Read DARTH VADER El señor oscuro Online
Authors: James Luceno
»Y no olvidemos que el actual ejército de soldados clon envejece a un ritmo acelerado y debe ser reforzado, y gradualmente reemplazado, por nuevas hornadas de clones. Sospecho que los Jedi hicieron que se creara un ejército de corta vida confiando en dejar de necesitar soldados una vez derrocada la República e instituida su teocracia basada en la Fuerza.
»Pero dejemos de preocuparnos por eso.
»Al unir a todos los mundos conocidos de la galaxia bajo una sola ley, un solo lenguaje, bajo la guía ilustrada de un solo individuo, difícilmente arraigará así una corrupción semejante a la que azotó a la antigua República, y los gobernadores regionales que ya he destacado impedirán el nacimiento de cualquier otro movimiento separatista.
Cuando todos los que estaban en la sala se convencieron de que Palpatine había terminado de hablar, lo hizo el senador por Rodia.
—Entonces ¿las especies no humanas no tienen por qué temer discriminación o parcialidad alguna?
Palpatine extendió en gesto de apaciguamiento las deformes manos de largas uñas.
—¿Cuándo me he mostrado yo intolerante con las diferencias entre especies? Sí, nuestro ejército es humano, yo soy humano, y la mayoría de mis consejeros y oficiales militares son humanos. Pero eso sólo se debe a las circunstancias.
—La guerra continúa —dijo Mon Mothma a Bail.
—Palpatine utilizará su desfiguración para distanciarse aún más del Senado. Puede que nunca volvamos a estar tan cerca de él —respondió Bail, convencido de que estaban fuera del alcance de los diversos aparatos de escucha del edificio y lo bastante lejos de cualquier posible espía del Despacho de Seguridad Interior.
Mon Mothma inclinó la cabeza con tristeza mientras seguía caminando.
Coruscant ya se estaba adaptando a su nuevo título de Centro Imperial. Los soldados de asalto con insignias rojas eran más habituales que durante la guerra, y rostros desconocidos y personal uniformado abarrotaba los pasillos del edificio. Oficiales militares, gobernadores regionales, agentes de seguridad... los nuevos esbirros del Emperador.
—Cuando miro esa horrible cara o examino el daño sufrido por la Rotonda, no puedo dejar de pensar que la República y la Constitución se han convertido en esto —dijo Mon Mothma.
—Afirma no tener planes para desbandar el Senado o castigar a las diversas especies que estaban tras la Confederación —empezó Bail.
—Por el momento —le interrumpió Mon Mothma—. Además, los mundos natales de esas especies ya han sido castigados. Son zonas catastróficas.
—Ahora mismo no puedo permitirme actuar contra nadie. Demasiados mundos siguen demasiado bien armados. Sí, se estarán creando nuevos soldados clon y de las fábricas saldrán nuevas naves capitales, pero no lo bastante rápido como para que él se arriesgue a meterse en otra guerra.
Ella le miró con escepticismo.
—Te encuentro muy confiado de pronto, Bail. ¿O es que te has vuelto reservado?
Bail se hizo la misma pregunta.
En la sala del trono había intentado desentrañar cuál de sus consejeros, humano o no, sabría que Palpatine era un Señor Sith que había manipulado la guerra y erradicado a sus enemigos jurados, los Jedi, como parte de un plan para obtener poder absoluto sobre la galaxia.
Desde luego, Mas Amedda lo sabía, igual que Sage Pestage, y quizá Sly Moore. Bail dudaba que Armand Isard o cualquier otro de los consejeros militares de Palpatine estuviera al tanto de ello. Y, de todos modos, ¿cambiaría algo el que lo supieran? Para los pocos seres que pudieran estar al tanto o a los que les importase, los Sith sólo eran una secta cuasirreligiosa desaparecida mil años antes. Lo que importaba era que Palpatine era ahora el Emperador Palpatine, y que gozaba del apoyo entusiasta de la mayoría del Senado y de la inmutable alianza del Gran Ejército.
Sólo Palpatine conocía toda la historia de la guerra y su brusca conclusión. Pero Bail sabía unas cuantas cosas que Palpatine desconocía, empezando por el hecho de que los hijos de Anakin Skywalker y Padmé Amidala no habían muerto con ella en el asteroide llamado Polis Massa, y que los Maestros Jedi Obi-Wan Kenobi y Yoda depositaban en ellos su fe en la hipotética derrota del Lado Oscuro. En este momento, el pequeño Luke estaba en Tatooine al cuidado de sus tíos y vigilado por Obi-Wan. Y la pequeña Leia —Bail sonrió con sólo pensar en ella—, la pequeña Leia estaba en Alderaan, probablemente en brazos de Breha, esposa de Bail.
Durante el breve secuestro de Palpatine por el general Grievous, Bail había prometido a Padmé proteger a sus seres queridos si a ella le pasaba algo. El embarazo de Padmé era entonces casi un secreto, y Bail se refería entonces a Anakin, sin saber que los acontecimientos le harían conspirar con Obi-Wan y Yoda para acabar asumiendo la custodia de Leia.
Bail y Breha sólo habían necesitado unos días para cogerle cariño a la niña, si bien Bail se preocupó al principio por si la tarea acababa siendo excesiva. Sabiendo quién era el padre, había muchas probabilidades de que los mellizos Skywalker fueran poderosos en la Fuerza.
¿Qué pasaría si Leia mostraba indicio de seguir los oscuros pasos de su padre?,
se preguntó Bail.
Yoda le tranquilizó.
Anakin no había nacido en el Lado Oscuro, sino que llegó a él por las experiencias sufridas en su corta vida, por sus momentos de sufrimiento, miedo, ira y odio. Si los Jedi hubieran encontrado antes a Anakin, esos estados de ánimo nunca habrían salido a la luz. Y lo que era más importante, Yoda parecía haber cambiado de opinión a la hora de considerar el Templo como el mejor crisol posible para seres sensibles a la Fuerza. El cariño continuado de una familia amorosa podía resultar igual de bueno, cuando no mejor.
Pero la adopción de Leia sólo era otra de las preocupaciones de Bail.
Durante las semanas siguientes al decreto de Palpatine que convirtió a la República en un imperio, había estado muy preocupado por su seguridad, y por la de Alderaan. Su nombre estaba incluido en la Petición de los Dos Mil, que solicitaba a Palpatine la renuncia de algunos de los poderes de emergencia que le otorgó el Senado. Y, lo que era peor, Bail fue el primero en llegar al Templo Jedi al final de la masacre que tuvo lugar allí, además de rescatar a Yoda del Senado tras la feroz batalla que éste libró con Sidious en la Rotonda.
Las holocámaras del Templo o las del antiguo edificio de la República bien podían haber grabado a su deslizador, y esas imágenes podían llegar a Palpatine o a sus consejeros de seguridad. Podía haberse filtrado que fue Bail quien organizó el envío del cuerpo de Padmé a Naboo para su funeral. Si Palpatine se enteraba de ello, podría empezar a preguntarse si Obi-Wan, que se había llevado a Padmé de la distante Mustafar, no habría informado a Bail de la verdadera identidad de Palpatine, o de los horrores cometidos en Coruscant por Anakin, al que el señor Sith rebautizó como Darth Vader y al que Obi-Wan dio por muerto en el mundo volcánico.
Y entonces, Palpatine podría empezar a preguntarse si de verdad habían muerto con Padmé su hijo, o hijos...
Bail y Mon Mothma no se veían desde el funeral de Padmé, y ésta no sabía nada del papel que desempeñó Bail en los últimos días de la guerra. Pero estaba al tanto de su adopción de una niña, e impaciente por conocer a la pequeña Leia.
El problema era que Mon Mothma también estaba impaciente por derrocar a Palpatine.
—En el Senado se habla de construir un palacio donde residirían Palpatine, sus consejeros y la guardia imperial —dijo mientras se acercaban a las plataformas de aterrizaje flotantes ancladas a lo que se había convertido en el Edificio Palpatine.
Bail lo había oído.
—Y estatuas —dijo.
—El hecho de que Palpatine no se fíe por completo de su nuevo orden lo hace aún más peligroso. —Se detuvo bruscamente cuando llegaron a la rampa que daba a la plataforma de aterrizaje y se volvió hacia él—. Todos los firmantes de la Petición de los 2000 son sospechosos. ¿Sabes que Fang Zar ha huido de Coruscant?
—Lo sé —dijo Bail, consiguiendo a duras penas sostener la mirada de Mon Mothma.
—Con ejército clon o sin él, no pienso abandonar la lucha. Tenemos que actuar mientras aún podamos, mientras Sern Prime, Enisca, Kashyyyk y otros mundos estén dispuestos a unirse a nosotros.
Bail se obligó a hablar.
—Es demasiado pronto para actuar. Hay que esperar el momento adecuado —dijo, repitiendo lo que le dijo Padmé en la Rotonda del Senado el día del anuncio histórico de Palpatine—. Debemos tener fe en el futuro, y en la Fuerza.
Mon Mothma lo miró con escepticismo.
—En este momento hay miembros del ejército que se pondrían de nuestro lado, que saben que los Jedi nunca traicionaron a la República.
—Lo que cuenta es que los soldados clon creen que los Jedi sí traicionaron a la República —dijo Bail, bajando la voz—. Lo arriesgamos todo si nos ponemos ahora bajo la mira de Palpatine.
Se reservó su preocupación por Leia.
Mon Mothma no dijo otra palabra hasta llegar a la plataforma de aterrizaje, donde soldados de asalto y una figura alta e impresionante, vestida de negro, descendía por la rampa de una lanzadera clase Theta que acababa de aterrizar.
—Algún Jedi tuvo que sobrevivir a la orden de ejecución —dijo por fin Mon Mothma.
Por motivos que no podía comprender del todo, la atención de Bail se centró en la figura enmascarada que parecía estar al mando de los clones y que parecía mirarle con toda intención. El grupo pasó lo bastante cerca de ellos como para que Bail oyera decir a uno de los soldados:
—El Emperador le espera en la instalación, Lord Vader.
Bail sintió que le dejaban sin aire.
Las piernas empezaron a temblarle, y se agarró a la barandilla de la plataforma para sostenerse, consiguiendo de algún modo quitar toda aprensión de su voz.
—Tienes razón. Ha sobrevivido algún Jedi.
E
n las capaces manos de Brudi Gayn, el caza planeador modificado y el anillo acelerador que le permitió entrar en el hiperespacio completaron tres cortos saltos en otras tantas horas hasta acabar emergiendo en una zona remota del Cúmulo de Tion, lejos de cualquier mundo habitado. Allí les esperaba un carguero corelliano de veinte años de antigüedad, tan grande como una corbeta clase Tantive pero con un módulo de mando circular.
Shryne sabía por Brudi que el
Bailarín Borracho
contaba con motores subluz y con un hiperimpulsor más apropiado para una nave el doble de grande; contó cinco torretas de artillería.
Brudi soltó el anillo acelerador mientras aún estaban a cierta distancia del carguero y se tomó luego su tiempo para maniobrar entre el escudo de contención magnética situado a estribor del
Bailarín Borracho
y entrar en una espaciosa bodega de atraque. En los discos de aterrizaje estaban apareadas una pequeña nave de descenso y una veloz Incom Relay de ala bífida, no mucho más grande que el caza planeador.
Brudi abrió la carlinga y Shryne y Starstone bajaron de la nave, quitándose los cascos y trajes de vuelo al llegar al final de la escalerilla. Los dos Jedi vestían los sencillos trajes espaciales que les proporcionó Cash Garrulan. Acostumbrado a realizar misiones encubiertas, Shryne no se sentía desplazado sin túnica y capa, ni sin sable láser. Sabía muy bien que no debían creerse a salvo sólo por escapar de Murkhana. Había sufrido persecución en bastantes ocasiones, tanto durante la guerra como antes de ella, pero lo de esconderse era algo nuevo.
Más nuevo aún era para Olee Starstone, a quien ya empezaban a afectarle los acontecimientos de las últimas semanas, sobre todo los de las últimas treinta y seis horas. En sus gestos inseguros notó que Starstone no debía de haber vestido nada que no fueran túnicas del Templo o ropa de campo, y que aún se estaba haciendo a sus nuevas circunstancias.
Shryne resistió la tentación de consolarla. El futuro de los dos estaba más nublado que el descenso en fragata a la ciudad de Murkhana, y cuanto antes aprendiera ella a ser responsable de sí misma, mejor.
En la bodega de atraque les esperaban varios miembros de la tripulación del
Bailarín Borracho
alertados de su llegada. Shryne había visto antes a miembros de su propia raza, sobre todo en los sistemas exteriores que se pusieron al servicio del Conde Dooku antes de que el movimiento separatista se formalizase como Confederación de Sistemas Independientes. Con sólo mirarlos resultaba evidente que carecían de la disciplina de las tripulaciones de Sol Negro o los sindicatos hutt, por mucho que Brudi dijera que hacían trabajos ocasionales para diversos cárteles del crimen.
Iban vestidos con accesorios y piezas obtenidas en docenas de mundos y conformaban una banda dispareja de contrabandistas independientes, carentes de cualquier filiación política o planetaria, o de conflictos con cualquiera. Estaban decididos a mantener su anonimato, y habían aprendido que los contrabandistas no se hacen ricos trabajando para los demás.
En la bodega de atraque, Shryne y Starstone fueron presentados al primer oficial, Skeck Draggle, y al jefe de seguridad Archyr Beil. Los dos eran humanoides y de extremidades tan largas como Brudi Gayn, con manos de seis dedos y severos rasgos faciales que contradecían su alegre disposición.
En el camarote principal de la nave conocieron a Filli Bitters, un rebanador humano, alto y de pelo blanco, que enseguida mostró interés por Starstone, y a la especialista en comunicaciones, Eyl Dix, de cuya calva cabeza verde oscuro brotaban dos pares de rizadas antenas, además de unas orejas puntiagudas.
No pasó mucho tiempo sin que todo el mundo, incluyendo una pareja de androides inquisitivos, se reuniera en el camarote para oír cómo se fugaron Shryne y Starstone de Murkhana. El hecho de que nadie mencionase la caza a los Jedi hizo que Shryne se sintiera incómodo, pero no lo bastante como para abordar la cuestión, al menos hasta que supiese con certeza la opinión que tenían los contrabandistas de ellos.
—Cash nos pidió que os trajéramos a Mossak —dijo Skeck Draggle una vez terminaron los Jedi de entretenerlos con detalles de su osado escape—. Mossak está al otro lado de Felucia. Y desde allí se puede saltar al Brazo de Tingel o a cualquier otra parte de la Ruta Comercial Perlemian. —Miró a los ojos a Shryne—. Normalmente no ofrecemos transporte gratis, pero esto nos lo pidió Cash, y teniendo en cuenta todo lo que habéis pasado, nosotros correremos con los gastos.