DARTH VADER El señor oscuro (15 page)

No encontraría ninguno
.

Entonces, Sidious tendría que buscar el modo de obligar a los midiclorianos a someterse a su voluntad, y que creasen a alguien tan poderoso como Anakin. En vez de eso, tanto él como un grupo de androides médicos se limitaron a devolverle la vida, que, si bien no era una hazaña pequeña, estaba muy lejos de resucitar a alguien de la muerte. La habilidad para sobrevivir a la muerte era algo que habían buscado por igual tanto los Sith como los Jedi durante miles de años, y ninguno había sido capaz de descubrir el secreto. Se podía impedir que la gente muriera, pero nadie había conseguido engañar a la muerte. El más poderoso de los antiguos Señores Sith había conocido ese secreto, pero se había perdido o, más bien, extraviado. Y ahora que la galaxia toda estaba bajo su mando, nada podía interponerse en su camino de descifrar el misterio.

Entonces tanto él como su tullido discípulo podrían controlar la galaxia durante diez mil años, y vivir eternamente.

Si no se mataban antes el uno al otro.

Y eso se debía en buena parte a la muerte de Padmé Amidala.

Sidious los había unido deliberadamente años antes, tanto para impedir que ella votase en el Senado contra el Acta de Creación Militar como para poner en su camino la tentación. Anakin, tras el asesinato de su madre, se había casado en secreto con Padmé. Cuando supo del matrimonio, Sidious estuvo seguro de que el apego psicológico del muchacho a ella acabaría proporcionándole los medios necesarios para completar su conversión al Lado Oscuro.

Los temores que Anakin sentía por ella, tanto reales como presentes en sus visiones, y más desde que Padmé quedó embarazada, se habían acrecentado al mantenerlos separados. Luego sólo necesitó desenmascarar a los Jedi y revelarlos como los hipócritas que eran, sacrificando a Dooku a la ira de Anakin y prometiendo a éste salvar a Padmé de la muerte...

Lo último había sido una exageración necesaria para despejarle la mente de modo que viera clara su verdadera vocación. Pero así era el camino de la Fuerza. Te proporcionaba la oportunidad; sólo había que estar preparado para aferrarse a ella.

Se preguntó, no por primera vez, qué habría pasado si Anakin no hubiera matado a Padmé en Mustafar, Por mucho que ella lo amara, nunca habría podido comprender o perdonar los actos de su marido en el Templo Jedi. De hecho, ése fue uno de los motivos por los que lo envió allí. Los soldados clon podrían haberse encargado solos de los instructores y los niños, pero la presencia de Anakin era esencial para cimentar su alianza con los Sith y, lo que era más importante, para sellar el destino de Padmé. Incluso de haber sobrevivido Padmé en Mustafar, su amor habría muerto, ella habría perdido el deseo de vivir y su hijo habría sido educado por Sidious y Vader.

¿Habría sido ese hijo el primero de una nueva Orden Sith de miles de millones de miembros? La misma idea de una Orden Sith era una corrupción de las intenciones de los antiguos Señores Oscuros. Por fortuna, Darth Bane lo había entendido así, y había insistido en que, salvo en momentos muy concretos, no debían existir al mismo tiempo más de dos Señores Sith, un Maestro y un aprendiz.

Porque se necesitaban dos para perpetuar la Orden Sith.

Por tanto, a Sidious le correspondía completar la convalecencia de Vader.

Como emperador Palpatine, no necesitaba revelar a nadie su entrenamiento y su maestría Sith, y, por el momento, Vader era su propio sable carmesí. Que la galaxia pensara de Vader lo que quisiera: Jedi caído, Sith renacido, matón político... Eso apenas importaba, ya que el miedo seguiría imponiéndose, manteniéndolos a todos a raya.

Sí, Vader no era precisamente lo que andaba buscando. Sus brazos y piernas eran artificiales, y nunca sería capaz de invocar al rayo o de saltar, como tanto les gustaba saltar a los Jedi. Su entrenamiento en el Lado Oscuro sólo acababa de empezar. Pero el poder Sith no residía en la carne, sino en la voluntad. La contención era aplaudida por los Jedi sólo porque no conocían el poder del Lado Oscuro. El verdadero punto débil de Vader era psicológico, que no físico, y para que éste pudiera superarlo tendría que sumirse más y más en sí mismo, afrontando todas sus decisiones y decepciones.

La relación maestro-aprendiz de los Sith tenía una dinámica de traición y siempre era un juego peligroso. Se alentaba su confianza al tiempo que se la saboteaba, se exigía lealtad mientras se recompensaba la traición y se infundía sospecha cuando se alababa la honestidad.

En cierto sentido, era la supervivencia del más apto.

Lo básico para que Vader creciera era su deseo de derrocar a su Maestro.

Si hubiera matado a Obi-Wan en Mustafar, también habría intentado matar a Sidious. De hecho, a Sidious le habría sorprendido que no lo hubiera intentado. Pero ahora Vader, incapaz hasta de respirar por su cuenta, no estaba a la altura de ese reto, y comprendía que tendría que hacer todo lo que estuviera en su mano para arrancarle de su desesperación y despertar el increíble poder de su interior.

Incluso a costa de su propia seguridad...

Alertado por una ligera turbación en la Fuerza, se volvió hacia el holoproyector de la sala del trono un momento antes de que se materializara en el aire una imagen de Mas Amedda a medio tamaño.

—Mi señor, pido disculpas por interrumpir su meditación —dijo el chagriano—, pero se ha captado una transmisión codificada Jedi y ha sido localizada en el Cúmulo de Tion.

—Más supervivientes de la Orden Sesenta y Seis —dijo Sidious.

—Eso parece, mi señor. ¿Debo llamar a Lord Vader?

Sidious lo meditó un momento. ¿Bastarían nuevas muertes de Jedi para que Vader curase sus heridas? Quizá sí, quizá no.

Pero, en todo caso, todavía no.

—No —dijo finalmente—. Necesito a Lord Vader en Coruscant.

22

A
hora... mismo —oyó Shryne que le decía Filli a Starstone.

La consola de comunicaciones tintineó y Filli, Starstone y Eyl Dix se inclinaron hacia delante para estudiar un monitor.

—La nave Jedi ha salido al espacio real —dijo Dix, casi con adoración, agitando las antenas.

Filli estaba erguido en toda su altura, estirando los brazos por encima de su cabeza en un gesto teatral de despreocupación.

—Me encanta cuando tengo razón.

—Me doy cuenta —repuso Starstone mirándolo.

—Nada de quejas en la cabina principal —respondió él, frunciendo el ceño de forma exagerada.

—No es una crítica —se apresuró a explicar Starstone—. Lo que quiero decir es que yo era igual en la biblioteca del Templo Jedi. Alguien acudía buscando alguna información y yo casi siempre podía dirigirlo a los archivos que buscaba. Tenía habilidad para ello. —La voz se le quebró por un momento, antes de continuar en tono confiado—. Creo que uno debe enorgullecerse de lo que hace bien, en vez de ocultarse tras la falsa humildad —dirigió a Shryne una mirada furtiva— o de permitir que la desilusión le convenza de que necesita una nueva vida.

Shryne se levantó de su asiento.

—Consideraré eso mi señal para hacer mutis.

Un androide le indicó el pasillo que llevaba a la amplia carlinga del
Bailarín Borracho,
donde Jula y Brudi Gayn estaban en asientos adyacentes tras una consola de brillante instrumental. Un planeta rojo en fase creciente pendía en el mirador delantero, y el espacio local estaba salpicado con restos de combate.

Shryne golpeó con los nudillos la abierta escotilla de la carlinga.

—¿Permiso para entrar, capitana?

Jula le miró por encima del hombro.

—Sólo si prometes no decirme cómo debo pilotar.

—Mantendré la boca cerrada.

Ella dio unas palmaditas en el cojín de la silla de aceleración que tenía detrás.

—Entonces, relájate aquí.

Brudi gesticuló hacia un punto de luz reflejada a babor.

—Son ellos. A la hora prevista.

Shryne estudió la pantalla de amigo-o-enemigo de la consola, donde rotaba un plano de una nave chata y de alas anchas.

—Transporte de tropas SX de la República —dijo—. Me pregunto cómo consiguieron apoderarse de él.

—Seguro que es una buena historia —dijo Brudi.

Shryne alzó los ojos hacia los miradores y los restos que había al otro lado.

—¿Qué ha pasado aquí?

—Los separatistas emplearon este sistema como zona de preparativos para reforzar Felucia —dijo Jula—. La República los pilló durmiendo y los barrió. —Hizo un gesto hacia lo que Shryne había tomado por boyas de posición—. Minas. Se detonan a distancia, pero siguen siendo un riesgo potencial. Más vale avisar al transporte para que se aparte de ellas, Brudi.

Él giró sobre su silla hacia la unidad de comunicaciones.

—Estoy en ello.

Shryne continuó mirando los restos. Eso es un brazo atracador de un Lucrehulk de la Federación de Comercio. O lo que queda de él.

—Algo no va bien —dijo al final Jula.

Brudi se volvió ligeramente hacia ella.

—El transporte proporciona la signatura que transmitió antes de la cita.

Ella negó insegura con la cabeza.

—Lo sé, pero...

—Hay Jedi a bordo del transporte —dijo Shryne.

Ella le miró por el rabillo del ojo.

—Hasta yo puedo decir eso. No, es otra cosa...

La interrumpió un pitido de la consola de peligro, y Brudi volvió a girar sobre el asiento.

—Cuento seis... no, ocho, objetos saliendo del hiperespacio —dijo tensamente—. Se dirigen hacia el transporte.

Shryne examinó el transpondedor.

—Son ARC-170.

—Afirmativo —dijo Brudi—. Cazas de agresión y reconocimiento (ARC).

Los escáneres visuales captaron la nave cuando sus alas transversales se desplegaron para el combate aumentando su estabilidad térmica. La mano izquierda de Jula hizo unos ajustes en los instrumentos mientras mantenía la derecha firme en el manillar.

—¿El transporte se ha dado cuenta de su presencia?

—Yo diría que sí —contestó Shryne—. Ha iniciado maniobras evasivas.

Brudi se apretó el auricular contra el oído.

—El transporte nos pide que nos alejemos.

—Eso hace que me caigan bien —dijo Jula—. Oculta nuestra signatura antes de que los ARC puedan identificamos.

—Igual no puedes engañarlos —dijo Shryne—. No son Ala-V. Y golpean con más fuerza.

—Inténtalo de todos modos, Brudi —dijo Jula—. Lo último que quiero es que el Imperio nos dé caza por toda la galaxia. Y no pienso comprarme otra nave. —Accionó un interruptor—. Skeck, Archyr, ¿estáis ahí?

La voz de Skeck brotó por el altavoz de la carlinga.

—Las armas se están cargando, capitana. En cuanto nos dé la orden.

Jula miró a Shryne.

—¿Alguna idea, Jedi?

Shryne paseó la mirada por las pantallas.

—Los ARC mantienen una formación de cuña. Esperarán a estar a tiro del transporte, luego romperán la formación y atacarán por los flancos.

—Skeck —dijo Jula hacia el micrófono—, ¿me recibes?

—Alto y claro.

—¿Están los ARC al alcance de tus turboláseres? —preguntó Shryne.

—Casi.

—Anticípate a la ruptura de formación. Acércate a ellos y abre fuego.

Brudi hizo un cálculo rápido sobre el ritmo al que ganaban terreno los cazas imperiales.

—Ya podéis disparar.

—¡Disparando! —anunció Skeck.

Densos paquetes de luz escarlata brotaron de las baterías delanteras del
Bailarín Borracho,
convergiendo en sus distantes objetivos. Un cuarteto de ardientes flores iluminaron el espacio local.

—¡El escuadrón perseguidor quedó reducido a la mitad! —exclamó Archyr.

—Muy bonito —dijo Jula, sonriendo a Shryne—. ¿Qué más trucos tienes en la manga?

Shryne no contestó. En Murkhana, y pese a lo sucedido, había procurado no matar a los soldados clon. Y ahora estaba allí, colocándolos en fila india para hacerlos pedazos.

—Roan —dijo Jula cortante.

—Los ARC que queden se reagruparán y formarán tras el jefe de escuadrón —dijo por fin. Dio a Brudi un golpecito en el hombro y añadió—: Dile al transporte que ascienda sobre su elíptica. Skeck y Archyr tendrán un blanco fácil cuando los ARC le sigan.

—Entendido —dijo Brudi.

Jula estudiaba uno de los monitores.

—El transporte está ascendiendo. Los ARC le siguen deprisa.

—¡Disparando! —informó Skeck.

Una quinta explosión floreció sobre el polo norte del planeta rojo. Otros rayos láser fallaron su blanco por mucho.

—Han adivinado lo que hacemos —dijo Shryne—. Ahora se dispersarán.

—El transporte se dirige a las minas —comunicó Brudi.

—Justo lo que haría yo —dijo Jula.

El monitor de peligro lanzó otra alerta.

Brudi golpeteó con el dedo el monitor del escáner de larga distancia.

—Seis cazas más salen del hiperespacio.

Jula se forzó a respirar hondo.

—Dile a quien sea que pilote el transporte que vaya a plena potencia. Puede que no haya visto a los recién llegados.

—Esto sí que lo verá —repuso Brudi sombrío.

Shryne se levantó del asiento para mirar por encima del hombro de Brudi.

—¿El qué?

—Un crucero ligero de la República —repuso Jula—. Pero no te preocupes. Corremos más.

Los escáneres formaron en la pantalla central de la consola un facsímil de la nave bélica con forma de reloj de arena, resaltando las docenas de turboláseres y cañones de iones.

—No corres más que esos cañones —dijo Shryne.

Jula lo pensó.

—Brudi, desvía potencia a los deflectores delanteros. Voy a intentar situarnos tras el brazo del Lucrehulk. —Se tomó un momento para mirar a Shryne—. Parece que los Jedi sois más importantes de lo que creíamos, para que el Imperio envíe cruceros a por vosotros.

—El crucero nos dispara —dijo Skeck por el altavoz.

—Agarraos bien —advirtió Jula.

Una luz cegadora salpicó los miradores. El
Bailarín Borracho
se agitó, perdió energía momentáneamente y luego volvió a la vida.

—Nosotros estamos bien —confirmó Brudi—, pero el transporte tiene problemas.

—Diles que alcen los escudos de popa y se reúnan con nosotros tras el brazo del Lucrehulk. Diles que nosotros mantendremos a raya al crucero y a los ARC hasta que consigan huir.

Brudi transmitió las instrucciones y esperó la respuesta.

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