Crónicas de la América profunda (22 page)

El escalofriante relato de Glen no es un fiel reflejo de la realidad de los combates en Iraq, sino más bien una muestra jactanciosa de su psique de guerrero armado con la tecnología americana. La gente que le escuchaba alrededor del fuego ama la tecnología. Acarician mentalmente cada bala, notando y disfrutando el macizo peso de las pistolas bajo sus chaquetas. Casi todos ellos tienen permiso para portar armas ocultas. Y casi todos ellos sufren cierta inestabilidad que podría volverlos peligrosos con esas armas en su poder, especialmente si esa inestabilidad está inspirada por la ira y un sentimiento de desconfianza injustificado hacia la autoridad. El retrato mediático de una América hiperpeligrosa exacerba estos sentimientos. A pesar de sus bravatas, estos hombres le tienen mucho miedo al mundo exterior y desconocido. Para quien no esté familiarizado con las armas puede parecer realmente asombroso que estos tipos no se carguen al lector de contadores, o al hijo del vecino que se mete a gatas en su sótano, o a su propia novia en una noche de verano y borrachera. Pues bien, es cierto que estas cosas pasan, pero en rarísimas ocasiones. Parece que hasta los hombres armados más extraños de toda América mantienen un cierto control en lo que respecta a las medidas de seguridad de sus armas.

Aun así, me estremezco con sólo pensar en lo que los Glens y los Donnys del mundo entero serán capaces de hacer el día que todo empiece a descontrolarse vertiginosamente. ¿Qué ocurrirá cuando la demanda de petróleo en este país alcance su momento crítico y la red eléctrica tenga una súbita caída de tensión, y hasta las pequeñas necesidades de la vida diaria supongan una complicación desesperante y se vuelvan inasequibles? ¿Qué ocurrirá si un presidente inadecuado declara un inadecuado estado de emergencia? ¿Qué será lo primero que se les cruce por la cabeza a esos cientos de miles de fanáticos de la letalidad? Ayer fue uno de esos días invernales resplandecientes muy típicos del Sur, ideales para sentir un vago dolor en el corazón mientras se recuerda el pasado. Tal vez sea por el resplandor plateado en el cielo, o por el instante de eternidad que brilla en los ojos de todos los niños y los ancianos de piel blanquísima que se asoman a los porches. Yo qué sé. Lo cierto es que cogí mi camioneta y fui al cementerio de 1876 donde está enterrado papá, luego a la vieja casa de Shanghai Road, y allí aparqué y me fui a caminar por los campos donde mi padre cazó aquellos tres ciervos en un solo día, hace ya mucho tiempo. Desde allá arriba podía ver la caravana de Kenny Rays.

El primo Kenny, que lleva toda la vida en la antigua granja de la familia, vive en lo alto de una colina. Enfrente de su casa se yergue un mástil de quince metros en el que ondea la bandera de Estados Unidos, la del águila, otra con el globo terráqueo y otra con el ancla del ejército. Tiene un hijo en Iraq. Sale a cazar con su otro hijo y con su nieto en los campos que están encima de Shanghai Road. Ken y sus chicos son cazadores de ciervos, al igual que los espíritus de esos ancianos que los observan mientras ellos cazan sobre un suelo que para nosotros es tierra sagrada. Tanto para ellos como para otros diez millones de personas, las armas siempre serán artefactos tan normales y corrientes como un martillo o un mechero, aunque dotadas del poder del recuerdo y cargadas con el fuego del diablo. Durante cincuenta años, Kenny ha engrasado sus armas y ha recorrido esta tierra sagrada, perseguido por el abuelo, papá, tío Nelson, por todos nuestros antepasados escoceses del Ulster y hugonotes que anduvieron por aquí, que sembraron trigo y arrancaron los rastrojos. Por eso, cada vez que oímos el estampido de un rifle lejano, seguido de ecos que se repiten sin fin por todos los bosques deshojados, sabemos que los ecos provienen del sonido de una de sus armas, con la que acaba de derribar otro ciervo venido del cielo.

5
EL REINO SECRETO
Por la sangre de Cristo, queremos un Estado teocrático

El movimiento político al que llamamos la derecha religiosa, basado principalmente en las iglesias fundamentalistas, ha generado un cambio profundo en la política americana. No nos engañemos: cada uno de los lectores de estas páginas tendrá que enfrentarse a este fenómeno de diferentes maneras durante el resto de su vida. Todos sin excepción.

F
RED
C
LARKSON
,
Eternal Hostility: The Struggle Between Theocracy and Democracy

(
Hostilidad eterna: la lucha entre la teocracia y la democracia
)

El tipo encaramado al tractor que está indicándome el camino es realmente enorme. Lleva una de béisbol que dice «Git'er Done», una camiseta amarilla de malla de nailon a través de la que le ves los pelos del pecho, y sandalias de camuflaje; debe de pesar casi tanto como el tractor. Mientras habla pequeños neumáticos negros se hunden en la humedad del césped: «Tú tira recto dos manzanas abajo, pasando las caravanas gira a la izquierda por Dale Earnhardt, ya la verás». Sólo en el sur de Estados Unidos es posible encontrarte con un personaje tan extraño que te oriente de esa manera. (Invito a los incrédulos a echar un vistazo: introduzcan «Dale Earnhardt Lane, 25.401» en los mapas de Yahoo. Seguro que algunos lectores están mofándose de la clase de gente que le pone a una calle el nombre de un tipo cuyo mayor logro fue conducir en un circuito a doscientos kilómetros por hora durante años y hasta que se pegó el gran castañazo. Y las almas poco comprensivas dirán: «Te está bien empleado, jodido capullo de mierda». Pero a mí no me cuenten entre ésos. Como buen liberal (¡ejem!), siento profundo respeto por la vida.

El hecho de que tenga que preguntar cómo llegar a la iglesia en la que mi hermano menor es pastor puede dar una idea de la frecuencia con la que asisto a los oficios religiosos. Pese a todo, el hermano me recibe con un caluroso abrazo cuando aparezco en la Iglesia Baptista de Shenandoah. No es una megaiglesia, pero es tan amplia como los demás templos locales, con más de mil fieles y unos doscientos niños inscritos en la escuela fundamentalista cristiana que se encuentra en el mismo bloque. Construido con el anodino estilo de los años sesenta este edificio de cristal y ladrillos de maíz se halla en una zona verde y podría formar parte de uno de los tantos campus universitarios que se extienden por todo el país, si no fuera por las tres cruces de acero formando una delgada aguja en lo[...].

El hermano Mike ha sido predicador, pastor de jóvenes, coordinador de autobuses para necesitados y en general se ha desempeñado como un cowboy en todos los campos al servicio del [...] en esta iglesia desde 1974. Aquél fue el mismo año en que el Ejército Simbiótico de la Libertad secuestró a Patty Hearst, Nixon presentó su dimisión y el hermano Mike se convirtió en Cristo renacido. A partir de entonces y durante treinta años, él y su mujer, June, vivieron en una caravana que les suministró la Iglesia. Sólo en 2006, cuando ya estaba a un paso de la jubilación, se compraron una casa propia de clase media y se mudaron allí, una vez más con la ayuda de la Iglesia.

La iglesia de mi hermano es lo que se conoce como una iglesia baptista independiente. Depende tan poco de nuestro mundo que el tío me sale con cosas como «¿Sabes, Joey?, el otro día participé en un exorcismo. Ojalá hubieras estado allí». Las iglesias fundamentalistas independientes son, desde el punto de vista teológico, espacios difusos, con un sistema de creencias basado en cualquier interpretación de la Palabra de Dios que el «predicador Bob» o el «pastor Donnie» se atrevan a sugerir. Los miembros del clero surgen en el seno de la propia iglesia y por lo general son gente sin formación aunque, como la mayoría de los americanos, no se ven a sí mismos de esa manera. La falta de estudios superiores es la característica distintiva de los pastores fundamentalistas y pasa totalmente inadvertida para los fieles, quienes creen que cualquier escuela de formación profesional o, sobre todo, el seminario de su propia iglesia están a la altura de cualquiera de las infames universidades laicas. De hecho, los «colegios de enseñanza de la Biblia» son mejores porque en ellos no se enseña filosofía, ciencia, bellas artes, literatura en formas reconocibles como tales desde un punto de vista laico.

Este rechazo a lo que es visto como un «aprendizaje decorativo» ha sido un rasgo del fundamentalismo americano desde los tiempos de las iglesias de troncos en las regiones más reme sigue proporcionando a nuestra nación carismáticos fundamentalistas cuya capacidad de análisis es francamente nula. Si a eso se añaden más de treinta años de desarrollo de las escuelas cristianas (arraigadas en el movimiento que luchó contra el fin de la segregación racial) y más de dos millones de estudiantes a escala nacional que asisten a esas escuelas, y otros millones de chicos fundamentalistas inscritos en las escuelas públicas, puede que empiecen a entender por qué tantos estados reformando su sistema educativo con el propósito de sustituir las enseñanzas de Darwin por las fábulas de Adán y Eva, para que no nos quepa la menor duda de que David mató a Goliat, pese a la completa falta pruebas de que alguna vez existieran tales personajes.

Los miembros de Iglesia Baptista de Shenandoah son de ultraderecha, por mucho que lo nieguen. Ellos dicen que forman parte de la «mayoría», y si los números no mienten pueden atribuirse tranquilamente esa etiqueta con mayor razón que los liberales, a quienes exceden en número.

La certeza de que Dios existe es mayoritaria. Un 76% de protestantes, un 64% católicos y un tercio de los judíos están «absolutamente convencidos» de que es así, según datos encuesta Harris. Los miembros de la Iglesia Baptista de Shenandoah también forman parte de la mayoría en lo referente al nivel educativo. Son parte de ese 75% de norteamericanos que parece conformarse con acabar el instituto o los que piensan que un año o dos de estudios de cualquier cosa al finalizar la secundaria son más que suficientes. (Los liberales pueden estar agradecidos de que no ellos figuren registrados como votantes. Aun así, un 25% de los que tienen derecho a voto son fundamentalistas cristianos, de acuerdo con los datos del Pew Research Center, y veinte de los cinco millones de fundamentalistas que hay en América votaron en las últimas elecciones).

Los estadísticos coinciden en que la asistencia a las iglesias es uno de los mejores indicadores para determinar si un votante es liberal o conservador. Según los estudios, un 62% de la clase trabajadora acude a la iglesia y un 89% de todos los norteamericanos se toma su religión bastante en serio como para asistir a alguna ceremonia u oficio religioso varias veces al año. Entre ellos hay un 36% que va a la iglesia por lo menos dos veces al mes.

Las encuestas Gallup demuestran que entre una cuarta y una tercera parte de los norteamericanos son cristianos renacidos, un enorme paraguas bajo el cual se cobijan liberales renacidos como Jimmy Carter, incluso algunos cristianos ecologistas. La diversidad entre los fundamentalistas es mayor de lo que generalmente supone la gente de los sectores laicos. Pero considerándolos como un todo puede decirse que los fundamentalistas tienen tres cosas en común: son más blancos que una servilleta sin estrenar, de clase trabajadora (en la mayor parte de los casos) y sólo han estudiado secundaria.

En cualquier caso, algunos evangélicos se apartan de lo establecido en un aspecto importante: ellos fuera, harían pedazos la Constitución para instituir la «ley bíblica» y los mandamientos del Antiguo Testamento, y aspiran a la creación a largo plazo de un Estado teocrático. Otros creen que nos acercamos rápidamente al Fin de los Tiempos y que pronto se verán cumplidas las más oscuras profecías bíblicas; igual que muchos de sus antepasados escoceses del Ulster, creen que cualquier clase de teocracia es indisociable del Fin de los Tiempos, y, aunque pocos lo confiesan abiertamente, algunos no se oponen a una guerra nuclear en Oriente Próximo, idealmente con la ayuda de Israel.

Como dice el hermano Mike, «Israel es la clave de todo. En el momento en que se fundó el Estado de Israel, se puso en marcha el Fin de los Tiempos». Esto significa que el Mesías puede regresar a la Tierra sólo después de que se desencadene el Apocalipsis en Israel, el llamado Armagedón, asunto que la minoría influyente y poderosa de fundamentalistas tratan de fomentar a fin de precipitar el Fin de los Tiempos. El primer requisito era la creación del Estado de Israel. Hecho. Ahora, lo que se espera es que Israel se expanda por todo Oriente Próximo para así recuperar sus «Territorios Bíblicos». Lo que significa nuevas guerras. Los conservadores cristianos más radicales creen que la paz no conduce al retorno de Cristo, sino que es casi un obstáculo que retrasa el Reinado de Cristo en la Tierra, que durará mil años, y que cualquiera que promocione la paz es una herramienta de Satanás. Por ello los fundamentalistas apoyan todas y cada una de las guerras en Oriente Próximo, y muchos creen que las muertes de sus propios hijos son una especie de martirio sagrado. «Murió defendiendo los valores cristianos de este país». Esto es lo que se oye decir una y otra vez a los padres más radicales de jóvenes muertos. El desfile de féretros, sin embargo, ha hecho que al menos unos pocos se aparten del rebaño de cristianos militaristas.

La teología del Fin de los Tiempos o premilenarismo (una oscura doctrina concebida por John Nelson Darby, del movimiento fundamentalista de los hermanos Plymouth, en el año 1827) presenta muchas variantes. Pero todas se reducen a la creencia de que la Historia ha sido escrita por Dios y de que pronto llegará el Apocalipsis, según lo que establece el guión. La única esperanza es aceptar a Jesucristo como nuestro salvador personal. Así que si por una de esas casualidades de la vida uno practica el Culto al Éxtasis Eterno del Fin de los Tiempos, Dios lo llevará con Él al cielo y luego castigará con siete años horror y muerte a los que se queden sobre la faz de la Tierra. Surgirá un Anticristo y la guerra se extenderá a todos los rincones del planeta. Miles de millones de personas morirán. Por eso en el pre[...] los cristianos fundamentalistas, cuando ven lo que pasa en el mundo, piensan que el sida, la guerra a lado del globo, el crimen, la legalización de las drogas en algunos Estados y el deterioro medioambiental son la confirmación de que el plan de Dios ya está en marcha. El reverendo Rich Lang, de la Iglesia Metodista de la Santísima Trinidad en Seattle, dice: «Esta teología de la desesperación es muy seductora y hoy día está forjando la espiritualidad de millones de cristianos».

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