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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

Diecinueve minutos (54 page)

—Yo voy hacia allí —le dijo—. Déjamelo a mí.

En realidad, no tenía que ir hacia el juzgado; y tampoco era tan buen samaritano como para conducir de buena gana sesenta kilómetros en lugar de que lo hiciera otro. Si Patrick quería ir allí era por una única razón: tener una excusa para ver a Alex Cormier.

Estacionó en una plaza vacía y salió del coche, localizando de inmediato el Honda de ella. Eso era bueno. Por lo que sabía, ella no tenía por qué estar en el juzgado ese día. Y entonces se dio cuenta de que había alguien en el coche… y que ese alguien era la jueza.

Estaba quieta, con la mirada fija en el parabrisas. Los limpiaparabrisas estaban conectados, pero no llovía. Ella misma no parecía darse cuenta de que estuviera llorando.

Patrick sintió en la boca del estómago el mismo movimiento desagradable que tenía cuando llegaba a la escena de un crimen y veía las lágrimas de las víctimas. «Llego tarde —pensó—. Otra vez».

Patrick se acercó al coche, pero la jueza no lo vio hacerlo. Cuando golpeó la ventanilla, ella dio un respingo y se enjugó los ojos apresuradamente. Él le pidió con señas que bajase la ventanilla.

—¿Está bien? —le preguntó.

—Sí, estoy bien.

—No lo parece.

—Entonces deje de mirar —le espetó.

Él se aferró a la puerta del coche con las manos.

—Oiga, ¿quiere que vayamos a hablar a alguna parte? La invito a un café.

La jueza suspiró.

—No puede invitarme a un café.

—Bueno, aun así podemos tomarnos uno.

Rodeó el coche, abrió la puerta del pasajero y se sentó junto a ella.

—Está de servicio —observó Alex.

—Estoy en mi descanso para comer.

—¿A las diez de la mañana?

Él agarró la llave del tablero, la introdujo y puso el motor en marcha.

—Salga del garaje y gire a la izquierda, ¿está bien?

—¿Y si no qué?

—Por Dios, ¿no se le ocurre nada mejor que discutir con alguien que lleva una pistola Glock?

Ella se lo quedó mirando un buen rato.

—Tal vez esto pueda ser considerado un asalto —comentó ella empezando a conducir.

—Recuérdeme que luego me arreste a mí mismo —dijo Patrick.

El padre de Alex la educó desde pequeña para que hiciera todo lo mejor posible, y aparentemente ella lo aplicaba también a enojarse. ¿Por qué no apartarse de forma voluntaria del mayor juicio de su carrera, solicitar la baja administrativa y salir a tomar un café con el detective del caso, todo de golpe?

Pero si no hubiera salido con Patrick Ducharme, se dijo a sí misma, no se habría enterado de que el restaurante chino Dragón Dorado abría a las diez de la mañana.

Si no hubiese salido con él, tendría que haberse ido a casa y comenzar su vida de nuevo.

Parecía que todos en el restaurante conocieran al detective, y que no les importase que entrara en la cocina para servirle a Alex una taza de café.

—Lo que ha visto antes —dijo Alex dubitativa—, no…

—No le diré a nadie que se lo estaba pasando bien llorando en el coche.

Ella se quedó mirando la taza que le acababa de servir sin saber cómo responder. Según su experiencia, cuando muestras a los demás que eres débil lo usan contra ti.

—A veces es difícil ser jueza. La gente espera que actúes como tal, incluso cuando estás enferma y lo único que quieres es esconderte en algún sitio para morir, o poner verde a la cajera que te ha devuelto mal el cambio a propósito. No hay mucho margen para errores.

—Su secreto está a salvo —dijo Patrick—. Por mí, nadie de la comunidad policial sabrá que usted tiene emociones.

Alex tomó un sorbo de café y volvió a mirarlo.

—En serio, no pasa nada. Todos tenemos malos días en el trabajo.

—¿Usted llora en su coche?

—No recientemente, pero se me conocía por volcar los armarios de pruebas en mis ataques de frustración.

Puso un poco de leche en un recipiente y se sentó.

—En realidad no son mutuamente excluyentes.

—¿El qué?

—Ser un juez y ser humano.

Alex echó un poco de leche.

—Dígaselo a todos los que quieren que me recuse a mí misma.

—¿No es éste el momento en que me dice que no podemos hablar del caso?

—Sí —dijo Alex—. Sólo que ya no estoy en el caso. Al mediodía se hará público.

Él se puso serio.

—¿Por eso estaba disgustada?

—No. Ya había tomado la decisión de dejarlo, pero entonces me enteré de que Josie está en la lista de testigos de la defensa.

—¿Por qué? —preguntó Patrick—. No se acuerda de nada. ¿De qué les puede servir?

—No lo sé —dijo Alex mirándolo—. Pero ¿y si es por mi culpa? ¿Y si el abogado sólo lo ha hecho para sacarme del caso, porque yo era demasiado cabezota para recusarme cuando el asunto se trató por primera vez? —Se avergonzó al darse cuenta de que estaba llorando otra vez. Agachó la cabeza y miró hacia la barra, esperando que Patrick no se diera cuenta—. ¿Y si tiene que ponerse en pie delante de todo el juzgado y revivir ese día?

Patrick le pasó una servilleta para que se enjugase los ojos.

—Lo siento. No suelo ser así.

—Cualquier madre cuya hija haya estado tan cerca de morir tiene derecho a desahogarse —dijo Patrick—. Mire. He hablado dos veces con Josie. Me sé su declaración de memoria. No importa que McAfee la llame a declarar. Nada de lo que pueda decir la perjudicará. Consuélese pensando que ya no tiene que preocuparse por un conflicto de intereses. Lo que Josie necesita ahora mismo es una buena madre, no una buena jueza.

Alex esbozó una sonrisa.

—Me duele que me evite.

—No diga eso.

—Es verdad. Toda mi vida con Josie se ha basado en la pérdida de comunicación.

—Bueno —señaló Patrick—, eso significa que en cierto momento estuvieron conectadas.

—Ninguna de nosotras lo recuerda. Últimamente usted ha tenido mejores conversaciones con Josie que yo —comentó Alex mirando la taza de café—. Todo lo que le digo a Josie le parece mal. Me mira como si yo fuera de otro planeta. Como si ahora no tuviera derecho a actuar como una madre preocupada porque no actuaba como tal antes de que todo esto sucediera.

—¿Por qué no lo hacía?

—Estaba trabajando. Mucho —dijo Alex.

—Muchos padres trabajan duro…

—Pero soy buena como jueza y un desastre como madre.

Aunque Alex se tapó la boca con la mano, era demasiado tarde, la verdad se deslizó por la barra como una serpiente venenosa. ¿En qué estaría pensando para confesar eso a otra persona cuando apenas lo podía admitir ante sí misma? Para el caso, lo mismo podría haberse pintado una marca en el talón de Aquiles.

—Quizá debería hablar con Josie de la misma manera en que habla a los que van al juzgado —sugirió Patrick.

—Odia que actúe como abogada. Además, en el juzgado apenas hablo. Normalmente escucho.

—Bien, Su Señoría —dijo Patrick—, eso puede funcionar también.

Una vez, cuando Josie era pequeña, Alex la dejó sola un momento, y la niña aprovechó para subirse a un taburete. Desde el otro lado de la habitación, Alex vio aterrorizada cómo el ligero peso de Josie lo desequilibraba. No podría llegar con suficiente rapidez para evitar que Josie cayera, y tampoco quería gritar, porque temía que eso la asustase y la hiciera caer. De manera que se quedó quieta, esperando el accidente.

Pero Josie consiguió encaramarse a él, ponerse en pie sobre el pequeño asiento circular y accionar el interruptor de la luz, como quería. Alex la vio encender y apagar las luces, la vio sonreír cada vez que se daba cuenta de que sus acciones podían transformar el mundo.

—Dado que no estamos en el juzgado —dijo ella con indecisión—, me gustaría que me llamara Alex.

Patrick sonrió.

—Y a mí me gustaría que me llamara Su Majestad el rey Kamehameha.

Alex no pudo evitar echarse a reír.

—Pero si eso es demasiado difícil de recordar, Patrick está bien.

Tomó la cafetera para servirse más, y le echó también a ella.

—Repetir es gratis —dijo.

Vio que él le ponía azúcar y leche en la misma proporción en que ella se había echado en su primera taza. Era un detective. Su cometido era percibir detalles. Pero Alex pensó que no era eso lo que lo hacía ser bueno en su trabajo, sino que tenía la capacidad de usar la fuerza, como cualquier otro policía, pero en realidad te atrapaba con su educación.

Y Alex sabía que eso era lo más letal.

No era algo que pudiera poner en su currículo, pero Jordan estaba especialmente dotado para bailar a ritmo de salsa. La que más le gustaba era
Patata caliente
, pero la que de verdad volvía loco a Sam era
Ensalada de frutas
. Mientras Selena estaba en el piso de arriba tomando un baño caliente, Jordan puso el DVD. Ella se oponía a bombardear a Sam con la tele. Ella quería que Jordan hiciera otras cosas con el bebé, como descubrirle a Shakespeare o enseñarle a resolver ecuaciones diferenciales, mientras Jordan quería dejar que la televisión hiciera su trabajo convirtiendo el cerebro de uno en puré… al menos el tiempo suficiente para ver una sesión de baile tan buena como infantil.

Los bebés siempre pesan bastante, de manera que cuando los dejas en el suelo te parece que te falta algo.

—Ensalada de frutas… ¡Qué bueno! —dijo Jordan canturreando y girando mientras Sam abría la boca y dejaba escapar una risa infantil.

El timbre sonó, y Jordan, recogiendo a su pequeño compañero, se dirigió a la puerta bailoteando. Más o menos sincronizado con la canción de fondo, Jordan abrió la puerta.

—Hoy vamos a hacer un poco de ensalada de frutas —canturreaba.

Entonces vio quién había en el porche.

—¡Jueza Cormier!

—Siento interrumpir.

Él ya sabía que ella se había retirado del caso. La feliz noticia le había llegado por la tarde.

—No pasa nada. Entre…

Jordan echó un vistazo a la estela de juguetes que él y Sam habían dejado tras de sí. Tendría que ordenarlo todo antes de que Selena bajara. Metió a patadas tantos como pudo bajo el sofá, hizo entrar a la jueza en el salón y apagó el DVD.

—Éste debe de ser su hijo.

—Sí —dijo Jordan echando un vistazo a Sam, que estaba decidiendo si se echaba o no a llorar porque se había acabado la música—. Sam.

Ella alargó la mano hacia él, dejando que el bebé le aferrara el índice. Probablemente, Sam ablandaría incluso a Hitler, pero la jueza Cormier parecía incómoda en su presencia.

—¿Por qué ha puesto a mi hija en su lista de testigos?

«Ah».

—Porque —contestó Jordan —Josie y Peter eran amigos, y puede que necesite su declaración.

—Eran amigos hace diez años. Sea honesto. Lo ha hecho para sacarme del caso.

Jordan se acomodó a Sam sobre la cintura.

—Su Señoría, con todo mi respeto, no voy a permitir que nadie me diga cómo debo llevar este caso. Y menos una jueza que ya no está en él.

Él vio cómo le brillaban los ojos.

—Por supuesto que no —contestó ella, tensa.

Entonces se dio la vuelta y se fue.

Pregúntenle a cualquier chica de hoy al azar si quiere ser popular y les dirá que no. Pero la verdad es que, si estuviera en medio del desierto muriéndose de sed y tuviera que elegir entre un vaso de agua y la popularidad instantánea, probablemente escogería lo segundo.

Cuando oyó que llamaban a la puerta, Josie tomó el cuaderno y lo ocultó entre el colchón y el somier, en el lugar más obvio del mundo.

Su madre entró en la habitación y, por un segundo, Josie no supo decir con exactitud qué no era normal. Entonces se dio cuenta: aún no era de noche. Normalmente, cuando su madre regresaba del juzgado era ya la hora de cenar. Pero entonces eran las 3:45. Josie acababa de llegar de la escuela.

—Tenemos que hablar —dijo su madre, sentándose a su lado sobre el edredón—. He dejado el caso.

Josie se la quedó mirando. Su madre nunca se había retirado de un caso en toda su vida. Además, ¿no acababan de tener una conversación acerca de que ella no iba a recusarse a sí misma?

Sintió el mismo malestar que notaba cuando el profesor la llamaba y ella no había prestado atención. ¿Qué había descubierto su madre que no supiera ya unos días antes?

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Josie, esperando que su madre percibiera el temblor de su voz.

—Bueno, ése es el otro asunto del cual tenemos que hablar —contestó Alex—. La defensa te ha puesto en la lista de testigos. Puede que te pidan que asistas al juzgado.

—¡¿Qué?! —exclamó Josie.

Por un momento se le paró todo: la respiración, el corazón, el coraje.

—No puedo ir al juzgado, mamá —dijo—. No me hagas eso. Por favor…

Su madre la abrazó, afortunadamente, porque Josie estaba segura de que se desmayaría de un momento a otro. «Sublimación —pensó—, el acto de pasar de sólido a gaseoso». Y entonces se dio cuenta de que había estudiado esa palabra para el examen de química que nunca se hizo por culpa de lo que había sucedido.

—He hablado con el detective, y sé que no recuerdas nada. La única razón por la cual estás en esa lista es porque fuiste amiga de Peter hace mucho, mucho tiempo.

Josie se hizo apartar.

—¿Me juras que no voy a tener que ir al juzgado?

Su madre se sorprendió.

—Cariño, no puedo…

—¡Tienes que hacerlo!

—¿Y si vamos a hablar con el abogado defensor? —dijo su madre.

—¿De qué serviría?

—Bueno, si ve cuánto te disgusta todo esto, puede que lo piense dos veces antes de llamarte como testigo.

Josie se tumbó en la cama. Su madre le acarició la cabeza un rato. A Josie le pareció oírla susurrar «Lo siento», y luego levantarse y cerrar la puerta al salir.

—Matt —susurró Josie, como si él pudiese oírla, como si él pudiese responder.

«Matt». Inspiró su nombre como oxígeno y lo imaginó rompiéndose en mil pedacitos, introduciéndose en sus glóbulos rojos, atravesándole el corazón.

Peter partió en dos un lápiz y luego clavó la parte de la goma de borrar en el pan.

—Cumpleaños feliz —cantó en voz baja.

No terminó la canción. ¿Para qué, si ya sabía cómo acababa?

—Eh, Houghton —dijo un funcionario del correccional—, tenemos un regalo para ti.

Detrás de él había un chico no mucho mayor que Peter. Se balanceaba adelante y atrás y llevaba los mocos colgando. El guardián lo metió en la celda.

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