Al tiempo que yo, muy poderoso e invictísimo señor, estaba en la ciudad de Temixtitán, luego a la primera vez que a ella vine, proveí, como en la otra relación hice saber a vuestra majestad, que en dos o tres provincias aparejadas para ello se hiciesen para vuestra majestad ciertas cosas de granjerías, en que hobiesen labranzas y otras cosas, conforme a la calidad de aquellas provincias. E a una dellas, que se dice Chinanta, envié para ello dos españoles; y esta provincia no es sujeta a loa naturales de Culúa, y en las otras que lo eran al tiempo que me daban guerra en la ciudad de Temixtitán mataron a los que estaban en aquellas granjerías, y tomaron lo que en ellas había que era cosa muy gruesa, según la manera de la tierra, y destos españoles que estaban en Chinanta se pasó casi un año que no supe dellos; porque como todas aquellas provincias estaban rebeladas, ni ellos podían saber de nosotros ni nosotros dellos. Y estos naturales de la provincia de Chinanta, como eran vasallos de vuestra majestad y enemigos de los de Culúa, dijeron a aquellos cristianos que de ninguna manera saliesen de su tierra, porque nos habían dado los de Culúa mucha guerra, y creían que pocos o ninguno de nosotros había vivos. E así, se estuvieron estos dos españoles en aquella tierra, y al uno dellos, que era mancebo y hombre para guerra, hiciéronle su capitán, y en este tiempo salía con ellos a dar guerra a sus enemigos, y las más de las veces él y los de Chinanta eran vencedores; y como después plugo a Dios que nosotros volvimos a nos rehacer y haber alguna victoria contra los enemigos que nos habían desbaratado y echado de Temixtitán, estos de Chinanta dijeron a aquellos cristianos que habían sabido que en la provincia de Tepeaca había españoles, y que si querían saber la verdad, que ellos querían aventurar dos indios, aunque habían de pasar por mucha tierra de sus enemigos, pero que andarían de noche y fuera de camino hasta llegar a Tepeaca. E con aquellos dos indios, el uno de aquellos españoles, que era el más hombre de bien, escribió una carta, tuvo tenor es el siguiente:
Nobles señores: dos o tres cartas he escrito a vuestras mercedes, y no sé si han aportado allí o no; y pues de aquéllas no he habido respuesta, también pongo en duda habella désta. Hagoos señores, saber como todos los naturales desta tierra de Culúa andan levantados y de guerra, e muchas veces nos han acometido: pero siempre, loores a Nuestro Señor, hemos sido vencedores. Y con los de Tustepeque y su parcialidad de Culúa cada día tenemos guerra; los que están en servicio de sus altezas y por sus vasallos son siete villas de los Tenez, y yo y Nicolás siempre estamos en Chinanta, que es la cabecera. Mucho quisiera saber adonde está el capitán para le poder escribir y hacer saber las cosas de acá. Y si por ventura me escribiéredes de donde él está y enviáredes veinte o treinta españoles, irme ya con dos principales de aquí, que tienen deseo de ver y fablar al capitán; y sería bien que viniesen, porque, como es tiempo agora de coger el cacao, estorban los de Culúa, con las guerras. Nuestro Señor guarde las nobles personas de vuestras mercedes, como desean. —De Chinantla, a no se cuántos del mes de abril de 1521 años. —A servicio de vuestras mercedes. —Hernando de Barrientos.
E como los dos indios llegaron con esta carta a la dicha provincia de Tepeaca, el capitán que yo allí había dejado con ciertos españoles enviómela luego a Tesaico; y recibida, todos recibimos mucho placer; porque aunque siempre habíamos confiado en la amistad de los de Chinanta, teníamos pensamiento que si se confederaban con los de Culúa que habrían muerto aquellos dos españoles, a los cuales yo luego escribí dándoles cuenta de lo pasado, que tuviesen esperanza; que aunque estaban cercados de toda parte de los enemigos presto, placiendo a Dios, se verían libres y podrían salir y entrar seguros.
Después de haber dado vuelta a las lagunas, en que tomamos muchos acosos para poner el cerca a Temixtitán por la tierra y por el agua, yo estuve en Tesaico, forneciéndome lo mejor que puede de gente y de armas, y dando priesa en que se acabasen los bergantines y una zanja que se hacía para los llevar por ella fasta la laguna, la cual zanja se comenzó a facer luego que la ligazón y tablazón de los bergantines se trajeron una acequia de agua que iba por cabe los aposentamientos fasta dar en la laguna. E desde donde los bergantines se ligaron y la zanja se comenzó a hacer hay bien media legua hasta la laguna, y en esta obra anduvieron cincuenta días más de ocho mil personas cada día, de los naturales de la provincia de Aculuacan y Tesaico, porque la zanja tenía más de dos estados de hondura y otros tantos de anchura y iba toda chapada y estacada; por manera que el agua que por ella iba la pusieron en el peso de la laguna; de forma que las fustas se podían llevar sin peligro y sin trabajo fasta el agua, que cierto que fue obra grandísima y mucho para ver. E acabados los bergantines y puestos en esta zanja, a 28 de abril de dicho año fice alarde de toda la gente, y hallé ochenta y seis de caballo, y ciento y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y setecientos y tantos peones de espada y rodela, y tres tiros gruesos de hierro, y quince tiros pequeños de bronce, y diez quintales de pólvora. Acabado de hacer el dicho alarde, yo encargué y encomendé mucho a todos los españoles que guardasen y cumpliesen las ordenanzas que yo había hecho para las cosas de la guerra, en todo cuanto les fuese posible, y que se alegrasen y esforzasen muchos, pues que veían que Nuestro Señor nos encaminaba para haber victoria de nuestros enemigos, porque bien sabían que cuando habíamos entrado en Tesaico no habíamos traído más de cuarenta de caballo, y que Dios nos había socorrido mejor que lo habíamos pensado, y habían venido navíos con los caballos y gente y armas que habían visto; y que esto, y principalmente ver que peleábamos en favor y aumento de nuestra fe y por reducir al servicio de vuestra majestad tantas tierras y provincias como se le habían rebelado, les había de poner mucho ánimo y esfuerzo para vencer o morir. E todos respondieron, y mostraron tener para ello muy buena voluntad y deseo; y aquel día del alarde pasamos con mucho placer y deseo de nos ver ya sobre el cerco y dar conclusión a esta guerra, de que dependía toda la paz o desasosiego destas partes.
Otro día siguiente fice mensajeros a las provincias de Tascaltecal, Guajucingo y Chururtecal a les facer saber cómo los bergantines eran acabados y que yo y toda la gente estábamos apercibidos y de camino para ir a cercar la gran ciudad de Temixtitán; por tanto, que les rogaba pues que ya por mí estaban avisados y tenían su gente apercibida, que con ruda la más y bien armada que pudiesen se partiesen y viniesen allí a Tesaico, donde Yo les esperaría diez días; y que en ninguna manera excediesen desto, porque cría gran desvío para lo que estaba concertado. Y como llegaron los mensajeros y los naturales de aquellas provincias estaban apercibidos y con mucho deseo de se ver con loa de Culúa, loa de Guajucingo y Chururtecal se vinieron a Chalco, porque yo se lo había mandado, porque junto por allí había de entrar a poner el cerco. Y los capitanes de la Tascaltecal, con toda su gente, muy lucida y bien armada, llegaron a Tesaico cinco o seis día, antes de Pascua de Espíritu Santo, que fue el tiempo que yo les asigné, e como aquel día arpe que venían cera, salílos a recibir con mucho placer; y ellos venían tan alegres y bien ordenados que no podía ser mejor. Y según la cuenta que los capitanes nos dieron, pasaban de cincuenta mil hombres de guerra, los cuales fueron por nosotros muy hiera recibidos y aposentados.
El segundo día de Pascua mandé salir a toda la gente de pie y de caballo a la plaza desta ciudad de Tesaico, para la ordenar y dar a los capitanes la que hablan de llevaba tres guarnicione, de gente que se habían de poner en tres ciudades que cuán en turna de Temixtitán: y de la una guarnición hice capitán a Pedro de Albarado, y dile treinta de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y cincuenta peones de espada y rodela, más de veinte y cinco mil hombres de guerra de los de Tascaltecal, y estos habían asentar su real era la ciudad de Tacuba.
De la otra guarnición fice capitán a Cristóbal Dolid, al cual di treinta y tres de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento sesenta peones, de espada y rodela, y más, de veinte mil hombres, de guerra de nuestros amigos, y éstos habían de sentar su real en la ciudad de Cuyoacán.
De la otra tercera guarnición fice capitán a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, y dile veinte y cuatro de caballo, y cuatro escopeteros y trece ballesteros, y ciento y cincuenta peones, de espada y rodela: los cincuenta dellos, mancebos, escogidos, que yo traía en mi compañía, y lucia la gente de Guajocingo y Chururtecal y Chalco, que había más de treinta mil hombre, y éstos habían de ir por la ciudad de Iztapalapa a destruirla, y pasar adelante por una callada de la laguna, con favor y espalda, de los bergantines y Juntarse con la guarnición de Cuyoacán, para que después que yo entrase con los bergantines por la laguna el dicho alguacil mayor asentase su real donde le pareciese que convenía.
Para los trece bergantines, con que yo había de entrar por la laguna dejé trescientos hombre, todos los más gente de la mar y bien diestra; de manera que en cada bergantín iban veinte y cinco españoles, y cada fusta llevaba su capitán y veedor y seis ballestero, y escopeteros.
Dada la orden susodicha, los dos capitanes que habían de estar con la gente en la ciudades de Tacuba y Cuyoacán, después de haber recibido la instrucciones de los que hablan de hacer, partieron de Tesaico a diez del ene, de mayo, y fueron a dormir den legua, y media de allí, a una población buena que se dice Aculman. E aquel día cupe mimo entre los capitanes había habido cierta diferencia sobre el aposentamiento, y proveí luego rata noche para lo remediar y poner en paz, y yo envié una persona para ello, que lo reprehendió y apaciguó. Al otro día de mañana, e partieron de allí, y fueron a dormir a otra población que dice Gilotopeque, la cual hallaron despoblada, porque era ya tierra de los enemigos. E otro día siguiente siguieron su camino en su ordenanza y fueron a dormir a una ciudad que e dice Guatitlán, de que antes de esto he hecho relación a vuestra majestad, la cual asimismo hallaron despoblada; y aquel día pasaron por otras dos, ciudades y poblaciones, que tampoco hallaron gente en ellas. E a hora de vísperas entraron en Taraba que también estaba despoblada, y aposentáronse en la casas del criar de allí, que son muy hermosa, grandes; y aunque era ya tarde, los naturales de Tascaltecal dieron una vista por la entrada de dos calzadas de la ciudad de Temixtitán, y pelearon dos o tres horas valientemente con los de la ciudad, y como la noche los despartió, volviéronse sin ningún peligro a Tacuba.
Otro día de mañana los dos capitanes acordaron, como yo les había mandado, de ir a quitar el agua dulce que por caños entraba a la ciudad de Temixtitán; y el uno dellos, con veinte de caballo y ciertos ballesteros y escopeteros, fue al nacimiento de la fuente, que estaba a un cuarto de legua de allí, y cortó y quebró los caños, que eran de madera y de cal y canto, y peleó reciamente con los de la ciudad, que se le defendían por la mar y por la tierra; y al fin los desbarató, y dio conclusión a lo que iba que era quitarles el agua dulce, que fue muy grande ardid.
Este mismo día los capitanes hicieron aderezar algunos malos pasos y puentes y acequias que estaban por allí alrededor de la laguna, porque los de caballo pudiesen libremente correr por una parte y otra. Y hecho esto, en que se tardaría tres o cuatro días, en los cuales se hubieron muchos reencuentros con los de la ciudad, en que fueron heridos algunos españoles y muertos hartos de los enemigos, y les ganaron muchas albarradas y puentes, y hubo hablas y desafíos entre los de la ciudad y los naturales de Tascaltecal, que eran cosas bien notables y para ver. El capitán Cristóbal Dolid, con la gente que había de estar en guarnición en la ciudad de Cuyoacán, que está dos leguas de Tacuba, se partió; y el capitán Pedro de Albarado se quedó en guarnición con su gente en Tacuba, adonde cada día tenía escaramuzas y peleas con los indios. E aquel día que Cristóbal Dolid se partió las Cuyoacán, él y la gente llegaron a las diez del día y aposentáronse en las casas del señor de allí, y hallaron despoblada la ciudad. E otro día de mañana fueron a dar una vista a la calzada que entra en Temixtitán, con hasta veinte de caballo y algunos ballesteros, y con seis o siete mil indios de Tascaltecal, y hallaron muy apercibidos los contrarios, y rota la calzada y hechas muchas albarradas, y pelearon con ellos, y los ballesteros hirieron y mataron algunos; y esto continuaron seis o siete días, que en cada uno dellos hubo muchos reencuentros y escaramuzas. En una noche, a media noche, llegaron ciertas velas de los de la ciudad a gritar cerca del real y las velas de los españoles apellidaron
al arma
, y salió la gente, y no hallaron ninguno de los enemigos, porque dende muy lejos del real habían dado la grita, la cual les había puesto en algún temor. E como la gente de los nuestros estaba dividida en tantas partes, los de las dos guarniciones deseaban mi llegada con los bergantines, como la salvación; y con esta esperanza estuvieron aquellos pocos días hasta que yo llegué, como adelante diré. Y en estos seis días los del un real y del otro se juntaban cada día, y los de caballo corrían la tierra, como estaban cerca los unos de los otros, y siempre alanceaban muchos de los enemigos, y de la sierra cogían mucho maíz para sus reales, que es el pan y mantenimiento destas partes, y hace mucha ventaja a lo de las islas.
En los capítulos precedentes dije cómo yo me quedaba en Tesaico con trescientos hombres y los trece bergantines, porque en sabiendo que las guarniciones estaban en los lugares donde habían de asentar sus reales yo me embarcase y diese una vista a la ciudad y hiciese algún daño en las canoas; y aunque yo deseaba mucho irme por la tierra, por dar orden en los reales, como los capitanes eran personas de quien se podía muy bien fiar lo que teman entre manos, y lo de los bergantines importaba mucha importancia, y se requería gran concierto y cuidado, determiné de me meter en ellos, aunque la más aventura y riesgo era el que se esperaba por el agua; aunque por las personas principales de mi compañía me fue requerido en forma que me fuese con las guarniciones, porque ellos pensaban que ellas llevaban lo más peligroso. E otro día después de la fiesta de Corpus Cristi, viernes, al cuarto del alba hice salir de Tesaico a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con su gente, y que se fuese derecho a la ciudad de Iztapalapa, que estaba de allí seis leguas pequeñas, y a poco más de mediodía llegaron a ella y comenzaron a quemarla y a pelear con la gente della; y como vieron el gran poder que el alguacil mayor llevaba porque iban con él más de treinta y cinco o cuarenta mil hombres nuestros amigos, acogiéronse al agua con sus canoas; y el alguacil mayor, con toda la gente que llevaba se aposentó en aquella ciudad y estuvo en ella aquel día, esperando lo que yo le había de mandar y me sucedía.