Crónicas de la América profunda (15 page)

Como ya he dicho, el mayor fraude organizado en Estados Unidos se basa en el sueño colectivo de poseer una casa. Cientos de pícaros redomados, merecedores de alguna clase de sanción legal, se valen de este sueño como artimaña. Nuestra economía depende de una expansión continua de la construcción de viviendas y del despelote del sistema de financiación. La Reserva Federal procura orquestar el triángulo compuesto por Estados Unidos, la OPEP y China. La OPEP suministra petróleo, lo que permite a Estados Unidos impulsar la construcción, lo que a su vez incrementa la existencia de dinero con el cual Estados Unidos puede comprar a China todo tipo de basura manufacturada a precios cada vez más ridículos, y con lo que le sobra hace nuevos pedidos de petróleo a la OPEP. Los beneficios de este circuito revierten en Estados Unidos, donde se transforman en más viviendas basura McHousing, compradas aprovechando la bonanza de los tipos de interés muy bajos, lo cual hace posible que el círculo se repita. Así es más o menos como funciona todo.

En la cima de la gran estafa de la vivienda en Norteamérica se encuentran las nuevas urbanizaciones pijas que han ido multiplicándose de mala manera en los monstruosos cinturones suburbanos. Y en lo más bajo tenemos los parkings de casitas con ruedas instaladas en parcelas de alquiler y cuyos habitantes tienen hipotecadas de por vida. El valor de una caravana es prácticamente cero a partir del mismísimo día en que se compra, y por si fuera poco el dueño debe pagar el alquiler de una parcela. Es todo lo contrario a tener una casa o un apartamento de propiedad. De hecho, en términos legales, se considera al dueño de una caravana como alguien que vive en un coche y que paga por el aparcamiento cada mes, ya que las caravanas pertenecen legalmente a la categoría de vehículos y carecen de escritura de propiedad. Pese a todo, para los miles de trabajadores americanos que viven en caravanas la falta de escritura nunca ha supuesto una desventaja. «Propiedad, escrituras. ¿Cuál es la diferencia?», dice Tommy.

En el siguiente peldaño del universo de la vivienda estadounidense está la gente que vive de alquiler en un apartamento; si bien el inquilino no es dueño de ningún patrimonio, tampoco se ve comprometido con el pago a plazos de una caravana que va desvalorizándose con el tiempo, y además goza de cierta libertad, ya que puede trasladarse sin tener que arrastrar una caravana sin ningún valor. Si seguimos subiendo de nivel nos encontramos con la gente que vive en una casa prefabricada instalada en una parcela de propiedad; como vivienda es algo más cómoda, y además el suelo les pertenece, y por lo tanto se supone que va revalorizándose con el tiempo, o que cuando menos conserva un valor fluctuante pero permanente. Después tenemos la vivienda modular montada en una parcela en propiedad; en este caso, tanto la vivienda como la parcela pueden ir subiendo de precio con el transcurso de los años, al menos hasta el día en que la vivienda modular comienza a agrietarse… Y finalmente está la tradicional casa construida sobre el terreno, una casita que siempre es idéntica a todas las demás casas del vecindario y cuyo valor sube o baja en función de los cambios del mercado. Pero incluso ahí hay trampa. Un tercio de esas propiedades se compran con dinero procedente de préstamos de los cuales se pagan solamente los intereses, para que la cuota no sea excesiva, lo que de hecho convierte al propietario en un inquilino, de modo que su situación es sólo nominalmente mejor que la del propietario de una caravana.

La táctica de alta presión que se emplea para vender esta clase de viviendas baratas es la misma que practica cualquier empresa dedicada a la venta de coches de segunda mano. Vamos, que estamos hablando de auténticos pícaros corruptos. Cuando se trata de caravanas y viviendas modulares a menudo el comprador firma todos los papeles de la compraventa y el préstamo antes de ver la casa montada o instalada. Los prestamistas hacen entrega de los fondos a los vendedores sin realizar previamente una tasación para asegurarse de que el valor de la vivienda es equivalente al monto total del crédito. Desde el primer momento, los prestamistas falsean la información que aparece en la solicitud del crédito, la referente tanto al pago inicial como al precio y los plazos, y a la que uno se despista también añaden los gastos inflacionados. Por eso, muchas familias deben desde el primer día una cantidad de dinero muy superior al valor de la casa que han adquirido. Los prestamistas prometen a los compradores cancelar todas las deudas derivadas de sus tarjetas de crédito, para incluir todas esas cantidades en un solo préstamo por el que sus clientes pagarán una cuota unificada; en realidad lo que hacen es elevar el monto total del préstamo hasta ponerlo por las nubes. Así es como durante los primeros quince años de la vida del préstamo el comprador se encuentra con el agua al cuello. Según los datos de la Asociación de Consumidores, en casi un tercio de las operaciones de compra de una caravana incluso el importe del pago inicial proviene del préstamo recibido. Cuando los préstamos hipotecarios tradicionales alcanzaron una tasa anual de interés equivalente del siete por ciento, los préstamos para la adquisición de caravanas en Winchester estaban en un trece por ciento. Más de la mitad de los compradores pagan intereses complementarios, y eso puede llegar a sumar un cinco por ciento adicional.

Tengo un amigo que es agente hipotecario, Rick Ostrander, quien pretende convencerme de que olvide mis exageradas reivindicaciones respecto al negocio de las hipotecas. Según él, éste opera en el marco de la práctica empresarial americana normal y corriente, y no sólo no es un negocio más predatorio que otros, sino que en muchos casos se trata de un negocio mucho más honesto: «Para ser justos, en el negocio de las hipotecas, pese a todas las maldades que se le puedan atribuir, el agente está obligado a declarar por escrito todas sus ganancias, además de darle al solicitante un plazo de tres días para cancelar el préstamo sin ningún compromiso, mientras que al hacer una compra cualquiera nadie te ofrece ese plazo de cancelación. En general no veo que sea peor o más abusivo que pagar un cincuenta por ciento de sobreprecio por un sofá, o un quinientos por ciento por una joya, o una tarifa mínima fija por la reparación de tu vehículo, ni, sobre todo, lo que pagas cuando compras un coche de segunda mano».

Claro que también podría decirse que eso de operar «en el marco de la práctica empresarial americana normal y corriente» consiste en que las estafas son vistas como algo habitual. Por eso, según los criterios de la Asociación de Consumidores y de la Asociación de Jubilados, más de las tres cuartas partes de los préstamos hipotecarios concedidos para comprar una caravana pueden ser considerados como prácticas predatorias.

En la mayor parte de los casos el comprador no puede escoger a su depredador. A quien entra en un establecimiento comercial, pongamos por caso la Earl, Fabricación y Venta de Casas Móviles, nadie le dejará salir por la misma puerta para que vaya a otro sitio a comparar ofertas. Y ésa es una de aquellas cosas que nunca fallan. Los vendedores tienen unas cuantas tácticas para desalentar la comparación de precios y productos para colocar el suyo. Por ejemplo, aunque la comprobación bancaria del crédito que tiene un comprador potencial le cuesta al vendedor unos pocos dólares, siempre le carga al cliente un importe de veinticinco dólares o más a cuenta de dicha comprobación o de «gastos de solicitud». Me han dicho que en ocasiones los gastos de solicitud alcanzan los 150 dólares. Por lo general a esto hay que añadir un depósito de entre 300 y 400 dólares que uno debe pagar antes de que lo dejen salir, y así consiguen atar al cliente a esa «atractiva casa prefabricada multiespacio». Los fabricantes y vendedores cuentan maravillas de lo mucho que han mejorado las casas modulares, y no dejan de resaltar lo bonitas que son y el hecho de que no tienen nada que ver con las caravanas, pero sin embargo siguen siendo cajas de madera laminada que se transportan sobre ruedas rumbo al terreno en el que finalmente van a ser montadas, como ocurre con cualquier caravana.

Una casa prefabricada siempre vale menos que el saldo pendiente de la deuda hipotecaria. El comprador que intente venderla durante los primeros años del préstamo no podrá fijar un precio lo bastante alto para resarcirse del coste de la operación inicial, y si finalmente la vende terminará con un saldo negativo. Y, por supuesto, los compradores cuya liquidez es escasa y que no pueden afrontar las cuotas ven que el precio de la casa que están pagando ya se halla por debajo de la cantidad que adeudan, y eso hace que piensen a menudo que no vale la pena seguir abonando esas cuotas. El resultado final es que abandonan su casa con lo puesto para no tener que continuar haciendo frente a los pagos. En el negocio hipotecario, a esto lo llaman «una mudanza con nocturnidad».

Entre la gente que un buen día decide «mudarse con nocturnidad» no hay muchos aspirantes a pijo. La mayoría son trabajadores corrientes, personas que se ganan su sueldo honradamente. Observemos ahora a Karen y Marty. Ella es fisioterapeuta, y Marty, supervisor en la fábrica de bombillas de General Electric. Ganan 42.000 y 40.000 dólares al año, respectivamente. Según los cálculos del agente hipotecario, podían permitirse cómodamente una casa de 182.000 dólares. Sin embargo —lo que sea por la comodidad—, fueron a verle diciendo que querían quedarse con una vivienda de 320.000 dólares. De modo que, en lugar de los 1.500 al mes de hipoteca que podían permitirse, terminaron pagando 2.700, una suma con la que no amortizaban capital sino sólo intereses. ¿Y por qué se metieron en semejante berenjenal?

Porque la casa estaba cerca de un puesto de venta de burritos adonde les encantaba ir a comer. Lo cual viene a demostrar que una persona puede tener un buen sueldo y seguir pensando como
white trash.

«El negocio hipotecario les permite endeudarse hasta el límite de sus posibilidades —dice Mike—. Lo que nunca alcanzamos a ver cuando pasamos en coche por esos barrios de caravanas y modulares es a la gente que está en el interior de esas casas, alimentándose de sándwiches de atún y viviendo por encima de sus posibilidades. Si la gasolina y el gasoil de la calefacción suben de precio, se quedan sin techo. Supongamos que pagan 250 dólares al mes de gasolina para ir y volver del trabajo, y 300 dólares por el gasoil de la calefacción en invierno. Un invierno chungo o una crisis de petróleo, y están acabados. Lo único que cabe esperar de ellos es que se muden con nocturnidad lo antes posible». Según Mike, sólo es cuestión de tiempo que esas personas abandonen sus casas y todo lo que han comprado a crédito para equiparlas.

Si lo medimos en función de «todo lo que han comprado», puede decirse que los trabajadores nunca han estado mejor que ahora. Tom Henderson está recorriendo las tiendas de náutica porque piensa comprarse una lancha nueva, y Nance sueña con unas vacaciones en Cancún. Ninguno de los dos comprende los cambios actuales que están haciendo tambalear al mundo, y mucho menos que viven en una realidad virtual totalmente insostenible. Y se indignarán el día en que vean cómo revienta la burbuja de las hipotecas y la construcción, el día en que se acabe la fiesta de la gasolina tirada de precio, el día en que en el aparcamiento de Wal-Mart no quede una alma.

La realidad es que nuestra economía actual consiste en tener en danza permanentemente 250 millones de vehículos dando vueltas por ahí, de casa al curro y del curro a la zona comercial, y sus ocupantes comiendo todo el día pollo frito. No fabricamos casi nada. Nos limitamos a consumir un petróleo cada vez más escaso en barrios urbanizados cada vez más extensos y alejados de los lugares de trabajo, y que van construyéndose con el dinero de las hipotecas prestadas a gente que no tiene la menor idea de lo que está ocurriendo. Rick Ostrander me escribe esta mañana: «Haciendo un recuento del creciente número de casas en venta y teniendo en cuenta que el valor tasado de muchas viviendas se ha frenado o ha comenzado a bajar, como a eso se añada otra jodida subida del precio del petróleo o alarma por el calentamiento global y todo lo demás, mucho me temo que vamos a ver un montón de quiebras gravísimas de las instituciones crediticias, y cantidad de bancos y cajas se hundirán porque sólo tendrán en su haber infinitos listados de casas en venta que nadie va a poder comprar. Y entonces veremos a pequeñas tribus de okupas, jardineros y bohemios viviendo en una casa vacía y luego en otra, porque tendrán muchísimo donde elegir y en todo el país. Y no olvide que los pijos que se han ido a vivir a las McMansiones, con esos vestíbulos enormes que no hay calefacción que caliente, y esos dormitorios-suite de quinientos metros cuadrados, y esos jardines tan grandes que no hay quien pueda cortar tanto césped, pero que resultan demasiado pequeños para ponerse a labrar, dependen por lo menos de dos sueldos descomunales, de la misma manera que el pobre Joe-ponme-un-pack-de-seis-Buds depende para llegar a fin de mes del sueldo que aporta su mujer trabajando a tiempo parcial como conductora del autobús escolar. No pasará mucho tiempo antes de que desmontemos esas supermansiones de madera para aprovechar el cobre de las cañerías y la madera de los paneles como leña para el hogar, y nos pongamos a sembrar en esos terrenos de ocho mil metros cuadrados como si fuéramos chinos».

Para ciudades como la mía el supercalentamiento provocado por el desenfrenado boom de la vivienda supone tanto una tragedia como una locura. La explosiva urbanización de los últimos años ha sido el motor del crecimiento económico en Winchester y los alrededores. Según los datos del censo que se realiza cada diez años en nuestro país, las estadísticas del área de Winchester, condado de Frederick, sitúan a la ciudad en el segundo lugar dentro del estado de Virginia de acuerdo con el porcentaje de crecimiento en materia de nuevas zonas residenciales; es más, ocupa el puesto 152 de un total de 3.141 entre todos los condados del país por su porcentaje de «crecimiento de la infraestructura residencial». Contando la construcción de carreteras, escuelas, servicios públicos y otras obras de infraestructura, la economía de la zona recibe una inyección anual de entre cincuenta y cien millones de dólares que han servido, aunque sólo en parte, para cubrir los muchos puestos de trabajo perdidos por las deslocalizaciones o simplemente porque muchos empleos no tienen sentido en la nueva economía global. (Un zapatero ya no recibe muchos encargos en un mundo donde el calzado es de usar y tirar, y tampoco un taller de reparación de aparatos de radio tiene trabajo, ya que la mayoría de la gente compra esas radios de plástico fabricadas en Taiwán que se tiran el día en que ya no funcionan, o antes). Sin el boom de la construcción nuestra ciudad seguiría siendo la adormilada capital del condado, el olvidado cinturón de asteroides que rodea a Washington D. C., habitados por un puñado de trabajadores blancos zafios. A día de hoy, de manera directa o indirecta, el pan de cada día de todos y cada uno de los habitantes de Winchester —el trabajador de la construcción, el cajero del banco, el repartidor de pizzas, el agente hipotecario y el mexicano que pasa el cortacésped— depende exclusivamente de la expansión descontrolada, a escala tanto local como nacional, de las promociones de casas en las zonas suburbanas y de oficinas en el centro de la ciudad, así como de los bajísimos salarios que se pagan en las escasas industrias que quedan por aquí.

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