DARTH VADER El señor oscuro (18 page)

Puede que de no haber visto en Starstone y los demás Jedi la imperiosa necesidad de creer, la necesidad de tener algo a lo que aferrarse tras haberlo perdido todo, se habría esforzado más por desanimarlos. Pero la necesidad que sentían ellos no bastaba para que él dejase de preguntarse si quería pasar así el resto de sus días, aferrado al sueño de volver a reunir la Orden Jedi, de que un puñado de Jedi podía encabezar una rebelión contra un enemigo tan formidable como el Emperador Palpatine. No conseguía quitarse la sensación de que la Fuerza había vuelto a lanzarle una curiosa pelota curva. Justo cuando creía haber acabado con los asuntos Jedi, y que la Fuerza lo había abandonado, volvía a estar tan metido como antes.

Roan Shryne, que en la guerra había perdido no uno, sino dos aprendices.

No dejaba de oír las palabras de Jula sobre volver a relacionarse con su familia. Igual aún no había ido tan lejos como para no beneficiarse del apego, aunque sólo fuese para volverse más humano. Pero el no volver a usar la Fuerza... Ahí estaba la cuestión. Su capacidad de sentir la Fuerza en los demás era una parte tan esencial de su propio ser que dudaba que pudiera limitarse a ignorarla, como había hecho con su túnica y su sable láser.

Sospechaba que siempre se sentiría como un bicho raro entre los humanos normales, y la idea de exiliarse con alienígenas con talentos similares a los suyos tampoco le ofrecía muchos atractivos.

De momento estaba dispuesto a seguir con Starstone, cuando no a ser su mentor. Lo cual entrañaba un problema completamente diferente: Starstone y los demás buscaban en él un liderazgo que no podía proporcionar, en parte porque el liderazgo nunca había sido su punto fuerte. Pero, sobre todo, era porque cualquier medida de confianza en sí mismo que hubiera tenido alguna vez había resultado erosionada por la guerra. Con suerte, los intentos de localizar a más Jedi supervivientes los conducirían a un Jedi con más maestría que Shryne al que poder entregar el mando para así renunciar a él con elegancia.

O igual no había respuesta de la base de datos del Templo.

El archivo de imágenes de la HoloRed al que accedió a bordo del
Bailarín Borracho
mostraba humo procedente del Templo Jedi tras el ataque de los soldados. Así que era muy concebible que hubiera quedado dañado o destruido o que las bases de datos se hubieran corrompido irremediablemente.

Lo cual acabaría bruscamente con la búsqueda.

Y con su soñar despierto.

Se internaba aún más en el pasillo cuando Jula salió de entre la oscuridad, linterna en mano, y se puso detrás de él.

—¿Dónde están los guías cuando los necesitas? —dijo ella.

—Justo lo que pensaba ahora mismo.

Llevaba la cazadora doblada sobre el brazo y una pistola láser enfundada en la cadera. Shryne se preguntó por un momento cómo habría sido su vida de quedarse a su cuidado. ¿Habría durado el matrimonio con su padre, o lo que parecía una sed de aventuras insaciable habría llevado a Jula adonde estaba ahora, con Roan convertido en miembro de su tripulación, en su compañero en el delito?

—¿Cómo les va a ésos? —preguntó, moviendo el mentón en dirección a la sala de comunicaciones.

—Bueno, Filli ya ha entrado en el radiofaro. Lo cual tampoco es de extrañar. Supongo que sólo le queda abrirse paso hasta la base de datos en sí. —Miró a Shryne mientras caminaba—. ¿No quieres estar allí cuando empiecen a descargar los nombres y posibles paraderos de tus dispersos compañeros?

Shryne negó con la cabeza.

—Starstone y Forte se ocuparán de eso. De todos modos, no apuesto por su éxito.

Jula se rió.

—Pues no cuentes conmigo para respaldar esa apuesta. —Le miró de lado—. Olee y Filli están hechos el uno para el otro, ¿no crees?

—Lo pensé por un momento. Pero creo que ella ha encontrado ya al compañero de su vida.

—Te refieres a la Fuerza. Ése es un tipo de dedicación muy siniestra.

Shryne se paró en seco y se volvió hacia ella.

—¿Por qué aceptaste traernos aquí, Jula?

Ella sonrió ligeramente.

—Creía haberlo dejado claro. Sigo esperando convencerte para que te unas a nosotros. ¿Algún cambio en ese frente?

—No sé qué pensar.

—¿Pero me mantendrás informada?

—Desde luego.

Poco después llegaron al final del pasillo de estatuas aladas y doblaron la esquina para internarse en el corredor que lo cruzaba lleno de esculturas más pequeñas.

—¿De qué conoce Filli este sitio? —preguntó Shryne a la oscilante luz de las linternas.

—Hace cosa de seis años realizamos un par de trabajos para este sitio. Hardware de comunicaciones para su transceptor de hiperonda. Y, antes de que te pongas patriótico conmigo, te diré que no imaginamos que pudieran utilizarlo para espiar las transmisiones de la República.

—¿Y te habría detenido saber que preparaban una guerra contra la República?

—Igual sí. Pero tienes que comprender que entonces nos estábamos abriendo camino, al igual que otros muchos mercenarios de los sistemas adyacentes. Sigue sorprendiéndome que Coruscant no supiera nada de lo que pasaba aquí, habiendo formado Dooku el movimiento separatista. La carrera de armamento, los Talleres Baktoides construyendo fundiciones en docenas de mundos... Por aquel entonces todo era tráfico libre y sin restricciones.

—Suponía que eso era malo para tus negocios.

—Sí y no. El comercio libre invita a la competencia, pero también significa que no hay que preocuparse porque nos den caza las fuerzas defensoras de cada sistema local, o los Caballeros Jedi.

—¿Quién os contrató para traer el hardware de comunicaciones?

—Alguien llamado Tyrannus, aunque ninguno de nosotros trató con él cara a cara.

—Tyrannus —repitió Shryne, inseguro.

—¿Te suena?

—Quizá. Tendré que preguntárselo a la bibliotecaria, a Olee. ¿Y cuando los separatistas acabaron con el comercio libre?

—Poco después de la Batalla de Geonosis...

Shryne se paró de repente ante una estatua alta y con capa que llevaba una máscara de grandes ojos saltones.

—Asqueroso —afirmó Jula; y en ese momento las luces del pasillo situadas a intervalos regulares inundaron de pronto la zona con luz—. Creí que la idea era procurar no llamar mucho la atención —añadió, pestañeando.

Un rumor distante apagó la respuesta de Shryne. Con un solo movimiento, sacó y conectó el sable láser que colgaba de su cinto.

Jula enarcó las cejas por la sorpresa.

—¿De dónde has sacado eso?

—Perteneció al Maestro de uno de los padawan.

Giró sobre los talones y empezó a correr de vuelta al camarote de comunicaciones, con Jula pisándole los talones.

Shryne se dio cuenta de que el rumor lo formaban puertas y escotillas abriéndose y cerrándose. Apresuró el paso, zigzagueando entre hileras de androides de combate desactivados.

En el camarote de control, Filli, con el pelo pegado al cráneo, tecleaba furioso ante una consola, mientras Eyl Dix y Starstone paseaban por el camarote de un lado a otro, esta última mordiéndose el labio inferior. A unos metros de distancia, los Caballeros Jedi Forte e Iwo Kulka parecían tener dudas sobre lo que habían iniciado.

—¿Qué pasa, Filli? —gritó Jula.

La mano derecha del rebanador señaló a Starstone, mientras su izquierda volaba por el teclado.

—¡Ella me dijo que lo hiciera!

—¿Hacer qué? —dijo Shryne, paseando la mirada de Starstone a Filli y de vuelta a ésta.

—Acelerar el transceptor conectándolo al generador de energía —respondió Dix por Filli.

—No teníamos energía suficiente para descargar la base de datos —dijo Starstone—. Pensé que sería buena idea.

La frente de Shryne se arrugó por la confusión.

—¿Y cuál es el problema?

—El generador quiere reactivar el complejo entero —dijo Filli con palabras atropelladas—. ¡No consigo apagarlo!

Golpes y siseos empezaron a reemplazar el rumor de puertas deslizándose.

Jula miró fijamente a Shryne.

—Todo el lugar se está cerrando.

Una serie de chasquidos y pitidos puntuaron el alboroto provocado por las escotillas al moverse. Todos los androides de combate del camarote de control se activaron a la vez.

El androide de combate más cercano a Shryne giró la cabeza hacia él y alzó el rifle láser al tiempo que decía:

—Intrusos.

26

V
ader cruzaba los brazos sobre el pecho mientras miraba detrás de Armand Isard y los dos técnicos del Departamento de Seguridad Interna sentados ante la consola de control del transmisor del Templo. Tenía al comandante Appo a su derecha.

—Quiero saber cómo accedieron al transmisor —dijo Vader.

—Mediante un transpondedor Jedi, Lord Vader —dijo el técnico más cercano a Armand.

—Crucen el código del transpondedor con la base de datos de identidades —dijo el jefe del DSI, adelantándose a Vader.

—El nombre aparecerá en un momento —dijo el otro, con los ojos clavados en el texto que se deslizaba rápidamente en una de las pantallas—. Chatak —añadió un momento después—. Bol Chatak.

El sonido de la respiración de Vader llenó el silencio subsiguiente.

Shryne y Starstone,
pensó. Era obvio que debían estar en posesión del transpondedor de Chatak cuando se le escaparon en Murkhana. Y ahora intentaban encontrar el paradero de otros Jedi cuando se emitió la Orden Sesenta y Seis. Era evidente que esperaban establecer contacto con los supervivientes, con la esperanza de recoger los pedazos de su destrozada Orden.

Y... ¿Qué?

¿Planear su venganza? Improbable, ya que eso implicaría tentar al Lado Oscuro. ¿Trazar un plan para matar al Emperador? Quizá. Aunque, al ignorar que Palpatine era un Sith, no planearían un asesinato personalizado. ¿Estarían, entonces, pensando en atacar al hombre fuerte del Emperador?

Vader pensó en llegar a Shryne a través de la Fuerza, pero rechazó la idea.

—¿Cuál es el origen de la transmisión? —preguntó finalmente.

—El sistema Jaguada, Lord Vader —dijo el primer técnico—. Concretamente, la luna del único mundo habitado del sistema.

Del holoproyector de la consola emergió un gran holomapa de la galaxia. El mapa, conectado a una miríada de bases de datos situadas por todo el Templo, utilizaba colores para resaltar los lugares conflictivos. Pero ahora mostraba el momento en que se había ejecutado la Orden Sesenta y Seis, y más de doscientos mundos brillaban con el rojo de la sangre.

Puede que esto explicase por qué Sidious no había mandado desmantelar el Templo, supuso Vader. Para poder contemplarlo desde su elevada nueva sala del trono y regocijarse.

El holomapa empezó a centrarse más y más en una zona remota del Borde Exterior. Cuando el sistema Jaguada pendió por fin en el aire, Vader entró en él.

—Esta luna —dijo, gesticulando con el índice de su mano enguantada de negro.

—Sí, Lord Vader —dijo el técnico.

Vader miró a Appo, que ya estaba en comunicación con la central de operaciones de Coruscant.

—En la luna hay una instalación de comunicaciones separatista abandonada —dijo Appo—. Quien sea que esté en posesión del transpondedor Jedí ha debido conectar las comunicaciones hiperespaciales del lugar.

—¿Tenemos alguna nave en el sector, comandante?

—Ninguna, Lord Vader —dijo Appo—. Pero en Jaguada hay una pequeña guarnición imperial.

—Ordene al comandante de la guarnición que despliegue de inmediato sus tropas.

—¿Capturar o matar, Lord Vader?

—Cualquiera de ambas cosas me complacería.

—Entendido.

Vader rodeó con la mano la holoimagen de la pequeña luna.

—Ya te tengo —dijo en voz baja, y formó un puño.

 

 

Shryne sentía raro el sable láser que Klossi Anno le había dado, pero estaba muy bien hecho, y su densa hoja azul era perfecta para desviar la andanada de disparos láser desatada por los androides de combate. A su lado, Jula disparaba con una puntería impresionante, derribando los androides que no caían bajo los disparos láser desviados por Shryne. Tras la consola de control se acurrucaban Filli y Dix, arreglándoselas de algún modo para seguir tecleando órdenes mientras los relampagueantes sables láser de Starstone, Forte y Kulka los mantenían a cubierto.

Tanto en el camarote de control como en el resto del complejo las sirenas de alarma aullaban, las luces centelleaban y las escotillas se cerraban.

—¡Sea lo que sea lo que hayas hecho, deshazlo! —le dijo Shryne a Filli sin perdonar un solo disparo—. ¡Desactiva a los androides!

Un vistazo a los monitores que momentos antes estaban apagados mostró las decenas de androides de infantería y droidekas que se dirigían al centro de control desde todas las zonas del complejo.

—¡Deprisa, Filli! —añadió Jula con énfasis—. ¡Vienen más hacia aquí!

Shryne se tomó un momento para examinar la sala de control. La puerta por la que había entrado con Jula era una de las tres que había allí, cada una situada a 120 grados de la otra.

—Filli, ¿puedes encerrarnos aquí? —gritó.

—Probablemente —respondió el rebanador con un grito—. Pero igual tenemos problemas mayores.

—Podemos ocuparnos de los droidekas —le aseguró Forte.

Filli alzó la cabeza por encima de la consola y la meneó negativamente.

—¡Alguien en el Templo sabe que hemos entrado!

Starstone se volvió hacia él.

—¿Cómo puedes...?

—Recibimos un eco del radiofaro —explicó Eyl Dix.

Shryne redirigió una serie de disparos y redujo a metralla seis androides.

—¿Cuánto tardarán en localizarnos?

—Eso depende de quién esté al otro lado —dijo Filli.

—¡Pues cancela el enlace! —dijo Jula.

—Aún estamos descargando —dijo Starstone—. Necesitamos toda la información que podamos conseguir.

Shryne la miró fijamente.

—¿De qué nos sirven todos los datos del Templo si no vivimos para utilizarlo?

Ella estrechó los ojos.

—Sabía que dirías eso. Hazlo, Filli —dijo por encima del hombro—. Corta el enlace. —Dirigió a Forte y a Kulka una mirada de disculpa y añadió—: Haremos lo que podamos con lo que ya tenemos.

—Hecho —anunció Filli.

Otro disparo desviado por Shryne desmanteló otro androide.

—¡Y ahora desconecta la energía antes de que nos maten a tiros o acabemos enterrados en vida!

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