Diecinueve minutos (65 page)

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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

La sala estaba tan silenciosa que podía oírse el zumbido la computadora portátil del transcriptor.

«Oh, Dios —pensó Jordan—. Voy a tener que aguantar esto durante los próximos tres meses».

—Así se reía el Instituto Sterling el día seis de marzo del dos mil siete. Eran las siete cincuenta de la mañana y las clases acababan de comenzar. Courtney Ignatio estaba en clase de química, en un examen. Whit Obermeyer estaba en la oficina principal, para pedir un pase de retraso porque había tenido un problema con el coche esa mañana. Grace Murtaugh salía de la enfermería, donde había tomado un Tylenol para el dolor de cabeza. Matt Royston estaba en clase de historia con su mejor amigo, Drew Girard. Ed McCabe estaba anotando en la pizarra las tareas para la clase de matemáticas que iba a dar. A las siete cincuenta del seis de marzo, no había nada que sugiriese a ninguna de estas personas, ni a ningún otro miembro de la comunidad del Instituto Sterling, que aquél no fuera a ser sino otro típico día de escuela.

Diana presionó un botón y apareció una nueva foto: Ed McCabe, en el suelo, con los intestinos desbordándole del estómago mientras un chico lloroso apretaba con sus dos manos la herida abierta.

—Así era el Instituto Sterling a las diez y diecinueve de la mañana del seis de marzo del dos mil siete. Ed McCabe nunca llegó a dar a sus alumnos las tareas de matemáticas, porque diecinueve minutos antes, Peter Houghton, de diecisiete años, un estudiante de tercero del Instituto Sterling, irrumpió por las puertas con una mochila que contenía cuatro armas: dos escopetas recortadas, y dos pistolas semiautomáticas de nueve milímetros completamente cargadas.

Jordan sintió un tirón en el brazo.

—Jordan —susurró Peter.

—Ahora no.

—Es que voy a vomitar…

—Trágatelo —ordenó Jordan.

Diana volvió a la diapositiva anterior, la perfecta imagen de Instituto Sterling.

—Les he dicho, damas y caballeros, que nadie en el Instituto Sterling podía imaginarse que ese día fuera a ser distinto de cualquier otro día de escuela normal. Pero una persona sí sabía que iba a ser diferente. —Caminó hacia la mesa de la defensa y señaló directamente a Peter, que miró con firmeza su propio regazo—. En la mañana del seis de marzo de dos mil siete, Peter Houghton comenzó su día llenando una mochila azul con cuatro armas y los componentes de una bomba, suficiente munición como para matar potencialmente a cuatrocientas dieciséis personas. Las pruebas demostrarán que, cuando llegó a la escuela, colocó esa bomba en el coche de Matt Royston para desviar la atención de su persona.

»Mientras ésta explotaba, subió los escalones de la entrada de la escuela y disparó sobre Zoe Patterson. Luego, en el vestíbulo, disparó a Alyssa Carr. Se dirigió a la cafetería y disparó a Angela Phlug y Maddie Shaw, su primera baja, así como a Courtney Ignatio. Mientras los estudiantes comenzaban a huir, disparó a Haley Weaver, Brady Price, Natalie Zlenko, Emma Alexis, Jada Knigt y Richard Hicks. Luego, mientras los heridos sollozaban y morían a su alrededor, ¿saben qué hizo Peter Houghton? Tomó asiento en la cafetería y se tomó un tazón de cereales.

Diana dejó que esa información fuera asimilada.

—Cuando terminó —prosiguió—, tomó su arma y dejó la cafetería, disparando a Jared Weiner, Whit Obermeyer y Grace Murtaugh en el vestíbulo y a Lucia Ritolli, una profesora de francés que intentaba llevar a sus alumnos a algún lugar seguro. Pasó por el baño de hombres y disparó a Steven Babourias, Min Horuka y Topher McPhee; y luego fue al baño de chicas y disparó a Kaitlyn Harvey. Siguió escaleras arriba y disparó a Ed McCabe, su profesor de matemáticas, John Eberhard y Trey MacKenzie antes de llegar al gimnasio y abrir fuego contra Austin Prokiov, el entrenador Dusty Spears, Noah James, Justin Friedman y Drew Girard. Finalmente, en el vestuario, el acusado disparó a Matt Royston dos veces: una en el estómago y otra vez más en la cabeza. Puede que recuerden este nombre: es el propietario del coche que Peter Houghton hizo explotar al comienzo de sus desmanes.

Diana miró de frente al jurado.

—Toda esta excursión sólo duró diecinueve minutos de la vida de Peter Houghton, pero las pruebas demostrarán que sus consecuencias durarán para siempre. Y hay muchas pruebas, damas y caballeros. Hay muchos testigos, y hay muchos testimonios… Al final de este juicio, ustedes estarán convencidos, más allá de toda duda razonable, de que Peter Houghton, con determinación y a sabiendas, con premeditación, causó la muerte a diez personas e intentó causar la muerte a otras diecinueve en el Instituto Sterling.

Caminó hacia Peter.

—En diecinueve minutos se puede segar el césped del jardín, teñirse el cabello, mirar el tercer tiempo de un partido de hockey. Se pueden hornear galletas o el dentista puede colocarnos un empaste. Se puede doblar la ropa lavada de una familia de cinco miembros. O, como Peter Houghton sabe, en diecinueve minutos se puede detener el mundo.

Jordan caminó hacia el jurado con las manos en los bolsillos.

—La señora Leven ha dicho que esa mañana del seis de marzo de dos mil siete, Peter Houghton entró en el Instituto Sterling con una mochila llena de armas cargadas, y que disparó a un montón de gente. Bueno, eso es cierto. Las pruebas van a demostrarlo y no lo ponemos en duda. Sabemos que es una tragedia, tanto para la gente que murió como para aquellos que vivirán con las secuelas. Pero he aquí lo que la señora Leven no ha dicho. Cuando Peter Houghton entró en el Instituto Sterling esa mañana, no tenía intención de convertirse en un asesino masivo, sino que entró intentando defenderse del abuso que había sufrido durante los últimos doce años.

»El primer día de clase de Peter —continuó Jordan—, su madre lo había acompañado al autobús después de regalarle una fiambrera de Superman completamente nueva. Al final del recorrido, esa fiambrera había sido lanzada por la ventana. Todos nosotros tenemos recuerdos infantiles en los que otros niños nos atormentan o son crueles con nosotros, y la mayoría de nosotros somos capaces de superarlos; pero la vida de Peter Houghton no era una de esas en las que eso pasa ocasionalmente. Desde ese primer día de escuela, Peter experimentó un bombardeo diario de burlas, tormentos, amenazas e intimidaciones. Este chico ha sido encerrado en casilleros, le han metido la cabeza en inodoros, le han puesto zancadillas y ha sido golpeado y pateado. Uno de sus mensajes privados de correo electrónico fue reenviado a toda la escuela. Le bajaron sus pantalones en medio de la cafetería. La realidad de Peter era un mundo en el que, sin importar lo que hiciera, sin importar lo pequeño e insignificante que intentara ser, él seguía siendo siempre la víctima. Como resultado de esto, comenzó a volcarse en un mundo alternativo: uno creado por él mismo en la seguridad del código HTML. Peter construyó su propia página web, diseñaba videojuegos y los llenaba con el tipo de gente que desearía que le rodeara.

Jordan recorrió la baranda de la tribuna del jurado con la mano.

—Uno de los testigos que van a escuchar es el doctor King Wah. Es un médico psiquiatra que examinó a Peter y habló con él. Él les explicará que Peter era víctima de una enfermedad llamada síndrome de estrés postraumático. Es un complicado diagnóstico médico, pero es real: un niño que no puede distinguir entre una amenaza inmediata y una amenaza distante. Aunque ustedes y yo podamos caminar por el vestíbulo y mirar a un matón que no está prestándonos atención, Peter vería a esa misma persona y su pulso se aceleraría… , su cuerpo se acercaría, con sigilo, a la pared… , porque Peter estaría seguro de ser reconocido, amenazado, golpeado y herido. El doctor Wah no sólo les hablará acerca de los estudios que se han hecho en niños como Peter, les hablará de cómo Peter estaba directamente afectado por años y años de tormento en manos de la comunidad del Instituto Sterling.

Jordan miró de frente a los miembros del jurado otra vez.

—¿Recuerdan cuando, hace unos días, hablábamos acerca de si serían jurados adecuados para decidir sobre este caso? Una de las cosas que le pregunté a cada uno de ustedes durante ese proceso era si entendían que necesitaban escuchar las pruebas en el tribunal y aplicar la ley tal como el juez les instruyera. Más allá de cuanto hayamos aprendido de las clases de civismo en octavo grado o en «Ley y Orden» en la televisión… hasta que hayan escuchado las pruebas y las instrucciones del tribunal, en realidad no saben cuáles son las reglas.

Sostuvo la mirada de cada uno de los miembros del jurado por turno.

—Por ejemplo, cuando la mayoría de la gente oye las palabras «en defensa propia», asume que eso significa que alguien está sosteniendo un arma o un cuchillo ante nuestra garganta, que hay una amenaza física inmediata. Pero en este caso, «defensa propia» puede no significar lo que piensan. Y lo que las pruebas demostrarán, damas y caballeros, es que la persona que entró en el Instituto Sterling y disparó todos esos tiros no era un asesino a sangre fría que actuó con premeditación, como la fiscalía quiere hacerles creer. —Jordan caminó hasta detrás de la mesa y puso las manos en los hombros de Peter—. Era un chico muy asustado que había pedido protección… y nunca la había obtenido.

Zoe Patterson seguía mordiéndose las uñas, aunque su madre le había dicho que no lo hiciera; aunque una cantidad de pares de ojos y (¡Dios mío!) cámaras de televisión la enfocaban mientras estaba sentada en el estrado de los testigos.

—¿Qué tuviste después de la clase de francés? —preguntó la fiscal. Ya había pasado por la parte del nombre, la dirección y el comienzo de ese día horrible.

—Matemáticas, con el señor McCabe.

—¿Fuiste a clase?

—Sí.

—¿Y a qué hora comenzó esa clase?

—A las nueve cuarenta —contestó Zoe.

—¿Viste a Peter Houghton en algún momento antes de la clase de matemáticas?

Ella no pudo evitarlo, lanzó una mirada hacia Peter, sentado a la mesa de la defensa. Ahí estaba lo extraño: ella era una estudiante de primero y no le conocía en absoluto. E incluso ahora, incluso después de que él le disparara, si fuera caminando por la calle y se lo cruzara, pensaba que no lo reconocería.

—No —dijo Zoe.

—¿Ocurrió algo inusual en la clase de matemáticas?

—No.

—¿Permaneciste allí durante toda la clase?

—No —dijo Zoe—. Tenía una cita con el ortodoncista a las diez y cuarto, así que me fui un poco antes de las diez para firmar la salida en la oficina y esperar a mi madre.

—¿Dónde iba a encontrarse contigo?

—En los escalones de la entrada. Iba a conducir hasta allí.

—¿Firmaste la salida de la escuela?

—Sí.

—¿Fuiste a los escalones de la entrada?

—Sí.

—¿Había alguien más allí fuera?

—No. Todos estaban en clase.

Ella miró a la fiscal sacar una gran fotografía de la escuela y del estacionamiento, de cómo solía ser. Zoe había pasado por delante de la construcción y ahora había una gran valla alrededor de toda el área.

—¿Puedes mostrarme dónde estabas parada?

Zoe se lo señaló.

—Que quede registrado que la testigo señaló los escalones de entrada del Instituto Sterling —dijo la señora Leven—. Ahora bien, ¿qué ocurrió mientras estabas de pie y esperabas a tu madre?

—Hubo una explosión.

—¿Sabías de dónde venía?

—De algún lugar de detrás de la escuela —contestó Zoe, y echó un vistazo a la foto otra vez, como si la bomba pudiera detonar justo en esos momentos.

—¿Qué ocurrió a continuación?

Zoe comenzó a frotarse la pierna con la mano.

—Él… dio la vuelta alrededor de la escuela y luego vino hacia los escalones…

—¿Por «él» quieres decir el acusado, Peter Houghton?

Zoe asintió con la cabeza, tragando.

—Vino hacia los escalones, le miré y él… él me apuntó con una arma y me disparó. —Ahora parpadeaba muy rápido, intentando no llorar.

—¿Dónde te disparó, Zoe? —preguntó la fiscal suavemente.

—En la pierna.

—¿Te dijo Peter algo antes de dispararte?

—No.

—¿Sabías quién era él en ese momento?

Zoe sacudió la cabeza.

—No.

—¿Reconociste su rostro?

—Sí, de la escuela y eso…

La señora Leven dio la espalda al jurado e hizo un pequeño guiño a Zoe que hizo que se sintiera mejor.

—¿Qué tipo de arma llevaba, Zoe? ¿Era un arma pequeña sostenida con una sola mano o un arma grande que llevara con las dos manos?

—Una pequeña.

—¿Cuántas veces te disparó?

—Una.

—¿Dijo algo después de haberte disparado?

—No lo recuerdo —contestó Zoe.

—¿Qué hiciste tú?

—Quería huir de él, pero me sentía la pierna como si se hubiera prendido fuego. Intenté correr pero no podía hacerlo, me desplomé y me caí por la escalera, entonces tampoco podía mover el brazo.

—¿Qué hizo el acusado?

—Entró en la escuela.

—¿Viste en qué dirección fue?

—No.

—¿Cómo está tu pierna ahora? —preguntó la fiscal.

—Todavía necesito un bastón —respondió Zoe—. Tuve una infección porque la bala arrastró un fragmento de tela de los tejanos adentro de la pierna. El tendón está adherido al tejido de la cicatriz y esa parte todavía está muy sensible. Los médicos no saben si quieren hacer otra operación, porque eso podría causar más daño.

—Zoe, ¿estabas en un equipo deportivo el año pasado?

—Fútbol —contestó ella y bajó la mirada hacia su pierna—. Hoy comienzan los entrenamientos de la temporada.

La señora Leven se volvió hacia el jurado.

—Nada más —dijo—. Zoe, el señor McAfee quizá tenga algunas preguntas que hacerte.

El otro abogado se puso de pie. A Zoe la ponía nerviosa esa parte, porque aunque había practicado con la fiscal, no tenía ni idea de lo que el abogado de Peter le preguntaría. Era como un examen; y ella quería dar las respuestas correctas.

—Cuando Peter te disparó, ¿estaba a un metro de ti, más o menos? —preguntó el abogado.

—Sí.

—No parecía que estuviera dirigiéndose hacia ti, ¿verdad?

—Supongo que no.

—Parecía que estuviera intentando subir la escalera, ¿no?

—Sí.

—Y tú sólo estabas esperando en la escalera, ¿correcto?

—Sí.

—Entonces, ¿se podría decir que estabas en el lugar equivocado en el momento equivocado?

—Protesto —intervino la señora Leven.

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