Read DARTH VADER El señor oscuro Online
Authors: James Luceno
Antes de que Antilles pudiera activar el comunicador, la imagen del holoproyector se desvaneció y fue reemplazada por el rostro enjuto y afeitado del principal esbirro de Palpatine: Sate Pestage.
—Senador Organa —dijo éste—. Espero que reciba este mensaje.
De todos los consejeros de Palpatine, Pestage era quien más cerca estaba de ser el archinémesis de Bail. Era un matón sin comprensión alguna del proceso legislativo y no debía de estar en una posición de autoridad. Pero había sido uno de los principales consejeros de Palpatine desde su llegada a Coruscant como senador por Naboo.
Bail se situó en la rejilla transmisora del proyector e hizo una seña a Antilles para que abriera un enlace con Pestage.
—Ah, está ahí —dijo Pestage al cabo de un momento—. ¿Nos concede permiso para aterrizar nuestra lanzadera, senador?
—Qué impropio de usted otorgarnos la cortesía de avisarnos, Sate. ¿Qué le trae por esta parte del Núcleo Galáctico, y además en un destructor estelar?
Pestage sonrió sin mostrar los dientes.
—Yo soy un simple pasajero a bordo del
Exactor,
senador. En cuanto a lo que nos trae aquí... Bueno, deje que le diga cuánto he disfrutado presenciando por la HoloRed imágenes de su... cumbre política.
—Es una manifestación pacífica, Sate —contraatacó Bail—. Y probablemente seguirá siéndolo. A no ser que sus agitadores consigan hacer lo que saben hacer mejor.
Pestage asumió una expresión de sorpresa.
—¿Mis agitadores? No puede hablar en serio.
—Muy en serio. Pero mejor volvamos a los motivos de su visita.
Pestage se tironeó el labio inferior.
—Ahora que lo pienso, senador, igual sería más prudente por mi parte dejarle esa explicación al emisario del Emperador.
Bail permaneció con los brazos en jarras.
—Ése siempre ha sido su cargo, Sate.
—Ya no, senador —dijo Pestage—. Ahora respondo ante un superior.
—¿De quién está hablando?
—De alguien al que todavía no ha tenido el placer de conocer. Darh Vader.
Bail se quedó congelado, pero sólo por dentro. Consiguió no mirar a Antilles, y que su voz no mostrase el repentino temor que sentía al decir:
—¿Darh Vader? ¿Qué clase de nombre es ése?
Pestage volvió a sonreír.
—Bueno, en realidad es algo así como un título y un nombre. —La sonrisa desapareció—. Pero no se confunda, senador. Lord Vader habla en nombre del Emperador. Hará bien en no olvidar eso.
—¿Y ese Darth Vader va a venir aquí? —dijo Bail con voz firme.
—Nuestra lanzadera descenderá en cualquier momento, suponiendo, claro está, que tengamos su permiso para aterrizar.
Bail asintió a la holocámara.
—Me ocuparé de que les transmitan coordenadas de aproximación y aterrizaje.
Bail sacó el comunicador del cinto y pulsó un código en su teclado apenas se disolvió la holoimagen de Pestage.
—¿Dónde están Breha y Leia? —le dijo a la voz de mujer que contestó.
—Creo que ya han salido para reunirse con usted, señor —dijo la asistenta de la Reina.
—¿Sabe si lleva su comunicador consigo?
—No creo que lo lleve, señor.
—Gracias —Bail apagó el comunicador y se volvió hacia sus ayudantes—. Buscad a la Reina y decidle que, bajo ninguna circunstancia, salga de la residencia y que contacte conmigo lo antes posible, ¿entendido?
Retrac y Aldrete asintieron, giraron sobre sus talones y salieron corriendo.
Bail se volvió hacia Antilles, con los ojos hinchados por la preocupación.
—¿Los androides están en el
Tantive IV
o han bajado a tierra?
—Están aquí —dijo Antilles, exhalando aire—. En alguna parte del palacio o las cercanías.
Bail apretó los labios.
—Hay que localizarlos y ocultarlos a la vista.
N
unca he sido muy amigo de multitudes —dijo Skeck, mientras intentaba pasar entre la muchedumbre de manifestantes de Aldera, acompañado de Archyr y Shryne.
—¿Fue eso lo que te hizo emigrar al Borde Exterior? —preguntó Shryne.
Skeck se burló de esa idea con un gesto.
—Sólo sigo allí por la comida.
Sus largos abrigos, sombreros y botas altas, además de protegerlos del frío, ocultaban muy bien las pistolas láser y demás herramientas propias de contrabandistas. Jula, Brudi y Eyl Dix se habían quedado en la nave de desembarco, atracada en una plataforma circular a un par de kilómetros al este de palacio.
Era la primera vez que Shryne visitaba Alderaan. Por lo poco que había visto, el planeta estaba a la altura de su reputación de mundo hermoso y germen de disensión política, al margen de su supuesto pacifismo. El ambiente que se respiraba en la enorme multitud, compuesta por refugiados de guerra y recién llegados de incontables mundos, parecía coincidir con eso. Pero Shryne ya se había fijado en varias docenas de seres que era evidente que buscaban provocar la violencia en los manifestantes, quizá con el fin de obtener una amplia cobertura en la HoloRed y así dejar clara su opinión a Palpatine.
O quizá, sólo quizá, Alderaan debía agradecerle al Emperador la presencia de agitadores.
A juzgar por la forma en que se habían desplegado las unidades policiales de Aldera, éstas no buscaban el enfrentamiento, y puede que hasta tuvieran órdenes de contenerse costase lo que costase. El mero hecho de que se permitiera a los manifestantes gritar sus protestas y desplegar sus holoeslóganes tan cerca del palacio real, y que el propio senador Bail Organa se mostrara ocasionalmente a la multitud, demostraba que esa contención era real.
A Alderaan le importaba de verdad el hombre de la calle.
Por otro lado, la presencia de una multitud tan grande indicaba a Shryne que el senador Fang Zar era algo más que un político astuto. Aunque sacarlo de Alderaan nunca habría sido un reto insuperable, la presencia de esa multitud, y la política deliberadamente permisiva de Alderaan respecto a las entradas y salidas orbitales harían que la misión se resolviera en un suspiro.
No estaba mal para ser la primera misión de Shryne.
Y puede que incluso conllevara hacer el bien, sobre todo si los rumores que había oído sobre Zar a lo largo de los años eran ciertos.
Ahora todo se reducía a asistir a la cita con él.
Shryne, Skeck y Archyr ya habían rodeado el palacio dos veces, sobre todo buscando problemas potenciales en la entrada de la puerta sur, donde debía tener lugar la cita prevista. Shryne encontraba interesante que el motivo de Zar para realizar una salida discreta fuera no querer implicar a Organa en sus problemas, pero Shryne no tenía claro cuáles eran esos problemas. Tanto Zar como Organa eran miembros del Comité Lealista; por tanto, ¿qué podía haber hecho Zar para tener problemas que no implicaran de entrada a Organa?
¿Serían problemas con Palpatine?
Shryne intentó convencerse de que los problemas de Zar no eran asunto suyo, que cuanto antes se acostumbrara a limitarse a ejecutar el trabajo, mejor sería para él, y para Jula. Era todo lo opuesto a pensar como un Jedi, lo cual implicaba recurrir a la Fuerza buscando posibles repercusiones y ramificaciones de sus actos.
En este sentido, la misión de Alderaan era el primer día del resto de su vida.
Olee Starstone era la única otra cosa que debía apartar de su mente. Sus sentimientos por ella no nacían de un apego de la clase que él mismo sería el primero en ridiculizar, pero estaba preocupado por ella hasta el punto de distraerlo.
Ella se había enfadado todo lo que podía enfadarse un Jedi por la decisión de Shryne de seguir su propio camino, si bien alguno de los otros Jedi le dijeron que lo comprendían.
Los siete cogieron el baqueteado transporte y salieron a buscar Jedi supervivientes. Shryne temía que sólo fuera cuestión de tiempo que se metieran en graves aprietos, pero no pensaba hacer de perro guardián. Y, lo que era más, ellos consideraban los riesgos a que se enfrentaban como nacidos de la voluntad de la Fuerza.
Bueno, ¿quién podía saberlo con seguridad?
Shryne no era omnisciente. Puede que cosecharan el éxito pese a tenerlo todo en contra. Puede que los Jedi, aliados a manifestantes políticos y a compasivos comandantes militares, consiguieran llevar a Palpatine ante la justicia por sus actos.
Era improbable. Pero, aun así, era una posibilidad.
Jula había sido lo bastante generosa como para prestar a Filli a los Jedi, aparentemente para ayudarlos a examinar las informaciones descargadas de la base de datos del radiofaro. No obstante, Shryne sospechaba que la verdadera intención de Jula era deshacer la imprudente determinación de Starstone. Cuanto más íntimos se hicieran Starstone y Filli, más se vería obligada la joven Jedi a examinar sus opciones. Con el tiempo, hasta era posible que Filli consiguiera sacarla de su apego a la desaparecida Orden Jedi, tal y como había hecho Jula con Shryne.
Pero, claro, Shryne ya estaba a medio camino de dejar la Orden cuando su madre entró en escena.
Su madre
.
Aún se estaba acostumbrando a ese cambio, a ser el hijo de esa mujer. Puede que del mismo modo que algunos soldados debían hacerse a la idea de ser todos clones de un solo hombre.
Shryne oyó la voz de Jula a través del micrófono sin cable de su oído.
—Tengo noticias de nuestro paquete —dijo—. Está en marcha.
—Ahora mismo nos dirigíamos hacia allí —dijo Shryne al micrófono de audio sujeto al cuello de sintopiel de su abrigo.
—¿Seguro que podrás reconocerlo por las holoimágenes?
—Reconocerlo no será un problema. Lo será encontrarlo en medio de esta muchedumbre.
—Supongo que no esperaba que la manifestación fuera tan grande.
—Supongo que no se lo esperaba nadie.
—¿No indica eso que los días del Emperador están contados?
—Al menos los días de alguien —hizo una pausa—. Espera un momento.
Tenía a la vista la entrada a la puerta sur del palacio, pero en el tiempo que habían empleado en dar la tercera vuelta se había congregado una multitud. Tres oradores humanos subidos a plataformas que flotaban con repulsores animaban a todo el mundo a abrirse paso por las altas puertas y entrar en los terrenos del palacio. Anticipando problemas, ante la puerta se había desplegado un grupo de unos cuarenta soldados reales vestidos con armadura ceremonial y sombreros de fieltro, armados con varios sistemas no letales de control de masas, entre los que se contaban aparatos ultrasónicos, varas noqueadoras y redes aturdidoras.
—Roan, ¿qué pasa? —preguntó Jula.
—Las cosas se ponen difíciles. Están alejando a todo el mundo de la entrada de la puerta sur.
La multitud empujó y Shryne se sintió levantado y arrastrado hacia el palacio. El cordón de soldados gritó una última advertencia. Cuando la multitud volvió a empujar, dos guardias en primera línea, con mochilas, empezaron a cubrir la plaza empedrada de una capa gruesa de espuma repelente. La multitud retrocedió en respuesta, pero varias docenas de los manifestantes más cercanos a la puerta no consiguieron retroceder a tiempo y quedaron inmediatamente inmovilizados por la pasta que se propagaba rápidamente. Unos cuantos fueron capaces de retirarse renunciando a su calzado, pero los demás se quedaron atrapados. El trío de agitadores flotantes aprovechó la situación para acusar a la Reina y el visir de Alderaan de boicotear el derecho de los manifestantes a la libre reunión, y de arrodillarse ante el Emperador.
Los empellones se volvieron más fuertes, y los manifestantes atrapados en el centro de la multitud fueron objeto de todo tipo de empujones y zarandeos. Shryne empezó a moverse hacia el perímetro, con Skeck y Archyr a cada lado. En cuanto pudo, conectó el comunicador.
—Jula, no vamos a poder llegar a la puerta.
—Lo que significa que nuestro paquete no podrá salir de palacio por ese lado.
—¿Hay algún punto de reunión alternativo?
—Roan, he perdido contacto con él.
—Posiblemente sólo sea temporal. Cuando tengas noticias de él, dile que no se mueva, donde sea que esté.
—¿Y dónde estarás tú?
Shryne estudió la curvada muralla sur del palacio.
—No te preocupes, encontraremos el modo de entrar.
E
sos pobres seres, atrapados en esa horrible espuma —dijo C-3PO mientras se dirigía con R2-D2 a una estrecha puerta de acceso en la muralla sur de palacio.
La puerta estaba cerca de la instalación subterránea de mantenimiento para androides del palacio, donde los dos robots habían disfrutado de un baño de aceite, y era la misma que habían utilizado unas horas antes para salir de los terrenos de palacio, cuando los manifestantes empezaron su marcha.
—Creo que estaremos mucho mejor dentro de palacio.
R2-D2 gorjeó una respuesta.
C-3PO inclinó la cabeza desconcertado.
—¿Qué quieres decir con que de todos modos nos han ordenado que volviéramos?
El astromecánico gorjeó y pitó.
—¿Que nos han ordenado que nos ocultemos? ¿Quién lo ha ordenado? —Esperó una respuesta—. ¿El capitán Antilles? ¡Qué amable por su parte mostrarse preocupado por nuestro bienestar en medio de tanta confusión!
R2-D2 chirrió, y luego zumbó.
—¿Otra cosa? —C-3PO esperó a que R2-D2 acabara—. No me digas que no puedes decirlo. Dime que te niegas a decírmelo. Tengo todo el derecho a saberlo, maquinita con secretos.
C-3PO guardó silencio mientras la sombra de una nave voladora pasaba sobre ellos.
Su único fotorreceptor siguió el vuelo de una lanzadera imperial negra como la medianoche, y R2-D2 empezó a silbar y a aullar con evidente alarma.
—¿Qué pasa ahora?
El astromecánico profirió un coro de aullidos y pitidos agudos. C-3PO fijó incrédulo los fotorreceptores en él.
—¿Encontrar a la reina Breha? Pero ¿de qué hablas? ¡Hace un momento dijiste que el capitán Antilles nos ordenaba escondernos!
C-3PO, androide de protocolo con los brazos doblados, casi en jarras, no podía creer lo que estaba oyendo.
—Que tú has cambiado de idea. ¿Desde cuando decides tú qué es lo importante y qué no? Oh, quieres meternos en problemas. ¡Lo sé!
Para entonces ya habían llegado a la puerta de acceso de la muralla. R2-D2 extendió un fino brazo desde su rechoncho y cilíndrico torso y lo insertó en una terminal de ordenador de la puerta cuando se oyó la voz de un carne-y-hueso.