Cómo ser toda una dama (14 page)

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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

—Vete al infierno, Jinan Seton.

Él se echó a reír, aunque en esa ocasión no fue una risa agradable.

—Me temo que llegas demasiado tarde. Hace años que pasé por allí.

Viola se obligó a tragar saliva, pese al doloroso nudo que tenía en la garganta.

—Ahora mismo no se me ocurre otra cosa peor que desearte.

—Esperaré encantado —replicó al tiempo que hacía una reverencia.

Viola soltó el aire con fuerza y bajó del bauprés de un salto para alejarse de él. Sin embargo, no fue al alcázar. La noche había caído y ya no sentía la añoranza que la ayudaba a aclararse las ideas y a librarse de la confusión.

Esa era la razón por la que le gustaba tanto estar en el alcázar, por la que le encantaba el crepúsculo y le provocaba esa sensación dolorosa y placentera a la vez. Porque además del dolor que la invadía por haber perdido a sus seres queridos, estaban los peligros de la vida diaria en el mar que convertían el afecto de los rudos y curtidos marineros en algo incierto. De modo que la única certeza en su vida era la soledad.

La soledad no era como el amor. La soledad era algo puro. Era constante. Jamás la abandonaría.

Y, en esos momentos, la soledad tenía el rostro de un hombre.

Capítulo 11

Pescadería
Odwall Blankton
, lonja de Billingsgate.

R
ECIBO DE COMPRA
:

  • 4 kg de caballa, ahumada
  • 8 kg de lenguado
  • 1 docena de langostas, vivas
  • 2 kg de caviar
  • 3 docenas de ostras
  • 20 limones

D
IRECCIÓN DE ENTREGA
: A la atención de
La Dama de la Justicia
,
Brittle & Sons
, editores, Londres.

N
OTA ADJUNTA
: Milady, con mis mejores deseos.
Halcón Peregrino
.

Capítulo 12

—¿Matthew? —Viola deslizó una mano por uno de los gruesos radios del timón. Sentía el azote del viento en las mejillas. A sotavento se avistaba tierra, playas de arena blanca, altas palmeras y yucas. En menos de media hora, llegarían a Puerto España, en la isla inglesa de Trinidad.

—¿Capitana? —Matthew la saludó, llevándose la mano a la gorra. Sus curtidas mejillas se sonrojaron. A pesar de ser un hombre muy corpulento, era tan tímido como una jovencita.

—¿Sois cazarrecompensas? ¿A eso se dedicaba la
Cavalier
desde que abandonó la piratería?

El hombre arrugó su enorme nariz y se rascó detrás de una oreja.

—Sólo somos marineros, señora.

—Menos el capitán Jin —
Pequeño
Billy estaba sentado sobre un rollo de soga, limpiándose los dientes con un palo que era tan largo como su escuálido brazo—. Siempre está detrás de gente perdida que tiene que llevar a casa.

—¿Ah, sí? —eso explicaba muchas cosas: su determinación y su firme disposición. Incluso mientras la besaba, pensó.

Viola había llegado a pensar que tal vez la había besado para animarla a hacer lo que él quería. Muchos hombres tenían a las mujeres por cabezas de chorlito. Sin embargo, por más que la irritara, no creía que Jin Seton pensara eso de ella. Que la tuviera por una irresponsable y una loca, sí. Pero no por tonta.
El Faraón
no se habría puesto al servicio de una capitana a la que creyera imbécil, ni siquiera para asegurarse de cumplir su objetivo.

—Y da igual donde estén —añadió Billy con voz cantarina—. O si quieren venir. El capitán Jin no se detiene hasta que encuentra a su hombre —mordió el palo, que sobresalía entre sus dientes—. O a su mujer, señora. Quiero decir, capitana.

Viola sonrió. Billy podía parecer tonto, pero en realidad era muy listo. Sabía que Seton había ido a por ella.
Gran
Mattie y Matouba también lo sabían. Sin embargo, los miembros de su tripulación todavía lo ignoraban.

Resultaba curioso que unos antiguos piratas fueran tan discretos.

—¿Qué tipo de gente busca? —además de ella, claro. La había perseguido hasta encontrarla. La idea aún le resultaba sorprendente y le provocaba una sensación incómoda. El legendario pirata la había buscado por dinero. Un dinero que le había prometido su cuñado, el conde.

Sin embargo, no la había besado como si le pagaran por hacerlo. La había besado como si quisiera hacerlo. Como si lo necesitara.

—De todo tipo —respondió Billy alegremente mientras acomodaba su huesudo trasero sobre la soga.

El viento era fresco y los hombres estaban contentos porque se aproximaba el final de la travesía. Ella, en cambio, estaba tan nerviosa que tenía un nudo en el estómago. Debería estar pensando en Aidan. Debería estar emocionada por la idea de verlo después de lo que le parecían siglos. Y lo estaba. Desde luego que lo estaba.

Pero no dejaba de pensar en otro hombre.

—¿En serio? —insistió.

Billy asintió con la cabeza.

—A veces son damas. A veces son caballeros.

—¿Damas y caballeros? —le preguntó ella.

¿Se dedicaría a eso de forma habitual desde que abandonó la piratería? ¿Se dedicaría a buscar personas que habían sido secuestradas como ella? Era ridículo. El número de personas que habría sufrido el mismo destino sería incalculable.

—Algunos —terció Mattie con voz gruñona y con el ceño fruncido. Tenía unas espesas cejas castañas—. Otros son rufianes.

—Como esos escoceses que estuvimos persiguiendo en el norte —confirmó Billy, que seguía mordisqueando el palillo.

—¿Damas, caballeros y rufianes? Y en el norte. Habéis estado muy ocupados, ¿verdad, chicos?

Ambos asintieron en silencio.

Ella era una más de entre muchos. Los nervios se convirtieron en una pesada bola en el interior de su estómago.

—Estoy segura de que tenéis un establecimiento preferido en cada puerto —se escuchó decir—. Y una mujer, claro —sonrió como solía hacer con
Loco
y Frenchie cuando hablaban de sus esposas.

Billy se puso muy colorado.

—Billy, ya veo que no —añadió ella mientras se reía por lo bajo—. Y tú, Matthew, ¿hay una mujer especial en algún puerto? —parecía incapaz de morderse la lengua.

Las barbudas mejillas de Matthew también se sonrojaron.

—Tiene una muy bonita en Dover —respondió Billy.

—Una mujer afortunada, como la mujer de tu capitán —replicó ella.

—El capitán no tiene mujer, señora —Billy se rascó la coronilla—. No le duran más de una noche.

Viola se quedó sin habla.
Gran
Mattie frunció el ceño aún más.

—Al capitán no le gusta mantener relaciones largas con las mujeres —murmuró el hombretón mientras la miraba con una expresión perspicaz—. No es un hombre constante.

—Ah, claro, por supuesto —se obligó a replicar Viola y a asentir con la cabeza.

Decidió concentrarse en la costa, ya que no le resultaba muy conocida. Sólo había visitado a Aidan en una ocasión desde que él adquirió la plantación. En aquel entonces, había desbrozado los campos y la caña de azúcar crecía en largas hileras. Sin embargo, ni siquiera tenía un tejado sobre las tablas recién puestas en el suelo de su nuevo hogar. De eso hacía dos años, así que la casa debía de estar terminada. Ya no tendrían que hacer el amor en un rincón de la cocina infestado de moscas y mosquitos, cubierto por hojas de palmera por las que se colaba la lluvia.

Aunque en dicha ocasión apenas si hicieron el amor. Aidan estaba cansado y nervioso por un problema suscitado entre el capataz y los jornaleros que trabajaban los campos. De modo que cuando satisfizo su deseo con ella, se marchó para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos y la dejó anhelando algo más. Otra cosa.

De hecho, no conocía otra cosa. Se había entregado a Aidan cuando tenía diecisiete años, cuando Fionn enfermó y acudió a Aidan en busca de consuelo. Después, lo repitió unas cuantas veces más. Él jamás la presionaba. Era un caballero.

Su mirada recorrió la costa. Dos años atrás, antes de abandonar esa isla, él la besó, le dijo que era la persona más importante de su vida, que siempre la amaría, y juró escribirle. Meses después, cuando llegó una carta, Viola leyó con una mezcla de alegría y confusión sus renovadas promesas sobre el futuro que compartirían. Aún deseaba casarse con ella. Debía concederle un poco más de tiempo para asentarse en esa nueva vida antes de que le pidiera que se reuniera con él. Aidan fue un contable antes de ser marinero, y debía acostumbrarse a las obligaciones de un terrateniente. Una vez que lo hiciera, la mandaría llamar y se casarían.

Pasaron cinco meses entre esa carta y la siguiente. En ella, le hablaba del mal tiempo, de los díscolos trabajadores y de los molestos impuestos, y le reiteró su amor. Seis meses después llegó la tercera, con el mismo contenido. Desde entonces, Viola sólo había recibido la breve nota donde Aidan le confirmaba que había recibido las noticias de su visita y que la esperaba ansioso.

A lo largo de la costa se alzaban altísimos acantilados cubiertos de un verde esmeralda muy intenso bajo el sol matinal. Dejó que sus ojos disfrutaran contemplando la vegetación mientras intentaba localizar los nervios que deberían provocarle un hormigueo en el estómago por la emoción de volver a verlo después de tanto tiempo. Sin embargo, sus entrañas parecían vacías.

Tal vez necesitara comida.

—Matthew, ¿conoces este puerto?

El timonel asintió con la cabeza.

—Estuve viniendo dos veces al año durante un tiempo.

—¿Nos guiarás, pues?

—Sí, capitana.

—Gracias —Viola sonrió y le entregó el timón, tras lo cual se volvió hacia la escalera.

—Siempre tan educada —Seton la observaba apoyado en la barandilla, a los pies de la escalera—. Estás consintiendo a mis hombres. Después, esperarán que yo los adule y se llevarán una desilusión al ver que no es así —esos preciosos labios esbozaron el más leve amago de sonrisa.

Viola sintió un hormigueo en el abdomen.

Se aferró a la barandilla. Eso no debía ocurrir. Amaba a Aidan. Lo vería en cuestión de horas. Debería estar pensando en él. No obstante, era incapaz de apartar la mirada del apuesto rostro de su segundo de a bordo.

Los ojos claros de Seton la miraron con seriedad, y la sonrisa desapareció.

—¿Qué pasa? —le preguntó, apartándose de la barandilla mientras ella bajaba el último peldaño—. Algo va mal, dímelo.

Viola tragó saliva para ver si así conseguía hablar.

—Nada. Estoy un poco mareada, supongo. Se me ha olvidado almorzar.

Él frunció el ceño.

—No es de extrañar. Ni siquiera son las diez.

—Pues entonces voy ahora mismo —Viola se encaminó hacia la otra escalera.

—Estamos a punto de llegar al puerto. ¿No quieres quedarte en cubierta?

—Sí —se detuvo—. Sí, claro.

Seton la miró con gesto interrogante. Sin embargo, ella sentía el corazón desbocado y no se le ocurrió nada que replicar. Se dio media vuelta y echó a andar hacia proa. Siguió en su puesto hasta que rodearon el cabo y viraron hacia el puerto. A partir de ese momento, comenzaron las maniobras de fondeo y tuvieron que anunciar su presencia a las autoridades portuarias que se acercaron en un pequeño bote, de modo que ya no tuvo tiempo para alimentar absurdas confusiones. Era una corsaria respetable que acababa de atracar en un puerto aliado. Cumpliría su papel con facilidad.

Seton incluso le facilitó las cosas. Mientras que
Loco
solía correr de un lado para otro gritándoles órdenes a los hombres,
El Faraón
parecía mantener el control sobre la tripulación en todo momento y no necesitó hablar mucho. El resto del tiempo lo pasó a su lado, en silencio, con las manos unidas a la espalda y las piernas separadas, aguardando sus órdenes.

No parecía haber mucho ajetreo en el puerto, ya que apenas había barcos atracados o en los muelles. Un viejo balandro desvencijado y una goleta que ni siquiera valía el precio de sus aparejos se mecían en las tranquilas y verdes aguas del puerto. Ambas embarcaciones parecían extranjeras. También había un sinfín de barcas de pesca y un par de embarcaciones de recreo.

Una vez que firmaron los documentos precisos, que el cargamento de la
Tormenta de Abril
quedó asentado en el registro a fin de pagar los impuestos correspondientes, que los barriles y las cajas fueron desembarcados y colocados en carretas mientras los hombres cantaban, Viola por fin bajó a su camarote en busca de su bolsa de viaje. Cuando reapareció en cubierta, quedaban pocos marineros a bordo. La tripulación mínima para custodiar el barco por la noche hasta que ella regresara por la mañana a fin de alejar el barco del muelle y anclarlo en la bahía.

Seton la esperaba sentado en un barril junto a la pasarela, con las largas piernas estiradas al frente y la vista clavada en ella.

Al verla, se puso en pie y se acercó.

—¿Siempre eres la última en bajar cuando llegas a puerto?

—Sí.

Lo vio asentir con gesto pensativo mientras extendía un brazo para coger su bolsa. Ella se lo impidió, alejándola.

—No te atrevas —sentía un nudo en la garganta.

Él enarcó las cejas.

—No eres mi criado —adujo Viola.

—Pues no.

—Entonces, ¿por qué tienes que llevar mis cosas?

Seton retrocedió y la miró con recelo.

—Entiendo que lo haces para negar tu sexo.

—No lo estoy negando. Lo que hago es restarle importancia.

—Entiendo.

—¿De verdad?

—Creo que empiezo a entenderlo —cogió su bolsa y se la echó al hombro—. Espero que no te resulte una impertinencia imperdonable por mi parte, pero he dispuesto que nos espere un carruaje —dijo a la ligera.

Seton había comprendido que debía demostrar su valía en cada puerto, que debía crear una buena impresión y dejar que la trataran como a cualquier otro capitán de barco. Comprendía que esa había sido su vida durante los últimos dos años, desde que su padre murió. El hecho de que lo hubiera comprendido sin necesidad de que ella se lo explicara le aceleró un poco más el corazón.

—Gracias. Antes necesito ir al hotel que está al otro lado de la calle —dijo, señalando hacia la ciudad, cuya calle principal estaba muy tranquila bajo el sol de mediodía.

—Como desees —señaló hacia la pasarela por la que bajarían hasta el puerto—. Señora.

—¡Nada de reverencias!

—¿Te importaría dejar de mascullar órdenes ahora que estamos en tierra?

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