(Por la izquierda entra GALA con los utensilios de afeitar, una paleta y un largo pincel. La ENFERMERA avanza lentamente. Suena «La danza húngara n.° 5» de Brahms).
Salvador Dalí, Chaplin y el mito trágico del Ángelus de Millet
DALÍ, doblemente genio, hará dos tareas al mismo tiempo al ritmo de «La danza húngara»: pintará e imitará afeitando al accionista mayoritario como lo hace Chaplin en la escena del barbero de la película «El gran Dictador». El ACCIONISTA, sentado encima del piano, se pone un peinador de barbero que saca del bolsillo del pantalón. DALÍ le quita el sombrero y se lo pone. GALA ha dado a DALÍ una jabonera y una brocha. Se marcha por la izquierda a buscar más utensilios de trabajo. DALÍ anda como Charlot mientras va mojando la brocha en la jabonera. Después, pone crema en la cara del accionista y le hace un pequeño masaje en la cabeza. GALA entra por la izquierda con una gran paleta de pintor y un largo pincel. DALÍ da a GALA la jabonera con la brocha y coge el largo pincel. Coloca de nuevo el sombrero en la cabeza del accionista y se sube encima del piano. Por el fondo de la derecha ha entrado un HERMANO DE LA SALLE. Lleva consigo el cuadro del Ángelus de Millet que DALÍ NIÑO había visto en el colegio. Se sitúa al lado del teclado y coloca el cuadro delante de su cara. DALÍ irá observando la obra de Millet y pintará, en la tela negra, su interpretación: «El atavismo del crepúsculo». La ENFERMERA se encuentra entre el ACCIONISTA MAYORITARIO y el teclado. Está poniendo unas gotas dentro del vaso de agua. DALÍ moja el pincel de pintura en la paleta que le ofrece GALA y, al ritmo de danza húngara, pinta sobre la tela negra y con cortas pinceladas, la madre del Ángelus con actitud expectante y manos cruzadas bajo la barbilla. Moja nuevamente el pincel de pintura y después de observar el Millet, pinta el segundo personaje del Ángelus, un hombre con actitud vulnerable, con un sombrero entre las manos. Pero DALÍ no le ha pintado la cara. Cuando acaba, lanza el pincel hacia GALA, que lo recoge. GALA ofrece a DALÍ una navaja de afeitar. DALÍ se vuelve a colocar el sombrero del accionista y le afeita. Mientras lo hace, aprovecha la ocasión para vaciarse el bigote de pelo. Cuando considera que ha acabado el trabajo, vuelve a colocar el sombrero en la cabeza del accionista, entrega la navaja a GALA y coge de nuevo el pincel para pintar, con largas pinceladas, el fondo de su visión del Ángelus. Comprueba su obra e, inspirándose otra vez en Millet, pinta una horca que sale de la espalda de la mujer y una carretilla con sus brazos llegando a la cabeza del hombre. DALÍ lanza de nuevo el pincel a GALA y coge un frasco de loción para después del afeitado que GALA le da. Sin perder el compás de la música, se coloca otra vez el sombrero del accionista y, poniéndose colonia en las manos, le hace un masaje en la cara. Cuando ha llegado, vuelve a poner el sombrero al accionista, entrega la botella a GALA y le coge otra vez el largo pincel. Continúa su obra. DALÍ observa la cara de la ENFERMERA y, asociándola con la muerte, se dirige hacia su cuadro, a medio acabar, y pinta una calavera en lo que tendría que ser la cara del hombre. Su interpretación del Ángelus de Millet está acabada. DALÍ lanza el pincel a GALA, baja del piano, vuelve a coger el sombrero y se lo pone, saca el peinador de barbero y pone la mano para que el accionista le pague sus servicios. El ACCIONISTA paga y se marcha por la izquierda. «La danza húngara» ha finalizado. El HERMANO DE LA SALLE se ha ido por el fondo a la derecha. Silencio. El ACCIONISTA vuelve a entrar por la izquierda, caminando de espaldas. Se ha olvidado el sombrero. DALÍ se lo pone y el ACCIONISTA se va. GALA se marcha por la izquierda con la paleta, el pincel y los utensilios de barbero. DALÍ está en la izquierda del piano.
El verdadero rostro de la muerte
El cuadro «El atavismo del crepúsculo» reflejado en la tela negra se distorsiona en una espiral. GALA entra por la derecha y ayuda a DALÍ a quitarse el traje de payaso sabio. La ENFERM ERA avanza imperceptiblemente hacia DALÍ.
DALÍ—
(A la ENFERMERA, que ve como la muerte.)
Ven, muerte tan escondida, que no te sienta venir, p orque el p lacer de morir me pudiera dar la vida. Así sea tu venida, sino, desde aquí me obligo, que el gozo que habré contigo, me dará de nuevo vida....
(Silencio. GALA se marcha con el traje de payaso sabio por la izquierda. Del cuadro «El atavismo del crepúsculo», sólo queda el hombre con cara de calavera y la carretilla en la cabeza. Por el fondo a la izquierda aparece DALÍ NIÑO. Lleva una horca de madera con dos púas. Deja la horca apoyada en la espalda de DALÍ. Se acerca sonriente a la ENFERMERA y se dispone a jugar con ella. Cuenta hasta tres y al girarse, si sorprende a la enfermera moviéndose, ésta volverá al punto de partida y así el juego no acabará nunca. Es una manera de retrasar la llegada de la muerte. DALÍ NIÑO se dirige hacia DALÍ y comienza el juego.)
DALÍ—
(Mientras DALÍ NIÑO golpea su pecho.)
Un, dos, tres, sin mover los pies.
(DALÍ NIÑO mira rápidamente a la ENFERMERA para pillarla moviéndose, pero la ENFERMERA parece detenida a punto de dar un paso adelante.)
DALÍ NIÑO—
(Golpeando nuevamente el pecho de DALÍ.)
Un, dos tres, chocolate inglés.
(DALÍ NIÑO mira nuevamente a la ENFERMERA, que ha movido su pie imperceptiblemente.)
DALÍ NIÑO—
Un, dos, tres, butifarra de pagés.
(DALÍ NIÑO se percata de que la ENFERMERA ha avanzado, pero no puede conseguir sorprenderla moviéndose. Su pie está a punto de tocar el suelo. DALÍ NIÑO se acerca a ella y coloca la mano en el suelo, debajo de la zapatilla blanca de la ENFERMERA. El pie de la ENFERMERA se mueve lentamente hasta pisar la mano de DALÍ NIÑO, que la quita rápidamente.)
DALÍ—
(Sintiendo el dolor del pisotón.)
¡Ayyy!
(DALÍ NIÑO, aunque haciendo trampa, ha visto el movimiento de la ENFERMERA, y creyéndose en el derecho de haber ganado el juego, la coge por la cintura y, en bloque, la lleva hacia el teclado, alejándola de DALÍ y dejándola otra vez en el suelo. Simultáneamente, la imagen del hombre reproducida en la tela negra avanza hacia la derecha. Pero irremediablemente la ENFERMERA camina rápidamente hacia el lugar en el que se encontraba anteriormente. La muerte avanza. Al mismo tiempo, la imagen del hombre reproducida en la pantalla también vuelve a su sitio. La carretilla ha desaparecido. DALÍ NIÑO quiere detener, sea como sea, el caminar de la ENFERM ERA y, dirigiéndose hacia DALÍ, coge la horca que se encuentra apoyada en su espalda. DALÍ NIÑO coloca la horca en el cuello de la ENFERMERA. Simultáneamente, por la derecha de la tela negra aparece una horca que detiene el caminar del hombre. DALÍ NIÑO forcejea con la ENFERMERA, pero la muerte tiene mucha más fuerza que él y acaba dando un paso. DALÍ NIÑO suelta la horca y la ENFERMERA avanza hacia la cama de la Torre Galatea. La imagen del hombre reproducida sobre la tela negra desaparece para dar paso al punto verde que marca los impulsos del corazón. DALÍ NIÑO se marcha por la izquierda. Al mismo tiempo, DALÍ ha subido al piano, y tumbado, rueda hasta el espacio de la cama. La ENFERM ERA y DALÍ llegan al mismo tiempo. Estamos nuevamente en la Torre Galatea. Se oye el bip característico.)
Una segunda firma
Habitación de la Torre. DALÍ agoniza. La ENFERMERA da a DALÍ el vaso de agua con las gotas. DALÍ lo rechaza.
DALÍ—
(A la ENFERMERA, que la imagina como la muerte.)
¡Déjame, puta sádica! No alargues más la comedia.
(La ENFERMERA le seca el sudor.)
Búscate a otro. Quiero... quiero dibujar las esferas de plomo que penetraron en el cuerpo de Federico García Lorca....
(La ENFERMERA avanza hacia el piano y se dirige hacia la derecha. Se detiene. Hace entrar a PICHOT, que con un bloc de dibujo camina hacia DALÍ. La ENFERMERA le sigue. PICHOT le da una pluma al anciano. DALÍ la coge. La mano le tiembla por el Parkinson.)
DALÍ—
... Quiero dibujar las heridas abiertas en la carne tibia de Federico...
(PICHOT conduce la mano de DALÍ hacia la hoja del bloc de dibujo. Intenta hacerle firmar un dibujo. DALÍ no tiene fuerzas. La mano le resbala por el papel y cae sobre el piano.)
DALÍ—
... Las heridas abiertas... en la carne tibia... las heridas abiertas...
(PICHOT lo intenta de nuevo. DALÍ firma. La mano vuelve a caer sobre el piano.)
DALÍ—
... las heridas abiertas... las heridas...
(PICHOT tiene la intención de irse por la derecha. Quiere recuperar la pluma, pero DALÍ la coge fuerte y no se lo permite. PICHOT decide irse.)
DALÍ—
Federico... Japonesito... Chocolate Suchard...
(DALÍ deja la pluma, que rueda sobre el piano y cae al suelo. Pichot la recoge y sale por la derecha. La ENFERMERA hace un pequeño masaje en la cabeza de DALÍ. DALÍ se va desprendiendo de la ENFERMERA cuando es sorprendido por una nueva visión.)
DALÍ—
... Federico... Federico... Fe-de-ri-co.
(LORCA aparece por detrás del piano. Va vestido con la capa y el tricornio de guardia civil. Continúa manteniendo la misma fisonomía de GALA. Camina hacia el teclado. Una sombra de color verde, reproducida en la tela negra, le sigue. LORCA se detiene al lado del teclado. La ENFERM ERA también ralentiza sus movimientos. Después de los masajes le dará a beber agua y volverá a marcharse hacia la salida de la derecha por delante del piano. El tiempo queda suspendido.)
Federico García Lorca
LORCA deja un papel en blanco encima del piano. Por la tela negra se reproduce el papel. LORCA irá escribiendo una carta dirigida a DALÍ. Simultáneamente la carta se reproducirá sobre la tela negra a medida que LORCA la vaya redactando.
LORCA—
Salvadorito querido: El día que yo me muera, que se enteren las palomas, pon telegramas alados que crucen mares y lomas. Escribe mi alma en tus cuadros, juegos de luna y de sombras, y que se inclinen las frentes, tibias, de rojo amapola.
(LORCA firma «Federico» en la carta y después, en el ángulo superior derecho, dibuja una caricatura de DALÍ con la mano encima de un corazón. LORCA quiere dar la carta a DALÍ. DALÍ quiere cogerla pero cuando ya la tiene cerca de la mano, la carta se cae al suelo. LORCA se dirige hacia el teclado. Toca «Con el Vito». Por lugares diferentes, entran dando vueltas sobre sí mismas, tres manolas. Van vestidas de negro, con faldas anchas que les llegan hasta los pies. Llevan la típica peineta y, recogida con un clavel rojo, una mantilla que les tapa la cara. Las tres llevan un crucifijo en las manos. Las tres manolas se detienen a la izquierda del piano. Al mismo tiempo giran, y mirando la carta reproducida en la tela negra, cogen el crucifijo como si fuese una pistola y disparan. Doce tiros perforan la carta de LORCA. A medida que se dispara, cada agujero de bala hace desaparecer una parte de la carta. Su lugar es sustituido por una parte de la pintura del telón de fondo de «Café de Chinitas». Una mujer con el cuerpo de guitarra española crucificada en la fachada de una casa. La sangre de sus brazos gotea por la pared. Las tres manolas se van por donde han venido, dando vueltas sobre sí mismas. LORCA ha dejado de tocar el piano. Se marcha dando vueltas sobre sí mismo por el fondo a la derecha. Silencio.)
DALÍ—
¡Olé!...
(DALÍ rueda hacia delante del piano. El «Café de Chinitas» irá desapareciendo, engullido por una espiral.)
DALÍ—
... Con esta exclamación, típicamente española, recibí en París la noticia de la muerte de Lorca, el mejor amigo de mi adolescencia agitada. Entonces, cada vez que desde el fondo de mi soledad consigo hacer emerger de mi cerebro una idea genial, oigo la voz ronca y suavemente sofocada de Lorca gritándome también: ¡Olé!
(Por debajo del piano aparecen un montón de micrófonos. DALÍ, esquizofrénico, se hará una autoentrevista.)
DALÍ—
(Imitando la voz de un periodista.)
Maestro, ¿cuál fue su participación en la Guerra Civil Española?...
(DALÍ, dirigiéndose a los micrófonos.)
Absolutamente ninguna.
(Periodista.)
¿Y en la Segunda Guerra Mundial?..
(DALÍ.)
Cuando el mundo entraba en guerra, yo me encerraba en mi estudio porque soy de naturaleza cobarde, aunque seguía fascinado por las caderas blandas y rollizas de Hitler.
(Simultáneamente a la autoentrevista, por el fondo a la derecha entra HITLER acompañado de dos soldados de las SS. Los soldados saludan al Führer con el fascista gesto de levantar el brazo. Van vestidos con chaqueta negra y correaje, falda negra hasta los pies y zapatos de tacón alto. HITLER ordena a uno de ellos tocar el piano. Obedece. El SOLDADO NAZI 1 toca el «Claro de luna». Adagio sostenuto n.° 8 de Beethoven. El otro, el SOLDADO NAZI 2, que lleva una bandeja con tres copas y tres pinceles dentro de ellas, como si fuesen dos pajas para sorber la bebida, espera al lado de HITLER.)
DALÍ—
... La carne rosada del Führer, que me la imaginaba como la más divina carne de mujer de cutis blanquísimo, me tenía verdaderamente fascinado.
(Imitando la voz del periodista.)
Entonces, ¿usted se sentía nazi?
(DALÍ, a los micrófonos.)
¡No! ¡Cómo podía ser nazi! Si Hitler conquistaba Europa, aprovecharía la oportunidad...
(Por la izquierda aparece MUSSOLINI.)
... para mandar al otro mundo a todos los histéricos de mi especie.
(HITLER va a recibir a MUSSOLINI. Le sigue el SOLDADO NAZI 2.)
Bonjour! Me voy a New York, porque aquí pintan bastos....
(Los micrófonos desaparecen por debajo del piano. DALÍ camina sigilosamente para no ser visto, hacia la parte de atrás del piano. MUSSOLINI y HITLER se saludan levantando el brazo. El SOLDADO NAZI 2 reparte una copa a cada uno, deja la bandeja con la tercera copa encima del piano y se marcha hacia el teclado. Los dos soldados tocarán el «Claro de luna» a dos manos. DALÍ ha dado paso a su visión de la Segunda Guerra Mundial.)
La Segunda Guerra Mundial
MUSSOLINI—
Adolfo! Fa un fredo della madonna putaña, qüí a Berlino!
(De golpe, aparece por la izquierda, como si alguien le hubiese propinado un fuerte empujón, un hombre desnudo. HITLER y MUSSOLINI se repartirán su cuerpo como si se repartiesen Europa. El hombre ha caído entre HITLER y MUSSOLINI. Se levanta. HITLER moja el pincel en la copa y pintando de rojo el pecho del hombre explica a MUSSOLINI la estrategia de guerra y los países que irá invadiendo y ocupando.)