Crónicas de la América profunda (24 page)

Los estrategas fundamentalistas dejan bien claro en sus escritos que el propósito de la enseñanza en el hogar —al margen de la educación en las escuelas públicas— y en las academias cristianas consiste en formar a jóvenes militantes de la derecha cristiana para el futuro. El objetivo es colocar cada vez más creyentes en los puestos de influencia y cargos de gobierno. «La apatía de otros americanos puede convertirse en una bendición y una ventaja para los cristianos», escribieron Mark A. Beliles y Stephen K. McDowell en
America's Providential History,
uno de los principales libros de texto del movimiento de la enseñanza cristiana en los hogares. Hoy nos encontramos con que la «Generación de Josué» sustituye a los jueces federales de centro o liberales por fundamentalistas cristianos, gente a la que además consigue colocar sin problemas en bufetes de abogados, bancos, cuerpos policiales y militares, gente preparada para actuar como «elementos influyentes basados en la fe religiosa», y abonan así el terreno para el advenimiento divino y el reinado de Jesucristo.

La capacitación de los militantes de derecha es mucho más sofisticada de lo que creen los moderados. A estas alturas resulta probable que la gente más informada ya esté al tanto de que los niños y jóvenes que en lugar de ir a la escuela han sido educados al estilo fundamentalista en sus propias casas disponen ahora de una red de universidades con docenas de campus por todo el país, cada cual con su bandada de cristianitos sonrientes, escuelas que vienen a ser clones de la institución creada por Jerry Falwell, la Liberty University de Lynchburg, Virginia. Pero ¿cuánta gente ajena a estos movimientos tiene una idea siquiera aproximada de cuán profundo y específico es el adoctrinamiento político en estas instituciones?

Por ejemplo, el Patrick Henry College de Purcellville, Virginia, un colegio universitario exclusivo para gente que ha recibido la educación escolar en casa, ofrece programas de inteligencia estratégica, derecho y política internacional, todo desde un estricto «punto de vista cristiano» basado en la Biblia. Esta institución cuenta con fondos proporcionados por la derecha cristiana tan inmensos que puede ofrecer clases a un precio inferior a los costes.

El siete por ciento de los programas de prácticas becados por la Administración Bush fueron para los alumnos del Patrick Henry, y otros muchos fueron para licenciados de otros colegios universitarios religiosos. La administración también reclutó a muchos miembros del profesorado de estos colegios, y designó al activista cristiano de derechas Kay Coles James, ex decano de la Facultad de Gobierno dependiente de la Regent University; financiada por Pat Robertson, como director del Departamento de Administración de Personal del Gobierno de Estados Unidos. ¿Acaso existe un puesto mejor para reclutar fundamentalistas? Les aseguro que bajo la superficie de cualquiera de estos presuntos catedráticos es posible encontrar a un fanático fundamentalista. Lo sé porque en ocasiones he cometido el error de invitar a unas pocas de estas personas a un cóctel. Recuerdo a un jefe de departamento universitario que me contó que estaba mudándose a la zona rural de Misisipi, ya que era el mejor lugar para recrear la forma de vida típicamente sureña anterior a la guerra, basada en los «valores cristianos confederados».

Por lo pronto, para cuando llegue el momento del Éxtasis todos los cristianos con las credenciales adecuadas podrán subir a los cielos. Pero me temo que tanto a ustedes como a mí, queridos lectores, nos esperan mil años de forúnculos. Así que más vale que vayan procurándose antibióticos porque, según el «índice del Éxtasis», el final está muy cerca. Pueden verlo ustedes mismos en
www.raptureready.com
. En parte novedad y en parte obsesión, este índice se describe en la web como «el índice Dow Jones del valor de las acciones para el fin de los tiempos» y como una especie de «velocímetro profético» que indica la rapidez con la que nos acercamos al Éxtasis. La tabla presenta un registro de cuarenta y cinco categorías —Cristos falsos, plagas, inflación, gobiernos diabólicos y ecumenismo (el movimiento protestante que busca la unidad de todas las iglesias cristianas)—, y a cada una de ellas se le asignan puntos que indican su posibilidad de actuar como desencadenante del Éxtasis. Mientras escribo estas líneas, el índice se mantiene en 160, peligrosamente cerca de la masa crítica, cuando la gente como nosotros será castigada sin piedad bajo un cielo lleno de cristianos desnudos delirantes de felicidad.

Es muy fácil ridiculizar la idea del Éxtasis —el momento en que Dios salvará a los cristianos y sembrará las matanzas, las enfermedades, plagas y torturas sobre la faz de la Tierra—, pero yo he vivido con eso como telón de fondo toda mi vida. Mi propio padre creyó en el Éxtasis Eterno hasta el día de su muerte, y la última vez que estuve con él hablamos justamente de eso. Recuerdo que me preguntó: "¿Crees que te salvarás? ¿Estarás allí conmigo en la playa de Canaán?" Fingí creer en todo aquello para darle consuelo en el momento de su muerte. Pero lo que el pobre decía no era más que el rollo espiritual típico de todas las familias de la zona, una manera de vivir y morir, la religión ocupando el lugar que le correspondía, un asunto íntimo y personal, no político.

Observo al hermano Mike desde la última fila mientras él realiza su trabajo en el altar —esas dignas tareas de las que se ocupan los predicadores y sus ayudantes cuando no están sermoneando—, y pienso que viéndolo ahí resulta difícil imaginar que ese hombre se encuentra en el ojo de un huracán nacional. A sus cincuenta y ocho años, el hermano Mike es inteligente y sensible, y tiene toda la pinta de uno de esos tipos tan varoniles que salen en los anuncios de Viagra y que se ven en los campos de golf —el aspecto de un hombre rico de las zonas suburbanas—. Pienso también en sus ideas «dominionistas» y me pregunto si ese digno hombre canoso y con sonrisa de Viagra sería capaz de apedrear a un homosexual si se impusiera la doctrina del dominionismo. En cierto modo lo dudo. Pero, en fin, tampoco pensaba yo que llegaría el día en que le vería practicar exorcismos.

El hermano Mike cree que él y su rebaño viven un momento crucial en la historia política moderna, aunque ellos lo explicarían con otros términos: hablarían de la mano de Satanás o de las tramas demoníacas que se tejen en el mundo. Sin embargo, parece un hombre feliz, mientras que a mí me agita y me crea cada vez más ansiedad el estado de las cosas. Él diría que mi alma me provoca un sentimiento de angustia y que necesito ser purificado por medio de la sangre y redimido por la gracia de Aquel que sangra por nosotros. Yo le respondería que lo que me angustia es la creciente proximidad de un monstruo fascista de tres cabezas, dirigido por cristianos, militares y grandes empresarios.

Nuestros caminos se separaron hace cuarenta años, cuando me escapé del entorno cristiano para tomar LSD, interesarme por el budismo y dejar que un par de matrimonios se fueran al garete. Finalmente, para asombro y alivio de toda mi familia, conseguí estabilizarme gracias a una mujer que es mucho mejor de lo que me merezco, dos perros y una presión sanguínea lo bastante alta como para mantenerme alejado del whisky escocés.

No sé si reír o echarme a llorar pensando en el abismo que hay entre mi hermano y yo, pero lo cierto es que todos nuestros encuentros y llamadas terminan con un «te quiero, hermano». Y de verdad que nos queremos. Una vez más me toca ser el hijo pródigo, arrancado de la gracia y sus dones por la mano del orgullo que me retiene en sus dominios, al otro lado de las aguas de Babilonia, ese río tan ancho y profundo que ni la sangre ni la familia pueden cruzarlo. ¿Quién soy yo para afirmar que ésa no es la mano del demonio? Salgo de mis cavilaciones al oír los comentarios del pastor Jeff acerca de la relación de Dios con las mujeres feas. Decide contarles un chiste a los fieles: «Un borracho se encuentra con una mujer en la cola del supermercado y le dice: "¿A que es usted soltera?" "¿Cómo lo sabe? —pregunta ella—. ¿Acaso se ha fijado en las cosas que he comprado?" "Qué va, me he fijado en que es usted muy fea"». Y a continuación, para rematar, el pastor Jeff añade: «¡Muchas de las mujeres de esta comunidad tenéis que estar agradecidas porque no haya mujeres feas a los ojos de Dios!».

Sin duda nadie oirá jamás una consigna así en los sermones de un rabino o un sacerdote normal y corriente. Como cuando dice: «Hola a todos, amigos, y un hola muy especial a todas las mujeres feas. ¡Dios os ama a pesar de todo!».

Finalmente llega el momento de la llamada desde el altar para los que quieran ser salvados. Esta noche se salvarán cerca de una docena de personas, y como siempre la mayoría de los que mandan llamar son adolescentes. No resulta nada sorprendente; la mitad de los fieles que conozco han sido salvados por lo menos un par de veces. Y es común que la primera vez sea gracias a las hormonas de la pubertad. De la misma manera que es frecuente que la segunda sea gracias a un divorcio. Lo cierto es que de un modo u otro todos serán bautizados en la piedra artificial iluminada a contraluz, sumergidos en el estanque que se encuentra detrás del entarimado, de acuerdo con el rito tradicional de las iglesias donde los fieles deben «sumergirse» para que el bautizo sea legítimo. Las iglesias de ahora son demasiado sofisticadas para bautizar a los hijos de Dios en los ríos. Los ríos están contaminados y carecen de sistema de audio vídeo. Pero aún me acuerdo de aquellos bautizos en el río Shenandoah y por muy pagano que hoy pueda parecer daría cualquier cosa por bajar ahora mismo a la sombra de la ribera y oír el canto y la algarabía de un buen ritual de lavado de pies, con sus tres inmersiones completas al estilo baptista; y es que todavía recuerdo algún lugar que huele a peces brincando en la gélida neblina del río mientras las viejas y herméticas tortugas miran desde una roca soleada en la orilla.

Algún día también me gustaría ver al hermano Mike o al pastor Jeff expulsando a los mencionados demonios. Pero un buen exorcismo —palabra que desagrada a los baptistas porque está contaminada de catolicismo— no se puede convocar con sólo chasquear los dedos. Me temo que yo sólo podría presenciar un exorcismo baptista siendo su objeto.

Después de la ceremonia me acerqué al hermano Mike para hablar acerca del exorcismo. «Dime una cosa, hermano Mike, ¿expulsas demonios a menudo?», pregunté.

Debo decir que una de las cosas que más me preocupan mientras escribo este libro es dejar en ridículo a la gente que ha confiado en mí. El hermano Mike es franco y directo, y nunca se anda con rodeos. Eso es confianza de hermano.

—Me las he visto con demonios sólo seis veces en mi vida —apunta—. Y no he tenido más que un par de experiencias directas de expulsión. Pero creo que hay muchos más demonios dando vueltas por ahí, muchísimos a los que no llegamos a reconocer. ¿Recuerdas al loco de los gadarenos, aquel hombre de la Biblia que corría desnudo por el cementerio poseído por dos mil demonios? Aparece dos veces, en Marcos 5, 1 y en Lucas 8, 26. Al final Jesús lo libra de los demonios y los arroja sobre una piara de cerdos. En la última expulsión que realicé, liberé a un joven de veinte años. Su padre acudió a mí porque creía que su hijo estaba poseído. El chico estaba enganchado al sexo y a las drogas. Los traficantes de drogas son auténticos brujos, parte del poder de Satanás que se ha expandido por toda la Tierra. La Revelación número ocho muestra claramente la relación que hay entre ellos.

—Pero ¿qué le haces a un poseído? ¿Le impones las manos o qué?

—Leemos las Sagradas Escrituras en voz alta. Sobre todo los pasajes que hablan de la sangre de Cristo. El diablo odia la sangre de Cristo, Dios prometió transferir el poder a través de su sangre. Este joven deliraba, decía que podía acostarse en la cama y sentir que estaba abrazando a su novia aunque ella no estuviera allí. Escuchaba una música de locos, bebía y se drogaba. Me estuvo hablando sin parar durante dos horas, todo el tiempo con una mirada asesina. Hasta que le miré a los ojos y le dije: «Estás poseído. ¿Tú qué dices? ¿Crees que tienes demonios ahí dentro?». El chico respondió que sí, y entonces repuse: «Si es así, no prevalecerás».

—Maldita sea, hermanito. ¿Y qué hace el demonio cuando tratas de expulsarlo?

—Bueno, la verdad es que los demonios no siempre me responden, sólo a veces. En aquella ocasión empezamos a rezar y el chico se levantó y echó a correr. Le cerré el paso antes de que llegara a la puerta y empezó a gruñir como un perro salvaje. Entonces me limité a invocar la sangre. El nombre de Cristo tiene poder y en su sangre está el poder verdadero. Después de que el chico se calmara un poco, volvimos a sentarlo en la silla y su padre fue a buscar a dos predicadores más. Estábamos todos rezando a su alrededor cuando el chico volvió a gruñir y otra vez intentó echar a correr. Lo mantuvimos quieto en la silla durante unos veinte minutos mientras rezábamos. Lo hacíamos en voz alta. Cuando libras una batalla espiritual como ésta tu voz se vuelve más fuerte. Al final el chico se dejó caer, creo que ése fue el momento en que el demonio lo dejó en paz. Después de aquello se sentía agotado. A las pocas semanas subió al altar y se redimió. De eso hace ya tiempo, y todavía sigue yendo a la iglesia.

—¡Después de semejante tormento, no me extraña!

El hermano Mike me explica que Satanás tiene un ejército invisible de demonios haciendo ofrecimientos por todas partes y que cada uno de estos demonios es diferente. Dice que los demonios se instalan en una casa y se quedan allí durante años.

—El predicador —se refiere al fundador de la iglesia—, otros dos hombres y yo hicimos salir a los demonios que estaban alojados en la casa de mi consuegro. Los demonios dejaban que el hombre los viera. —Por cierto, el hombre en cuestión es un funcionario del gobierno, un tipo que está en una muy buena posición—. Unas siluetas negras de ojos rojos entraban en la habitación y se quedaban de pie junto a la cama. Aterrorizaban a la mujer y a los chicos. Sacamos el libro de Hebreos, capítulos nueve y diez, donde se habla de la sangre y la victoria. Entramos en todas las habitaciones, una por una, y ordenamos a los demonios en nombre de Cristo que se fueran. Les pedimos que se manifestaran. Les dijimos que en presencia de Dios eran todos unos cobardes. Después de aquello ya no regresaron.

—¡Por el amor de Dios! Parece que la cosa se ha animado bastante desde la época en que yo acudía a la iglesia.

No suelo tomarme en serio a los millones de americanos cuyo imaginario bíblico tiene más que ver con dragones y mazmorras que con la introspección religiosa. Me río, no puedo evitarlo. Y reírme me ayuda a vivir con el hecho de que mi propia familia crea en los demonios. Aun así está claro que mi hermano y yo nos tenemos mucho cariño, pese a que por ser ya dos viejos canosos nos cueste trabajo expresarlo.

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