DARTH VADER El señor oscuro (16 page)

—Lo intentarán. Pero los escudos del transporte están muy dañados. Un impacto más del crucero y estarán acabados.

Jula musitó una maldición. El
Bailarín Borracho
ya casi estaba detrás del fragmento curvado del brazo de atraque cuando dijo finalmente:

—Vamos a salir al descubierto. Preparados para el impacto de los iones. Probemos a darles un susto.

La nave contrabandista encajó dos potentes impactos en el momento en que salía de su refugio, pero no bastaron para incapacitarla.

—Toma sorpresa iónica —dijo Archyr.

—Toma escupitajo láser —canturreó Skeck.

En la distancia relampagueó una luz blanca, y una corriente azul se retorció sobre el oscuro casco del crucero.

Brudi se inclinó hacia una de las pantallas.

—Un impacto de lleno. Y desde luego no se lo esperaban. Tienen los escudos cegados.

—Nos llevo otra vez a cubierto —dijo Jula—. ¿Dónde está el transporte?

—Sorteando la última mina —respondió Brudi.

—¡Archyr, aparta esos cazas de la cola del transporte!

—Enseguida, capitana.

De la nave volvió a brotar luz pulsante, y Shryne contempló cómo se desintegraba otro caza. Pero los ARC restantes le ganaban terreno al transporte con rapidez.

—Encuentro previsto en cinco-punto-cinco —dijo Brudi—. El crucero se ha recuperado y devuelve el fuego.

Jula apretó los labios.

—No estamos lo bastante a cubierto. Esto va a ser malo.

Shryne se agarró a los brazos del sillón. El brazo de ataque se vaporizó al encajar la mayor parte de la andanada del crucero. El
Bailarín Borracho
hizo honor a su nombre y se agitó bajo la descarga. Por toda la nave sonaron las bocinas de alarma, y la consola de instrumentos aulló.

—El transporte sigue acercándose —dijo Brudi en cuanto pudo.

Jula golpeó con la mano el pulsador del intercomunicador.

—¡Preparad la bodega para un atraque de emergencia! —Giró la silla para mirar a Brudi—. Dile al transporte que no vamos a seguir pegándonos con el crucero. O se mueven ahora o nos largamos. —Y a Skeck le dijo—: Toda la energía a las baterías delanteras. Fuego a discreción.

La nave tembló mientras la luz coherente brotaba de las torretas de sus cañones.

—El transporte está alineado para el atraque —dijo Brudi.

La mano derecha de Jula tecleó datos en el navegador de la nave.

—Calculando el salto a la velocidad de la luz.

Luz explosiva brilló ante los miradores, mientras la nave temblaba a medida que el fuego enemigo se acercaba más y más.

Brudi suspiró decepcionado.

—El transporte falló en su primera aproximación. Lo están reorientando para otro intento.

—Ya tengo las coordenadas del salto —le dijo Jula—. Iniciando la cuenta atrás. —Se volvió para mirar a Shryne—. Lo siento, Roan.

Él asintió comprensivo.

—Hiciste lo que pudiste.

La nave volvió a temblar.

—El transporte está a bordo —dijo de pronto Brudi.

Jula cerró las manos sobre el manillar.

—Desvía energía a los motores subluz. Proporciónanos toda la distancia que puedas.

—Se nos va a quemar la popa —le avisó Brudi.

—Es un pequeño precio.

—Motores hiperespaciales conectados.

Jula agarró la palanca de control.

—¡Ahora!

Y las distantes estrellas se convirtieron en rayas de luz.

23

B
rudi no había dicho que el transporte hubiera atracado sin problemas, y Shryne supo por qué en cuanto llegó con Starstone a la bodega de atraque. La nave en forma de cuña había entrado de lado, destripando la cubierta, destruyendo luces de aterrizaje y reduciendo a dos androides de trabajo a partes de repuesto, aplanando finalmente su morro puntiagudo contra el mamparo interior.

Pero ninguno de los que iba dentro quedó herido en el choque.

No más de lo que ya lo estaban.

Los seis Jedi desaliñados que se tambalearon al bajar por la arrugada rampa de descenso del transporte eran una mezcolanza de alienígenas, humanos y humanoides. Ni Shryne ni Starstone los conocían de vista, nombre o reputación. Siadem Forte era un humano bajo y grueso, con rostro y brazos quemados por un disparo láser; era más viejo que Shryne pero seguía siendo sólo Caballero. Su padawan era un joven togruta llamado Deran Nalual, cegado en el mismo tiroteo en el que Forte había resultado herido. Klossi Anno, una chalactan, también era estudiante, y su Maestro había muerto para salvarle la vida. Justo lo contrario le sucedió a Iwo Kulka, un Caballero de raza ho’din, herido y cojo. Los Jedi humanos sin rango eran Jambe Lu y Nam Poorf, especialistas agricultores que volvían a Coruscant de una misión en Bonadan.

También iba a bordo un séptimo Jedi, muerto durante el salto que dio el transporte al hiperespacio para acudir a la cita.

Los androides médicos atendían las heridas de los recién llegados. Luego, una vez los Jedi descansaron y se alimentaron, todos se reunieron en el camarote principal, donde Shryne, Starstone y algunos de los contrabandistas escucharon los relatos de salvajes encuentros y escapes en el último momento de media docena de mundos.

Como Shryne había supuesto, no había noticias de ningún otro soldado clon que hubiera desobedecido la orden de ejecutar a los Jedi supuestamente dada por Palpatine. Dos de los Jedi habían conseguido matar a los soldados que se volvieron contra ellos. Otro había escapado y sobrevivido gracias a que se vistió con la armadura de un clon. Los dos Jedi de los Cuerpos Agrícolas no habían estado en compañía de soldados, pero les dispararon y persiguieron cuando la lanzadera en la que viajaban paró en una instalación orbital de la República.

Eran diez cuando se reunieron en Dellalt al recibir un código 913 transmitido por Forte, el más anciano de ellos. Fue en ese mundo donde se apoderaron del transporte en una batalla en la que murieron dos y resultaron heridos algunos de los otros, y parecía ser que de ese mundo procedían también el crucero ligero y los ARC-170 que los perseguían.

Para cuando se contaron y discutieron incesantemente las respectivas historias, el
Bailarín Borracho
emergió del hiperespacio en un sistema remoto de planetas desérticos que Jula y su tripulación usaban de escondrijo. Ésta, descargada de sus tareas de pilotaje, entró en el camarote principal y se sentó junto a Shryne justo cuando la conversación derivaba a las versiones de la HoloRed sobre lo sucedido en Coruscant a raíz del decreto de Palpatine sobre la victoria del Gran Ejército, y a que la República era ahora un imperio.

—Parte de la información que se ha difundido debe de ser falsa o exagerada —dijo el agrónomo Jambe Lu—. Las holimágenes que hemos visto muestran que el Templo sí fue atacado. Pero me niego a aceptar que mataran a todo el mundo. Palpatine debió de ordenar a los soldados que perdonasen a los niños. Y puede que también a algunos instructores y administradores.

—Estoy de acuerdo —dijo Nam Poorf, el compañero de Lu—. Si el emperador Palpatine hubiera querido exterminar por el motivo que fuera a toda la Orden Jedi, podría haberlo hecho al principio de la guerra.

Forte ridiculizó la idea.

—¿Y quién habría liderado entonces el Gran Ejército? ¿Los senadores? Y lo que es más, si tienes razón sobre lo del Templo, lo mejor que podría pasar es que hubiera un número desconocido de Jedi aprisionados en alguna parte. Lo único que sabemos que sí pasó es que los Maestros Windu, Tiin, Fisto y Kolar murieron al querer arrestar a Palpatine, y que se ha informado que Ki-Adi-Mundi, Plo Koon y otros miembros del Sumo Consejo fueron asesinados en diversos mundos separatistas.

—¿Alguna noticia de Yoda o de Obi-Wan? —preguntó Shryne a Forte.

—Nada fuera de las especulaciones de la HoloRed.

—Tampoco hay nada sobre Skywalker —dijo Nam Poorf—. Aunque, en Dellalt, los rumores apuntaban a que murió en Coruscant.

El ho’din miró a Shryne significativamente.

—Si Skywalker ha muerto, ¿significa eso que la profecía murió con él?

—¿Qué profecía? —preguntó el padawan invidente de Forte.

Una vez más, Iwo Kulka miró a Shryne.

—No veo motivo para mantener el secreto, Roan Shryne.

—Un antigua profecía dice que en los tiempos oscuros nacerá un Elegido que devolverá el equilibrio a la Fuerza —explicó Shryne para Nalual, Klossi Anno y los dos agrónomos.

—¿Y se creía que Anakin Skywalker era ese Elegido? —dijo Lu sorprendido.

—Algunos miembros del Sumo Consejo consideraban que había motivos para creerlo así —repuso Shryne, mirando a Iwo Kulka—. Así que, en respuesta a tu pregunta, diré que no sé dónde encaja la profecía en lo sucedido. La presciencia nunca fue mi fuerte.

Le salió más bruscamente de lo que había querido. Pero le exasperaba que todos hablaran esquivando lo verdaderamente importante: los Jedi se habían quedado sin casa y sin rumbo, y había que tomar decisiones importantes.

—Lo que importa ahora —dijo en el silencio que siguió a su sarcasmo— es que nosotros, todos los Jedi, hemos pasado a ser objetivos. Puede que los primeros actos de Palpatine no fueran premeditados, pero eso dejémoslo en manos de los historiadores. En este momento parece decidido a eliminarnos, y probablemente correremos más peligro si nos movemos en grupo.

—Pero eso es justo lo que debemos hacer —argumentó Starstone—. Todo lo que se ha dicho aquí es justificación suficiente para seguir unidos. Jedi prisioneros. Los niños. El destino desconocido de los Maestros Yoda y Kenobi...

—¿Con qué fin, padawan? —dijo Forte.

—Aunque sólo sea para impedir que se apague la llama de los Jedi. —Starstone miró su alrededor, buscando un rostro que estuviera de acuerdo con ella. No la disuadió no encontrar ninguno—. Ésta no es la primera vez que la Orden Jedi está al borde de la extinción. Hace cinco mil años los Sith creyeron poder destruir a los Jedi, pero fracasaron en sus intentos y acabaron matándose unos a otros. Puede que Palpatine no sea un Sith, pero, con el tiempo, su ambición y su sed de poder acabarán siendo su perdición.

—Es una actitud muy esperanzada —dijo Forte—, pero no sé cómo puede ayudarnos ahora.

—Vuestra mejor posibilidad de sobrevivir está en el Brazo de Tingel —dijo de pronto Jula—, mientras el control de Palpatine siga limitado a los sistemas interiores.

—Supongamos que vamos allí —dijo Starstone, mientras daban inicio conversaciones separadas—. Sí, podemos asumir nuevas identidades y encontrar mundos remotos donde escondernos. Podemos ocultar nuestras habilidades en la Fuerza a los demás, y hasta a otros individuos sensibles a la Fuerza. Pero, ¿es eso lo que queréis hacer? ¿Es eso lo que la Fuerza quiere de nosotros?

Shryne intervino mientras los Jedi meditaban en sus palabras.

—¿Alguno ha oído el nombre de «Lord Vader»?

—¿Quién es Vader? —preguntó Lu por todos.

—El Sith que mató a mi Maestra en Murkhana —dijo Starstone antes de que Shryne pudiera hablar.

Iwo Kulka miró a Shryne con dureza.

—¿Un Sith?

Shryne alzó los ojos al cielo, y luego miró a Starstone.

—Creí que estábamos de acuerdo...

—Vader luchó con un sable láser carmesí —le interrumpió ella.

Shryne respiró para calmarse y volvió a empezar.

—Vader le dijo a los soldados de Murkhana que él no era un Jedi. Y yo no sé lo que es. Puede que sea humanoide, pero no es orgánico del todo.

—Como Grievous —supuso Forte.

—Es posible... otra vez. El traje negro que lleva parecía mantenerlo con vida. Aparte de eso, no sé en qué grado es un ciborg.

Poorf meneaba la cabeza confundido.

—No lo entiendo. ¿Ese Vader es un comandante imperial?

—Es superior a los comandantes. Los soldados le mostraban la clase de respeto que reservan para alguien de rango o estatus muy elevado. Mi suposición es que sólo responde ante Palpatine. —Shryne notó que la exasperación volvía a aflorar en él—. A lo que quiero llegar es a que quien tiene que preocuparnos es Vader. Será él quien nos busque y nos encuentre.

—¿Y si antes vamos nosotros a por él? —dijo Forte.

Shryne hizo un gesto amplio.

—Somos ocho contra alguien que puede ser un Sith y contra uno de los ejércitos más grandes que ha habido nunca. ¿Qué os dice eso?

—Que por ahora no vayamos a por él —dijo Starstone, retomando rápidamente la pregunta de Forte—. No todos quieren a Palpatine. —Miró a Jula—. Tú misma dijiste que su alcance se limita a los sistemas interiores. Eso significa que podemos trabajar de forma encubierta y persuadir a otros senadores y jefes militares del Borde Exterior para unirse a nuestra causa.

—Olvidas el hecho de que, ahora, la mayoría de las especies cree que fuimos responsables de empezar y perpetuar la guerra —dijo Shryne con serenidad—. Y muchos de los que no lo creen arriesgarían mucho al ayudarnos, aunque sólo fuera proporcionándonos santuario.

Starstone no se rendía.

—Ayer éramos dos y hoy somos ocho. Mañana igual somos veinte, incluso cincuenta. Podemos seguir transmitiendo...

—Eso no puedo consentirlo —la interrumpió Jula—. Al menos, no desde mi nave. —Miró a Forte y a los demás—. Dijisteis que os siguieron desde Dellalt. Pero, ¿y si el Imperio vigila todas las frecuencias Jedi buscando transmisiones 913? Lo único que necesitaría hacer Palpatine sería esperar a que estuvierais todos en un mismo sitio, y enviar a los clones. Incluso a ese tal Vader.

El silencio de Starstone sólo duró un momento.

—Hay otra manera. Si podemos descubrir a qué mundo fue asignado cada Jedi, podríamos buscar supervivientes de forma activa.

Lu lo pensó un momento.

—La única forma de saber eso sería accediendo a los bancos de datos del Templo.

—No, no lo haréis desde el
Bailarín Borracho
—dijo Jula.

—No se podría aunque quisiéramos, capitana —dio Eyl Dix—. Para acceder a los bancos de datos se necesitaría un transceptor de hiperonda mucho más potente que el nuestro, y será muy difícil conseguirlo.

Dix miró a Filli, buscando corroboración.

—Eyl tiene razón —dijo Filli. Y luego añadió con una amplia sonrisa—: Pero sé dónde podemos encontrar uno.

24

L
a lluvia era rara en el clima controlado de Coruscant, pero de vez en cuando se formaban en el atorbellinado cielo tormentas microclimáticas que barrían el tecnopaisaje. La de hoy se había formado en Los Talleres, se había desplazado hacia el éste con gran velocidad y había azotado el abandonado Templo Jedi con una fuerza sin precedentes.

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