DARTH VADER El señor oscuro (26 page)

Garrote sonrió a todo el mundo por turnos, con gesto alegre pero claramente dubitativo, y Starstone no tardó en darse cuenta del porqué. Por mucho que ella y su banda de Jedi fugitivos se disfrazaran de mercaderes, e incluso hablaran como ellos, no conseguían soportar ser considerados como tales.

Literalmente.

—¿Es la primera vez que venís a Kashyyyk? —dijo Garrote.

—Sí —respondió Starstone por todos—. Y esperamos que no por última.

—Bienvenidos, entonces. —Miró el transporte, forzando una sonrisa—. Eso es un L-200, ¿verdad?

—Excedentes militares —dijo Filli rápidamente.

Garrote alzó una ceja.

—¡Ya! Tenía la impresión de que no había excedentes. —Filli iba a responderle, pero continuó hablando antes de que pudiera hacerlo—. No puede cargar muchas mercancías. ¿Tenéis arriba algún carguero?

—No hemos venido exactamente a comerciar —dijo Filli—. Más bien venimos en busca de información.

—Buscamos un catamarán Oevvaor —explicó Starstone.

Garrote pestañeó sorprendido.

—Entonces, más vale que tengáis la nave llena de créditos de aurodio.

—Nuestro cliente está dispuesto a pagar un buen precio.

Garrote se frotó la barba, que le llegaba al pecho.

—No es cuestión de precio, sino de disponibilidad.

—¿Fueron muy mal las cosas aquí? —preguntó Forte de pronto—. Me refiero a la guerra.

Garrote siguió la mirada del Jedi hasta la ciudad-árbol.

—Bastante mal. Los wookiees aún están de limpieza.

—¿Murieron muchos? —preguntó Nam.

—Uno solo ya es demasiado.

—¿Hubo Jedi implicados?

La pregunta de Jambe pareció detener en seco a Garrote.

—¿Por qué lo preguntas?

—Venimos de Saleucami —dijo Starstone, esperando tranquilizar así a Garrote—. Nos dijeron que los soldados clon mataron a varios Jedi durante la batalla.

Garrote la examinó.

—Yo no sé nada de eso. Yo estuve en Rwookrrorro durante casi todos los combates. —Señaló en una dirección—. Más allá de esa escarpadura.

El silencio recayó sobre los presentes.

—Bueno, veamos si puedo encontrar a alguien que sepa de catamaranes —dijo Garrote al fin.

Starstone se mantuvo en silencio hasta que se alejó el hirsuto intermediario.

—Creo que no ha ido muy bien —le dijo a Forte y a los demás.

—Eso no importa —dijo Iwo Kulka—. Kashyyyk no es Saleucami o Felucia. Estamos en territorio amigo de los Jedi.

—Es lo mismo que dijiste en Boz Pity... —empezó a decir Starstone cuando Filli la interrumpió.

—Garrote ha vuelto.

Starstone vio que venía acompañado de cuatro wookiees larguiruchos.

—Éstas son las personas de las que os hablé —le decía Garrote a los wookiees, en básico.

Antes de que Starstone pudiera abrir la boca para decir nada, los wookiees enseñaron los colmillos y enarbolaron las pistolas láser más raras que había visto en su vida.

37

E
l destructor estelar
Exactor
y su hermano el
Executor
viajaban el uno al lado del otro, de eslora a eslora, formando un paralelogramo de blindaje y armamento.

La lanzadera negra de Vader recorría la corta distancia que había entre ellos.

Iba sentado en la fila delantera de asientos de la cabina de pasajeros, con su escuadrón de soldados de asalto detrás de él y los pensamientos más centrados en lo que le esperaba en Kashyyyk que en el encuentro al que se dirigía y que, sospechaba, era algo más que una formalidad.

Su última conversación con Sidious, que pese a haber tenido lugar semanas antes parecía haber sucedido ayer, le había dejado claro que su Maestro lo estaba manipulando ahora como lo había hecho antes de su conversión. Sidious quiso ganarlo para la causa Sith antes de la guerra y durante ella; desde entonces su objetivo era transformarlo en un Sith. Lo manipulaba para enseñarle que el poder del Lado Oscuro no nace de la comprensión, sino del apetito, de la rivalidad, de la avaricia y de la malicia.

Las mismas cualidades que los Jedi consideraban viles y corruptas. Para tener a sus pupilos a raya y que no exploraran las profundidades de su verdadera naturaleza; para contenerlos, no fueran a descubrir por su cuenta el auténtico poder de la Fuerza.

La ira conduce al miedo, el miedo al odio, el odio al Lado Oscuro
.

Justamente,
pensó Vader.

Ante la insistencia de Sidious, había pasado las últimas semanas aguzando su habilidad para invocar y utilizar la ira, y se sentía al borde de un aumento significativo de sus habilidades.

El espacio era apropiado para semejantes sentimientos, se dijo mientras clavaba los ojos en el mirador de la cabina. El espacio era más apropiado para los Sith que para los Jedi. Era la esclavitud invisible de la gravedad, el poder contenido en las estrellas, la completa insignificancia de la vida... En cambio, el hiperespacio era más apropiado para los Jedi: nebuloso, impreciso, incoherente.

Cuando la lanzadera atracó en la bodega del
Executor,
Vader guió a su contingente de soldados al exterior de la nave para descubrir que su anfitrión no había tenido la cortesía de estar presente para recibirlo. En su lugar había un contingente de tripulantes ataviados de gris, dirigido por un oficial humano llamado Darcc.

Que empiecen los juegos,
pensó Vader, mientras permitía que el capitán Darcc lo escoltara hasta las entrañas de la nave.

El camarote al que acabó siendo conducido estaba en la parte superior de la torre cónica del destructor. Al entrar, Vader se encontró con su anfitrión sentado tras un brillante escritorio, claramente dudando si debía permanecer sentado o levantarse, si debía ponerse a la altura de Vader o continuar sugiriendo una apariencia de superioridad.

Su anfitrión sabría que, en cualquier caso, Vader preferiría permanecer en pie, por lo que no era probable que le ofreciera asiento. Que también supiera que era capaz de estrangularlo desde el otro lado del camarote debió de pesar de algún modo en su decisión.

¿Qué hacer?,
debía de pensar su anfitrión.

Y entonces se levantó, revelando a un hombre delgado de rasgos afilados, que dio la vuelta a su mesa con las manos agarradas a la espalda.

—Gracias por desviarse de su camino —dijo Wilhuff Tarkin.

La muestra de gratitud era inesperada. Pero si Tarkin pretendía prolongar el juego, Vader le seguiría la corriente, dado que al final todo se reducía a establecer el estatus de cada cual.

Así es como sería el Imperio,
pensó. Una lucha entre hombres que aspiraban a llegar a la cumbre para sentarse a los pies de Sidious.

—El Emperador me lo solicitó así —dijo por fin Vader.

Tarkin frunció los delgados labios.

—Supongo que podemos atribuir al Emperador la habilidad de hacer que se conozcan seres con formas de pensar semejantes.

—O de enfrentarlos unos a otros.

Tarkin asumió una actitud más tranquila.

—Eso también, Lord Vader.

Tarkin tenía una mente tan afilada como sus pómulos, y había ascendido rápidamente en las filas del personal político y militar de élite que Palpatine acababa de reunir y en las que se cotizaba cara la ambición. Tanto que se había creado un nuevo título honorífico para Tarkin
y
lo hombres ambiciosos como él: moff.

Vader lo había conocido una vez, a bordo de un destructor estelar clase Venator, en el lugar remoto donde se construía el arma secreta planetoide del Emperador. El traje de Vader era por aquel entonces muy reciente, y se sentía torpe, inseguro, entre mundos.

Tarkin se sentó en el borde de su mesa y sonrió.

—Puede que entre los dos consigamos determinar el motivo por el que el Emperador organizó este encuentro.

Vader cruzó los enguantados brazos ante sí.

—Sospecho que usted conoce más sobre el propósito de este encuentro que yo, moff Tarkin.

La sonrisa de Tarkin fue reemplazada por una mirada inquisitiva.

—Posiblemente podrá conjeturarlo, amigo mío.

—Kashyyyk.

—Bravo.

Tarkin activó una holoplaca situada sobre su escritorio. En el cono de luz azul que brotó de él apareció un baqueteado transporte de diseño militar moviéndose a través de un cordón de corbetas imperiales.

—Esto se grabó hace unas diez horas, en el punto de control del sistema de Kashyyyk. Como ya habrá adivinado, el transporte pertenece a los Jedi. Parece un modelo civil, pero no lo es. Hace unas semanas fue secuestrado en Dellalt, y fue objeto de una persecución que acabó con varios cazas imperiales destruidos. No obstante, hemos conseguido localizar sus movimientos desde entonces.

—Los ha estado siguiendo —dijo Vader con auténtica sorpresa—. ¿Está el Emperador al tanto de esto?

Tarkin volvió a sonreír.

—Lord Vader, el Emperador está al tanto de todo.

Pero no su
aprendiz, pensó Vader.

—Ordené al personal del punto de control que ignorase el hecho evidente de que se había alterado la signatura del transporte, y que ignorase también que los códigos proporcionados por el transporte muy probablemente fueran falsos.

—¿Por qué no se limitaron a capturar a los Jedi?

—Teníamos nuestros motivos, Lord Vader. O quizá debería decir que los tiene el Emperador.

—¿Ahora están en Kashyyyk?

Tarkin paró la holoimagen y asintió.

—Pensamos que les negarían la entrada. Pero parece ser que alguien de a bordo está familiarizado con los protocolos comerciales de Kashyyyk.

Vader lo meditó un momento.

—Ha dicho que tenía sus motivos para dejar pasar al transporte por el punto de control.

—Sí, ahora voy a eso —dijo Tarkin, poniéndose en pie y empezando a pasear ante el escritorio—. Me doy cuenta de que usted, menos que nadie, no requiere ayuda para... llevar a los Jedi fugitivos ante la justicia. Pero quiero exponerle un plan mucho más amplio para que lo considere. Si acepta la propuesta, estoy en situación de conseguirle todas las naves, personal o material que considere necesarios.

—¿Cuál es esa propuesta, moff Tarkin?

Tarkin se detuvo y se volvió para mirar a Vader.

—Muy simple. Los Jedi son su prioridad, como debe ser. Y la verdad es que el Imperio no puede permitirse que unos rebeldes potenciales vaguen sin control. Pero... —alzó un índice huesudo— ...mi plan permitirá que el Imperio obtenga un beneficio mucho más sustancial de sus esfuerzos.

Tarkin reactivó el holoproyector y dirigió su atención a una imagen del proyecto secreto del Emperador, anclado en la órbita de su escondrijo en el espacio. Vader sabía que el Emperador había encomendado a Tarkin la supervisión de ciertos aspectos de su construcción.

Pero era evidente que Tarkin buscaba algo más.

—¿Cómo puede influir mi cacería de unos pocos Jedi fugados en sus planes para el arma del Emperador? —preguntó Vader.

—Mis «planes» —dijo Tarkin, con una breve risotada—. Muy bien. Le diré la verdad. El proyecto anda muy atrasado. Ha sufrido problemas de ingeniería, retrasos en los envíos, contratistas poco fiables y, sobre todo, escasez de buenos trabajadores especializados. —Miró a Vader—. Debe entender, Lord Vader, que lo único que deseo es complacer al Emperador.

Éste es el verdadero poder de Sidious,
pensó Vader.
La habilidad de conseguir que los demás sólo deseen complacerlo
.

—Daré eso por válido —dijo por fin.

Tarkin lo estudió.

—¿Estaría dispuesto a ayudarme a conseguir ese objetivo?

—Hay una posibilidad de ello.

Tarkin frunció los ojos y asintió de una forma que estuvo cerca de ser una inclinación respetuosa.

—Entonces, amigo mío, nuestra sociedad sólo acaba de empezar.

38

Q
uieren entender por qué estáis tan interesados en saber si hubo aquí algún Jedi durante la guerra —explicó Garrote a Starstone y los demás, ante la mirada del cuarteto de wookiees armados.

—Simple curiosidad —dijo Filli, consiguiendo sólo provocar un gruñido a los cuatro.

—No se lo tragan —dijo Garrote innecesariamente.

Starstone miró los anchos cañones de broncio de las armas que, sospechaba, ella sólo podría levantar con la Fuerza, por no decir dispararlas. También se daba cuenta de que el enfrentamiento empezaba a llamar la atención de otros grupos. Humanos y alienígenas por igual interrumpían sus transacciones con intermediarios y wookiees y se volvían para mirar al transporte.

Decidió arriesgarlo todo limitándose a decir la verdad.

—Somos Jedi —dijo en voz lo bastante alta como para que la oyeran.

Por la forma en que los wookiees inclinaron sus enormes y peludas cabezas, se dio cuenta al instante de que la habían entendido. Mantuvieron preparadas y levantadas sus exóticas armas, pero, al mismo tiempo, su expresión suspicaz se suavizó un tanto.

Uno de ellos bramó un comentario a Garrote.

Éste se acarició la larga barba.

—Eso es más difícil de tragar que la explicación de que era simple curiosidad, ¿no crees? Sobre todo teniendo en cuenta que los Jedi han sido exterminados.

El mismo wookiee volvió a agachar la cabeza y a decir algo y, otra vez Garrote asintió, y centró la mirada en Starstone.

—Quizá de haber dicho que fuiste un Jedi, nos habrías convencido a los que estamos en el lado bueno de estas pistolas láser. Pero... —contó las cabezas— ...no puedes decirme que los ocho sois Jedi. O los siete, porque sé que Filli no puede estar más lejos de ser un Jedi.

—Me refería a mí —dijo Starstone—. Soy un Jedi.

—Entonces ¿sólo eres tú?

—Está mintiendo —dijo Siadem Forte antes de que ella pudiera responder.

Dos de los wookiees ladraron con evidente desagrado.

Garrote miró a Forte y a Starstone.

—¿Mintiendo? Nos estáis confundiendo a todos, porque pensábamos que los Jedi siempre hablaban con la verdad.

Los wookiees hablaron entre sí y uno de ellos ladró un discurso a Garrote.

—Aquí, Guania, dice que habéis llegado en un transporte militar. Parecéis saber arreglároslas solos. Y como hacéis preguntas sobre los Jedi... cree que podéis ser cazadores de recompensas.

Starstone negó con la cabeza.

—Registrad el transporte. Bajo la consola de navegación encontraréis seis sables láser...

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