Crónicas de la América profunda (23 page)

Los fundamentalistas más acérrimos de la idea del Fin de los Tiempos aplican su peculiar interpretación de la Biblia a todos los aspectos de la vida, incluso a los asuntos políticos de actualidad, con conclusiones tan predecibles como extrañas:

  1. Las Naciones Unidas son una herramienta del Anticristo. Lo único que América debe hacer es difundir los Evangelios por todo el mundo.
  2. No hay necesidad de preocuparse por el medio ambiente ya que no vamos a necesitar este planeta mucho tiempo más.
  3. Hay que defender a Israel por todos los medios y alentar su expansión, ya que la Biblia anuncia que Israel debe dominar todas las tierras que se extienden desde el Nilo hasta el Éufrates, y sólo cumplirá la profecía del Fin de los Tiempos.
  4. Dios nos proveerá de un líder cristiano que será el guía del rebaño norteamericano, que es el padre elegido por Él para difundir los Evangelios por todo el mundo y librar a la Tierra del demonio.

Por lo pronto se concentran en las labores de «reconstrucción» de nuestro país y lograr el máximo «dominio» interno, tal como proponen algunos núcleos integrados en las diversas Teologías del Fin de los Tiempos. Los planes de los «reconstruccionistas» son tan duros e implacables como una lápida, y la pena de muerte, primordial en el ideal de la "reconstrucción", está recomendada para una amplia variedad de delitos entre los cuales figuran el abandono de la fe, la blasfemia, la herejía, la brujería, la astrología, el adulterio, la sodomía, la homosexualidad, la agresión física a un progenitor y «la impudicia ante matrimonio» (sólo aplicable a las mujeres). Los métodos bíblicamente correctos de ejecución incluyen lapidación, decapitación, ahorcamiento y la hoguera. Según Gary North, que afirma ser un economista reconstruccionista, la lapidación tiene preferencia, ya que las piedras abundan y son baratas. Dentro del mismo proyecto se contempla que la ley bíblica también acabe con los sindicatos, los derechos civiles y las escuelas públicas. El ya fallecido teólogo reconstruccionista David Chilton anunció: «El objetivo cristiano es la implantación universal de las repúblicas teocráticas basadas en la ley bíblica».

Casualmente, la República de Jesucristo, tal como la describen algunos cultos del Fin de los Tiempos, no sería sólo un infierno legal sino también ecológico. La doctrina más pura del Éxtasis Eterno (las distintas corrientes que se adhieren a este culto sostienen que su doctrina es la más pura) piden que se renuncie a la protección del medio ambiente en cualquiera de sus formas, puesto que no habrá necesidad de seguir usando este planeta una vez que tenga lugar el Éxtasis.

Puede que ustedes no hayan oído hablar de reconstruccionistas como R. J. Rushdoony, David Chilton o Gary North. Pues les digo que, ya sea unidos o por separado, estos tres tipos han influido más en la Norteamérica contemporánea que Noam Chomsky, Gore Vidal y Howard Zinn juntos. Es cierto que ni el llamado reconstruccionismo ni el llamado «dominionismo» son las tendencias hegemónicas dentro del fundamentalismo cristiano en estos tiempos, ni lo han sido nunca. Pero desde la década de los setenta y a través de cientos de libros y cátedras, la doctrina del reconstruccionismo ha ido penetrando tanto en la derecha religiosa como en las principales iglesias protestantes, para lo que se ha valido también de los movimientos llamados «carismáticos» como el pentecostalismo, centrado en la sanación, la profecía y los dones tales como la capacidad de «hablar en distintas lenguas».

Ya en los setenta y ochenta los discípulos de la doctrina de Pentecostés se agruparon para apoyar al magnate mediático cristiano Pat Robertson, haciéndolo rico y poderoso. A cambio él les dio el poder y la confianza necesarios para fundar movimientos con una fuerte carga política y emocional, como aquella iniciativa de 1973 destinada a revocar el caso Roe contra Wade que permitía legalizar el aborto en Estados Unidos. Una iniciativa que situó al pobre embrión en una categoría superior otorgándole un valor mediático hasta entonces inimaginable.

Este avance de los extremistas religiosos dispuestos a implantar la teocracia y el éxito con el que han logrado permear poco a poco las principales corrientes normales del Protestantismo fueron unas de las grandes historias secretas políticas de la segunda mitad del siglo
XX
. Los periodistas religiosos hablaban de todo menos de eso, en parte porque debían complacer a todas las muy diversas confesiones de las que informan. Pero también porque muchos ni siquiera veían lo que pasaba. Lo cierto es que miles de iglesias mayoritarias de las confesiones metodistas, presbiterianas y otras iglesias protestantes fueron desplazándose inexorablemente hacia la derecha sin darse cuenta. Ni que decir tiene que en la iglesia metodista que está al lado de mi casa nadie se ha enterado de la transformación que ha experimentado el mundo religioso en tiempos recientes. En cambio, otras iglesias mayoritarias con líderes más progresistas se acobardaron y terminaron recibiendo a los radicales con creciente reverencia. Supongo que no les quedaba otra opción que dejarse arrastrar por la marea evangelista si querían retener a sus fieles o incrementar el número de seguidores. Ahora bien, ¿podía ocurrir otra cosa si los cristianos más fervientes andaban afirmando que el lesbianismo era moneda corriente en los lavabos de las escuelas de la clase media de todo el país, y a causa de este horror y de otros semejantes juraban reconstruir una América a la medida de las enseñanzas del Antiguo Testamento?

El pastor Jeff Owens empieza a anunciar las actividades justo cuando me siento en la última fila de bancos de la Iglesia Baptista de Shenandoah. «Los hombres que quieran ir a la feria de armas de fuego y tiro al blanco en Claysburg, que se apunten para el bus después del oficio religioso —dice—. Los niños de diez años y mayores que quieran hacer el cursillo de medidas de seguridad, que se reúnan en la Sala Persa». A continuación anuncia el próximo Encuentro de Jóvenes Fundamentalistas y el de Adultos y Niños para «Salvar a un Pecador». También menciona eventos exclusivamente para mujeres como «¡Cosas de chicas!» (para muchachas de trece a dieciocho años) y «Poemas y canciones religiosas a la luz de la hoguera» (sólo para mujeres adultas). Aquí todo el mundo está muy ocupado.

El pastor Jeff es uno de esos temibles fundamentalistas supersanos, inmaculadamente pulcros, con una superfeliz sonrisa de 300 voltios que roza la histeria. Un hombre siempre mentalmente preparado, siempre alerta; para salvar almas, supongo. El pastor Jeff predica como los de la vieja escuela, levantando la voz gradualmente a medida que avanza el sermón. Compensa la falta de sonoridad en su voz con exclamaciones y exhortaciones, y machacando consignas una y otra vez, con una retórica muy propia del Sur que le ha sido muy útil a todo el mundo, desde Martin Luther King hasta Oral Roberts, basada en el ritmo y la repetición.

«Para mí ningún problema es pequeño —dice a los fieles—. Para mí ningún asunto de esta vida es pequeño. —La enumeración de cosas que para el pastor Jeff no son pequeñas dura un minuto entero, y al final consigue que ese «para mí» quede más grabado a fuego en las mentes que la lista de cosas que no son tan pequeñas. Aun así, cada punto de esa lista parece conmover a los oyentes—. Para mí ninguna noche en vela es pequeña, porque en una noche cualquiera podemos salvar la virginidad de una de nuestras hijas. Y para mí ningún problema es pequeño, porque para mí no hay gente pequeña… ni gente pobre… La contribución de los más ricos que se encuentran aquí esta noche —dice, como si realmente hubiera algún rico entre los fieles— no vale más que el óbolo de una viuda. Porque a los ojos de Dios no valen más los que dan un dólar que los que sólo pueden dar un centavo. Para mí tú nunca serás pequeño, nunca serás un caso perdido o un ser insignificante porque para Dios tú nunca serás pequeño. No hay cosas pequeñas en este mundo. Ni pequeñas acciones, ni pequeños pecados, ni pequeños favores. ¡Y para mí no hay gente pequeña aquí esta noche!

El mensaje sobre la valía de las personas es como un bálsamo para la gente que debe hacer un trabajo ingrato y sufre el peor de los desaires: la invisibilidad. La mayoría de los que acuden a esta iglesia no tienen una carrera profesional; a duras penas tienen un empleo y apenas son el telón de fondo de las vidas brillantes protagonizadas por profesionales y semiprofesionales de clase media. Al fin y al cabo, para que el mundo funcione alguien ha de cuidar del perro e instalar la cocina de 60.000 dólares que el honorable médico acaba de comprarse. Alguien tiene que pasar a retirar las monedas de un cuarto de dólar de las máquinas de las lavanderías y conducir el camión remolque cargado de muebles rumbo al almacén de Pottery Barn.

Mientras tanto, el cepillo circula discretamente, y el pastor Jeff empieza a soltar el rollo sobre las ofrendas. La variedad de las inflexiones de su voz no deja de sorprenderme. «¡Dios es generoso con todos vosotros! ¿A que sí?». Agradecida por el simple hecho de respirar, la congregación de fieles responde: «¡Síííííí! ¡Alabado sea!». «Entonces —chilla el pastor Jeff— ¿por qué sois tan rácanos a la hora de corresponderle?». Entre los fieles se oye un clamor de aprobación. Un letrero en la pared demuestra que los miembros de esta iglesia predican con el ejemplo. Allí se lee:
EL SANTA BARBARA BUSINESS COLLEGE HA DONADO UN MILLÓN Y MEDIO DE DÓLARES PARA LA CAMPAÑA EVANGELIZADORA
, lo que equivale a toneladas de calderilla para la gente trabajadora.

Suena un himno de fondo, la gente murmura. Una cosa está clara: nadie acude a esta ni a ninguna iglesia fundamentalista por la música. Esta nueva música sensiblera se esfuerza en no parecer un viejo himno religioso, y lo consigue. Es más bien sosa, con una melodía previsible y sin gracia, con notas torpes que suenan ocasionalmente para que las canciones parezcan complejas y «serenas». Sólo podría gustarle al director musical de alguna iglesia o a una discográfica cristiana. Sin embargo, el repertorio de esta mañana era algo menos soso de lo habitual; han incluido una canción más o menos extraña que era una mezcla de cantinela infantil y pasajes metafóricos sangrientos, con una letra que decía: «Jesús me usó como un lienzo y puso su firma al pie escribiendo Su Nombre con sangre». Hay que decir que la Iglesia Baptista de Shenandoah no es una de esas iglesias pentecostales con una formación de guitarras eléctricas y batería junto al pulpito. Es más representativa de las iglesias de la América profunda, con su congregación de camioneros, contables, pequeños contratistas, mecánicos de coches, empleados bancarios y dependientes de tiendas de comestibles, los titulares de esos contratos basura que tanto se llevan en nuestra insegura economía moderna.

A esos currantes les sobran motivos para sentirse económicamente precarios, porque son de los que tienen que apretarse el cinturón cada vez que Wall Street sufre una sacudida. Aun así se empeñan en creer que gozan de tantas oportunidades de alcanzar el éxito como cualquier ciudadano estadounidense, aunque no sean más que las piezas de recambio de la maquinaria de producción y servicios del país. Como engranajes funcionan de maravilla, nadie puede negarlo, y demuestran una gran deferencia hacia el jefe de turno, sea quien sea. En el trabajo, a muchos de ellos los tratan como si fueran niños. Por ejemplo, las empresas de esta zona exigen a los empleados un certificado médico en caso de ausencia por enfermedad. Todavía recuerdo aquella vez que una secretaria me preguntó si quería «una dispensa firmada por el doctor para faltar al trabajo». Pensé que había oído mal y le pedí que me lo repitiera.

La religión fundamentalista nos exige gratitud por todo lo que Dios nos ha concedido. De modo que esta gente está más que agradecida de ganar apenas tres dólares por encima del salario mínimo: «Al fin y al cabo, ¿no estamos mejor de lo que estaban nuestros padres?». Quizá, si no fuera porque la mayoría de sus padres contaban con seguro médico y se las apañaban sin que hubieran de trabajar los dos miembros de la pareja. Pero, claro, ellos tienen más «cosas» de las que llegaron a poseer sus padres. Así pagan por un par de zapatillas de marca para sus hijos más de lo que sus padres pagaban por la comida de un mes. Como la cifra de las nóminas ha ido creciendo con los años, su casa está repleta de chismes, y con eso les basta para creer que nadan en la abundancia y que tienen el deber de sentirse agradecidos, pese a que alguna que otra vez no les queda más remedio que comprar la comida con tarjeta de crédito. Porque en la India la gente pasa hambre, ¿no? De acuerdo: a juzgar por los traseros descomunales que ocupan los bancos de la iglesia, aquí nadie pasa hambre. Dios provee Big Macs y bollería industrial para todos. Son un montón de cosas por las que tenemos que dar las gracias, pero por encima de todo debemos estar agradecidos por formar parte de esta iglesia. Hay que reconocer que, a diferencia de las escuelas públicas o los centros cívicos, la iglesia fundamentalista es una de las estructuras sociales que todavía funcionan en América y donde todo el mundo es bienvenido, rico o pobre, bueno o malo.

Si echan un vistazo a los fieles que acuden a todas estas iglesias verán que no son en absoluto malas personas, sólo trabajadores cuya vida interior fue aniquilada a golpes hacia finales del siglo
XX
. Forman parte del resurgimiento global del fundamentalismo que empezó a producirse cuando el materialismo se elevó triunfante después de la era de la Ilustración. (¡Pobre y querida Ilustración! ¡Qué poco duró! Sólo faltaron para liquidarla del todo dos guerras mundiales, Verdún, Dresde y Auschwitz, los gulags, las armas nucleares y ahora el inminente desastre ecológico). Dos generaciones consecutivas de ciudadanos que se criaron en escuelas cristianas en medio de la hostilidad tenaz y el miedo avivados por la Guerra Fría. ¿Acaso debe sorprendernos que se vean tan seducidos por el anuncio del Apocalipsis? Todos y cada uno de ellos se asoman a la ventana en sus hogares y lo que ven coincide con lo que les enseñaron: se aproxima el fin del mundo.

La gente religiosa de espíritu moderado, sean judíos, cristianos unitarios, protestantes o católicos, por no hablar de los humanistas laicos que todavía viven entre nosotros, no puede siquiera llegar a imaginar la capacidad que tienen las iglesias fundamentalistas para ofrecer a sus fieles todo un estilo de vida. Esta cultura se encuentra tan basada en un discurso autorreferencial y en sus propias convicciones que termina viendo al resto de la sociedad laica como su incansable perseguidor, y a cualquier autoridad que no sea Dios, en especial la de los gobiernos, como un modelo de corrupción. No pueden evitar que tantísimos ciudadanos americanos prefieran leer las páginas de los deportes el domingo en lugar de dedicar un par de horas al estudio de la Biblia. Pero hace tiempo que descubrieron que sí podían hacer algo respecto al gobierno: infiltrarse en él. Y fue así como empezaron a formar a los integrantes de la «Generación de Josué».

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