Él, contrariado, me dirigió una mirada como queriendo decirme mil cosas, pero guardó silencio. Se limitó a alargarme su mano izquierda, fingiendo que seguía dibujando con la derecha. Yo estreché entre las mías aquella mano fuerte y leal.
En aquel instante entró de prisa el maestro, con la cara encendida y dijo en voz baja y rápida, en tono alegre: «¡Hasta ahora todo va bien; a ver si los que quedan continúan lo mismo. ¡Mucho ánimo, hijitos! ¡Estoy contento de vosotros!» Para mostrar su alegría, al salir con paso rápido, hizo como que tropezaba y tenía que agarrarse a la pared para no caerse; ¡él, a quien no habíamos visto reír en todo el curso! La cosa nos pareció tan sumamente extraña, que, en vez de reírnos, todos nos quedamos asombrados; nos sonreímos, pero ninguno se rió. Aquel acto de alegría, propio de un chiquillo, sin saber por qué, me produjo pena y ternura. Tal momento de alegría era su único premio, la compensación por nueve meses de paciencia, de esfuerzos y de sinsabores. Para aquel resultado satisfactorio se había afanado y había ido a dar clase muchas veces estando enfermo. Aquello, y nada más que aquello, nos pedía a cambio de tanto cariño y de tantas preocupaciones. Ahora me parece que, al acordarme de él, siempre lo veré en aquella postura; y si nos encontramos, le recordaré el acto que tan hondo me ha llegado al corazón, y no dejaré de besar sus canas.
Lunes, 10
Por la tarde nos reunimos todos por última vez para conocer el resultado de los exámenes y recoger las cartillas con las correspondientes calificaciones.
La calle estaba llena de padres, que también habían invadido el amplio zaguán. No pocos entraron en las aulas, empujándose hasta la mesa del maestro. En la nuestra ocupaban todo el espacio que hay entre la pared y los primeros bancos.
Entre ellos vi al padre de Garrone, la madre de Derossi, el herrero Precossi, Coretti, la señora Nelli, la verdulera, el padre del albañilito, el de Stardi y muchos otros que no conocía. Por todas partes se percibía un murmullo y se oía hablar como cuando se está en una plaza.
Entró el maestro y guardamos completo silencio. Llevaba una lista en la mano y empezó a leer seguidamente:
—Abatucci, aprobado, 6,6; Archimi, aprobado, 5,5; el albañilito, aprobado; Crossi, aprobado… —Luego añadió con voz fuerte—: Derossi Ernesto, aprobado, 7,7 y primer premio.
Todos los que estaban presentes y le conocían, gritaron: —¡Bien por Derossi!
Él se dio un estirón a los rubios rizos y miró con fruición a su madre, que le saludó con la mano. Garoffi, Garrone y el calabrés también figuraron entre los aprobados. Después leyó los nombres de tres o cuatro que tienen que repetir curso, echándose a llorar uno de ellos porque le amenazó su padre, que estaba en la puerta. El maestro se apresuró a decirle:
—Mire, no se ponga así, porque muchas veces es por mala suerte, como ha sucedido en el caso de su hijo.
Continuó leyendo. Nelli sacó aprobado y su madre le envió un beso al aire con el abanico. Stardi obtuvo notable de media, mas no por eso se sonrió ni se quitó los puños de las sienes. El último de la lista fue Votini, que resultó aprobado. Era el que iba vestido con mayor elegancia y mejor peinado. Terminada la lectura de las calificaciones, el maestro se levantó y nos dijo:
—Muchachos, ésta es la última vez que nos reunimos. Hemos estado juntos todo el curso y ahora nos separamos como buenos amigos, ¿no es verdad? Siento esta separación, queridos niños… —Se interrumpió y luego continuó diciendo—: Si alguna vez he llegado a perder la paciencia, si en alguna ocasión he pecado de injusto, sin quererlo, o me he mostrado excesivamente severo, perdonadme.
—¡No, no, señor maestro! —dijeron a un tiempo padres y alumnos.
—Disculpadme —repitió el maestro— y no dejéis de quererme. El próximo curso ya no estaréis conmigo, pero os veré con frecuencia y permaneceréis en mi corazón. ¡Felices vacaciones, muchachos, y hasta la vista!
Dicho esto pasó entre nosotros y todos le tendían la mano, empinándose, subiéndose en los bancos, le tiraban de la chaqueta y le cogían los brazos. Algunos le abrazaron y cincuenta voces dijeron a coro:
—¡Hasta la vista, señor maestro! ¡Gracias por todo! ¡Que le vaya bien! ¡Acuérdese de nosotros!
Cuando salió estaba emocionado.
Abandonamos la clase en tropel. También salían al mismo tiempo de las otras clases y se produjo una gran confusión de saludos y de mutuas despedidas entre muchachos, maestros, padres y maestras.
La maestra de la pluma roja tenía cuatro o cinco niños encima y unas veinte criaturas a su alrededor, que no le dejaban respirar. A la «monjita» casi le habían destrozado el sombrero y la habían llenado de ramitos de flores que ponían en los ojales y en los bolsillos del vestido negro. Muchos felicitaban a Robetti, que aquel día era, precisamente, el primero que iba sin muletas.
Por todas partes se oía decir: «¡Hasta el próximo curso!» «¡Hasta el veinte de octubre!» «¡Nos veremos por Todos los Santos!»
También nos despedimos mi padre y yo de los conocidos.
¡Cómo se olvidan en esos momentos los sinsabores pasados! Votini, que siempre se había mostrado tan envidioso de Derossi, fue el primero en abrazarlo con efusión. Yo saludé y estreché la mano del albañilito en el instante que por última vez me ponía el hocico de liebre. ¡Qué buen chico! Saludé a Precossi y a Garoffi, el cual me dijo que había obtenido un premio en la última rifa y me entregó un pequeño pisapapeles de mayólica, algo roto por una esquina. De todos me despedí con un apretón de manos.
Fue emocionante ver cómo se acercó el pobrecito Nelli a Garrone, del que no podían despegarlo. Todos rodeaban a Garrone, lo abrazaban y zarandeaban en prueba de cariño, como bien se lo merecía el ejemplar muchacho, que a todos sonreía. Su padre estaba allí embobado ante semejante muestra de afecto. A Garrone fue el último a quien abracé, ya en la calle, procurando contener un sollozo al tener mi cara sobre su pecho; él me dio un beso en la frente.
Después corrí a reunirme con mi padre y mi madre. Mi padre me preguntó si me había despedido de todos, y yo le dije que sí.
Luego me recomendó que buscara y pidiera perdón a quien le hubiese faltado alguna vez.
—No hay ninguno —le respondí.
—Bueno, pues entonces, vámonos.
Dirigió una última mirada a la escuela y dijo con voz conmovida:
—¡Adiós!
Mi madre repitió:
—¡Adiós!
Yo… no pude decir nada.
Contribuye a la unificación de Italia
Francesco De Amicis era el «cambista real de sales y tabacos» de Oneglia hacia mediados del siglo XIX. Su oficio le daba lo suficiente para mantener a su familia, pero a costa de algún que otro sacrificio económico. Había contraído matrimonio con Teresa Bussetini, con la que tuvo cuatro hijos antes del nacimiento de Edmondo.
El 21 de octubre de 1846, Francesco De Amicis recibe la feliz noticia del nacimiento de su quinto hijo, al que llamará Edmondo. Sus primeros días transcurren en Oneglia, pero cuando apenas habían pasado dos años desde su nacimiento, la familia se ve obligada a dejar aquella ciudad para trasladarse a Cuneo; de la Liguria al Piamonte.
En Cuneo, cuatro años más tarde, comienza Edmondo sus estudios con el maestro Abello, hombre de altas dotes para la enseñanza que se traducían en una mayor rapidez de aprendizaje para sus alumnos. Pasa posteriormente al Liceo, en el que permanece cinco años más hasta que, cumplidos los catorce, ingresa en el colegio Candellero de Turín, desde donde prepara su entrada en la escuela militar de Módena. Accede a ella en 1863 y, sólo dos años más tarde, es decir, en 1865, es ya un oficial de la naciente Italia.
EDMONDO DE AMICIS
Al año siguiente asistió a la batalla de Custoza, de la que salió derrotado el ejército italiano, mandado por La Mármora, en el que luchaba De Amicis, a manos del archiduque austríaco Alberto.
En 1867 pasa a Florencia, donde colabora primero en el diario «L’Ítalia militare» pasando posteriormente a dirigirlo. Fiel testigo de una realidad militar que conoce a la perfección, sus artículos triunfan también por su patente sentimentalismo, y por sus abundantes toques de humor.
Durante su estancia en Florencia, se relaciona con los intelectuales, periodistas y literatos de la ciudad, y ello le aumenta su vocación literaria. Contribuye también a esto Emilia Peruzzi, una inteligentísima dama que le aconseja en todos sus libros.
Vuelve a las armas y forma parte del ejército del general Cárdona, quien, el 20 de septiembre de 1870, entra en Roma dando fin a la tan ansiada unificación de Italia.
Primeras obras. Libros de viajes
Con la unificación de su patria, De Amicis pone fin a su vida como oficial del ejército italiano y pasa a sumergirse en el mundo de las letras, al que dedicaría el resto de su tiempo.
La vida militar le ha marcado profundamente y deja su huella en el primer libro que escribe, titulado «La vida militar», que es una recopilación de los artículos periodísticos que había escrito para « L’Ítalia militare». Este libro se editará en Milán, en el año 1868.
Cuatro años más tarde, es decir en 1872, se publicaré en Florencia otra obra suya, llevará por título «Novela».
Posteriormente, recorrerá toda Europa con el propósito de contar a sus lectores las tradiciones, caracteres, costumbres e historia de los diversos países. De esta experiencia surgirán sus libros «España», en 1873; «Holanda», de 1874; «Recuerdos de Londres», también de 1874; «Constantinopoli», publicado en Milán en 1878; y, «Recuerdos de París», en 1879.
Durante su estancia en España, una de las cosas que llama poderosamente su atención son los cuadros de Goya. De «Los fusilamientos del dos de mayo» escribe:
«Goya debe haber pintado estos cuadros con los ojos retorcidos, con la espuma en la boca, con la furia de un obseso; es el límite al que puede llegar la pintura antes de convertirse en acción; traspuesto esto, se arroja el pincel y se toma el puñal; para realizar algo más terrible que estos cuadros, es preciso matar; debajo de estos colores está la sangre».
Nota común a todos estos libros de viajes son sus descripciones sagaces; hechas con un realismo sorprendente, provocan en el lector la sensación de estar mirando a medida que avanza en la lectura.
Camino del éxito
En 1881 publicaría «Racconti militare».
En el mismo año, sale también a la luz una obra de temática radicalmente distinta; se trata de «Los efectos psicológicos del vino», editada en Turín.
Tres años más tarde, en 1884, surge «Retratos literarios», basado en la experiencia de su viaje por París, donde conoció a Víctor Hugo y a Emilio Zola, entre otros.
Un año antes había salido para el público «Los amigos». Obra moral y psicológica que fue escrita en dos volúmenes.
Avanza el tiempo, y en el año 1886 publica Edmondo De Amicis su más conocido libro, «Corazón». El éxito desborda todas las predicciones. A pesar de contar ya De Amicis con fama entre el pueblo, este libro viene no sólo a aumentarla sino también a dársela en el extranjero. Publicado en todos los idiomas del continente se han hecho hasta la fecha más de trescientas ediciones de él.
«Corazón» es la pequeña historia de un muchacho de la escuela municipal italiana, con sus ilusiones, alegrías y tristezas. Enrique Bottini, va narrando en un diario todo lo que le ocurre en clase. Describe, uno por uno, a todos sus compañeros, a los maestros, y a todas las personas que a lo largo de un curso escolar se pueden conocer. Cada uno de los personajes representa un valor o un defecto o una cualidad determinada. Así por ejemplo Derossi, el número uno; o Garrone, tremendamente humilde; o, quizás, Votini, siempre envidioso. Junto a éstos van discurriendo por sus páginas otros personajes contados con el mismo estilo, desde la perspectiva de un escolar, es decir, con una sencillez, espontaneidad y sentimentalismo inmenso. Quizá, aquí radique una de las claves del gran éxito del libro.
A la hora de comenzar la obra, el autor se basó en la experiencia escolar de sus hijos, Hugo y Furio, con los que vivía por hallarse separado de su mujer.
Las opiniones de la crítica sobre la prosa de De Amicis y, en especial, sobre este libro, han sido muy variadas. Mientras que alguno le consideran algo anticuado y pasado de moda, para otros «Corazón» es emotivo, valiente, de alta calidad y exaltador de las más dignas cualidades humanas. Motivos suficientes estos últimos para no considerarlo superado.
Otras obras
En 1889 se publica «La carroza de todos», libro escrito con un estilo claro y sincero. Se cuentan aquí todo tipo de episodios que le han ocurrido al autor durante un año de tomar día a día el mismo tranvía.
Al año siguiente, sale a la calle «Sobre el océano»; esta obra pretende ser un fiel reflejo de lo ocurrido al autor durante el viaje que efectuó desde Génova a Montevideo.
También en 1890 surge «La novela de un maestro». De Amicis intenta con este libro aludir a las diferencias que existen entre la educación que recibe un niño de sus padres y la que le imparte su maestro.
Otras obras suyas son, «Socialismo y patria», «El enemigo del socialismo», «El socialismo en la familia», «Sobre la cuestión social», todas ellas de clara intención socio política. Ha escrito también «La causa del disparate».
En 1904 vio la luz «Del reino del Cervino», obra autobiográfica con ligero tinte pesimista.