Cómo ser toda una dama (12 page)

Read Cómo ser toda una dama Online

Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

—Jason Pettigrew. Un amigo de mi padre —colocó los brazos en jarras—. Fionn capitaneó uno de sus bergantines antes de la guerra. Jason siempre decía que… —se le quebró la voz y frunció el ceño.

—¿Acompañaste a tu padre a bordo de ese barco? —preguntó él, intentando animarla para que continuara.

—Fionn casi siempre me llevaba con él.

—¿Desde el principio?

—Sí. Seton, ¿esto es un interrogatorio? ¿Quieres que me siente y que te cuente mi vida? ¿O quizá prefieres leer mis diarios? Aunque tal vez sean demasiado aburridos para tu gusto.

—Sospecho que serán tan fascinantes como su autora.

Viola lo miró en ese momento. Sin embargo, ya no fruncía el ceño. Lo miraba con recelo. Sin mediar palabra, se dio media vuelta y comenzó a subir la escalera.

Jin la siguió, observando las curvas de sus caderas.

—¿Ordeno que trasladen el cargamento?

—Sólo el agua fresca. Tenemos aprovisionamiento de sobra.

—¿Y qué hacemos con los cuerpos?

Ella lo miró de reojo, sorprendida. Jin sostuvo su mirada sin flaquear. Si lo creía un ser inhumano, en otra época no habría andado muy desencaminada.

—Diles a los muchachos que corten los aparejos y las velas para envolverlos. Los enterraremos al atardecer.

—Sí, capitana.

Viola le entregó la pistola y el sable a Sam. Acto seguido se desabrochó el chaleco y se quitó los zapatos. Después se acercó a la barandilla mientras aferraba el puñal que llevaba al cincho.

Jin frunció el ceño.

—¿Qué vas a hacer?

Ella esbozó una sonrisa torcida que le produjo un efecto inmediato en la entrepierna antes de lanzarse de cabeza al mar.

Capítulo 9

Jin se abalanzó hacia ella para sujetarla, pero llegó demasiado tarde y acabó aferrando la barandilla mientras ella desaparecía bajo la grisácea superficie.

—¡Por todos los infiernos…!

—A la capitana le dan estos prontos, señor, ya lo creo que sí —dijo Sam.

—¿Que le dan prontos? —mareado y con el corazón en la garganta, el pánico lo ahogaba como las olas que se habían tragado a Viola Carlyle. Clavó la mirada en el océano—. ¿Qué está haciendo?

—No lo sé, señor. Supongo que está buscando algo. Pero tiene buenos pulmones.

—Al bote —dijo mientras lanzaba la escala.

Fue el momento más largo de su vida, incluyendo los que pasó veinte años antes, encadenado con grilletes de hierro a la bodega del barco negrero mientras cruzaba el Atlántico. Pasaron dos minutos. Y más. Se quitó el gabán, dispuesto a zambullirse. Y en ese momento la cabeza de Viola apareció en la picada superficie del océano y él por fin pudo respirar, si bien de forma superficial.

La vio nadar hacia el bote, levantando los brazos por encima de las olas y con el pelo pegado a la cabeza. Y no sólo el pelo. Llevaba una cuerda, cubierta con algas que se le pegaban a la cara, sujeta entre los dientes.

Se inclinó sobre el borde del bote y la cogió, ayudado por el señor French, y con un gran chapoteo consiguieron subirla. Viola se sacudió el agua e intentó recuperar el equilibrio, pero Jin no la soltó. Tras quitarse la soga de la boca, recuperó el objeto que sujetaba y que ella llevaba a la espalda. La soga le dejó restos verdosos en la cara, el cuello y la camisa blanca, que se le pegaba al cuerpo. Un cuerpo que tiritaba de frío.

La envolvió con su gabán.

—¿Qué ha pescado, capitana?

—Un tesoro, Ayo, por supuesto.

Viola sonrió al marinero mientras esperaba que la tormenta se desatara con más turbulencia a su lado. Seton le sujetaba el brazo como un grillete. La arrastró hacia uno de los asientos, la soltó y los marineros bajaron los remos al agua. Viola agradeció su rapidez, y también el gabán de Seton. El mar era inmisericorde ese día. Estaba acostumbrada a largas zambullidas, pero había permanecido sumergida más tiempo del que debería en esa ocasión. Le castañeteaban los dientes y la cabeza le daba vueltas.

Seton ni habló ni la miró. Tras dejar en su regazo la cajita que había recuperado del barco hundido, lo miró de reojo. Tenía un tic nervioso en el mentón, de modo que cerró los ojos.

Al cabo de unos minutos, que pasaron volando, estaban de nuevo en el barco, al que subió por la escala, empapada y helada. A su espalda, Seton les ordenó a los marineros que trasladaran las reservas de agua del mercante a la bodega de la
Tormenta de Abril
. Viola echó a andar hacia la escalera. Él la siguió, pero se mantuvo en silencio mientras dejaban atrás a los marineros que se agolpaban en la cubierta principal. Cuando colocó un pie en el primer escalón, Seton por fin habló, aunque lo hizo con voz firme y serena.

—Supongo que Pettigrew te habló en alguna ocasión de esa caja.

Ella bajó los escalones, apretando con más fuerza el tesoro que tanto esfuerzo le había costado conseguir. Había perdido el puñal con el último clavo que sujetaba la cajita al casco del barco, que se había soltado de repente, haciendo que se le escurriera la empuñadura de entre los dedos dormidos.

—Evidentemente.

—Su contenido tiene que ser valiosísimo —la siguió hacia su camarote, pero ese tono sereno no la engañaba—. He oído hablar de esos tesoros. De cajas sencillas con contenido de valor incalculable. Entiendo que se puedan correr riesgos tontos para recuperar semejante objeto —su voz adquirió un tono cortante.

—No ha sido una tontería. En otras ocasiones, he permanecido debajo del agua más tiempo.

—Sam me lo ha comentado —lo tenía pegado a ella. Seton extendió una mano para abrir la puerta de su camarote, rodeándola un instante. Viola pasó por debajo de su brazo y se acercó al aguamanil. Él entró tras ella—. De cualquier modo, ha sido una imprudencia arriesgarse por una posibilidad.

—No era una posibilidad —se pasó un paño húmedo por la cara y pudo oler la sal del mar—. Sabía lo que estaba buscando y lo he recuperado enseguida. Mis hombres saben…

La cogió de un hombro y la obligó a volverse.

—No soy uno de tus hombres y no sabía que ibas a lanzarte de cabeza al mar revuelto —esos ojos cristalinos brillaban a la tenue luz mientras que sus dedos se le clavaban en el hombro.

Viola se zafó de sus manos, aunque la piel le ardía allí donde la había tocado.

—Pareces una vieja casada, Seton. Vete a darle la tabarra a otro.

Esos ojos azules, de expresión intensa y hosca, le examinaron la cara. Pero había algo en ellos… un brillo curioso. De repente, se le aflojaron las rodillas.

¿Se le habían aflojado las rodillas?

Se aferró al aguamanil.

—Vete.

—¡Maldita sea! —Seton hablaba en voz baja—. A veces te comportas como si estuvieras poseída.

—¿Poseída por el repentino arrepentimiento de haberte contratado?

—¿Qué hay en la caja, Viola?

Viola. Solo Viola. No señorita Carlyle. No capitana.

Se quedó sin aire en los pulmones. Tal vez estaba loca. O, cuando menos, era una tonta. Le bastaba con escuchar su nombre de pila, esa sencilla familiaridad, para que la poca fuerza que le quedaba en las piernas la abandonara por completo. Nadie la había llamado por su nombre real en quince años. Ni siquiera su padre.

—Una carta.

—¿Qué carta?

—¿Crees que si lo supiera me habría zambullido en el océano helado para recuperarla del casco del mercante?

—Viola…

—Una carta para su mujer y sus hijos —puso los ojos en blanco—. No es nada. Me contó que acostumbraba a clavar una cajita al casco del barco cada vez que se preparaba para zarpar en un nuevo viaje. De esa manera, si un pirata abordaba su barco y lo lanzaba por la borda, algún día alguien podría encontrar la carta y enviársela a su familia. Como una especie de despedida.

El pecho de Seton se agitó cuando inspiró hondo, pero no habló.

—Le dije que era lo más ridículo que había oído en la vida —le quitó hierro con un gesto de la mano, pero sus movimientos eran erráticos—. ¿Qué clase de pirata le enviaría una carta a la mujer del hombre al que acababa de matar? Además, había muchas posibilidades de que acabara en el fondo del mar o de que ni siquiera repararan en ella, por más decorada que estuviera la caja. Pero dijo que si había la menor oportunidad de que llegara a su… —se le quebró la voz al percatarse de la intensidad de su mirada. Se había echado a temblar, calada hasta los huesos como estaba—. Quiero decir que no me parecía muy lógico que él…

Seton separó los labios, como si quisiera hablar, pero no lo hizo.

—¿Por qué me miras así? —le preguntó, molesta.

—¿Has arriesgado la vida para recuperar la carta de un difunto a su familia?

—Ya te he dicho que no había peligro de…

La cogió de los hombros y la pegó a él, arrancándole un jadeo. Acto seguido, inclinó la cabeza, y su aliento le rozó la helada piel. Viola intentó no cerrar los ojos, intentó reprimir el deseo que la consumía.

—¿Vas a morderme la nariz de nuevo como un crío de diez años, Seton? —le temblaba la voz.

—No.

En ese momento, Viola descubrió que esa boca perfecta era incluso más perfecta de lo que parecía a simple vista. La besó, y de repente la pregunta de si se lo permitiría o no se convirtió en cuánto tiempo podría hacer que durase.

No fue un beso breve ni simple. No desde el comienzo. Se encontraron a medio camino y se abrazaron, inmóviles. Durante demasiado tiempo. Demasiado cerca. Con demasiada intimidad. Como si él deseara besarla tanto como ella había deseado hacerlo, pero con la certidumbre de que si se separaban lo más mínimo, la realidad desaparecería. Como si Seton quisiera impregnarse de su esencia. Aidan nunca la había besado así. Aidan la besaba como si pudiera apartarse en cualquier momento, como si besarla fuera un favor que le estaba haciendo y que no le gustaba mucho.

Eso era distinto. Eso era una conquista en toda regla. Era alivio y certeza a partes iguales. Era el ansia de estar cerca y de permanecer así mientras pudieran aguantar la respiración. El ansia de disfrutar de la increíble intimidad del abrazo, de su mano en la nuca, inmovilizándola contra su boca, aunque estaba más que dispuesta a quedarse entre sus brazos y no necesitaba sujetarla. ¡Por Dios, cómo le gustaba estar entre sus brazos! Jinan Seton era la personificación de la fuerza y del calor, y no le hacía falta respirar más si él no la soltaba.

Al final, él la soltó, pero sólo el tiempo justo para tomar aire, al igual que ella, antes de unir sus bocas de nuevo.

En ese instante, se hizo evidente que no sólo se trataba de un hombre capaz de ahogar a una mujer, sino que también poseía un vasto conocimiento sobre los besos para abrasarla. En un abrir y cerrar de ojos, la inquietante intimidad dio paso a una sensualidad abrumadora.

Seton la saboreó, prestando especial atención a su labio inferior y a la cara interna de este, antes de continuar con el labio superior. Eso la excitó todavía más. Separó los labios para permitirle el acceso. Tras obligarla a echar la cabeza hacia atrás, Seton la torturó, acariciándola lentamente hasta que se pegó a él en busca de más. Se puso de puntillas. Cuando él le lamió los labios, urgiéndola a separarlos más, el placer la inundó por completo.

Gimoteó como una gata desesperada.

Seton le enterró los dedos en el pelo y le rozó la lengua con la suya de forma tentativa. El ansia se extendió por su cuerpo mientras seguía besándola con una familiaridad que iba más allá de la mera intimidad, conquistándola poco a poco hasta que pudo sentirlo en su interior y la asaltaron los estremecimientos. Lo aferró por la muñeca, fuerte como sólo podía ser la muñeca de un hombre, el símbolo de la fuerza que la sujetaba, pero quería sentirlo por todas partes. Su piel se lo exigía. Esa mano se deslizó por su nuca y la sangre de Viola se convirtió en lava ardiente.

Él apartó la boca. Durante un instante se mantuvo muy cerca de ella, ambos respirando de forma entrecortada.

—Mira —dijo él con voz ronca—, eso ha logrado silenciarte durante un minuto entero.

—Más de un minuto —tragó saliva para deshacer el nudo enorme que tenía en la garganta—. Yo diría que sí —la mano de Seton seguía haciendo maravillas en su nuca. Parecía muy grande. Cierto que ella era bajita, pero por primera vez en la vida también se sentía delicada. Como una dama.

Claro que una dama no ansiaría lamer esos labios, aunque fuera capaz de reunir el valor necesario para hacerlo, algo de lo que ella era incapaz pese a la perfección de esa boca húmeda tan cerca de la suya.

Dicha boca esbozó una sonrisa torcida. Sus manos la soltaron, su cabeza se apartó, y Viola se quedó inmóvil, empapada y con su gabán como única fuente de calor, mientras él cruzaba el pequeño camarote, salía y cerraba la puerta.

Retrocedió un paso y se le aflojaron las rodillas de repente, aunque tuvo la suerte de topar con una silla, sobre la que se dejó caer. Debería estar furiosa. Debería haberle sacado los ojos. En cambio, había dejado que la besara sin oponer la menor resistencia.

Sin embargo, llevaba sin besar a un hombre muchísimo tiempo. Era lógico que no se hubiera resistido.

Aunque la próxima vez, lo haría.

No habría otro beso. Había sido un error. El cerebro de Jin lo sabía aunque su cuerpo, excitado a todas horas, no. Viola tenía un sabor dulce y picante a la vez, como una mujer que necesitaba ser besada. Como una mujer que necesitaba mucho más que besos.

Aunque no debería haberlo hecho. La idea de que aceptara regresar a Inglaterra mediante la seducción no era realista. Sería incapaz de controlar el deseo de Viola si antes no controlaba el suyo propio. Algo de lo que ya se sabía incapaz mientras estuviera tocándole el pelo, la cara y el cuerpo. Empapada y aterida por la zambullida, mientras intentaba justificar su ridículo comportamiento con voz entrecortada, lo había mirado con esos ojos oscuros y el deseo se le había clavado en el vientre. En el pecho. Tuvo que besarla. Sólo fue capaz de contentarse con un beso al recordar que, pese a las evidencias de lo contrario, era una dama.

Él no era un caballero. Era el bastardo de una mujer que lo quería tan poco que permitió que lo vendieran como esclavo. Era un hombre que había cometido los peores pecados a sangre fría, que había hecho cosas en absoluto honorables. No era un hombre que pudiera disfrutar de las caricias de una mujer de alcurnia, por más que ella negara sus derechos de nacimiento o respondiera con ardor a sus avances. Y también era el hombre que iba a llevarla a Inglaterra, tanto si lo quería como si no.

Other books

Infernal Devices by KW Jeter
Evening Storm by Anne Calhoun
Bad Attitude by Tiffany White
Khan by Kathi S. Barton
Border Angels by Anthony Quinn
If the Viscount Falls by Sabrina Jeffries
I Do by Melody Carlson