Diecinueve minutos (63 page)

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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

—Su cita de las dos está aquí.

Diana se volvió hacia Patrick:

—Estoy preparando a Drew Girard para que testifique. ¿Por qué no te quedas?

Éste asintió y retiró su silla a uno de los lados de la sala para dejarle a Drew el lugar enfrente de la fiscal. El chico entró, llamando con un golpe suave.

—¿Señora Leven?

Diana salió de detrás de su escritorio.

—Drew. Gracias por venir. —Señaló a Patrick con un gesto—. ¿Recuerdas al detective Ducharme?

Drew asintió con la cabeza. Patrick observó los pantalones ceñidos del muchacho, su camiseta cerrada, sus modales. Aquél no era el impertinente muchachote, estrella de hockey, que había sido descrito por los estudiantes durante las investigaciones de Patrick, pero por otra parte, Drew había visto cómo asesinaron a su mejor amigo: él mismo había recibido un disparo en el hombro. Cualquiera que fuese el mundo sobre el que reinaba como amo y señor, ahora había desaparecido.

—Drew —dijo Diana—, te hemos pedido que vinieras porque tienes una citación, y eso significa que testificarás en algún momento de la semana que viene. Ya te diremos cuándo, cuando se acerque el momento… pero, por ahora, quería asegurarme de que no estuvieras nervioso por tener que ir a la corte. Hoy repasaremos algunas de las cosas acerca de las que se te preguntará y cómo funciona el procedimiento. Si tienes alguna pregunta, nos la haces, ¿de acuerdo?

—Sí, señora.

Patrick se inclinó hacia él:

—¿Cómo está el hombro?

Drew se volvió para mirarle a la cara, flexionando inconscientemente esa parte del cuerpo.

—Todavía tengo que hacer terapia física y esas cosas, pero está mucho mejor. Excepto… —su voz se apagó.

—¿Excepto qué? —preguntó Diana.

—Echaré de menos la temporada de hockey todo este año.

Diana se encontró con la mirada de Patrick; aquello era compasión por un testigo.

—¿Crees que podrás volver a jugar luego?

Drew resopló:

—Los médicos dicen que no, pero yo creo que se equivocan —dudó—. Este año soy senior, y contaba con una beca deportiva para ir a la universidad.

Hubo un silencio incómodo, en el que ninguno reconoció el coraje de Drew, ni la verdad.

—Entonces, Drew —prosiguió Diana—, cuando subas al estrado, comenzaré por preguntarte tu nombre, dónde vives y si estabas en la escuela ese día.

—Está bien.

—Vamos a ensayar un poquito, ¿de acuerdo? Cuando llegaste a la escuela esa mañana, ¿cuál fue tu primera clase?

Drew se sentó un poco más recto.

—Historia americana.

—¿Y la segunda?

—Inglés.

—¿Adónde fuiste después de la clase de inglés?

—Tenía la tercera hora libre y la mayoría de la gente con clases libres se va a la cafetería.

—¿Es allí adonde fuiste?

—Sí.

—¿Había alguien contigo? —continuó Diana.

—Fui solo, pero cuando llegué allí, me encontré con un grupo de gente. —Miró a Patrick—. Amigos.

—¿Cuánto tiempo estuviste en la cafetería?

—No lo sé, ¿media hora, quizá?

Diana asintió con la cabeza.

—¿Qué pasó luego?

Drew bajó la mirada hacia sus pantalones y siguió la raya con el pulgar.

Patrick se dio cuenta de que estaba temblando.

—Estábamos todos, ya sabe, hablando… y entonces oí un estruendo realmente grande.

—¿Podías decir de dónde venía el sonido?

—No. No sabía qué era.

—¿Viste algo?

—No.

—Entonces —preguntó Diana—, ¿qué hiciste al oírlo?

—Bromeé —dijo Drew—. Dije que probablemente fuera la comida de la escuela incendiándose. «Oh, finalmente, esa hamburguesa con queso radiactiva», algo así.

—¿Te quedaste en la cafetería después del estruendo?

—Sí.

—¿Y luego?

Drew bajó la mirada hacia sus manos.

—Se oyó un sonido como de petardos. Antes de que nadie pudiera imaginar qué era, Peter entró en la cafetería. Llevaba una mochila y sostenía un arma; comenzó a disparar.

Diana levantó la mano.

—Una pequeña pausa, Drew… Cuando estés en el estrado y digas eso, te pediré que mires al acusado y lo identifiques para el registro. ¿Entendido?

—Sí.

Patrick se dio cuenta de que no veía el tiroteo del modo en que habría visto cualquier otro crimen. Ni siquiera lo visualizaba, a pesar de la escalofriante cinta de vídeo de la cafetería que había visto. Se imaginaba a Josie —una de las amigas de Drew —sentada a una larga mesa, oyendo aquellos petardos, sin imaginarse en absoluto lo que vendría después.

—¿Cuánto tiempo hacía que conocías a Peter? —preguntó Diana.

—Ambos crecimos en Sterling. Habíamos ido a la misma escuela desde siempre.

—¿Eran amigos?

Drew sacudió la cabeza.

—¿Enemigos?

—No —contestó—. No éramos enemigos, en realidad.

—¿Alguna vez habías tenido problemas con él?

Drew levantó la mirada:

—No.

—¿Alguna vez te habías metido con él?

—No, señora.

Patrick sintió que sus manos se cerraban como puños. Él sabía, por las entrevistas que había hecho a cientos de chicos, que Drew Girard había encerrado a Peter Houghton en los casilleros; que le había hecho tropezar cuando bajaba la escalera; que le había escupido en el pelo. Ninguna de esas cosas justificaba lo que había hecho Peter, pero aun así… Había un chico pudriéndose en la cárcel; había diez personas descomponiéndose en sus tumbas, había docenas en rehabilitación y cirugía correctiva; había cientos —como Josie —que todavía no podían pasar un día sin romper a llorar; había padres —como Alex —que confiaban en que Diana hiciera justicia en su nombre. Y aquel pequeño imbécil estaba mintiendo con toda la boca.

Diana levantó la vista de sus notas y miró fijamente a Drew:

—Así, si se te pregunta bajo juramento si alguna vez te habías metido con Peter, ¿cuál sería tu respuesta?

Drew la miró, y su arrojo se desvaneció lo suficiente como para que Patrick se diera cuenta de que estaba muerto de miedo de que supieran más de lo que admitían ante él. Diana echó una mirada a Patrick y dejó caer su lápiz. Ésa era toda la invitación que él necesitaba; saltó de su asiento en un instante, agarrando a Drew Girard por la garganta.

—Escucha, pequeño imbécil —dijo Patrick—. No la cagues en esto. Sabemos lo que le hacías a Peter Houghton. Sabemos que eras uno de los principales. Hay diez víctimas muertas, dieciocho más cuyas vidas nunca serán como pensaban que serían y muchas familias en esta comunidad que nunca van a dejar de llorar tantas pérdidas que ni siquiera puedo contarlas. No sé cuál es tu plan aquí, si quieres jugar al niño del coro para proteger tu reputación o si sólo tienes miedo de decir la verdad, pero créeme, si subes a ese estrado a testificar y mientes sobre tus acciones del pasado, me aseguraré de que termines en la cárcel por obstrucción a la justicia. —Soltó a Drew, y se dio la vuelta, mirando fijamente por la ventana de la oficina de Diana.

Él no tenía autoridad para arrestar a Drew por nada, ni siquiera si cometía perjurio, ni mucho menos para mandarlo a la cárcel, pero el chico no lo sabía. Y quizá bastaba con asustarle para que se comportase. Con una profunda respiración, Patrick se inclinó y recogió el lápiz que Diana había dejado caer, alcanzándoselo.

—Ahora deja que te pregunte de nuevo, Drew —dijo suavemente ella—, ¿alguna vez te has metido con Peter Houghton?

Drew echó un vistazo a Patrick y tragó. Luego abrió la boca y comenzó a hablar.

—Es lasaña a las brasas —anunció Alex después de que Patrick y Josie hubieran dado cada uno su primer bocado—. ¿Qué les parece?

—No sabía que la lasaña pudiese asarse —dijo Josie con cautela. Y comenzó a separar la pasta del queso, como si estuviera diseccionándola.

—¿Cómo es eso, exactamente? —preguntó Patrick, alcanzando la jarra de agua para volverse a llenar el vaso.

—Era lasaña normal. Pero algunos de los rellenos se desparramaron por el horno y empezó a salir humo… Estaba a punto de comenzar de nuevo, pero entonces me di cuenta de que sólo agregando una cosa, carbón, cambiaría el sabor de la mezcla. —Esbozó una sonrisa—. Ingenioso, ¿verdad? Quiero decir, miré en todos los libros de cocina, Josie, y esto nunca se ha hecho antes, hasta donde puedo asegurar.

—¡Fíjate! —dijo Patrick y tosió en su servilleta.

—En realidad me gusta cocinar —dijo Alex—. Me gusta escoger una receta y, ya sabes, irme por la tangente para ver qué ocurre.

—Las recetas son un poco como las leyes —respondió Patrick—. Puede que sea mejor intentar ceñirse a ellas, antes de cometer una felonía…

—No tengo hambre —dijo Josie de repente. Alejó su plato, se puso de pie y subió corriendo la escalera.

—El juicio comienza mañana —dijo Alex, a modo de explicación, y fue detrás de Josie, sin ni siquiera excusarse. Sabía que Patrick lo entendería. Josie había cerrado la puerta de golpe y subido el volumen de la música; no tendría sentido golpear. Giró el pomo de la puerta y entró, se llegó al estéreo para bajar el volumen.

Josie estaba acostada boca abajo en su cama, con la almohada sobre la cabeza. Cuando Alex se sentó en el colchón a su lado, ella no se movió.

—¿Quieres hablar de eso? —preguntó Alex.

—No —dijo Josie, con la voz apagada.

Alex se tendió y le quitó la almohada de la cabeza.

—Inténtalo.

—Es sólo que, Dios, mamá, ¿qué pasa conmigo? Es como si el mundo hubiera comenzado a girar otra vez para todos los demás, pero yo ni siquiera pudiera volver a subirme a la calesita. Incluso ustedes dos. Ambos deben estar pensando en el juicio como locos, pero aquí están, riendo y sonriendo como si pudieran sacar lo que ocurrió y lo que pasará fuera de sus cabezas, mientras que yo no puedo no pensar en eso cada uno de los segundos que estoy despierta. —Josie levantó la mirada hacia Alex con los ojos llenos de lágrimas—: Todo el mundo ha salido adelante. Todo el mundo menos yo.

Alex puso la mano en el brazo de Josie y lo frotó. Podía recordar el examen físico de neonatología de Josie, después de que naciera —de que de algún modo, de la nada, ella hubiera creado aquella minúscula, cálida, encogida, impecable criatura—. Había pasado horas en su cama, con Josie al lado de ella, tocándole su piel de bebé, sus deditos de los pies como saquitos, el pulso de su fontanela.

—Una vez —dijo Alex—, cuando estaba trabajando como defensora de oficio, el cuatro de julio, un tipo de la oficina organizó una fiesta para todos los abogados y sus familias. Yo te llevé, aunque sólo tenías unos tres años. Había fuegos artificiales y yo desvié la mirada un segundo para verlos; cuando volví a mirar, tú te habías ido. Comencé a gritar y alguien se dio cuenta de que yacías en el fondo de la piscina.

Josie se sentó, fascinada por una historia que nunca antes había oído.

—Me lancé y te saqué fuera; te hice la respiración boca a boca y tú escupiste. Ni siquiera podía hablar de lo asustada que estaba. Pero tú reviviste peleando y furiosa conmigo. Me dijiste que estabas buscando sirenas y que yo te había interrumpido.

Metiendo las rodillas debajo de su mentón, Josie sonrió un poco.

—¿En serio?

Alex asintió con la cabeza.

—Te dije que la próxima vez tenías que llevarme contigo.

—¿Hubo una próxima vez?

—Bueno, dímelo tú —replicó Alex, y ella dudó—. No necesitas agua para sentir que estás ahogándote, ¿o sí?

Cuando Josie sacudió la cabeza, las lágrimas se dispersaron. Se levantó, colocándose dentro del abrazo de su madre.

—No estás sola en esto —dijo Alex: una promesa para Josie, un voto para sí misma.

Aquello, Patrick lo sabía, sería su ruina. Por segunda vez en su vida, estaba acercándose tanto a una mujer y a su hija que se olvidaba de que realmente él no formaba parte de la familia. Miró la mesa, con los restos de la horrible cena de Alex y comenzó a vaciar los platos intactos.

La lasaña a las brasas se había enfriado en su fuente, un ladrillo ennegrecido. Apiló los platos en el fregadero y abrió el grifo del agua caliente; luego agarró un trapo y comenzó a fregar.

—Oh, Dios mío —dijo Alex detrás de él—: Realmente eres el hombre perfecto.

Patrick se dio la vuelta, con las manos todavía enjabonadas.

—Ni de lejos. —Siguió con los platos—. ¿Josie está… ?

—Está bien. Estará bien. O al menos ambas seguiremos diciéndolo hasta que sea cierto.

—Lo siento, Alex.

—¿Y quién no? —Ella se sentó en una silla de la cocina, con una pierna a cada lado, y apoyó la mejilla en el respaldo—. Mañana iré al juicio.

—No esperaba menos.

—¿Realmente crees que McAfee puede conseguir que lo absuelvan?

Patrick dobló el paño de cocina y lo dejó junto al fregadero, luego se acercó a Alex. Se arrodilló frente a la silla y quedó mirándola desde el otro lado de las varillas verticales, como si ella estuviera atrapada en una celda de prisión.

—Alex —dijo—, ese chico entró a la escuela como si estuviera llevando a cabo el plan de una batalla. Comenzó en el estacionamiento, colocando una bomba para distraer. Dio la vuelta hasta la fachada de la escuela y le disparó a una chica en los escalones. Fue a la cafetería, disparó a un grupo de chicos, asesinó a algunos de ellos y luego se sentó a comer un maldito tazón de cereales antes de seguir con su excursión de asesinatos. No veo cómo, presentado con ese tipo de pruebas, un jurado podría sobreseer los cargos.

Alex lo miraba fijamente:

—Dime una cosa… ¿por qué Josie tuvo suerte?

—Porque está viva.

—No, quiero decir, ¿por qué está viva? Ella estaba en la cafetería y en el vestuario. Vio gente morir a su alrededor. ¿Por qué Peter no le disparó a ella?

—No lo sé. Hay en todo eso un montón de cosas que no entiendo. Algunas de ellas… bueno, son como el tiroteo. Y otras… —Cubrió la mano de Alex con la suya y tomó una de las varillas de la silla—. Otras no lo son.

Alex lo miró y Patrick recordó otra vez que haberla conocido —estar con ella —era como el primer azafrán de primavera que veías en la nieve. Justo cuando te habías hecho a la idea de que el invierno duraría para siempre, aquella belleza inexplicable te tomaba por sorpresa; y si no apartabas los ojos de ella, si seguías mirándola, el resto de la nieve se derretiría de una u otra forma.

—Si te pregunto una cosa, ¿serás honesto conmigo? —preguntó Alex.

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