Ciudad de Dios (17 page)

Read Ciudad de Dios Online

Authors: Paulo Lins

Tags: #Drama, otros

—¿Qué ha pasado? —preguntó la de Ceará después de que la despertara su marido.

—El encargado nos dio el día libre. El ingeniero ha pasado a mejor vida —respondió el marido, que, en vez de preparar la caipiriña, se puso unas bermudas y se fue al patio a cavar la tierra.

—En vez de descansar, ¿te vas a poner a trabajar, hombre de Dios?

—Voy a hacer una cisterna aquí al lado. Ese depósito de agua es demasiado pequeño para mi gusto. Si falta agua una semana, nos moriremos de sed.

A eso de la una de la tarde, ya había excavado catorce palmos de tierra. Decidió abandonar la faena, almorzar y echarse un sueñecito. La mujer aprovechó el día para remendar la ropa vieja. De vez en cuando le cruzaba por la mente la idea de que su marido se había vuelto un corderito desde que le ponía los cuernos. La noche llegó con rapidez.

A la mañana siguiente, una nueva mañana en que un sol enorme resplandecía en el cielo, la esposa, después de regar las plantas, fue al portón a conversar con la vecina.

—Faltó poco, ¿eh? —comentó la vecina.

—Ah… ¡Dios es grande, sí!

—Yo creo que él está mosca. ¿Cuántas veces ha venido así, sin avisar?

—Sólo una vez que tuvo dolor en el brazo y un amigo suyo lo trajo a casa —respondió la de Ceará.

—Dios te ha ayudado. Si yo no lo hubiera visto en el mercado, os habría montado una buena… Yo que tú, haría algo para que no te pille.

—¿Y qué puedo hacer yo?

—Vamos a ver a mi cuñada, a) lugar de culto, que ella invocará a la
pombagira
para ti.

Salieron después del almuerzo. Tendría que resolver todo sin tardanza porque el cearense llegaba a veces antes de las cinco.

—¡Eh, moza hermosa! Ya sé todo lo que esta hija de la tierra quiere saber… Basta con que dejes un regalo para mí en el cruce, para que cuanto más estés con el otro, más crea él en ti —afirmó la
pombagira
y se rió a carcajadas—. Lo del plátano fue bueno, ¿eh, moza? —continuaba la
pombagira
—. La cosa va bien, ¿no? Aquí, en vuestra tierra, lo mejor de todo es joder hasta decir basta. Ya que el de casa no sabe hacer gozar, hubo que buscarse a otro en la calle, ¿eh, moza? —Se reía a carcajadas—. Compra todo lo que yo te diga y ponlo en la encrucijada a medianoche.

—Pero yo no puedo salir de no…

—Basta con que entregues el dinero al auxiliar del culto, que él lo compra todo y hace la ofrenda por ti —finalizó la
pombagira
mientras se carcajeaba y echaba cachaza encima de la cearense.

Al día siguiente, la esposa no esperó siquiera media hora después de que su marido se marchara para ir detrás del pescadero.

—Vamos a mi casa, venga. Ahora me siento segura. Ayer tuvimos mala suerte.

La primera reacción del pescadero fue oponerse, pero la mujer acabó por convencerle y, tras montarla en la bicicleta, partieron hacia la casa de la cearense. La calle estaba abarrotada de niños entregados a diversos juegos y de comadres enzarzadas en cotilleos matinales. La cearense no tuvo el menor pudor en entrar en el patio llevando al pescadero de la mano. Tras abrir la puerta de su casa, el pescadero la cogió por el brazo y le plantó un beso de tornillo. Empezó a acariciarle con fervor las partes íntimas de su cuerpo y ella le correspondió. Cuando el amante estaba desabrochando la blusa de la cearense, recibió un estacazo que lo dejó inconsciente en el suelo.

Antes de que la mujer alcanzase a lanzar el grito que su desesperación había ensayado, el cornudo la amordazó en un santiamén, la ató con una cuerda y la arrojó al hoyo que había cavado el día anterior. Ensartó después el cuchillo para el pescado en el pescadero, arrastró el cuerpo de éste encima de la mujer, que se retorcía en el fondo del hoyo, y comenzó a cubrirlos de tierra. La mordaza se desprendió y ella quiso gritar, pero la tierra que recibió en la cara se lo impidió. El de Ceará, después de enterrarlos, preparó una densa masa de cemento y tierra negra y la vertió sobre la catacumba improvisada. Finalizada la tarea, cogió la maleta, comprobó los datos del billete y se las piró a Ceará.

Cosme no llegó al bosque de Eucaliptos. Al ver un coche de los bomberos detenido en la
quadra
Catorce, se detuvo a cotillear, como los demás curiosos. Hizo ademán de correr cuando llegó un coche patrulla, alarmando a todos con la estridencia de la sirena, pero pasado el susto, se dispuso a acercarse; sin embargo, se lo pensó mejor y se limitó a preguntar sobre lo ocurrido a un niño que venía de las inmediaciones de la casa del de Ceará.

—Hay dos fiambres enterrados en aquella casa —respondió el chico sin detenerse.

Cosme juzgó conveniente irse a casa a dormir y olvidar la venta de nieve y hierba en aquella mañana siniestra. El traficante sacó las drogas y el arma del escondite y aceleró el paso hacia su casa.

—Tengo que decirte una cosa.

—Pero dila rápido porque ya voy con retraso.

—Pues que estoy encoñado contigo. ¿Sabes lo que es eso? He estado durmiendo hasta ahora y he soñado contigo mogollón. Hace tiempo que quería decírtelo, pero no he tenido oportu…

—¿Qué dices, chaval? ¿Qué rollo es ése? Habla, que no consigo enten…

—Que me tienes flipado desde hace un tiempo, ¿sabes? Si tú dejas a Silva, me voy contigo a donde sea.

—¡Hay que ver cómo son estos rufianes! ¡Un colega de mi marido tirándome los tejos!

—Yo no quiero fastidiarle. Me cae de puta madre, ¿sabes? Pero mi corazón está trastornado. Mira, para que tengas más fe en mí, te voy a decir una cosa que nunca le he dicho a ninguna tía.

—¿Qué?

—¡Te amo!

—Sólo pensaré en otro hombre cuando Silva se muera. Mientras siga vivo, él manda en mi cuerpo. ¡Hasta luego! —concluyó, e hizo una seña para detener el autobús.

Cosme cruzó la autovía Gabinal sin despegar los ojos de aquella negra sabrosona. La vio pasar el torniquete y observó cómo su escote fascinaba al cobrador. Con la mirada clavada en el suelo y la mente hecha un lío, caminó despacio por el arcén de la carretera, bajó la escalerilla y se internó por los bloques de pisos. Había cometido una tontería. Si ella le hubiese seguido el rollo, todo estaría bien, pero la muy perra no había dado pie. ¿Y si se lo dijese a Silva? Sin duda acabarían mal. Entrarle a la mujer de un amigo y no follártela es mucho peor, porque la amistad se va al carajo de todas formas y encima ni siquiera has disfrutado. Se sentía un mierda, pues, en su opinión, no existe mujer difícil sino falta de labia. Estaba tan ensimismado que se asustó al oír la voz de su compañero.

—¿Qué pasa, hermano? ¿Por qué no has currado hoy?

—¿Qué pasa? Pues que la mañana ha sido un desastre. La zona estaba plagada de polis. Había dos fiambres más en la Catorce. Me lo dijo un chaval, así que me retiré enseguida, ¿entiendes? Anda, vamos al Morrinho a fumarnos un porro. Después ponemos esto en marcha.

En el Morrinho, Silva sacó el papel mientras Cosme preparó la hierba. Silva se puso a escudriñar uno de los caserones embrujados. Iba a comentar con su compañero la posibilidad de cambiar el puesto de venta, pero no logró articular palabra, pues un tiro del revólver de Cosme le había perforado el pulmón izquierdo. El segundo tiro le reventó el corazón. El tercero entró en el antebrazo del cuerpo ya sin vida. El asesino le cogió las llaves y sacó el revólver de la cintura del cadáver de su compañero. Lamentó haber acabado así con su amigo, pero, si no lo hubiese hecho, habría muerto él. Echó un vistazo alrededor, bajó por el lado derecho del Morrinho, se zambulló en el río, se magulló a propósito y corrió hacia el lugar donde sabía que encontraría a algún amigo.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Chinelo Virado cuando vio al asesino con la ropa hecha jirones.

—Estaba en el Morrinho fumando un porro con Silva; de repente apareció la pasma y… Había mogollón de polis… Tuve que escapar…

—¿Y Silva?

—Se fue para el otro lado. No sé si le ha ido bien, ¿sabes? Sólo oí un montón de tiros… —Imitaba el ruido de los tiros—. Oye, tío, voy a encerrarme que la cosa está fea. ¿Comprendes?

Mientras se duchaba, Cosme pensaba cómo se las apañaría para que sólo Fernanda supiese la verdad. Ya había decidido huir con ella de allí, tener muchos hijos y convertirse en un currante normal y corriente. No le pesaba el crimen que había cometido: tarde o temprano tenía que ocurrir. Ya no soportaba más ver a Fernanda pidiendo a Silva que abandonase aquella vida, mientras que él no le hacía ni puto caso. ¡Cuántas veces su compañero había dejado a su mujer en casa para irse a jugar a las cartas en las esquinas, fumar maría en las escaleras de los edificios y darse algún que otro revolcón con las rameras de la noche…! Cosme, de haber estado en el lugar de Silva, no habría cambiado a Fernanda por ninguna mujer. Había resuelto dejar atrás esa vida de criminal de una vez por todas. Sabía poner ladrillos, hacer cimientos y levantar tabiques: no sería difícil conseguir un trabajo. Se afeitó con esmero debajo de la ducha, se pasó gomina por el pelo y se dirigió al piso de la mujer que amaba. Cuando supiese que había matado a Silva sólo para estar con ella, caería rendida en sus brazos.

Puso patas arriba el piso en busca de drogas y municiones: se lo daría todo a Chinelo Virado y que él hiciera lo que se le antojase con el regalo. Explicaría a sus amigos que tenía que alejarse una temporada de la favela porque oyó a la pasma gritar su nombre cuando se armó la gorda. Colocó todo lo que encontró en una bolsa de plástico. Ordenó mal y descuidadamente el desbarajuste que había ocasionado, encendió un porro y se puso a esperar sentado en el suelo de la sala.

Fernanda llegó a las tres de la mañana. Dio secamente las buenas noches y recorrió las habitaciones del piso en busca de su marido.

—¿Qué hay? ¿Silva no está aquí?

—No, se ha ido un momento a Barro Rojo para ver si consigue un tipo que nos traiga un alijo. Dentro de poco estará de vuelta… ¿Y qué hay de lo que te dije? No estoy de coña. Si te lías conmigo, consigo un buen curre, nos vamos lejos de aquí y vivimos en paz; te juro que no te estoy vacilando. Quiero tener un montón de hijos contigo. ¡Venga, decídete! ¡Ogún nos protege! —dijo Cosme con lágrimas en los ojos.

Fernanda, percatándose de la sinceridad del maleante, se sentó en el sofá, puso el bolso a un lado y se quitó las sandalias. Por su silencio, no cabía duda de que reflexionaba detenidamente sobre la propuesta. Segundos después, dijo:

—Sé que estás hablando en serio. Hace mucho tiempo que veo que tus ojos me dicen todas esas cosas, pero resulta que Silva es mi hombre. No tiene que ver con que lo lleve a él aquí dentro —añadió, mientras se palmeaba con fuerza el pecho—. He tenido ganas de dejarlo un montón de veces, pero cuando llegaba el momento no me atrevía. Y eso sólo puede ser amor de verdad.

—Pero él no te hace caso. Se tira a todas las lumis de ahí abajo. Cuando está cabreado, te da un guantazo sin ningún motivo. Yo te ofrezco una vida donde no habrá que limpiar el revólver antes de dormir ni calentar municiones en el horno ni matar a los otros ni liarse a tiros con la pasma… Estoy dispuesto a ser una persona normal y a trabajar. No quiero pasar el tiempo rodeado de cartas, de saquitos de marihuana y de papelinas de coca… Te juro por esta luz que nos alumbra, por la fuerza de Ogún, que no te va a faltar nada. Te aseguro el arroz y las alubias con el sudor del trabajo. Un montón de veces rogué a Ochalá que borrase eso que siento por ti. —Las lágrimas le caían con fluidez—. ¡Dame una oportunidad en esta vida!

—Pero es que yo no siento nada por ti. A mí me gusta realmente Silva: su manera de andar, su voz…, la forma que tiene de cogerme, la manera en que me pide las cosas…

—Está bien, voy a contarte una cosa, pero no puedes decírsela a nadie, porque lo he hecho solamente por ti.

—¿Y qué es?

—He matado a Silva sólo para quedarme contigo. ¡Tú misma dijiste que sólo saldrías con otro si él moría! —le recordó Cosme.

Fernanda enmudeció. Bajó la cabeza, se tumbó después en el sofá y fijó su mirada en los ojos de Cosme.

—¡Vale! ¡Ahora creo en ti! Nos largaremos ahora mismo.

En menos de una hora prepararon la maleta y ambos se marcharon de allí para no volver jamás.

Sólo los amigos más íntimos y los miembros de la familia fueron al entierro de Silva, porque los demás ya se habían enterado del crimen que él había cometido el sábado y lo reprobaban.

Todos querían al muchacho que había muerto en sus manos. Amigo de los niños, les armaba cometas; respetaba a todo el mundo; desfilaba en el bloque carnavalesco Aprendices de Gávea desde muy pequeño. Todos los que quedaban del Parque Proletario lo consideraban un amigo. Almorzaba en la casa de cualquiera, estaba siempre dispuesto a hacer algún favor. Sin duda era medio lunático, metomentodo, un poco maleducado y de vez en cuando cometía algún atraco, pero habría sido incapaz de matar a una persona: solía decir que, si la víctima intentaba reaccionar, él saldría corriendo, que nada de matar a nadie. En el velatorio, los amigos consolaron a su madre. Le decían que el asesino también moriría en breve, porque su hijo había caído boca abajo.

Pocas horas antes de que Cosme lo asesinase, algunos muchachos de la barriada se habían encarado con Silva, asegurando que la había cagado, pues eso de matar a alguien por la farlopa eran cosas de rufián chapado a la antigua. Silva se había justificado alegando que el otro le había afanado la carga de marihuana.

«Nada de eso, tú lo mataste porque te dio la gana. ¡Yo mismo vi cómo el policía militar se llevaba la droga, chaval!», le contestó con acritud Japão, uno de los muchachos del barrio.

Silva se calló; sabía que Japão decía la verdad. Sus interlocutores lo miraron fijamente durante un buen rato. Aquel silencio denotaba su pérdida de prestigio, y era una prueba evidente de que la había cagado. Su alma consternada se revelaba en su cuerpo mediante escabrosos escalofríos. Y lo peor de todo era que aquel infeliz había caído boca abajo. Tenía que esconderse. Desanimado, se levantó del bordillo y se dirigió con paso cansino hacia su casa. En el camino se encontró con su compañero y acabó como tenía que acabar.

—Tutuca se cargó a tres en aquel atraco que hizo en Tacuara y después se largó a la carrera. Ya habíamos conseguido un botín estupendo y nos habíamos ido a toda pastilla y, entonces, cuando subíamos por una cuesta llena de baches, Tutuca ordenó parar el coche y nos dijo: «Vosotros a lo vuestro». Fue solo, armó la bronca y le salió bien… Ahora le ha dado por atracar solo y volver lleno de pasta en el bolsillo, diciendo que se ha cargado a dos o tres de una vez. Está muy raro. Todos los lunes desaparece y nadie es capaz de encontrarlo. Por ahí comentan que está loco… Se pasa la vida diciendo que nadie puede con él; ha conseguido que Cabeça de Nós Todo salga pitando un montón de veces y además se enfrenta a los civiles sin correr. Tendrías que haber visto la que se armó cuando Cabeça de Nós Todo e Irán pasaban por la Principal; ellos no le habían visto porque él estaba en el bar de Tom Zé tomando una birra. Cuando descubrió a los polis, cruzó la calle y, sin llevarse la mano al revólver, les dijo que se fueran a tomar por culo. Entonces los policías se abalanzaron sobre él y no le encontraron ni una china. ¿Te das cuenta? Después él disparó contra ellos. Cabeça de Nós Todo e Irán se fueron al carajo y él se quedó riendo —le contó Martelo a Cleide cuando se acostaron, un mes después de la muerte de Silva.

Other books

Steady Beat by Lexxie Couper
Reckless Passion by Stephanie James
Carolyn Davidson by The Forever Man
The Wonder by J. D. Beresford
Inventing Iron Man by E. Paul Zehr