Read DARTH VADER El señor oscuro Online
Authors: James Luceno
—¿Has perdido tu caza, androide?
C-3PO se volvió por completo para encontrarse ante un humano y dos humanoides de seis dedos vestidos con abrigos largos y botas altas. La mano izquierda del humano palmeaba el domo que era la cabeza de R2-D2.
—¡Oh! ¿Quién eres tú?
—No te preocupes por eso —dijo uno de los humanoides. Se abrió el abrigo para descubrir una pistola láser enfundada en el cinturón ancho que le sujetaba los pantalones—. ¿Sabes lo que es esto?
R2-D2 gimió alterado.
Los fotorreceptores de C-3PO se reenfocaron.
—Oh, sí, claro es una pistola de iones DL-13.
—Eres muy instruido —dijo el humanoide con una sonrisa desagradable.
—Señor, mi más profundo deseo es que mi dueño se dé cuenta de eso mismo. Trabajar con otros androides resulta de lo más cansino...
—¿Has visto alguna vez lo que puede hacerle un ionizador a plena potencia a un androide? —le interrumpió el humanoide.
—No, pero puedo imaginarlo.
—Bien —dijo el humano—. El plan es el siguiente: nos conducís hasta el palacio como si todos fuéramos grandes amigos.
Mientras C-3PO intentaba encontrarle sentido a eso, el hombre añadió:
—Por supuesto, si tienes algún problema con eso, aquí mi amigo —hizo un gesto hacia el otro humanoide—, que resulta saber mucho de androides, entrará en la memoria de éste y le sacará el código de entrada. Y entonces los dos disfrutaréis de primera mano de los efectos de un ionizador.
C-3PO estaba demasiado aturdido para responder, pero R2-D2 llenó el repentino silencio con pitidos y chillidos.
—Mi compañero dice que... —empezó C-3PO a traducir, antes de detenerse en seco—. ¡Ni se te ocurra hacer lo que él dice, cobarde! ¡Estos seres no son nuestros amos! ¡Deberías estar dispuesto a que te desguazaran antes que ofrecerles la menor ayuda!
Pero las recriminaciones de C-3PO cayeron en sensores auditivos sordos. R2-D2 ya estaba abriendo la puerta.
—Esto es de lo más inapropiado —dijo C-3PO con tristeza—. De lo más inapropiado.
—Buen androide. —El humano de largos cabellos volvió a dar una palmadita en el domo del astromecánico, antes de clavar una mirada de soslayo en C-3PO—. Cualquier intento de comunicaros con alguien y desearéis no haber sido construidos nunca.
—Señor, no sabe cuántas veces he deseado eso mismo —repuso C-3PO mientras seguía a R2-D2 y a los tres orgánicos armados a través de la puerta que daba a los terrenos del palacio.
Vader esperaba al final de la rampa de descenso de la lanzadera mirando las torres blancas del palacio real. El comandante Appo y seis de sus soldados se separaron para flanquearlo cuando Bail Organa y los miembros de su equipo salieron del adornado edificio. Por un momento ninguno de los dos grupos se movió; luego el contingente de Organa entró en la plataforma de aterrizaje y se acercó a la lanzadera.
—¿Es usted Lord Vader? —preguntó Organa.
—Senador —dijo Vader, inclinando ligeramente la cabeza.
—Exijo saber por qué ha venido a Alderaan.
—Senador, no está usted en posición de exigir nada.
El vocalizador de su máscara añadía un tono de amenaza al comentario. Pero la verdad era que Vader se sentía, quizá por primera vez, como si llevara un disfraz, un traje macabro, en vez de un traje con sistemas mantenedores de vida y blindaje de duracero.
Había conocido bien a Organa cuando era Anakin, incluso estuvo varias veces en su compañía, en el Templo Jedi, en los pasillos del Senado y en el antiguo despacho de Palpatine. Padmé hablaba bien, y a menudo, de él, y Vader sospechaba que fue Organa, junto a Mon Mothma, Fang Zar y unos cuantos más, quien convenció a Padmé para retirar el apoyo a Palpatine justo antes del final de la guerra. Lo cual no preocupaba a Vader tanto como el hecho de que, según los soldados del 501, Organa fue el primero en llegar al Templo tras la masacre y tuvo la suerte de escapar con vida.
Se preguntó si no habría ayudado también a Yoda, y quizá a Obi-Wan, a recalibrar el radiofaro del Templo para cambiar el mensaje transmitido por Vader que llamaba a todos los Jedi de vuelta a Coruscant. El aristocrático Organa era tan alto como Anakin, moreno y apuesto, y siempre iba meticulosamente vestido al estilo clásico de la República, como los habitantes de Naboo, en vez de seguir la ostentosa moda de Coruscant. Pero si Padmé se había ganado su posición al ser elegida reina, Organa había nacido en medio de la riqueza y el privilegio de la perfecta Alderaan.
Vader se preguntó si, por muchas misiones humanitarias que realizara, Organa sabía de verdad lo que era vivir en los sistemas fronterizos, en mundos como Tatooine, castigado por la arena, asediado por guerreros Tusken y controlado por hutt.
Sintió un deseo repentino de poner a Organa en su sitio. De dejarlo sin respiración con sólo juntar índice y pulgar, de aplastarlo en su puño... pero la situación no requería eso, todavía. Además, Vader podía ver en los gestos nerviosos de Organa que sabía quién mandaba allí.
Poder
.
Tenía poder sobre Organa y, sí, sobre todos los que eran como él.
Y había sido Skywalker, y no Vader, quien había vivido en Tatooine.
La vida de Vader acababa de empezar.
Organa le presentó a sus consejeros y ayudantes, además de al capitán Antilles, que pilotaba la nave consular alderaana fabricada en Corellia y que intentó sin éxito ocultar una expresión de profunda hostilidad hacia Vader.
Si Antilles supiera con quién estaba tratando...
Del otro lado de las murallas de palacio les llegó el sonido de voces furiosas y de cánticos. Vader dedujo que al menos una parte del escándalo se debería a la presencia de una lanzadera imperial en Alderaan. La idea le divertía.
Los manifestantes, al igual que los Jedi, no eran sino otro grupo de seres que se creían muy importantes y estaban convencidos de que sus míseras vidas tenían algún significado; que sus protestas, sus sueños, sus logros, servían para algo. Ignoraban el hecho de que los cambios en el universo no eran debidos a multitudes o a individuos, sino a lo que transpiraba en la Fuerza. Todo lo demás no importaba. Si no se estaba en comunicación con la Fuerza, la vida sólo existía en el mundo de la ilusión, y había nacido a consecuencia de la eterna lucha entre la luz y la oscuridad.
Vader escuchó un momento más los sonidos de la multitud y luego se volvió para mirar a Organa.
—¿Por qué permite eso? —preguntó.
Los ojos inquietos de Organa buscaron algo, quizá un atisbo del hombre detrás de la máscara.
—¿Es que estas manifestaciones ya no se permiten en Coruscant?
—El ideal del nuevo orden es la armonía, senador, no la disensión.
—Cuando la armonía sea para todos, cesarán las protestas. Y, lo que es más, al permitir Alderaan que aquí se oigan sus voces, Coruscant se ahorra cualquier posible molestia inmerecida.
—Quizá haya algo de verdad en eso. Pero, de una forma u otra, las protestas cesarán con el tiempo.
Vader se dio cuenta de que Organa estaba preocupado por algo. Era obvio que le molestaba ser desafiado en su propio mundo, pero su tono de voz era casi cordial.
—Confío en que el Emperador sepa que no conviene acallarlas con el miedo —estaba diciendo.
Vader no tenía paciencia para la esgrima verbal, y el hecho de tener que enfrentar su inteligencia con hombres juiciosos como Organa sólo reforzaba su creciente desagrado por ser el chico de los recados del Emperador. ¿Cuándo empezaría de verdad su entrenamiento Sith? Por mucho que intentara convencerse de lo contrario, su poder no era real, sólo era la simple ejecución del poder. No era tanto el espadachín como la espada, y las espadas son fácilmente reemplazables.
—Al Emperador no le complacerá su falta de fe, senador —dijo con cuidado—. Ni su disposición a permitir que otros manifiesten su desconfianza. Pero no he venido a hablar de su pequeña manifestación.
Organa se acarició la corta barba.
—¿Qué le trae por aquí?
—El antiguo senador Fang Zar.
Organa pareció sinceramente sorprendido.
—¿Qué pasa con él?
—Entonces ¿no niega que esté aquí?
—Pues, claro que no. Hace varias semanas que es invitado de palacio.
—¿Es consciente de que huyó de Coruscant?
Organa frunció el ceño, inseguro.
—De eso parece inferirse que no se le permitía irse por voluntad propia. ¿Acaso estaba arrestado?
—No lo estaba, senador. Seguridad Interna tenía preguntas que hacerle, algunas de las cuales han quedado sin respuesta. El DSI le solicitó su permanencia en el Centro Imperial hasta que se aclararan esas cuestiones.
Organa negó una vez con la cabeza.
—No sabía nada de eso.
—Nadie cuestiona su decisión de albergarlo, senador —dijo Vader, mirándolo fijamente—. Sólo quiero su garantía de que no interferirá cuando lo escolte de vuelta a Coruscant.
—De vuelta a... —Organa dejó la frase sin acabar y empezó otra—. No interferiré. Salvo en un supuesto.
Vader esperó.
—Si el senador Zar reclama inmunidad diplomática, Alderaan se la otorgará.
Vader cruzó los brazos sobre el pecho.
—No estoy seguro de que ese privilegio exista aún. Y en el supuesto de que sea así, quizá descubra usted que negarse a satisfacer la petición del Emperador es algo que no beneficia en mucho a sus intereses.
El conflicto de Organa volvió a ser evidente.
¿Qué es lo que oculta?
—¿Es eso una amenaza, Lord Vader? —dijo por fin.
—Es un hecho. El Senado lleva demasiado tiempo provocando el caos político. Esos días se han acabado, y el Emperador no permitirá que reaparezcan.
Organa lo miró escéptico.
—Habla de él como si fuera todopoderoso, Lord Vader.
—Es más poderoso de lo que supone.
—¿Por eso ha aceptado servirlo?
Vader se tomó un momento para responder.
—Mis decisiones son cosa mía. El viejo sistema ha muerto, senador. Haría bien en seguir al nuevo.
Organa exhaló aire intencionadamente.
—Me arriesgaré a creer que la libertad aún existe. —Guardó silencio por un momento, deliberando—. No pretendo impugnar su autoridad, Lord Vader, pero preferiría consultar personalmente este asunto con el Emperador.
Vader apenas podía creerse lo que oía. ¿Acaso Organa intentaba obstaculizarlo intencionadamente, hacerle aparecer como un inepto a ojos de Sidious? La ira se acumuló en él. ¿Por qué perdía el tiempo dando caza a senadores fugitivos cuando eran los Jedi quienes suponían un peligro real para el nuevo orden?
Para el equilibrio de la Fuerza.
Un holoproyector cercano tintineó, y de él emergió la holoimagen de una mujer de pelo oscuro con un bebé en los brazos.
—Bail, perdona pero me han retrasado —dijo la mujer—. Sólo quería decirte que enseguida estaré ahí.
Organa paseó la mirada de Vader al holograma y de vuelta a Vader. En cuanto la imagen se desvaneció, dijo:
—Quizá lo mejor sea que hable con el senador Zar en persona. —Tragó saliva y recuperó la voz—. Haré que lo escolten a la sala de recepciones lo antes posible.
Vader se volvió e hizo una seña al comandante Appo, que asintió.
—¿Quién era esa mujer? —preguntó Vader a Organa.
—Mi esposa —dijo Organa nervioso—. La Reina.
Vader miró a Organa, intentando leer en él con más claridad.
—Informe al senador Zar de que le espero —dijo por fin—. Mientras tanto, será un placer conocer a la Reina.
E
l palacio tenía más de siete siglos de antigüedad y era un lugar laberíntico de múltiples pisos lleno de murallas y torretas, dormitorios y salones, con tantas escaleras como turboascensores. Sin un mapa, resultaba casi imposible seguir sus kilómetros de retorcidos pasillos. Por tanto, algo que había parecido tan sencillo como desplazarse desde la sala de mantenimiento de androides hasta el pasillo que daba a la puerta sur en realidad era como recorrer un laberinto.
—El androide es más listo de lo que parece —dijo Archyr cuando por fin se dio cuenta de que las dos inteligencias mecánicas llevaban un cuarto de hora guiándolos en círculo—. Creo que nos están tomando el pelo.
—Oh, él nunca haría eso —dijo C-3PO—. ¿Verdad, Erredós? —Cuando el astromecánico no contestó, C-3PO golpeó el domo de R2-D2 con la mano—. ¡Ni se te ocurra retirarme la voz!
Skeck sacó el arma de iones del cinto y la exhibió.
—Igual se ha olvidado de esto.
—No hay necesidad de amenazarnos más —dijo C-3PO—. Estoy seguro de que Erredós no intenta engañarlos. No conocemos bien el palacio. Verá, sólo llevamos dos meses locales con nuestros actuales dueños, y no estamos familiarizados con la distribución del lugar.
—¿Dónde estabais hace dos meses? —preguntó Skeck.
C-3PO guardó silencio por un momento.
—Erredós, ¿dónde estábamos antes?
El astromecánico emitió bocinazos y pedorretas.
—¿Que no es asunto mío? Oh, ya estamos otra vez. Este pequeño androide puede ser a veces de lo más cabezota. En todo caso, respecto a dónde estábamos... Creo recordar que yo actuaba de interfaz con un grupo de cargadores binarios.
—¿Cargadores? —dijo Archyr—. Pero ¿no estás programado para el protocolo?
C-3PO pareció todo lo estresado que puede parecerlo un androide.
—¡Es verdad! ¡Pero no sé cómo podría equivocarme! Sé que he sido programado para...
—Tranquilízate, androide —dijo Skeck.
Shryne hizo que los cinco se detuvieran bruscamente.
—Por aquí no se va a la entrada sur. ¿Dónde estamos?
C-3PO miró a su alrededor.
—Creo que hemos acabado de algún modo en el ala de la residencia real.
Archyr se quedó boquiabierto.
—¿Qué rayos hacemos aquí? ¡Estamos a 180 grados de donde queríamos estar!
Skeck apuntó el ionizador al fotorreceptor del astromecánico.
—¿Puedes guiar un caza de guerra por el hiperespacio y no puedes llevarnos a la puerta sur? Un truco más y te dejo frito.
Shryne se apartó de todo el mundo y activó el comunicador.
—Jula, alguna noticia de...
—¿En qué parte de la galaxia os habéis metido? Llevo intentando localizaros desde...
—Nos han desviado —dijo Shryne—. Ya lo solventaremos. ¿Alguna noticia del paquete?
—Es lo que quería decirte. Se ha movido.