que estándonos mirando los unos a los otros, vino un viento de la tierra muy favorable para embestir con ellos, y luego mandé a los capitanes que rompiese por la flota de las canoas y siguiesen tras ellos fasta los encerrar en la ciudad de Temixtitán; y como el viento era muy bueno, aunque ellos huían cuanto podían, embestimos por medio dellos, y quebramos infinitas canoas, y matamos y ahogamos muchos de los enemigos, que era la cosa del mundo más para ver. Y en este alcance los seguimos bien tres leguas grandes, fasta los encerrar en las casas de la ciudad; e así, plugo a Nuestro Señor de nos da mayor y mejor victoria que nosotros habíamos pedido y deseado.

Los de la guarnición de Cuyoacán, que podían mejor que los de la ciudad de Tacuba ver cómo veníamos con los bergantines, como vieron todas las trece velas por el agua y que traíamos tan buen tiempo y que desbaratábamos todas las canoas de los enemigos, según después me certificaron, fue la cosa del mundo de que más placer hobieron y que más ellos deseaban; porque, como he dicho, ellos y los de Tacuba tenían muy gran deseo de mi venida, y con mucha razón, porque estaba la una guarnición y la otra entre tanta multitud de enemigos que milagrosamente los animaba Nuestro Señor y enflaquecía los ánimos de los enemigos para que no se determinasen a los salir a acometer a su real, lo cual si fuera no pudiera ser menos de recibir los españoles mucho daño, aunque siempre estaban muy apercibidos y determinados de morir o ser vencedores como aquellos que se hallaban apartados de toda manera de socorro, salvo de aquel que de Dios esperaban.

Así como los de las guarniciones de Cuyoacán nos vieron seguir las canoas, tomaron su camino, y los más de caballo y de pie que allí estaban, para la ciudad de Temixtitán, y pelearon muy reciamente con los indios que estaban en la calzada, y les ganaron las albarradas que tenían hechas, y les tomaron y pasaron a pie y a caballo muchas puentes que tenían quitadas, y con el favor de los bergantines, que iban cerca de la calzada, los indios de Tascaltecal, nuestros amigos, y los españoles seguían a los enemigos, y dellos mataban y dellos se echaron al agua de la otra parlé de la calzada por do no iban bergantines. Así fueron con esta victoria más de una gran legua por la calzada, hasta llegar donde yo había parado con los bergantines, como abajo haré relación.

Con los bergantines fuimos bien tres leguas dando caza a las canoas; las que se nos escaparon allegáronse entre las casas de la ciudad, y como era ya después de vísperas, mandé recoger los bergantines y llegamos con ellos a la calcada, y allí determiné de saltar en tierra con treinta hombres por les ganar unas dos torres de sus ídolos, pequeñas, estaban cerradas con su cerca baja de cal y canto; y como saltamos, allí pelearon con nosotros muy reciamente por nos las defender; y al fin, con harto peligro y trabajo, ganámoselas, e luego hice sacar en tierra tres tiros de hierro grueso que yo traía. E porque lo que restaba de la calzada desde allí a la ciudad, que era media legua, estaba todo lleno de los enemigos, y de la una parte y de la otra de la calzada, que era agua, todo lleno de canoas con gente de guerra, fice asestar el un tiro de aquellos, y tiró por la calzada adelante y lizo mucho daño en los enemigos; y por descuido del artillero en aquel mismo punto que tiró se nos quemó la pólvora que allí teníamos, aunque era época. E luego esa noche proveí un bergantín que fuese a Iztapalapa, adonde guaba el alguacil mayor, que sería dos leguas de allí, y trajese toda la pólvora que había. E aunque al principio era mi intención, luego que entrase con los bergantines, irme a Cuyoacán y dejar proveído cómo anduviesen a morbo recaudo, haciendo rudo el más daño que pudiesen, romo aquel día salté allí en la calzada y les gané aquellas dos torres, determiné de asentar allí el real y que los bergantines se estuviesen allí junto a las turres, y que la mitad de la gente de Cuyoacán y otros cincuenta peones de los del alguacil macar se viniesen allí otro día. E proveído esto, aquella noche estuvimos a mucho recaudo; porque estábamos en gran peligro, y toda la gente de la ciudad acudía allí por la calzada y por el agua; y a media noche llega comba multitud de gente en canoas y por la calzada a dar sobre nuestro real, y cierto nos pusieron en gran temor y rebato, en especial porque era de noche, y nunca ellos a tal tiempo suelen acometer, ni se ha visto que de noche hayan peleado salvo con mucha sobra de victoria. E como nosotros estábamos muy apercibidos, comenzamos a pelear con ellos y dende los bergantines, porque cada uno traía un tiro pequeño de campo, comenzaron a soltallos, y los ballesteros y escopeteros a hacer lo mismo; y de esta manera no osaron llegar más adelante, ni llegaron tanto que nos hiciese ningún daño; y así, nos dejaron lo que quedó de la noche sin nos acometer más.

Otro día, en amaneciendo, llegaron al real de la calzada donde yo estaba quince ballesteros y escopeteros, y cincuenta hombres de espada y rodela, y siete o ocho de caballo de los de la guarnición de Cuyoacán; e ya cuando ellos llegaron, los de la ciudad, en canoas y por la calzada, peleaban con nosotros; y era tanta la multitud, que por el agua y por tierra no oíamos sino gente, y daban tantas gritas y alaridos, que parecía que se hundía el mundo. E nosotros comenzamos a pelear con ellos por la calzada adelante, y ganámoseles una puente que tenían quitada y una albarrada que tenían hecha a la entrada. E con los tiros y con los de caballo hicimos tanto daño en ellos, que casi los encerramos hasta las primeras casas de la ciudad. E porque la otra parte de la calzada, como los bergantines no podían pasar, andaban muchas canoas y nos hacían daño con flechas y varas que nos tiraban a la calzada, hice romper un pedazo della junto a nuestro real, y hice pasar de la otra parte cuatro bergantines, los cuales, como pasaron, encerraron las canoas todas entre las casas de la ciudad, en tal manera, que no osaban por ninguna vía salir a lo largo. E por la otra parte de la calzada los otros ocho bergantines peleaban con las canoas, y las encerraron entre las casas, y entraron por entre ellas, aunque hasta entonces no lo habían osado hacer, porque había muchos bajos y estacas que les estorbaban. E como hallaron canales por donde entrar seguros, peleaban con los de las canoas, y tomaron algunas dellas, y quemaron muchas casas del arrabal, e aquel día todo despendimos en pelear de la manera ya dicha.

Otro día siguiente, el alguacil mayor, con la gente que tenía en Iztapalapa, así españoles como nuestros amigos, se partió para Cuyoacán, y dende allí hasta la tierra firme viene una calzada que dura obra de legua y media. Y como el alguacil mayor comenzó a caminar, a obra de un cuarto de legua llegó a una ciudad pequeña, que también está en el agua, y por muchas partes della se puede andar a caballo, y los naturales de allí comenzaron a pelear con él, y él los desbarató y mató muchos y les destruyó y quemó toda la ciudad. Y porque yo había sabido que los indios habían rompido mucho de la calzada y la gente no podía pasar bien, enviéle dos bergantines para que los ayudasen a pasar, de los cuales hicieron puente por donde los peones pasaron. E desque hubieron pasado, se fueron a aposentar a Cuyoacán, y el alguacil mayor, con diez de caballo, tomó el camino de la calzada donde teníamos nuestro real, y cuando llegó hallónos peleando; y él y los que venían con él se apearon y comenzaron a pelear con los de la calzada, con quien nosotros andábamos revueltos. E como el dicho alguacil mayor comenzó a pelear, los contrarios le atravesaron un pie con una vara; y aunque a él y a otros algunos nos hirieron aquel día, con los tiros gruesos y con las ballestas y escopetas hicimos mucho daño en ellos; en tal manera, que ni los de las canoas ni los de la calzada no osaban llegarse tanto a nosotros y mostraban más temor y menos orgullo que solían. E desta manera estuvimos seis días, en que cada día teníamos combate con ellos; e los bergantines iban quemando alrededor de la ciudad todas las casas que podían, y descubrieron canal por donde podían entrar alrededor y por los arrabales de la ciudad y llegar a lo grueso della, que fue cosa muy provechosa y hizo cesar la venida de las canoas, que ya no osaba asomar ninguna con un cuarto de legua a nuestro real.

Otro día Pedro de Albarado, que estaba por capitán de la gente que estaba en guarnición en Tacuba, me hizo saber cómo por la otra parte de la ciudad, por una calzada que va a unas poblaciones de tierra firme, y por otra pequeña que está junto a ella, los de Temixtitán entraban y salían cuando querían, y que creía que viéndose en aprieto, se habían de salir todos por allí, aunque yo deseaba más su salida que no ellos, porque muy mejor nos pudiéramos aprovechar dellos en la tierra firme que no en la fortaleza grande que tenían en el agua; pero porque estuviesen del todo cercados y no se pudiesen aprovechar en cosa alguna de la tierra firme, aunque el alguacil mayor estaba herido, le mandé que fuese a sentar su real a un pueblo pequeño a do iba a salir la una de aquellas dos calzadas; el cual se partió con veinte y tres de caballo y cien peones y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y me dejó otros cincuenta peones dedos que yo traía en mi compañía, y en llegando, que fue otro día, asentó su real adonde yo le mandé. E dende allí adelante la ciudad de Temixtitán quedó cercada por todas las partes que por calzadas podían salir a la tierra firme.

Yo tenía muy poderoso señor, en el real de la calzada docientos peones españoles, en que había veinte y cinco ballesteros y escopeteros, estos sin la gente de los bergantines, que eran más de docientos y cincuenta. E como teníamos algo encerrados a los enemigos y teníamos mucha gente de guerra de nuestros amigos, determiné entrar por la calzada a la ciudad todo lo que más que pudiese, y que los bergantines, al fin de la una parte y de la otra, se estuviesen para hacernos espaldas. E mandé a algunos de caballo y peones de los que estaban en Cuyoacán se viniesen al real para que entrasen con nosotros, y que diez de caballo se quedasen a la entrada de la calzada haciendo espaldas a nosotros, y algunos que quedaban en Cuyoacán, porque los naturales de las ciudades de Suchimilco, y Culuacán, y Iztapalapa, y Chilobusco, y Mexicalcingo, y Cuitaguacad, y Mizquique, que están en el agua estaban rebelados y eran en favor de los de la ciudad; y queriendo éstos tomarnos las espaldas; estábamos seguros con los diez o doce de caballo que yo mandaba andar por la calzada, y otros tantos que siempre estaban en Cuyoacán, y más de diez mil indios nuestros amigos. Asimismo mandé al alguacil mayor y a Pedro de Albarado que por sus estancias acometiesen aquel día a los de la ciudad, porque yo quería por mi parte ganalles todo lo que más pudiese. Así, salí por la mañana del real, y seguimos a pie por la calzada adelante y luego hallamos los enemigos en defensa de una quebradura que tenían hecha en ella, tan ancha como una lanza, y otro tanto de hondura; y en ella tenían hecha una albarrada y peleamos con ellos, y ellos con nosotros, y muy valientemente. E al fin se la ganamos y seguimos por la calzada adelante hasta llegar a la entrada de la ciudad donde estaba una torre de sus ídolos, y al pie della una puente muy grande alzada, por ella atravesaba una calle de agua muy ancha, con otra muy fuerte albarrada. E como llegamos comenzaron a pelear con nosotros.

Pero como los bergantines estaban de la una parte y de la otra ganámosela sin peligro, lo cual fuera imposible sin ayuda dellos. E como comenzaron a desamparar el albarrada, los de los bergantines saltaron en tierra y nosotros pasamos el agua y también los de Tascaltecal y Guajocingo y Chalco, y Tesaico, que eran más de ochenta mil hombres. Y entretanto que cegábamos con piedra y adobes aquella puente, los españoles ganaron otra albarrada que estaba en la calle, que es la principal y más ancha de toda la ciudad; e como aquélla no tenía agua, fue muy fácil de ganar, y siguieron el alcance tras los enemigos por la calle adelante hasta llegar a otra puente que tenían alzada, salvo una viga ancha por donde pasaban. E puestos por ella y por el agua en salvo, quitáronla de presto. E de la otra parte de la puente tenían hecha otra grande albarrada de barro y adobes. E como llegamos a ella y no pudimos pasar sin echarnos al agua, y esto era muy peligroso, los enemigos peleaban muy valientemente. E de la una parte y de la otra de la calle había infinitos dellos peleando con mucho corazón desde las azoteas; e como se llegaron copia de ballesteros y escopeteros y tirábamos con dos tiros por la calle adelante, hacíamosles mucho daño. E como lo conocimos, ciertos españoles se lanzaron al agua, y pasaron de la otra parte, y duró en ganarse más de dos horas. E como los enemigos los vieron pasar, desampararon el albarrada y las azoteas, y pónense en huida por la calle adelante, y así pasó toda la gente. E yo hice comenzar a cegar aquella puente y deshacer el albarrada; y en tanto los españoles y los indios nuestros amigos siguieron el alcance por la calle adelante bien dos tiros de ballesta, hasta otra puente que está junto a la plaza de los principales aposentamientos de la ciudad; y esta puente no la tenían quitada ni tenían hecha albarrada en ella, porque ellos no pensaron que aquel día se les ganara ninguna cosa de lo que se les ganó, ni aun nosotros pensamos que fuera la mitad. E a la entrada de la plaza asestóse un tiro, y con él recibían mucho daño los enemigos, que eran tantos que no cabían en ella. E los españoles, como vieron que allí no había agua, de donde se suele recibir peligro determinaron de les entrar la plaza. E como los de la ciudad vieron su determinación puesta en obra y vieron mucha multitud de nuestros amigos, y aunque dellos sin nosotros no tenían ningún temor, vuelven las espaldas, y nuestros amigos dan en pos de ellos hasta los encerrar en el circuito de sus ídolos, el cual es cercado de cal y canto; e como en la otra relación se habrá visto, tiene tan gran circuito como una villa de cuatrocientos vecinos; y éste fue luego desamparado dellos, y los españoles y nuestros amigos se lo ganaron y estuvieron en él y en las torres un buen rato. E como los de la ciudad vieron que no había gente de caballo, volvieron sobre los españoles, y por la fuerza los echaron de las torres y de todo el patio y circuito, en que se vieron en muy grande aprieto y peligro; y como iban más que retrayéndose, hicieron rostro debajo de los portales del patio. E como los enemigos los aquejaban tan reciamente, los desampararon y se retrujeron a la plaza, y de allí los echaron por fuerza hasta los meter por la calle adelante; en tal manera, que el tiro que allí estaba lo desampararon. E los españoles, como no podían sufrir la fuerza de los enemigos, se retrajeron con mucho peligro; el cual de hecho recibieran, sino que plugo a Dios que en aquel punto llegaron tres de caballo, y entran por la plaza adelante; y como los enemigos los vieron, creyeron que eran más, y comienzan a huir, y mataron algunos dellos y ganáronles el patio y el circuito que arriba dije. Y en la torre más principal y alta dél, que tiene ciento y tantas gradas hasta llegar a lo lato, hiciéronse fuertes allí diez o doce indios principales de los de la ciudad, y cuatro o cinco españoles subiéronsela por fuerza; y aunque ellos se defendían bien, se la ganaron y los mataron a todos. E después vinieron otros cinco o seis de caballo, y ellos y los otros echaron una celada, en que mataron más de treinta de los enemigos. E como ya era tarde, yo mandé recoger la gente y que se retrujesen, y al retraer cargaba tanta multitud de los enemigos, que si no fuera por los de caballo, fuera imposible no recibir mucho daño los españoles. Pero como todos aquellos malos pasos de la calle y calzada, donde se esperaba el peligro, al tiempo de retraer yo les tenía muy bien adobados y aderezados, los de caballo podían por ellos muy bien entrar y salir, e como los enemigos venían dando en nuestra retro guarda, los de caballo revolvían sobre ellos, que siempre alanceaban o mataban algunos, e como la calle era muy larga, hubo lugar de hacerse esto cuatro o cinco veces. E aunque los enemigos vían que recibían daño, venían los perros, tan rabiosos, que en ninguna manera los podíamos detener ni que nos dejasen de seguir. E todo el día se gastara en esto, sino que ya ellos tenían tomadas muchas azoteas que salen a la calle, y los de caballo recibían a esta causa mucho peligro; y así, nos fuimos por la calzada adelante a nuestro real, sin peligrar ningún español, aunque hubo algunos heridos; e dejamos puesto fuego a las más y mejores casas de aquella calle porque cuando otra vez entrásemos, desde las azoteas no nos hiciesen daño. Este mismo día el alguacil mayor y Pedro de Albarado pelearon cada uno por su estancia muy reciamente con los de la ciudad, e a tiempo del combate estaríamos los unos de los otros a legua y media y a una legua; porque se extiende tanto la población de la ciudad, que aun disminuye la distancia que hay, y nuestros amigos que estaban con ellos, que eran infinitos, pelearon muy bien y se retrujeron aquel día sin recibir ningún dañó.

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