Codigo negro (Identidad desconocida) (39 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, Thriller

—Con excepción de los pósters, Interpol es una organización que no maneja papeles —explicó Talley.

Nos acompañó a un ascensor.

—Los registros en papel son escaneados electrónicamente a nuestra unidad principal de computación, donde quedan por un período limitado y después son destruidos.

Oprimió el botón de la planta baja.

En el exterior de la cafetería, armaduras y un águila rampante de bronce custodiaban a todos los que ingresaban en ella. Las mesas estaban ocupadas por varios cientos de hombres y mujeres con ropa de negocios, todos policías que habían llegado allí desde infinidad de partes del mundo para combatir distintas actividades delictivas organizadas que iban desde robo y falsificación de tarjetas de crédito en los Estados Unidos a números de cuentas bancarias que involucraban tráfico de cocaína en África. Talley y yo optamos por pollo asado y ensalada. Marino, en cambio, prefirió costillas a la parrilla.

Nos instalamos en un rincón.

—El secretario general no suele interesarse directamente por ningún caso en particular como ocurrió con éste —nos aclaró Talley—. Se los digo para que se den una idea de lo importante que es.

—O sea que deberíamos sentirnos honrados —dijo Marino.

Talley cortó un pequeño trozo de pollo y mantuvo el tenedor en la misma mano, siguiendo un estilo europeo.

—Yo no quisiera que nos encegueciera lo mucho que deseamos que ese cuerpo no identificado sea el de Thomas Chandonne —prosiguió Talley.

—Sí, claro. Sería muy embarazoso que sacaran de la inmensa computadora que tienen ese aviso con código negro y, después, ¿qué? Resulta que el hijo de puta no está muerto y que el hombre lobo no es más que un chiflado local que sigue matando. No existe ninguna relación entre los dos —dijo Marino—. Entonces es posible que bajen un poco las acciones de Interpol ¿verdad?

—Capitán Marino, no se trata de acciones —dijo Talley y lo miró fijo—. Sé que usted ha trabajado en muchos casos difíciles en su carrera. Sabe bien cuánto tiempo llevan. Necesitamos liberar a nuestra gente para que pueda trabajar en otros crímenes. Necesitamos abatir a las personas que se ocultan detrás de esa basura. Necesitamos destruirlas.

Apartó la bandeja sin terminar la comida. Sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo interior del saco.

—Ésta es una cosa buena de Europa —dijo y sonrió—. Mala para la salud pero no antisocial.

—Bueno, déjeme que le pregunte una cosa —añadió Marino—. Si no se trata de acciones, ¿entonces quién paga toda esta mierda? Learjets, Concordes, hoteles elegantes, para no mencionar los Mercedes.

—Aquí, muchos de los taxis son marca Mercedes.

—En casa preferimos los Chevies y Fords desvencijados —dijo Marino con ironía—. Ya sabe, compre norteamericano.

—Interpol no tiene la costumbre de suministrar Learjets ni hoteles de lujo —aclaró Talley.

—¿Entonces quién lo hizo?

—Creo que podría preguntárselo al senador Lord —respondió Talley—. Pero permítame que le recuerde una cosa. El crimen organizado tiene que ver con el dinero, y la mayor parte de ese dinero proviene de gente honesta, de compañías y comerciantes honestos que quieren hacer desaparecer esos carteles tanto como nosotros.

Los músculos de la mandíbula de Marino comenzaron a flexionarse.

—Sólo puedo sugerir que no es mucho pedir que una compañía importante compre un par de pasajes en Concorde si millones de dólares en equipos electrónicos o incluso armas y explosivos están siendo desviados.

—¿Quiere decir que alguna compañía tipo Microsoft pagó por todo esto? —preguntó Marino.

La paciencia de Talley estaba siendo puesta a prueba. No le contestó.

—Se lo estoy preguntando. Quiero saber quién pagó por mi pasaje. Quiero saber quién demonios me revisó la valija. ¿Algún agente de Interpol? —insistió Marino.

—Interpol no tiene agentes. Tiene enlaces con varios departamentos de fuerzas del orden. El ATF, el FBI, el servicio postal, los departamentos de policía, etcétera.

—Sí, claro. Como que la CIA no husmea a la gente.

—Por el amor de Dios, Marino —dije.

—Quiero saber quién demonios me revisó la valija —dijo Marino y su cara adquirió un tono más intenso de rojo—. Eso me enfurece más de lo que lo hizo ninguna otra cosa en mucho tiempo.

—Ya veo —admitió Talley—. Tal vez debería quejarse a la policía de París. Pero imagino que, si tuvieron algo que ver con eso, fue por el propio bien de usted. Por ejemplo, por si usted traía un arma.

Marino no dijo nada.

—Supongo que no trajiste ninguna —le dije a Marino con incredulidad.

—Cuando alguien no está familiarizado con los viajes internacionales, bueno, se pueden cometer errores inocentes —agregó Talley—. Sobre todo los policías norteamericanos, que están acostumbrados a llevar armas a todas partes y quizá no entienden en qué problemas serios se podrían meter aquí.

Marino permaneció callado.

—Sospecho que la única motivación fue prevenir toda clase de inconvenientes para cualquiera de los dos —aseguró Talley.

—Está bien, está bien —gruñó Marino.

—Doctora Scarpetta —dijo entonces Talley—, ¿está usted familiarizada con el funcionamiento de nuestro poder judicial?

—Bueno, lo suficiente como para alegrarme de que no lo tengamos en Virginia.

—El juez es nombrado en su cargo de por vida. El patólogo forense es nombrado por el magistrado, y es éste quien decide qué pruebas se envían a los laboratorios e incluso cuál es la forma de la muerte —explicó Talley.

—Como lo peor de nuestro sistema —dije—. Cada vez que están involucrados la política y los votos…

—El poder —acotó Talley—. La corrupción. La política y la investigación criminal nunca deberían estar en el mismo cuarto.

—Pero lo están. Todo el tiempo, agente Talley. Incluso quizás aquí, en su organización —dije.

—¿En Interpol? —Pareció encontrar muy divertido mi comentario—. En realidad no existe ninguna motivación para que Interpol tome el camino equivocado, por santurrona que pueda sonar esta afirmación mía. No tomamos crédito por nada. No queremos publicidad, automóviles, armas ni uniformes; no peleamos por jurisdicciones. Tenemos un presupuesto sorprendentemente bajo para lo que hacemos. Para la mayoría de las personas, ni siquiera existimos.

—Usted usa el plural como si fuera uno de ellos —comentó Marino—. Estoy confundido. De pronto usted es ATF y al minuto siguiente, es un agente secreto. De todos modos, ¿cómo fue que terminó aquí?

—Mi padre es francés; mi madre, norteamericana. Pasé casi toda mi infancia en París, y después mi familia se mudó a Los Ángeles.

—¿Y después?

—Facultad de Derecho. No me gustó y terminé en el ATF.

—¿Cuánto hace de esto? —Marino continuó con el interrogatorio.

—Hace cerca de cinco años que soy agente.

—¿Ah, sí? ¿Y durante cuánto tiempo lo fue aquí? —Marino se ponía más beligerante con cada pregunta.

—Dos años.

—Qué cómodo. Tres años en la calle y después termina aquí bebiendo vino y metido en este gran castillo de vidrio con toda esa gente importante.

—Sí, he sido muy afortunado. —La respuesta cortés de Talley escondía cierto sarcasmo—. Tiene mucha razón. Supongo que me ayudó algo el hecho de saber hablar cuatro idiomas y de haber viajado mucho. También me metí en computación y estudié derecho internacional en Harvard.

—Voy al baño —dijo Marino y se puso de pie en forma abrupta.

—Lo que terminó de molestarlo fue lo de Harvard —le comenté a Talley cuando Marino se alejó.

—No fue mi intención fastidiarlo —dijo.

—Desde luego que sí.

—Caramba, ¿tan mala impresión se formó de mí en tan poco tiempo?

—Marino no suele comportarse así siempre —continué—. Una nueva autoridad policial lo hizo volver a usar uniforme, lo suspendió e hizo todo lo posible por destruirlo.

—¿Cómo se llama ese tipo? —preguntó Talley.

—No es ningún tipo; es una mujer —respondí—. Y, en mi experiencia, a veces las mujeres en posición de autoridad son peores que los hombres. Se sienten más amenazadas, más inseguras. Tienden a rivalizar con las otras mujeres, cuando deberían ayudarse mutuamente.

—Usted no parece ser así. —Me observó.

—El sabotaje lleva mucho tiempo.

Él no supo cómo tomarlo.

—Descubrirá que soy una persona muy directa, agente Talley, porque no tengo nada que ocultar. Tengo metas concretas y me propongo alcanzarlas. Lucharé con usted o no lo haré. Lo enfrentaré o no, y en caso afirmativo, lo haré estratégicamente pero con misericordia, porque no tengo interés en ver sufrir a nadie. A diferencia de Diane Bray. Ella envenena a la gente y después se sienta a contemplar el espectáculo, y disfruta al ver que la persona en cuestión se hace pedazos lenta y dolorosamente.

—Diane Bray. Bueno, bueno —dijo Talley—, basura nuclear en ropa ajustada.

—¿La conoce? —pregunté, sorprendida.

—Ella finalmente se fue de Washington para poder arruinar algún otro departamento de policía. Yo estuve un período breve en el departamento central antes de que me asignaran aquí. Bray siempre trataba de coordinar lo que sus agentes hacían con lo que el resto de nosotros hacía. Ya sabe, el FBI, el Servicio Secreto, nosotros. No quiero decir con esto que está mal que la gente trabaje en equipo, pero ésa no era la intención de ella. Lo que quería era conectarse bien con las personas en posición de autoridad, de poder, y vaya si lo consiguió.

—No quiero gastar energía hablando de ella —señalé—. Esa mujer ya me quitó demasiado.

—¿Desea algún postre?

—¿Por qué no se analizaron las pruebas en los casos que tuvieron lugar en París? —pregunté para volver al tema que me interesaba.

—¿Y un café?

—Lo que quisiera es una respuesta, agente Talley.

—Jay.

—¿Por qué estoy aquí?

Él vaciló y miró hacia la puerta como si le preocupara la posibilidad de que entrara alguien que no deseaba ver. Decidí que pensaba en Marino.

—Si el asesino es ese chiflado Chandonne, como sospechamos, entonces su familia preferiría que su desagradable costumbre de apuñalar, golpear y morder a mujeres no se hiciera pública. De hecho —hizo una pausa y su mirada me perforó los ojos—, parecería que su familia ni siquiera querría que se supiera que él estaba en este planeta. Es algo así como el «secreto sucio» de los Chandonne.

—¿Entonces cómo sabe que él existe?

—Su madre dio a luz a dos varones. Y en los registros no figura que uno haya muerto.

—Lo que parece es que no hay registro de nada —dije.

—No en papel. Hay otras maneras de averiguar cosas. La policía ha pasado cientos de horas entrevistando a personas, en especial los que viven en la Île Saint-Louis. Además de lo que alegan los ex compañeros de clase de Thomas, existe una especie de leyenda en el sentido de que se ha visto a un hombre que camina por la orilla de la isla por las noches o muy temprano por la mañana, cuando todavía está oscuro.

—¿Este personaje misterioso nada o sencillamente camina cerca del río? —pregunté. Pensaba en las diatomeas de agua dulce que encontramos en el interior de la ropa del muerto.

Talley me miró con sorpresa.

—Es extraño que me lo pregunte. Sí. Hemos recibido informes de que un hombre blanco nada desnudo en el Sena en la orilla de la Île Saint-Louis. Incluso cuando hace mucho frío. Y siempre cuando está oscuro.

—¿Y usted cree en esos rumores? —pregunté.

—No me corresponde a mí creer o no creer.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Nuestra misión aquí es facilitar y lograr que todas las tropas piensen y trabajen juntas, no importa dónde estén o quiénes sean. Somos la única organización en el mundo que podemos hacerlo. Yo no estoy aquí para jugar al detective.

Calló por un momento prolongado y me miró para encontrar lugares que yo tenía miedo de compartir con él.

—No es mi intención parecer un especialista en perfiles psicológicos, Kay —aclaró.

Él sabía lo de Benton. Por supuesto que lo sabía.

—No tengo esa habilidad y, por cierto, tampoco la experiencia necesaria —agregó—. Así que no pienso empezar a trazar un retrato del tipo que está haciendo esto. Me da igual cuál es su aspecto, cómo camina o habla… lo único que sé es que habla francés y, quizá, también otros idiomas.

»Una de las víctimas era italiana —prosiguió—. No hablaba inglés. Cabe preguntarse si él no le habrá hablado en italiano para conseguir que lo dejara entrar.

Talley se echó hacia atrás en su asiento y tomó el vaso de agua.

—Este individuo tuvo amplias oportunidades de ser autodidacta —explicó Talley—. Es posible que vista bien, porque Thomas tenía fama de ser amante de los automóviles veloces, la ropa de marca, las alhajas. Tal vez ese hermano despreciable que tenían oculto en el sótano recibía la ropa que dejaba de usar Thomas.

—Los jeans que usaba el hombre no identificado le quedaban un poco grandes de cintura —recordé.

—Supuestamente, el peso de Thomas era variable. Se esforzaba mucho por ser delgado, era muy vanidoso con respecto a su aspecto personal. De modo que, ¿quién puede saberlo? —dijo Talley y se encogió de hombros—. Pero de una cosa sí estoy seguro: si su supuesto hermano era tan raro como dice la gente, dudo mucho que saliera de compras.

—¿Realmente piensa que esa persona vuelve a su casa después de uno de sus asesinatos y sus padres le lavan la ropa ensangrentada y lo protegen?

—Bueno, alguien lo protege —repitió Talley—. Por eso todos estos casos en París se han detenido en la puerta de la morgue. No sabemos qué pasó después, fuera de lo que ya le mostramos a usted.

—¿El magistrado?

—Alguien con mucha influencia. Podría ser cualquiera de entre una cantidad de personas.

—¿Cómo hizo para conseguir los informes de las autopsias?

—Por el camino normal —respondió—. Le pedimos los registros a la policía de París. Y lo que ve es todo lo que tenemos. Ninguna prueba se envió a los laboratorios, Kay. Ningún sospechoso. Ningún juicio. Nada, excepto que la familia probablemente se cansó de proteger y ocultar a su hijo psicópata, quien no sólo es un motivo de vergüenza sino también un problema potencial.

—¿De qué manera el hecho de probar que el hombre lobo es el hijo psicópata de los Chandonne lo ayudará a terminar con el cartel Ciento Sesenta y Cinco?

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